—Tengo que mostraros algo de gran interés —dijo Kerrick. Los dos yilanè expresaron un preocupado deseo de nueva información, curiosidad y gratitud, todo sin el menor sonido, mientras masticaban la carne cruda que Kerrick les había llevado—. Pero para verlo tendréis que abandonar el hanale.
—Seguridad y calor aquí, fría muerte allí —dijo Imehei, estremeciéndose delicadamente al mismo tiempo.
Contempló la hoja vacía y expresó un pequeño deseo de más comida, que Kerrick ignoró. A los dos machos les gustaba comer en demasía, y tenían tendencia a engordar.
—No hay nada que temer fuera, puedo asegurároslo. Seguidme y permaneced cerca de mí.
Le siguieron tan cerca como pudieron, casi pisándole los talones, mientras miraban a su alrededor con ojos aterrorizados. Comunicaban miedo e infelicidad a cada nueva zona quemada que veían, se apartaban con un estremecimiento de miedo aún mayor que el de los cazadores con los que se cruzaban, y mostraban una profunda y desamparada soledad ante la visión de la ciudad vacía. Sólo cuando estuvieron en el interior del lugar de los modelos empezaron a sentirse más seguros.
El modelo de la ciudad de Alpèasak —Kerrick siempre pensaba en ella por este nombre, aunque en voz alta la llamaba Deifoben, como los otros— era sólo una descripción física. Todos los huertos y campos estaban claramente señalados, pero no se daba indicación alguna de lo que contenían. Muchos de ellos los conocía Kerrick de sus días en la ciudad casi todos los más cercanos. Mientras los sasku los exploraban y se maravillaban ante lo que contenían Kerrick deseaba ver las partes de la ciudad que habían sido desarrolladas desde su partida. Ahora señaló una serie de canales y pantanos.
—Vamos a ir aquí. No es muy lejos, y el ejercicio os hará bien.
Ambos machos perdieron su miedo mientras se dirigían allí, gozando de su desacostumbrada libertad, contemplando partes de la ciudad que nunca habían sabido que existieran. Campos de animales que pastaban y pantanos y trozos vallados de jungla con más animales aún, tanto nativos como importados. Era primera hora de la tarde cuando llegaron a un pantano delimitado por un dique que despertó la curiosidad de Kerrick. Un sendero muy hollado avanzaba por su base, luego ascendía en una rampa hasta la allanada parte superior. Desde allí pudieron ver abajo el pantano lleno de cañas, y más allá de las cañas el pequeño lago en el otro extremo. Pequeños animales de algún tipo agitaban las cañas, pero no podían ver que eran.
—Vacío de interés, aburrimiento de observar —suspiró Imehei.
—Placer de camaradería, calor del sol —dijo Nadaske, siempre el más jovial de la pareja. Kerrick ignoró sus comunicaciones porque parecían estar haciéndolas constantemente, al contrario de las hembras yilanè, que hablaban solamente cuando había algo importante que deseaban decir. Sin embargo, Imehei tenía razón; había poco de interés allí. Se volvía para marcharse cuando Nadaske llamó su atención y señaló hacia las cañas.
—Movimiento de interés; alguna criatura ahí.
Observaron mientras uno de los pequeños reptiles asomaba cautelosamente por el borde del pantano. Era sinuoso y serpentino, y alzó la vista hacia ellos con unos diminutos ojos. Luego hubo otro, y otro más aún. Debían de haber sido atraídos por las formas silueteadas contra el cielo. Entonces Kerrick miró más atentamente, y vio los blancos huesos al borde del pantano. Quizá los reptiles eran alimentados en aquel lugar. Seguía sin poder identificarlos. Soltó una piedra del suelo con el tacón y la arrojó al lodo, al borde del agua. Hubo un rebullir de movimiento cuando los animales más próximos se acercaron a examinarla, luego se retiraron de nuevo al refugio de las cañas. Tenían sinuosos cuerpos verdes, serpentinos excepto por sus pequeñas patas, con pequeñas cabezas romas. Estaba seguro de no haberlos visto nunca antes…, y, sin embargo, le resultaban extrañamente familiares.
—¿Los reconocéis? —preguntó.
—Son sinuosos, se arrastran.
—No son buenos para comer.
Los machos no eran de mucha ayuda. Kerrick estaba a punto de irse, pero se volvió para echar una última mirada. Entonces supo…, supo sin la menor duda qué eran.
—Volvamos —ordenó, abriendo la marcha rampa abajo.
Tras devolver a los machos al hanale, Kerrick fue en busca de los otros cazadores. Sanone estaba allí, y Kerrick se dirigió hacia él, cortando el saludo formal del mandukto.
—Debemos conseguir carne inmediatamente no podemos tener más muertes. Y al menos llevan varios días sin alimentarse.
—Te ayudaré, Kerrick, si me dices de qué estás hablando.
—Perdona, en mi apresuramiento me he olvidado de explicártelo. He encontrado un corral, un trozo de pantano, con pequeños murgu en él. Debemos alimentarlos y observarlos más atentamente, pero creo que sé lo que son. La forma y el tamaño son los correctos. Hesotsan inmaduros. Palos de muerte.
Sanone agitó incrédulo la cabeza.
—Como mucho de lo que veo aquí en Deifoben, lo que dices escapa a mi comprensión.
—Esto podrás entenderlo. Los murgu no hacen cosas, de la manera en que nosotros hacemos arcos… o tejemos telas. Crían animales para sus necesidades. Los palos de muerte son cosas vivas, como debes saber puesto que tú mismo les has dado de comer. Pero cuando son jóvenes, son como acabo de verlos hoy, pequeños animales en un pantano. Cuando crecen cambian a los palos de muerte que utilizamos.
Entonces Sanone comprendió, y se golpeó los puños con alegría.
—Eres más sabio que tus años, Kerrick, serás nuestra salvación. Esos animales de los que hablas serán alimentados, crecerán, y tendremos todas las armas que necesitemos para vivir en este mundo lleno de murgu. Ahora les llevaremos comida y los examinaremos más detenidamente.
Resultó obvio, cuando los reptiles se deslizaron fuera del lodo para devorar los trozos de carne que les arrojaron, que eran hesotsan inmaduros. Ahora Kerrick tenía la seguridad de que esta ciudad que había subvenido a todas las necesidades de sus enemigos subvendría ahora a las suyas. Sanone estuvo de acuerdo con él en esto, y con cada nuevo descubrimiento que hicieron después de este vio el futuro inscribirse de un modo cada vez más claro.
Los cazadores habían hallado refugio de la lluvia en una de las estructuras que no habían ardido. Tras algunos días, las lluvias cesaron, aunque las noches siguieron siendo frías. Sanone pasaba mucha parte de su tiempo sumido en profundas meditaciones, y acudía a menudo a examinar el modelo de la ciudad, así como el más grande que mostraba el terreno que se extendía desde el océano hacia el oeste. Finalmente llegó a algunas conclusiones, tras lo cual conferenció largamente con los demás manduktos. Cuando todos estuvieron de acuerdo, fueron en busca de Kerrick.
—Hemos llegado a una decisión —dijo Sanone—. Hemos trabajado duro para comprender el sendero de Kadair, y al fin todo resulta claro. Comprendemos ahora que cuando Kadair tomó la forma del mastodonte y modeló el mundo, cuando pateó fuertemente contra el suelo y marcó muy profunda su huella en la sólida roca, dejó un sendero para que pudiéramos seguirlo los que tuviéramos sabiduría. Nosotros somos sus hijos y estamos aprendiendo a seguirlo. Él te condujo hasta nosotros, y tú trajiste el mastodonte para recordarnos de dónde venimos…, y adónde estamos destinados a ir. Karognis envió a los murgu a destruirnos, pero Kadair envió luego al mastodonte para que nos guiara por sobre las montañas de hielo hasta este lugar y desencadenáramos su venganza sobre ellos. Y ellos resultaron destruidos mientras este lugar ardía. Pero sólo el mal ha ardido, y lo que queda ha sido dejado por su designio para que nosotros lo usemos.
Ahora sé que nuestro valle era sólo una parada a lo largo del sendero mientras aguardábamos a que Kadair pisara ese sendero para nosotros. El futuro está aquí. Nos reuniremos esta noche, y beberemos porro, y Kadair vendrá a nosotros. Luego, al amanecer, los primeros cazadores hallarán el sendero que conduce desde aquí, desde Deifoben, a lo largo del oceano hacia el oeste, el sendero que lleva al sur de las montañas de hielo, el sendero que siguieron los murgu cuando nos atacaron. Cuando este sendero sea conocido, nuestra gente vendrá aquí, y este será nuestro hogar.
Aquella noche Kerrick bebió el porro fermentado con los demás, e inmediatamente se sintió de nuevo invadido por extrañas fuerzas, y supo que los manduktos que habían hecho aquello eran realmente fuertes y que estaban haciendo lo correcto. Deseó decírselo, y al final lo hizo de pie y tambaleándose, su voz convertida en un ronco grito.
—Esta ciudad crecerá de nuevo y vosotros estaréis aquí y yo estaré aquí. Yo seré tanu y yilanè, y esta ciudad será lo mismo.
Los manduktos aprobaron aquello, y la manera en que Kerrick se movía y hablaba, aunque por supuesto no comprendieron nada, puesto que había hablado en yilanè. Pero el extraño lenguaje hacía que sus palabras fueran aún más impresionantes.
A la mañana siguiente Kerrick durmió hasta tarde, y su cabeza le palpitaba cada vez que se movía. Así que mantuvo los ojos cerrados… y por primera vez desde que los cazadores se habían marchado sin él hacia el norte pensó en Armun. Tenía que llevarla hasta allí para que se uniera a él. Pero el año ya estaba en su final y si partía ahora tendría que viajar durante la peor parte del invierno antes de alcanzar el campamento. No deseaba verse atrapado por la nieve, era mejor aquí en el calor.
Como tampoco podía Armun viajar en medio del frío. Y el bebé, había olvidado a su hijo, debía permanecer en la seguridad de la tienda hasta que terminara el invierno.
Cuando los días empezaran a alargarse de nuevo podría hacer planes. En esos momentos lo que necesitaba era un poco de agua fría para despejar su cabeza.
Armun había planeado su escapatoria con el mayor detalle. Sabía que Herilak enviaría cazadores rápidos tras ella, y sabía también que no había manera alguna en que ella pudiera mantenerse por delante de ellos o escapar de ellos. En consecuencia, tendría que ser más lista que ellos, escapar de una manera en la que ellos nunca pudieran pensar. Nadie prestaba atención a sus idas y venidas, de modo que pudo transportar todo lo que necesitaba fuera del campamento, un poco cada vez, con la ayuda de Harl. Cuando hubo hecho esto y todos sus planes estuvieron completos, fue hora de marcharse. Cerró fuertemente el faldón desde dentro al anochecer, apagó el fuego, y todos se retiraron temprano en el interior de la vacía tienda.
La estrella de la mañana estaba justo encima del horizonte cuando se levantó, cogió al aún dormido niño le dio a Harl las pieles que debía llevar, y salió la primera a la noche. Avanzaron silenciosamente a la luz de las estrellas por entre las negras tiendas de los sammads dormidos, manteniéndose en los muy pisoteados caminos apartados de las formas oscuras de los mastodontes, hasta las rocosas colinas que se extendían más allá al norte.
Todo lo que necesitaban había sido ocultado allí, en una profunda hendidura debajo de una sobresaliente cornisa de piedra.
Y allí permanecieron durante tres días y tres noches.
Tenían carne seca y ekkotaz, vejigas selladas de carne murgu, así como toda el agua que necesitaban del arroyo cercano. Durante el día, bien ocultos de la vista, Armun cortó largos palos hasta darles la forma adecuada e hizo con ellos una rastra sobre la que colocó todas sus provisiones. Al cuarto día, se levantaron de nuevo antes del amanecer. Arnhweet gorjeó alegremente cuando fue asegurado a la sillita de la rastra. Harl tomó su arco y sus flechas; Armun alzó las varas de la rastra, y emprendieron la larga marcha. Se abrieron camino hacia el sur a través del bosque, dando un amplio rodeo en torno del campamento, y a media tarde habían cruzado el sendero hecho por los sammads cuando se habían dirigido al norte hacia el campamento. Nueva hierba crecía en las marcas, pero no podía ocultar las profundas señales dejadas por las rastras y las pisadas de los mastodontes.
Harl exploró en busca de ciervos mientras Armun se inclinaba sobre las varas, y se encaminaron hacia el este.
Acunado por el bamboleante movimiento, el niño no tardó en quedarse dormido.
Acamparon al oscurecer, comieron comida fría porque ella no se atrevió a correr el riesgo de encender un fuego, y se durmieron envueltos en sus pieles.
No fue fácil, pero ella nunca había pensado que lo fuera. Si el sendero no hubiera tomado la ruta más llana nunca lo hubieran conseguido. Algunos días, cuando el camino ascendía por una colina, no importaba lo duramente que trabajara entre las varas, sólo podía conseguir avanzar una pequeña porción de la distancia que el sammad hubiera conseguido en un día. No permitió que eso la preocupara, ni dejó que la fatiga se interpusiera entre ella y lo que debía hacer. Cada anochecer Harl reunía madera, y encendían un fuego, y comían comida cocinada y caliente. Ella jugaba con su hijo y le contaba historias, que Harl escuchaba con mucha atención. Los dos niños no temían la oscuridad que empezaba justo más allá de la luz del fuego y que se extendía hasta la eternidad, y ella tampoco se permitía miedo alguno. El fuego ardía toda la noche, y ella dormía con su lanza en la mano.
Hubo muchos días de sol…, luego empezaron las fuertes lluvias estivales. Esto duró durante largo tiempo, hasta que el lodoso sendero se volvió intransitable para la rastra. Finalmente Armun construyó un refugio de hojosas ramas y se arrastraron a su interior. Necesitaba el descanso, pero desesperaba ante el tiempo perdido. El verano era demasiado corto. Harl salía a cazar cada día… y una tarde regresó con un conejo. Lo despellejó y lo asó y la carne fresca fue una auténtica delicia. La lluvia cesó finalmente y el suelo se secó lo suficiente como para emprender de nuevo la marcha. Pero la noche siguiente justo antes del amanecer hubo una helada que dejó las hojas de hierba llenas de escarcha. El invierno se acercaba de nuevo. Esto hizo que Armun se diera cuenta amargamente de que nunca conseguiría recorrer el largo trecho hacia el sur a lo largo de la orilla antes de que volviera el invierno. Cuando fue a preparar la rastra vio que había sido golpeada por otra desgracia. El palo de muerte estaba muerto, con la pequeña boca muy abierta, la helada lo había matado. Era una criatura del sur, y no podía vivir en el frío. Era un mal presagio del futuro.
Aquella noche, mucho tiempo después de que los dos niños estuvieran dormidos, seguía despierta entre sus pieles, contemplando las parpadeantes luces de las estrellas.
La luna se había puesto y las estrellas se extendían sobre su cabeza formando una inmensa bóveda con el Río de los Tharms cruzándola de horizonte a horizonte. Cada estrella era el tharm de un cazador muerto, retenido ahí arriba en un destello de fría luz. Sin embargo, ninguno de ellos podía ayudarla en ese momento. ¿Había sido una loca estúpida al emprender aquel inútil viaje, arriesgando no sólo su propia vida sino también la vida de los dos niños? Quizá, pero ya era demasiado tarde para hacerse reproches. Ya estaba hecho. Se hallaban allí. Ahora tenía que decidir qué hacer a continuación. ¿Tenía alguna elección? Ortnar le había dicho que podía aguardar a Kerrick en la orilla, pero había hablado estúpidamente, sólo para darse a sí mismo una excusa para no ir con ella. No disponía de suficientes reservas para pasar el invierno en la orilla, ni tienda, nada que le sirviera para mantener a raya el invierno. Así que había la elección de acampar y helarse…, o seguir hacia el sur y helarse. Parecía haber pocas posibilidades ahora de que pudiera avanzar hacia el sur a mayor velocidad que el invierno. Por primera vez desde que había abandonado el campamento notó lágrimas en sus ojos, y se puso furiosa consigo misma por su debilidad, las secó bruscamente, se dio la vuelta y se durmió, porque iba a necesitar todas sus fuerzas para la caminata del día siguiente.
La noche siguiente llegó la primera nevada, y ella sacudió la nieve de sus pieles por la mañana, las guardó y se apresuró todo lo posible. Aquella noche, mientras comían, descubrió a Harl mirándola desde el otro lado del fuego.
—Come —le dijo—. La carne de los murgu me gusta tan poco como a ti, pero nos mantiene fuertes.
—No es la carne —dijo el muchacho—, sino la nieve. ¿Cuándo llegaremos al lugar del que nos hablaste, allá donde nos aguarda Kerrick?
—Me gustaría saberlo… —Adelantó una mano y revolvió el fino pelo rubio del muchacho, observando las tensas líneas alrededor de sus ojos. Tenía once años, era un muchacho fuerte, pero llevaban caminando desde hacía demasiado tiempo—. Ahora duerme, tenemos que estar frescos para seguir por la mañana.
No hubo nieve aquella noche, pero la última nevada seguía aún sin fundirse en el suelo. El día era claro aunque el sol proporcionaba poco calor. El sendero seguía ahora a lo largo del valle del río, y ella estuvo segura de reconocer aquel lugar. Los sammads habían acampado allí antes, no lejos del océano. Armun incluso creyó poder oler la sal en el aire…, siguió avanzando enérgicamente, luchando contra el viento de cara.
Sí, allí estaba, blancos rompientes contra la arena, la orilla justo al otro lado del risco. Mantuvo la cabeza baja, tirando de las varas con firme resistencia, siguiendo el sendero. Se detuvo solamente cuando oyó el grito de advertencia de Harl.
Había una choza de turba allá delante, construida contra la base del risco y protegida por él, con un cazador envuelto en pieles de pie ante ella. Inmóvil, al parecer tan sorprendido por su llegada como ella. Armun fue a alzar su voz para llamarle…, y las palabras se estrangularon en su garganta.
No era tanu, las ropas que llevaba no eran las correctas. Y su rostro…
Estaba cubierto de vello. No sólo una barba en la parte inferior de su cara…, sino que el vello, suave y castaño, cubría todo su rostro.
uposmelikfarigi ikemèspeyilanè. uposmelikyilanè ikemespeneyil. eleiensi topaa abalesso.
Apotegma yilanè.
Una fargi se tiende para dormir y una mañana despierta una yilanè. Desde el hueco del tiempo una yilanè que duerme despierta siempre una yilanè.