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LA TARDE LIBRE

La semana de abril

de pronto se sintió

una ausencia en el pecho:

jueves, su corazón.

Sí, robamos el jueves.

Ella y yo, silenciosos,

de la mano, los dos.

Lo robamos con todo.

Con los circos redondos,

y sus volatineras

tiernas, conceptuosas

doncellas de los saltos.

Con las cajas de lápices,

rojos, azules, verdes,

y blancos, blancos, blancos,

blancos, para escribir

en las diez de la noche

de los cielos más negros

cartas a las auroras.

Con las tiendas sin nadie:

se vendían paisajes,

héroes, teorías,

arpas. Y todo a cambio

de arena de la playa.

De arena tan hermosa

que al mirarla

no se compraba nada

por no dejarla allí

color de carne intacta,

entre plata, entre cobre.

Con todo, sí, con todo.

Con escuelas de adioses

a las sombras y al beso.

Al salir se creían

los cuerpos y los labios

que nunca estaban solos.

Sí, con todo y sin fin.

Delicia de ser cómplices,

en delicias, los dos.

Y en el borde del miércoles

ver quedarse parados

almanaques atónitos

—no podían seguir—

mientras tú y yo secretos,

ya más allá del cielo,

del tiempo de los números,

vivíamos el jueves.