CLXXIV

OTRAS CANCIONES A GUIOMAR

(A LA MANERA DE ABEL MARTÍN Y DE JUAN DE MAIRENA)

I

¡Sólo tu figura,

como una centella blanca,

en mi noche oscura!

¡Y en la tersa arena,

cerca de la mar,

tu carne rosa y morena,

súbitamente, Guiomar!

En el gris del muro,

cárcel y aposento,

y en un paisaje futuro

con sólo tu voz y el viento;

* * *

en el nácar frío

de tu zarcillo en mi boca,

Guiomar, y en el calofrío

de una amanecida loca;

* * *

asomada al malecón

que bate la mar de un sueño,

y bajo el arco del ceño

de mi vigilia, a traición,

¡siempre tú!

Guiomar, Guiomar,

mírame en ti castigado:

reo de haberte creado,

ya no te puedo olvidar.

II

Todo amor es fantasía;

él inventa el año, el día,

la hora y su melodía;

inventa el amante y, más,

la amada. No prueba nada,

contra el amor, que la amada

no haya existido jamás.

III

Escribiré en tu abanico:

te quiero para olvidarte,

para quererte te olvido.

IV

Te abanicarás

con un madrigal que diga:

en amor el olvido pone la sal.

V

Te pintaré solitaria

en la urna imaginaria

de un daguerrotipo viejo,

o en el fondo de un espejo,

viva y quieta,

olvidando a tu poeta.

VI

Y te enviaré mi canción:

«Se canta lo que se pierde»,

con un papagayo verde

que la diga en tu balcón.

VII

Que apenas si de amor el ascua humea

sabe el poeta que la voz engola

y, barato cantor, se pavonea

con su pesar o enluta su viola;

y que si amor da su destello, sola

la pura estrofa suena,

fuente de monte, anónima y serena.

Bajo el azul olvido, nada canta,

ni tu nombre ni el mío, el agua santa.

Sombra no tiene de su turbia escoria

limpio metal; el verso del poeta

lleva ansia de amor que lo engendrara

como lleva el diamante sin memoria

—frío diamante— el fuego del planeta

trocado en luz, en una joya clara…

VIII

Abre el rosal de la carroña horrible

su olvido en flor, y extraña mariposa,

jade y carmín, de vuelo imprevisible,

salir se ve del fondo de una fosa.

Con el terror de víbora encelada,

junto al lagarto frío,

con el absorto sapo en la azulada

libélula que vuela sobre el río,

con los montes de plomo y de ceniza,

sobre los rubios agros

que el sol de mayo hechiza,

se ha abierto un abanico de milagros

—el ángel del poema lo ha querido—

en la mano creadora del olvido…

* * *