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LA RESIGNADA

¡Si tú misma no sabes

que no te has acabado!

Cruzas las manos blancas,

te callas las venas,

cierras los ojos,

no te mueves, de miedo

a estar ya cara al cielo,

delgadas tablas entre

la tierra y tú.

Te resignaste ya

a la enorme sospecha:

se acabó.

¡Qué sumisión a esa

muerte

que tú crees aquí!

Pero que está tan lejos,

tan lejos, yo lo veo.

Sueño, sí, no la muerte.

La señal más segura

es que no estarás sola

como los muertos cuando

abras los ojos. (Sola

ya detrás del gran mundo.)

No.

Al abrirlos verás

que estaba yo a tu lado,

esperando, y por eso,

por estar yo esperando,

nada más que por eso

—no por el sol y el año,

y lo azul y las huellas—,

no será muerte, no.

Sueño, sí, con su aurora.