10

¡Ay!, cuántas cosas perdidas

que no se perdieron nunca.

Todas las guardabas tú.

Menudos granos de tiempo,

que un día se llevó el aire.

Alfabetos de la espuma,

que un día se llevó el mar.

Yo por perdidos los daba.

Y por perdidas las nubes

que yo quise sujetar

en el cielo

clavándolas con miradas.

Y las alegrías altas

del querer, y las angustias

de estar aún queriendo poco,

y las ansias

de querer, quererte, más.

Todo por perdido, todo

en el haber sido antes,

en el no ser nunca, ya.

Y entonces viniste tú

de lo oscuro, iluminada

de joven paciencia honda,

ligera, sin que pesara

sobre tu cintura fina,

sobre tus hombros desnudos,

el pasado que traías

tú, tan joven, para mí.

Cuando te miré a los besos

vírgenes que tú me diste,

los tiempos y las espumas,

las nubes y los amores

que perdí estaban salvados.

Si de mí se me escaparon,

no fue para ir a morirse

en la nada.

En ti seguían viviendo.

Lo que yo llamaba olvido

eras tú.