CLXII

(PARERGON)

Al gigante ibérico Miguel de

Unamuno, por quien la España

actual alcanza proceridad en el

mundo.

LOS OJOS

I

Cuando murió su amada

pensó en hacerse viejo

en la mansión cerrada,

solo, con su memoria y el espejo

donde ella se miraba un claro día.

Como el oro en el arca del avaro,

pensó que guardaría

todo un ayer en el espejo claro.

Ya el tiempo para él no correría.

II

Mas, pasado el primer aniversario,

¿cómo eran —preguntó—, pardos o negros,

sus ojos? ¿Glaucos?… ¿Grises?

¿Cómo eran, ¡Santo Dios!, que no recuerdo?…

III

Salió a la calle un día

de primavera, y paseó en silencio

su doble luto, el corazón cerrado…

De una ventana en el sombrío hueco

vio unos ojos brillar. Bajó los suyos

y siguió su camino… ¡Como esos!