CLXXIII

(CANCIONES A GUIOMAR)

I

No sabía

si era un limón amarillo

lo que tu mano tenía,

o el hilo de un claro día,

Guiomar, en dorado ovillo.

Tu boca me sonreía.

Yo pregunté: ¿Qué me ofreces?

¿Tiempo en fruto, que tu mano

eligió entre madureces

de tu huerta?

¿Tiempo vano

de una bella tarde yerta?

¿Dorada ausencia encantada?

¿Copia en el agua dormida?

¿De monte en monte encendida,

la alborada

verdadera?

¿Rompe en sus turbios espejos

amor la devanadera

de crepúsculos viejos?

II

En un jardín te he soñado,

alto, Guiomar, sobre el río,

jardín de un tiempo cerrado

con verjas de hierro frío.

Un ave insólita canta

en el almez, dulcemente,

junto al agua viva y santa,

toda sed y toda fuente.

En ese jardín, Guiomar,

el mutuo jardín que inventan

dos corazones al par,

se funden y complementan

nuestras horas. Los racimos

de un sueño —juntos estamos—

en limpia copa exprimimos,

y el doble cuento olvidamos.

(Uno: Mujer y varón,

aunque gacela y león,

llegan juntos a beber.

El otro: No puede ser

amor de tanta fortuna:

dos soledades en una,

ni aun de varón y mujer).

* * *

Por ti la mar ensaya olas y espumas,

y el iris, sobre el monte, otros colores,

y el faisán de la aurora canto y plumas,

y el búho de Minerva ojos mayores.

Por ti, ¡oh Guiomar!…

III

Tu poeta

piensa en ti. La lejanía

es de limón y violeta,

verde el campo todavía.

Conmigo vienes, Guiomar;

nos sorbe la serranía.

De encinar en encinar

se va fatigando el día.

El tren devora y devora

día y riel. La retama

pasa en sombra; se desdora

el oro de Guadarrama.

Porque una diosa y su amante

huyen juntos, jadeante,

los sigue la luna llena.

El tren se esconde y resuena

dentro de un monte gigante.

Campos yermos, cielo alto.

Tras los montes de granito

y otros montes de basalto,

ya es la mar y el infinito.

Juntos vamos; libres somos.

Aunque el Dios, como en el cuento

fiero rey, cabalgue a lomos

del mejor corcel del viento,

aunque nos jure, violento,

su venganza,

aunque ensille el pensamiento,

libre amor, nadie lo alcanza.

* * *

Hoy te escribo en mi celda de viajero,

a la hora de una cita imaginaria.

Rompe el iris al aire el aguacero,

y al monte su tristeza planetaria.

Sol y campanas en la vieja torre.

¡Oh tarde viva y quieta

Que opuso al panta rhei su nada corre,

tarde niña que amaba tu poeta!

¡Y día adolescente

—ojos claros y músculos morenos—,

cuando pensaste a Amor, junto a la fuente,

besar tus labios y apresar tus senos!

Todo a esta luz de abril se transparenta;

todo en el hoy de ayer, el Todavía

que en sus maduras horas

el tiempo canta y cuenta,

se funde en una sola melodía,

que es un coro de tardes y de auroras.

A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.