PARADA
¡Qué trémulo es el estar
de recién llovida gota
en la hoja
de este arbusto! Cuando iba
fatal, de la nube al suelo,
la delgada hojilla verde
corta su paso
y la para. ¡Qué milagro!
¿La va a salvar de la tierra,
que está tan cerca, a tres palmos,
ávida esperando?
¿O será sólo descanso,
desesperada estación
colgante, allí en el camino
desde su arriba a su abajo?
¿La hojilla, verde antesala
sólo, breve, deliciosa,
de su tránsito?
Esta vida, columpiándose,
no es vida, dulce es retraso
de un morir que no perdona.
Un destino se estremece
en la punta de este ramo,
cuando el pesar de la gota
hace inclinarse a la hoja,
ya casi rendida. Pero
si hay algo letal que oprime
algo verde hay que resiste;
si algo hay que hacia un suelo llama,
algo hay trémulo, que salva.
Y la hoja
se doblega, va cediendo,
con su gran menuda carga,
de tanto y tanto cristal
celeste; mas no lo rinde,
otra vez se yergue y alza,
su luz diamante, en volandas.
Morir, vivir, equilibrio
estremecido: igual pesan
en esta verde balanza.
Puro silencio, el jardín
se hace escenario del drama.
La pausa entre vida y muerte
fascinada tiene, toda
sin aliento, a la mañana.
De miedo, nada se mueve.
La inminencia de un peligro
—muerte de una gota clara—
crea en torno ondas de calma.
¡Y ahora…!
Si no sopla un aire súbito,
si un pájaro violento
que no sabe lo que ocurre
no se cala en el arbusto,
si un inocente que juega
al escondite no viene
a sacudir esta rama.
Si el sol, la luna, los astros,
los vientos, el mundo entero
se están quietos.
Si no pasa nada, nada,
y un presente se hace eterno,
vivirá la gota clara
muchas horas, horas largas,
ya sin horas, tiempos, siglos
así, como está,
entre la nube y el limo
salvada.