XXI

Daba el reloj las doce… y eran doce

golpes de azada en tierra…

…¡Mi hora! —grité—… El silencio

me respondió: —No temas;

tú no verás caer la última gota

que en la clepsidra tiembla.

Dormirás muchas horas todavía

sobre la orilla vieja,

y encontrarás una mañana pura

amarrada tu barca a otra ribera.