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Despierta. El día te llama

a tu vida: tu deber.

Y nada más que a vivir.

Arráncale ya a la noche

negadora y a la sombra

que lo celaba, ese cuerpo

por quien aguarda la luz,

de puntillas, en el alba.

Ponte en pie, afirma la recta

voluntad simple de ser

pura virgen vertical.

Tómale el temple a tu cuerpo.

¿Frío, calor? Lo dirá

tu sangre contra la nieve,

de detrás de la ventana;

lo dirá

el color en tus mejillas.

Y mira al mundo. Y descansa

sin más hacer que añadir

tu perfección a otro día.

Tu tarea

es llevar tu vida en alto,

jugar con ella, lanzarla

como una voz a las nubes,

a que recoja las luces

que se nos marcharon ya.

Ese es tu sino: vivirte.

No hagas nada.

Tu obra eres tú, nada más.