XXVII

La tarde todavía

dará incienso de oro a tu plegaria,

y quizás el cenit de un nuevo día

amenguará tu sombra solitaria.

Mas no es tu fiesta el ultramar lejano,

sino la ermita junto al manso río;

no tu sandalia el soñoliento llano

pisará, ni la arena del hastío.

Muy cerca está, romero,

la tierra verde y santa y florecida

de tus sueños; muy cerca, peregrino

que desdeñas la sombra del sendero

y el agua del mesón en tu camino.