CLXIX

ULTIMAS LAMENTACIONES DE ABEL MARTÍN

(CANCIONERO APÓCRIFO)

Hoy, con la primavera,

soñé que un fino cuerpo me seguía

cual dócil sombra. Era

mi cuerpo juvenil, el que subía

de tres en tres peldaños la escalera.

—Hola, galgo de ayer. (Su luz de acuario

trocaba el hondo espejo

por agria luz sobre un rincón de osario.)

— ¿Tú, conmigo, rapaz?

Contigo, viejo.

Soñé la galería

al huerto de ciprés y limonero;

tibias palomas en la piedra fría,

en el cielo de añil rojo pandero,

y en la mágica angustia de la infancia

la vigilia del ángel más austero.

La ausencia y la distancia

volví a soñar con túnicas de aurora;

firme en el arco tenso la saeta

del mañana, la vista aterradora

de la llama prendida en la espoleta

de su granada.

¡Oh Tiempo, oh Todavía

preñado de inminencias!,

tú me acompañas en la senda fría,

tejedor de esperanzas e impaciencias.

* * *

¡El tiempo y sus banderas desplegadas!

(¿Yo, capitán? Mas yo no voy contigo.)

¡Hacia lejanas torres soleadas

el perdurable asalto por castigo!

Hoy, como un día, en la ancha mar violeta

hunde el sueño su pétrea escalinata,

y hace camino la infantil goleta,

y le salta el delfín de bronce y plata.

La hazaña y la aventura

cercando un corazón entelerido…

Montes de piedra dura

—eco y eco— mi voz han repetido.

¡Oh, descansar en el azul del día

como descansa el águila en el viento,

pobre la sierra fría,

segura de sus alas y su aliento!

La augusta confianza

a ti, Naturaleza, y paz te pido,

mi tregua de temor y de esperanza,

un grano de alegría, un mar de olvido…