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RESPUESTA A LA LUZ

Sí, sí, dijo el niño, sí.

Y nadie le preguntaba.

¿Qué le ofrecías, la noche,

tú, silencio; qué le dabas

para que él dijera a voces

tanto sí, que sí, que sí?

Nadie le ofrecía nada.

Un gran mundo sin preguntas,

vacías las negras manos

—ámbitos de madrugada—,

alrededor enmudece.

Los síes —¡qué golpetazos

de querer en el silencio!—,

las últimas negativas

a la noche le quebraban.

Sí, sí a todo, a todo sí,

a la nada sí, por nada.

Allá por los horizontes

sin que nadie —él solo: nadie—

la escuchara, sigilosa

de albor, rosa y brisa tierna,

iba la pregunta muda,

naciendo ya, la mañana.