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Ahí, detrás de la risa,

ya no se te conoce.

Vas y vienes, resbalas

por un mundo de valses

helados, cuesta abajo;

y al pasar, los caprichos,

los prontos te arrebatan

besos sin vocación,

a ti, la momentánea

cautiva de lo fácil.

«¡Qué alegre!», dicen todos.

Y es que entonces estás

queriendo ser tú otra,

pareciéndote tanto

a ti misma, que tengo

miedo a perderte, así.

Te sigo. Espero. Sé

que cuando no te miren

túneles ni luceros,

cuando se crea el mundo

que ya sabe quién eres

y diga: «Sí, ya sé»,

tú te desatarás,

con los brazos en alto,

por detrás de tu pelo,

la lazada, mirándome.

Sin ruido de cristal

se caerá por el suelo,

ingrávida careta

inútil ya, la risa.

Y al verte en el amor

que yo te tiendo siempre

como un espejo ardiendo,

tú reconocerás

un rostro serio, grave,

una desconocida

alta, pálida y triste,

que es mi amada. Y me quiere

por detrás de la risa.