EXTRAÑOS
¡Cuánto decir nos rodea.
lo oigamos o no lo oigamos!
Voces y voces y voces,
gritos, susurros, clamores,
navegantes del espacio.
¡Todos extraños!
Van y vienen por los aires
lenguajes entrecruzados.
Habla tiene el mar de espuma,
de pío saben los pájaros,
los números son idioma
que fracasa antes del canto.
¡Todos extraños!
Son que el ruiseñor deslíe
para el arroyo es arcano.
El sollozo de los sauces
y los dramas de la radio
no se entienden, aunque salen
juntos al mismo escenario
de gran gala de las noches.
¡Todos extraños!
Creen que el silencio quiebran
surtidores delicados,
cuando no había silencio:
el gran pecho de la tierra,
de lluvia recién mojado,
llama con su húmeda voz,
desde un mundo muy remoto,
a otro mundo muy lejano.
Flores acaban en rimas
versos que empezaron tallos.
Hasta en el jardín más quedo
todo va diciendo algo.
El motor del avión
celestes caballerías
acomete por los altos
riscos azules del aire.
Dos mil metros más abajo
en lengua de igual metal,
máquinas terreras, tantos
motores que nunca vuelan,
en las fábricas oscuras
sueños recitan, mecánicos.
¡Todos extraños!
En la chimenea el leño
con llamas se está quejando
de un viejo dolor de selva.
El otro fuego parado,
rojos, púrpuras, carmines
—«Bosque en otoño»—, en un cuadro
de pared frontera, oye
sin saberlo
crepitar su mismo árbol.
¡Todos extraños!
Sola se cree la voz
del agua que destilando
va en la gruta, gota a gota,
monólogo soterrado.
Mientras que incesante coro
mil voces de agua la hacen
en los mares océanos.
¡Todos extraños!
Babel, callada Babel,
todos hablando.
¿Por qué, Babel, se oye sólo
un hablar de solitario?