—Enviaste a llamarme —dijo Enge—. El mensaje decía gran urgencia.
—Cualquier orden mía es urgente, aunque tus torpes criaturas no consiguen comprenderlo. Si no explicito urgencia, entonces la mensajera empezará a discutir la rectitud de actuar como mi fargi y otras irrelevancias.
—Hay verdad en esto, puesto que, como dijo Ugunenapsa…
—¡Silencio! —Ambalasi rugió la orden, y su cresta se estremeció irritada. Su ayudanta, Setessei, huyó presa del pánico, e incluso Enge inclinó la cabeza ante la tormenta de la ira de la vieja científica. Hizo signo de disculpa y obediencia, luego aguardó en silencio—. Una ligera mejora. De ti al menos espero alguna atención, una cierta cantidad de cortesía. Ahora mira aquí, observa esta espléndida visión.
Ambalasi señaló a la sorogetso que descansaba en la sombra…, una espléndida visión sólo para Ambalasi, puesto que temblaba de miedo y se había acurrucado sobre sí misma hasta formar una bola, los ojos cerrados, aguardando la muerte.
—No a ti, estúpida criatura; mi irritación es con otras —dijo Ambalasi, luego controló su temperamento con un gran esfuerzo y habló a la manera sorogetso—: Atención, pequeña. Amistad y ayuda. —Acarició la verde cresta de Ichikchee hasta que esta abrió temerosamente los ojos.
Muy bien. Mira, aquí está Enge, que ha venido a admirar lo bien que te encuentras. Tranquila, no habrá acompañamiento de dolor.
Ambalasi retiró con cuidado el nefmakel que cubría y protegía el muñón de la pierna de Ichikchee. La sorogetso se estremeció pero no protestó.
—Mira —ordenó Ambalasi—. Observa con admiración.
Enge se inclinó para estudiar la arrugada carne del muñón, allá donde los pliegues de piel se habían doblado sobre el expuesto hueso. En el centro había una excrecencia amarillenta de algún tipo. Nada significaba para ella.
Pero no se atrevió a decirlo así y atraer nuevo sobre ella la fácil ira de Ambalasi.
—Está sanando bien —dijo finalmente—. Ambalasi es una dominadora de la ciencia de la curación. La amputación no sólo sana, sino que ahí, en el centro está emergiendo algo. ¿Puede ser este el objeto de admiración?
—Por supuesto que lo es…, pero en tu ignorancia no puedo esperar que aprecies su significado. Ahí está creciendo un nuevo pie, un pie moteado de amarillo en una sorogetso verde que es una cabeza más baja que nosotras ¿Algo de la maravillosa importancia de esto penetra en el sólido hueso de tu cráneo hasta el submicroscópico cerebro que duerme dentro?
Enge engulló el insulto, siempre el mejor camino cuando era necesaria la comunicación con Ambalasi.
—Importancia no comprendida. Ignorancia admitida.
—Mucha atención exigida. Teorías anteriores desechadas. Olvida cualquier mención de placas tectónicas o deriva continental. Ese período de separación es demasiado grande. Dudé de ello al principio cuando descubrí que podíamos comunicarnos con las sorogetso, incluso en un nivel básico y primitivo. Decenas de millones de años no pueden separar nuestras especies, incluso un millón de años es demasiado tiempo. Podemos parecer superficialmente diferentes, pero genéticamente somos una sola especie. O ese pie no estaría creciendo. El misterio se hace más profundo. ¿Quiénes son las sorogetso…, y cómo llegaron aquí?
Enge no hizo el menor intento de responder, sabiendo que los desenfocados ojos de la vieja científica miraban a través de ella, más allá de ella, a maravillas de conocimiento que ella apenas podía imaginar.
—Me inquieta. Capto oscuros experimentos que no hubieran debido realizarse. He hallado pruebas de experimentos fracasados antes de esto, pero más a menudo en el mar que en tierra firme, trabajos que han ido mal, horribles criaturas que jamás hubieran debido nacer. Debes darte cuenta…, no todas las científicas son como yo.
Hay tantas mentes retorcidas como cuerpos retorcidos en este mundo.
Enge se sintió horrorizada ante el pensamiento.
—Eso no es posible.
—¿Por qué no? —Ambalasi controló lo suficiente su temperamento como para volver a colocar con cuidado el nefmakel en su sitio—. ¡Por qué no! —Se apartó de la sorogetso y bufó irritada—. Siempre habrá incompetentes. He visto experimentos de laboratorio ir tan mal que te horrorizarías si contemplaras los deformados resultados. Recuerda…, todo lo que ves a tu alrededor son los éxitos. Los pozos de digestión ocultan los fracasos. Encontramos Ambalasokei con bastante facilidad, otras pudieron llegar antes que nosotras. Registros no llevados, conocimiento no transmitido. Nosotras las yilanè tenemos el fallo de la indiferencia temporal. Sabemos que el mañana de mañana será lo mismo que el ayer de ayer…, así que resulta innecesario registrar el paso del tiempo, o los acontecimientos. Esos registros que ves son simples sombras de autoestima. Algo descubierto, algo logrado capaz de hinchar algún ego insignificante. Nunca se mantienen registros de los fracasos.
—Entonces, ¿crees que las sorogetso son el resultado de algún experimento que fracasó?
—O de uno que fue un éxito…, o de uno que nunca hubiera debido realizarse. Una cosa es manipular las cadenas de genes de los ustuzou y otras criaturas inferiores.
No se sabe que una yilanè haya manipulado nunca los genes yilanè.
—¿Ni siquiera para mejorarlos, para luchar contra las enfermedades?
—¡Silencio! Hablas demasiado, sabes demasiado poco.
Las enfermedades son eliminadas alterando otros organismos. Somos como somos, como hemos sido desde el huevo del tiempo. Esta discusión está cerrada.
—Entonces la abriré de nuevo —dijo Enge con gran firmeza—. La afirmación del ahora niega la afirmación del antes. Tú nos ayudaste a venir a este lugar porque deseabas estudiar la relación de nuestra filosofía con los cambios fisiológicos de nuestros cuerpos. ¿No es eso la naturaleza misma de un experimento con yilanè?
Ambalasi abrió la boca y agitó los miembros para hablar…, pero guardó silencio y se quedó inmóvil. Luego cerró la boca y permaneció quieta durante largo rato, rígida con sus pensamientos. Cuando finalmente habló, elaboró controladores de respeto.
—El cuchillo cuerda de tu mente nunca deja de sorprenderme, Enge. Tienes razón, por supuesto y debo dedicarle a esto mucho más pensamiento. Quizá mi instantánea repulsión a los experimentos con yilanè no fue natural, sino una repulsión aprendida hace mucho y ahora automática. Ven, comamos, porque esto requiere más pensamiento del que estoy preparada a dedicarle en este momento.
Ambalasi miró alrededor, pero su ayudanta había desaparecido. Registró desagrado ante la ausencia.
—Debería traernos comida. Sabe que prefiero comer en este período del día.
—Placer de servir, gran Ambalasi. Yo te la traeré.
—La iré a buscar yo misma. El hambre no disminuye con la espera.
Enge caminó a su lado a través de la creciente ciudad, pasaron junto a grupos de yilanè enfrascadas en concentrada charla. Enge registró placer de observación.
—Podemos buscar como nunca antes las verdades de Ugunenapsa, sin peligro de las demás.
—Hay un gran peligro procedente de mí para tus inútiles criaturas. Hay muchas cosas en esta ciudad que necesitan menos charla y más acción. ¿No se dan cuenta tus Hijas de la Descamación que sin fargi en esta ciudad son ellas quienes deben ensuciar sus manos yilanè haciendo el trabajo de las fargi?
—Hacemos el trabajo de Ugunenapsa.
—Ugunenapsa no pondrá la comida en sus bocas.
—Creo que sí lo hace —dijo Enge con un cierto orgullo—. Te trajo a ti hasta nosotras, porque fue la fuerza de sus pensamientos en nuestros cuerpos lo que despertó tu interés y te hizo conducirnos hasta aquí. Y aquí puedes ver los resultados.
Ambalasi no había visitado la zona de preparación de la comida desde que había supervisado la instalación del proceso de enzimas. Con el descubrimiento de las anguilas gigantes en el río, su aprovisionamiento de comida, aunque monótono, estaba garantizado. Tampoco había oído últimamente quejas de las Hijas acerca de lo pesado que era el trabajo de proporcionar comida para todas.
Ahora vio por qué.
Una de las Hijas, Omal, descansaba cómodamente en la sombra, mientras tres sorogetso trabajaban en las cubas de enzimas.
—Aprenden rápido —dijo Enge—, y se sienten agradecidas por la comida que les proporcionamos.
—No estoy segura de aprobarlo —dijo Ambalasi, mientras tomaba la loncha de anguila sobre una hoja fresca que la sorogetso le tendía. La sirvienta mantuvo los ojos bajos mientras se apresuraba a preparar otra para Enge.
—Falta de comprensión —hizo signo Enge, luego tomó su ración de carne.
—Disrupción de órdenes recibidas —dijo Ambalasi, dando un gran bocado de carne de anguila—. Interrupción de la observación científica. Tus Hijas no saben hacer nada bien. —Terminó la carne y arrojó irritadamente la hoja, luego señaló hacia la otra orilla del río—. Esas seudofargi deben regresar a su lugar natural. Échalas.
Tus estúpidas hermanas deben ser puestas a trabajar. Lo estáis alterando todo. ¿Habéis olvidado ya que descubrimos que las sorogetso no viven como nosotros, sino con sus machos entre ellas…, no confinados en un hanale?
Debo descubrir cómo se ha llegado a esto y registrar mis estudios. Debo observar y registrar los detalles de su existencia cotidiana. Esta es una oportunidad que puede que no se repita. Necesito estudiarlas en su entorno natural…, ¡no aquí, cortando rodajas de anguila para vuestros ansiosos estómagos! ¿No observaste el tronco flotante que protege su asentamiento? Utilizan materiales inanimados como los ustuzou, no formas de vida animadas como nosotras. Esta interferencia del orden natural debe terminar, ahora. Echa inmediatamente a las sorogetso.
—No será fácil…
—Será la simplicidad misma. Ordena a todas tus hijas de la Pereza que se reúnan aquí, hasta la última.
Hablaré con ellas. Les daré instrucciones.
Enge dudó, pensó en lo que había que hacer, luego hizo signo de afirmación. Finalmente había llegado el momento de la confrontación. Sabía que aquello tenía que llegar, porque las expectativas de Ambalasi y las necesidades vitales de las Hijas eran tan diferentes como la noche y el día. Sabía que debían su existencia a la científica, pero al mismo tiempo sabía que esto ya no tenía importancia. Estaban allí. Esa parte había sido cumplida. Los dos lados se habían tensado al máximo, el choque era inevitable.
—Atención —hizo signo a la yilanè más próxima—. De la máxima importancia, todas reunidas en el ambesed. Necesidad urgente, rapidez.
Se reunieron allí todas en silencio. Aunque no había ninguna eistaa en aquella ciudad, se había hecho crecer el ambesed porque era el centro de todas las ciudades yilanè. Las Hijas se apresuraron desde todos lados, obedeciendo a la urgencia de la orden, empujadas por los recuerdos de antiguas órdenes y persecuciones. Eran como una en su temor. Dejaron paso a Enge y Ambalasi.
Una al lado de la otra, avanzaron hasta el montículo elevado donde una eistaa, si hubiera habido alguna eistaa, habría ocupado su lugar. Enge se volvió para enfrentarse a la multitud, hizo signo de silencio, reunió sus pensamientos…, luego habló.
—Hermanas, Ambalasi, a la que admiramos y reverenciamos, que nos trajo hasta aquí, que nos proporcionó nuestra libertad y nuestras vidas, a la que respetamos por encima de todas las demás, desea dirigirse a nosotras sobre graves asuntos de importancia mutua.
Ambalasi dio una patada a la parte superior del montículo y miró a las expectantes y silenciosas yilanè, luego habló con calma y sin pasión.
—Sois criaturas de inteligencia y comprensión, eso no puedo negarlo. Todas habéis estudiado y comprendido los pensamientos de Ugunenapsa, y habéis tenido la inteligencia de aplicar esos pensamientos a vuestras vidas a fin de ser responsables de ellas. Pero, cuando hicisteis esto, rompisteis el hilo de la continuidad que une a las fargi a las yilanè a la eistaa. Habéis traído un nuevo modo de vida a este mundo, una nueva sociedad. Estáis entusiasmadas con lo que ha ocurrido, y así debe ser. En consecuencia, debéis dedicar una buena parte de vuestro tiempo a considerar los efectos de las enseñanzas de Ugunenapsa a vuestras vidas.
Un murmurado movimiento de aceptación hizo oscilar a las hermanas. Ambalasi había conseguido su total atención. Cuando vio esto atacó a fondo, su cuerpo erguido por la irritación, con mando en su voz.
—Una parte de vuestro tiempo…, ¡y no más! Habéis abandonado la eistaa y su mando que hacen que una ciudad viva y crezca. En consecuencia, a fin de vivir, de conservar las vidas que habéis salvado de la ira de una eistaa, debéis hallar una manera de ordenar esta nueva sociedad examinando más atentamente las enseñanzas de Ugunenapsa. Pero sólo parte del tiempo, como he dicho. El resto del tiempo trabajaréis para la vida y el crecimiento de esta ciudad. Puesto que ninguna de vosotras sabe cómo hacer crecer una ciudad, yo deberé decíroslo, y vosotras obedeceréis mis órdenes. La discusión no será posible…, sólo una obediencia instantánea.
Hubo varios gritos de dolorida queja ante aquello, y Enge se adelantó unos pasos, dando voz a los pensamientos de todas.
—Esto no es posible. Entonces serás nuestra eistaa, precisamente lo que hemos rechazado.
—Tienes razón. Seré la eistaa provisional. Provisional hasta que elaboréis una manera más aceptable de gobernar vuestra ciudad. Tan pronto como hayáis elaborado esto, me retiraré de mi posición, que yo no deseo, pero cuya responsabilidad acepto con reluctancia puesto que es el único modo de mantener esta ciudad viva. Digo esto no como una sugerencia, sino como un ultimátum. Rechazad mi oferta, y yo os rechazaré a vosotras. Si retiro mi habilidad vuestra ciudad morirá, si retiro mis conocimientos sobre la preparación de los alimentos moriréis de hambre, si retiro mis habilidades médicas moriréis de muertes venenosas. Me retiraré yo y el uruketo, y os abandonaré a vuestras muertes deseadas. Pero vosotras sois las que habéis rechazado la muerte y habéis aceptado la vida. Aceptadme, y tendréis la vida. Así que no podéis hacer nada excepto decir sí a mi generosa oferta.
Tras decir esto, Ambalasi se dio la vuelta bruscamente y tendió la mano hacia un fruto de agua; su garganta estaba seca tras sus palabras. Hubo un impresionado silencio, roto sólo por la llamada de atención de Far‹mientras subía al montículo.
—Ambalasi no dice más que la verdad —exclamó con gran emoción, sus grandes ojos muy abiertos y húmedos como los de una fargi—. Pero dentro de su verdad hay otra verdad. No hay duda de que fue la fuerza de los pensamientos de Ugunenapsa la que nos trajo hasta este lugar. Para hallar a las simples sorogetso aguardándonos aquí. Serán entrenadas en todos los trabajos de la ciudad, dejándonos libres para proseguir nuestros estudios de las verdades…
—¡Negativo! —dijo Ambalasi, volviendo al montículo a grandes zancadas e interrumpiendo con los movimientos y sonidos más roncos—. Eso es imposible. Las sorogetso, todas ellas, regresan hoy a su antiguo modo de vida, y no se les permitirá entrar de nuevo en esta ciudad. Sólo podéis aceptar o rechazar mi generosa oferta. Vivir o morir.
Far‹se situó delante de la vieja científica, juventud ante ancianidad, calma ante ira.
—Entonces debemos rechazarte, severa Ambalasi, y aceptar la muerte, si esta es la única manera en que podemos vivir. Nos marcharemos con las sorogetso cuando ellas lo hagan, viviremos tan simplemente como ellas lo hacen. Tienen comida, y la compartirán con nosotras.
Si alguna muere, bastará con que los pensamientos de Ugunenapsa sigan viviendo.
—Imposible. Las sorogetso no deben ser molestadas.
—Pero ¿cómo nos lo impedirás, amable amiga? ¿Matándonos a todas?
—Lo haré —dijo Ambalasi sin un instante de vacilación—. Tengo hesotsan. Mataré a todas y cada una de vosotras que se atreva a interferir con la existencia natural de las sorogetso. Ya habéis hecho bastante daño.
—Far‹, mi hermana, Ambalasi, nuestra líder —dijo Enge, situándose ante ellas—. Es mi más fuerte petición que ninguna de vosotras diga cosas que luego lamentaréis, haga promesas que serán difíciles de mantener. Escuchadme. Hay un camino. Si alguna verdad hay en las enseñanzas de Ugunenapsa, es la aplicación de esas mismas enseñanzas. Creemos en el fin de la muerte para las demás tanto como para nosotras mismas. En consecuencia, haremos lo que dice la sabia Ambalasi, obedeceremos humildemente sus instrucciones como eistaa provisional, mientras buscamos una solución más permanente a este importante problema que nos enfrenta.
—Habla por ti misma —dijo Far‹, firmemente erguida sus miembros modelados en rechazo—. Habla por aquellas que te escuchen si lo desean. Pero no puedes hablar por todas nosotras, no puedes hablar por aquellas que creemos en el efeneleiaa, el espíritu de la vida, la fuerza común detrás de toda vida, todo pensamiento. Lo que nos diferencia a las vivas de las muertas. Mientras meditamos sobre el efeneleiaa, experimentamos gran éxtasis y poderosas emociones. No puedes retirarnos esto con trabajos indignos y manos sucias. No seremos obligadas a ello.
—No seréis alimentadas —dijo Ambalasi con gran sentido práctico.
—¡Ya basta! —ordenó Enge con voz de trueno, y todas guardaron silencio, porque ninguna la había oído hablar con tan gran firmeza antes—. Discutiremos estos asuntos…, pero no los discutiremos ahora. Seguiremos las instrucciones de Ambalasi hasta que nuestros estudios de los pensamientos de Ugunenapsa nos muestren una manera de gobernarnos a nosotras mismas. —Giró para enfrentarse a Far‹, que retrocedió ante la fuerza de sus movimientos—. Te conmino al silencio ante todas nosotras. Condenas a la eistaa que ordena nuestra muerte…
Luego asumes el papel de eistaa del conocimiento que conducirá a sus seguidoras a su muerte. Mejor que tú mueras para que ellas vivan. No haré eso…, pero comprendo ahora los sentimientos de una eistaa que desea la muerte de una a fin de que todas las demás puedan vivir.
Rechazo esta emoción…, pero la comprendo.
Hubo gritos de dolor de las hermanas, gemidos de desesperación. Far‹cerró sus grandes ojos mientras un estremecimiento recorría todo su cuerpo. Luego fue a hablar, pero obedeció cuando Enge hizo signo de silencio para todas, en nombre de Ugunenapsa a quien reverenciaban. Cuando Enge habló de nuevo, fue con humildad y tristeza, desaparecida toda furia.
—Hermanas, que para mí sois más que la propia vida, porque moriría feliz si mi muerte fuera necesaria para permitir que la más baja de vosotras viviera. Nos rebajamos a nosotras mismas y a Ugunenapsa cuando permitimos que nuestras divisiones nos controlen. Sirvamos a Ugunenapsa sirviendo a Ambalasi. Abandonemos este lugar en silencio, y que cada una de nosotras medite largamente sobre todo lo que nos ha ocurrido. Luego discutiremos nuestros problemas entre nosotras y elaboraremos respuestas mutuamente satisfactorias. Ahora vamos.
Lo hicieron, en silencio porque la mayor parte de ellas tenían mucho que pensar, mucho que considerar. Cuando sólo quedaron Enge y Ambalasi, la vieja científica habló con gran cansancio.
—Eso servirá por el momento…, pero sólo por el momento. Te hallas en enormes problemas, amiga mía. Ten cuidado con Far‹, que es una alborotadora, que busca la división y conduce a las demás hacia sus puntos de vista. Es un cisma en tus, por otro lado sólidas filas.
—Lo sé…, y lo lamento. Hubo una antes que interpretaba a Ugunenapsa a su propia manera, y que murió por sí misma cuando finalmente comprendió lo equivocado de sus pensamientos. Pero muchas de las Hijas murieron también por culpa de ello. No quisiera que esto ocurriese de nuevo.
—Ya está ocurriendo. Temo por el futuro de esta ciudad.