CAPÍTULO 4

En un solo instante las palabras de Herilak barrieron todos los innombrables temores de Armun. No ha vuelto con nosotros. Está en la ciudad murgu incendiada. Me dijo que cuidara de ti en mi sammad, y eso haré. Las palabras eran lo bastante duras sin imaginarlas peores. En silencio, se apartó de los cazadores y se alejó en la nieve, de vuelta a su tienda. Pasaron rápidamente junto a ella, llamando al campamento mientras avanzaban, escuchando los gritos de respuesta de los sammads y apresurándose aún más.

Armun oyó todo aquello…, pero no era consciente de oírlo, porque sólo escuchaba la lejana voz interior de sus pensamientos. Vivo. Estaba vivo. No había regresado con los demás, pero Kerrick debía haber tenido una buena razón para ello. Se lo preguntaría a Herilak, pero más tarde, después de que la primera excitación de la vuelta a casa se hubiera calmado. Ya era suficiente saber que Kerrick los había dirigido en la batalla…, y que la batalla había sido ganada. Los murgu destruidos al fin. Ahora la interminable lucha había acabado. Y él volvería a ella y vivirían como vivían todos los demás cazadores. Sin darse cuenta, empezó a canturrear placenteramente, y Arnhweet gorjeó feliz a su espalda.

Más tarde, cuando el bebé dormía, salió y escuchó las excitadas conversaciones de las mujeres. Cómo los cazadores habían incendiado la ciudad de los murgu, matado a los murgu, hasta el último, y ahora habían regresado victoriosos. Avanzó por los pisoteados caminos de nieve hasta llegar a la tienda de Herilak. Este estaba de pie fuera, pero hizo intención de meterse dentro al verla.

Ella lo llamó, y él se volvió con cierta reluctancia.

—Quiero hablar contigo, Herilak. Quiero preguntarte sobre Kerrick.

—Se quedó atrás en el lugar de los murgu, ya te lo dije.

—No me dijiste por qué hizo esto en vez de regresar con los demás.

—No quiso hacerlo. Quizá le guste estar allí con los murgu. Quizá sea más murgu que tanu. Aún había murgu vivos, y él no quiso matarlos…, ni dejó que lo hiciéramos nosotros. Cuando ocurrió eso nos fuimos y volvimos aquí porque ya habíamos acabado con aquel lugar.

Ella captó el resentimiento, y con él regresaron rápidamente todos sus temores.

—¿Dijo cuándo iba a volver…?

—Déjame, ya he terminado de hablar —respondió Herilak, y se volvió y se metió en la tienda, e intentó cerrar el faldón a sus espaldas. Pero la irritación de Armun barrió todos sus temores.

—¡Bien, yo no he terminado! —gritó con voz tan fuerte que la gente se volvió para escuchar—. Sal, Herilak, y cuéntame todo lo que pasó. Quiero saber más.

El silencio del cazador se acumuló sobre su furia, y dio un tirón al faldón de piel de la tienda. Pero él lo había cerrado fuertemente por dentro con todos sus lazos. Sintió deseos de gritarle lo que pensaba de su manera de actuar…, pero desistió. No haría más que provocar la diversión de los espectadores. Había otros modos de descubrir la verdad de lo que había ocurrido. Giró en redondo, y los cazadores más próximos se alejaron para evitar su furia. Después de esto se alejó con paso fuerte por entre las tiendas, hacia las del sammad de Sorli para hallar a Sorli sentado junto al fuego con algunos de sus cazadores, compartiendo el humo de una pipa de piedra. Armun aguardó hasta que todos hubieron fumado y la pipa fue dejada a un lado y entonces avanzó. Sua aún estaba ahí, pero bien controlada ahora.

—He oído hablar de lo largo y duro que fue el camino, Sorli. Seguro que tú y tus cazadores debéis estar agotados y deseando descansar.

Sorli agitó una negligente mano.

—El cazador que no puede recorrer el sendero no es un cazador.

—Me complace oír eso. Entonces, el gran cazador Sorli no está demasiado cansado para hablar con Armun.

Sorli entrecerró los ojos y la miró, dándose cuenta de que, de alguna manera, había sido atrapado.

—No estoy cansado.

—Eso es bueno, porque mi tienda está distante en la nieve y hay allí algo que debo mostrarte.

Sorli miró a su alrededor en busca de ayuda, pero no encontró ninguna. La pipa estaba siendo encendida de nuevo, y ninguno de los demás cazadores miró en su dirección.

—De acuerdo, vamos a tu tienda, pero el día está terminando ya y hay cosas que deben hacerse.

—Eres muy considerado con una mujer sola. —Armun no volvió a hablar hasta que hubieron alcanzado su destino y entrado en la tienda. Ella aseguró el faldón a sus espaldas, luego se volvió y señaló al dormido niño.

—Eso es lo que quería que vieras.

—¿El bebé…?

—El hijo de Kerrick. ¿Por qué no ha regresado con el resto de vosotros a su hijo, a su tienda, a mí? Herilak no ha querido hablarme y se ha dado la vuelta. Ahora quiero que tú me hables de ello.

Sorli miró a su alrededor, pero no había modo de escapar. Suspiró.

—Dame agua para beber, mujer, y te lo contaré. Hay enemistad ahora entre Kerrick y Herilak.

—Toma, bebe. Sé eso…, pero debes decirme por qué.

Sorli se secó los labios con el dorso de su manga.

—Desconozco las razones. Te diré lo que ocurrió. Quemamos el lugar de los murgu, y los murgu que no murieron en el fuego murieron también, ignoro por qué. Son murgu, y por lo tanto son incomprensibles. Algunos escaparon en una cosa-que-nada. Kerrick habló con un marag, no dejó que Herilak lo matara. Lo dejó escapar.

Luego fueron hallados otros murgu vivos, y Kerrick tampoco dejó que los matáramos. Herilak se puso muy furioso ante eso y no quiso quedarse en aquel lugar sino marcharse inmediatamente. El camino de vuelta era largo, todos lo sabíamos, así que se tomó la decisión de marcharnos.

—Pero Kerrick se quedó atrás. ¿Por qué? ¿Qué es lo que dijo?

—Habló con Herilak, no escuché lo que dijeron, es difícil recordar. —Sorli se agitaba inquieto, y bebió más agua. Los ojos de Armun chispearon a la luz del fuego, casi incapaz de controlar su temperamento.

—Esto no es propio de ti, valiente Sorli, atrevido Sorli. Deberías ser lo bastante fuerte como para decirme lo que ocurrió aquel día.

—Mi lengua dice la verdad, Armun. Kerrick habló de cosas que había que hacer en aquel lugar, comprendí muy poco de ello. Los sasku sí parecieron comprender, se quedaron después de que nosotros nos fuéramos. Todos nosotros regresamos con Herilak. Habíamos hecho lo que habíamos ido a hacer. El camino de vuelta era largo…

Armun se sentó con la cabeza baja por unos instantes, luego se levantó y abrió el faldón de la entrada.

—Mi agradecimiento a Sorli por contarme todas estas cosas.

Él vaciló, pero ella guardó silencio. No había nada que él pudiera añadir. Se apresuró a salir a la creciente oscuridad, contento de verse libre. Armun selló de nuevo la tienda, añadió madera al fuego y se sentó a su lado.

Su rostro estaba hosco por la rabia. Con qué facilidad le habían vuelto la espalda a Kerrick aquellos valientes cazadores. Lo habían seguido a la batalla…, luego lo habían abandonado. Si los sasku se habían quedado con él, eso quería decir que también les había pedido a sus cazadores que se quedaran. Y tenía que haber algo importante en la ciudad murgu, algo tan importante que se había interpuesto entre los dos líderes. Lo descubriría a su debido tiempo. El invierno terminaría, y con la primavera regresaría Kerrick. Eso era lo que ocurriría en primavera.

Armun se mantuvo ocupada de modo que el invierno transcurriera rápido, así no echaría demasiado en falta a Kerrick. Arnhweet estaba entonces en su segundo año y no se sentía feliz en los confines de la tienda. Armun había curado y raspado las pieles de ciervo más blandas, les había dado forma, y luego las había cosido con tripa para hacer vestidos para él. Mientras los otros niños de su edad eran llevados todavía a la espalda de sus madres él jugaba y se revolcaba alegremente por la nieve. Como era costumbre, los otros bebés eran alimentados por sus madres hasta que tenían cuatro, incluso cinco años. Arnhweet fue casi destetado aquel segundo año. Armun ignoró las hoscas miradas y gritó agudas observaciones a las mujeres: estaba acostumbrada a ser mantenida aparte.

Sabía que simplemente se sentían celosas de su libertad, y seguían dando el pecho a sus hijos sólo para impedir nuevos embarazos. Así que, mientras sus bebés colgaban de sus arneses y se mordisqueaban los nudillos, Arnhweet se hacía fuerte y caminaba derecho y mascaba la fibrosa carne con los dientes que le iban creciendo.

Un día frío y soleado, sin el menor asomo de primavera en el aire, Armun se alejó de las tiendas con Arnhweet trotando tras ella para mantener el paso. Ahora siempre llevaba una lanza cuando se alejaba de los sammads…, y se sintió bruscamente contenta de llevarla consigo. Había algo allá delante, entre los árboles, que emitía un débil sonido maullante. Apuntó la lanza y se detuvo preparada. Arnhweet se aferro a su pierna en silencio, con los ojos muy abiertos, mientras ella intentaba descubrir de qué se trataba. Fue entonces cuando vio las huellas que se alejaban del sendero, huellas humanas. Bajó la lanza y las siguió, luego apartó los nevados arbustos que ocultaban al muchacho. Este se volvió, su gimoteo se desvaneció, y se restregó el rostro, manchado de lágrimas y sangre.

—Te conozco —dijo Armun, secándole las lágrimas con su manga—. Eres del sammad de Herilak. ¿Te llamas Harl? —El muchacho asintió, con los ojos húmedos—. ¿No viniste a mi fuego una noche con la historia del búho que habías matado?

Al oír aquellas palabras, el muchacho empezó a gimotear de nuevo y enterró la cabeza entre los brazos. Armun se la alzó con manos amables y sacudió la nieve de sus ropas.

—Ven a mi tienda. Tengo algo caliente para beber.

El muchacho se echó ligeramente hacia atrás reluctante de ir, hasta que Arnhweet le cogió confiadamente la mano. Volvieron así a la tienda, cada uno cogido de una mano de Arnhweet. Allí, Armun removió un poco de corteza dulce en agua caliente y se la dio a Harl para que bebiera. Arnhweet también quería un poco, pero bufó ruidosamente ante su fuerte sabor y dejó que resbalara por su barbilla. Después de que Armun limpiara la sangre del rostro del muchacho, se sentó y señaló sus morados.

—Háblame de esto —dijo.

Escuchó en silencio, con Arnhweet durmiéndose en su regazo, y pronto comprendió por qué el muchacho había gritado cuando ella mencionó el búho.

—Yo no sabía que era un búho. Era mi primer arco, mi primera flecha, mi tío Nadris me había ayudado a hacerlos. El sammadar Kerrick me dijo que lo había hecho bien, porque el animal que maté no era un auténtico búho sino un búho murgu, y que por eso tenía derecho a matarlo. Eso fue entonces, pero ahora el alladjex ha dicho que estaba equivocado. Que matar un búho es malo.

Se lo ha dicho a mi padre, y ahora mi padre me pega y no me deja sentar junto al fuego cuando hace frío.

El muchacho sollozó de nuevo ante el pensamiento.

Armun tendió cuidadosamente una mano hacia el ekkotaz para no despertar a su hijo dormido y le tendió a Harl un puñado de bayas dulces y pasta de nueces. Las comió vorazmente.

—Lo que hiciste estuvo bien —dijo Armun—. El viejo Fraken está equivocado al respecto. El margalus Kerrick conoce a los murgu, sabía que aquel era un búho murgu, sabía que hiciste lo correcto matándolo. Ahora vuelve a tu tienda y dile a tu padre lo que yo te he dicho. Que lo que hiciste fue bueno.

El viento soplaba fuerte, de modo que aseguró apretadamente el faldón de la tienda después de que el muchacho se hubo ido. El viejo Fraken se equivocaba muchas más veces de las que acertaba. Desde que sus padres habían muerto, desde que se había quedado sola, había pensado cada vez menos en Fraken y sus advertencias y predicciones extraídas de los excrementos de búho.

Kerrick se había reído de Fraken y de sus vómitos de búho y la había ayudado a perderle el miedo al viejo. Era estúpido y loco y causaba problemas, como esto con el muchacho.

Más tarde, aquella misma noche se despertó, con el corazón martilleando aterrorizado, ante un sonido raspante en el exterior de su tienda. Tanteó en la oscuridad en busca de la lanza hasta que oyó la voz que pronunciaba su nombre. Entonces sopló el fuego hasta que las brasas brillaron, añadió madera, y soltó el faldón de la tienda. Harl metió su arco y sus flechas ante él, luego se arrastró dentro.

—Me ha pegado —dijo, ahora con los ojos secos—. Mi padre me pegó con mi propio arco cuando le dije lo que tú me habías dicho. No quiso oírlo. Gritó que Kerrick lo sabía todo de los murgu porque él mismo era medio marag… —Su voz se apagó gradualmente y bajó la cabeza—. Al igual que tú, dijo. Luego me pegó de nuevo, y escapé.

Armun ardio de rabia; no por sí misma, había oído insultos peores.

—El viejo Fraken podría leer mejor el futuro de los excrementos de murgu. Y tu padre es peor que él, escuchando ese tipo de estupideces. Kerrick salvó los sammads, pero ahora que está lejos son rápidos en olvidar. ¿Cuántos años tienes?

—Este es mi undécimo invierno.

—Lo bastante mayor para pegarte, demasiado joven para ser un cazador y devolver los golpes. Quédate aquí hasta la mañana, Harl, hasta que tu padre se pregunte dónde estás y venga a buscarte. ¡Yo le hablaré de los murgu!

Armun salió por la mañana y caminó por entre las tiendas de los sammads, y escuchó lo que decían las mujeres.

Había preocupación acerca del muchacho desaparecido y los cazadores habían salido a buscarle. Bien, pensó, lo único que consiguen es ponerse gordos echados en sus tiendas y sin hacer nada. Esperó hasta que el sol estuvo bajo en el horizonte antes de parar a la primera mujer que vio.

—Ve a la tienda de Nivoth y dile que el muchacho Harl ha sido hallado y que está en mi tienda. Apresúrate.

Como esperaba, la mujer no se apresuró tanto como para no tener tiempo suficiente para pararse a lo largo de todo el camino para comunicárselo a las demás mujeres…, que era lo que Armun esperaba. Regresó a su tienda y se quedó allí hasta que oyó pronunciar su nombre.

Entonces salió y cerró el faldón a sus espaldas.

Nivoth tenía una cicatriz de una vieja herida en su mejilla que hacía que su boca estuviera siempre fruncida en una perpetua mueca; su temperamento era acorde con su rostro.

—He venido por el muchacho —dijo rudamente. Tras él, la creciente multitud escuchaba con interés: había sido un invierno largo y aburrido.

—Soy Armun y esta es la tienda de Kerrick. ¿Cuál es tu nombre?

—Apártate, mujer…, quiero a ese muchacho.

—¿Para pegarle de nuevo? ¿Y para decirle que Kerrick era medio marag?

—Por lo que sé más bien es todo marag. Pegaré al muchacho como le corresponde por ir contando historias…, y te pegaré a ti también si no te apartas.

Ella no se movió y él adelantó una mano y la empujó.

Aquello fue un error. Hubiera debido recordar lo que ocurría cuando ella era más joven y la llamaban cara de ardilla.

Su puño cerrado impactó en medio mismo de su nariz, y cayó de espaldas sobre la nieve. Cuando consiguió ponerse de rodillas, con la sangre resbalando por su barbilla, ella le golpeó de nuevo en el mismo lugar. Aquello fue enormemente apreciado por la multitud…, y por Harl, que estaba atisbando por una rendija de la tienda.

Los cazadores no golpean a más mujeres que a las suyas, así que Nivoth no estuvo seguro de lo que debía hacer. Y tampoco tuvo demasiado tiempo para pensarlo.

Armun era tan alta como él…, y más fuerte en su furia.

Huyó bajo el aluvión de golpes. La multitud se dispersó lentamente, lamentando el fin del fascinante encuentro.

Eso zanjó la cuestión. Harl se quedó en su tienda y nadie acudió a buscarle, ni el asunto fue discutido en presencia de Armun. La madre de Harl había muerto en el último invierno azotado por la hambruna, y a su padre no parecía importarle en absoluto el muchacho. Armun se sintió feliz con su compañía, y las cosas quedaron así.

La primavera tardó en llegar, ahora siempre tardaba, y cuando el hielo empezó finalmente a cuartearse en el río y a alejarse en grandes témpanos, Armun empezó a mirar hacia el este a la espera de Kerrick. Cada día resultaba más y más difícil controlar su impaciencia, y cuando las plantas estaban en plena floración dejó a Arnhweet jugando a la orilla del río con Harl y fue en busca de Herilak. Este se hallaba sentado al sol delante de su tienda, encordando de nuevo su arco con tripa fresca para la caza que todos habían estado aguardando. Se limitó a asentir con la cabeza cuando ella le habló, y no alzó la vista de su trabajo.

—El verano está aquí y Kerrick no ha venido.

Su única respuesta fue un gruñido. Ella bajó la vista hacia su inclinada cabeza y controló su mal humor.

—Este es el tiempo de viajar. Si no viene, iré yo a buscarle. Pediré a algunos cazadores que conozcan el camino que me acompañen.

Él siguió sin decir palabra, y Armun iba a hablar de nuevo cuando Herilak alzó el rostro hacia ella.

—No —dijo—. No habrá cazadores, no vas a ir. Estás en mi sammad y te lo prohíbo. Ahora déjame.

—¡Quiero dejarte! —gritó ella—. ¡Dejar, dejar este sammad e ir al lugar al que pertenezco! Les dirás…

—Te diré a ti, sólo otra vez, que vuelvas a tu tienda —dijo él, poniéndose de pie y dominándola con su estatura. Él no era Nivoth. Ella no podía pegarle a Herilak…

y él no iba a escucharla. No había más que decir. Giró sobre sus talones y se encaminó al río, se sentó y contempló a Harl y a su hijo jugar y revolcarse por la hierba recién brotada. No podía esperar ninguna ayuda de Herilak, en todo caso lo opuesto. Entonces ¿a quién podía dirigirse? Sólo había una persona en quien pudiera pensar. Fue a su tienda y lo encontró a solas, y llamó al cazador lejos del fuego.

—Tú eres Ortnar, y eres el único que aún queda con vida del primer sammad de Herilak, el que fue aniquilado por los murgu.

Él asintió, preguntándose por qué estaba ella aquí.

—Fue Kerrick quien liberó a tu sammadar cuando los murgu lo capturaron, Kerrick quien os condujo a todos vosotros al sur cuando no había comida, quien dirigió el ataque contra los murgu.

—Sé todo esto, Armun. ¿Por qué me lo cuentas ahora?

—Entonces también sabes que Kerrick sigue en el sur y yo debería estar con él. Llévame a su lado. Tú eres su amigo.

—Soy su amigo. —Ortnar miró a su alrededor, luego suspiró pesadamente—. Pero no puedo ayudarte. Herilak nos ha hablado de esto y ha dicho que no debes ir.

Armun le miró, incrédula.

—¿Acaso eres un niño pequeño que se mea en sus pieles cuando Herilak habla? ¿O eres un cazador tanu que se considera como tal?

Ortnar ignoró el insulto, lo apartó a un lado con un gesto de su mano.

—Soy un cazador. Sin embargo, sigue existiendo el vínculo del sammad desaparecido entre Herilak y yo…

y eso no se puede romper. Como tampoco iré contra Kerrick, que fue nuestro margalus cuando lo necesitamos.

—Entonces, ¿qué puedo hacer?

—Te ayudaré, si eres lo bastante fuerte.

—Soy fuerte, Ortnar. De modo que dime cuál es esa ayuda para la que necesitaré todas mis fuerzas.

—Tú sabes cómo manejar el palo de muerte que mata a los murgu, te he visto usar uno cuando fuimos atacados. Tendrás mi palo de muerte. Y te diré el camino hasta la ciudad murgu. Es un camino fácil de seguir una vez hayas alcanzado el océano. Cuando llegues a la orilla, debes decidir qué harás a continuación. Puedes aguardar allí hasta que Kerrick regrese. O puedes seguir hasta él.

Armun sonrió…, luego rio estentóreamente.

—¡Me enviarás sola a la tierra de los murgu! Qué maravilloso ofrecimiento…, pero sigue siendo el mejor de todos los que he recibido. Soy lo bastante fuerte como para hacer esto, valiente Ortnar, y creo que tú también eres lo bastante valiente como para arriesgarte de este modo a la ira de Herilak, porque es seguro que él descubrirá lo que ha ocurrido.

—Yo mismo se lo diré —indicó Ortnar con hosca determinación.

Armun se fue entonces, pero regresó con la oscuridad para reunirse con él y recibir el palo de muerte y todos los dardos que él había hecho aquel invierno.

Puesto que su tienda estaba alejada de las demás, y ella no se mezclaba mucho con los sammads, la tienda de Armun permaneció cerrada y en silencio durante un par de días antes de que se descubriera que se había marchado.

Al cabo de algunos días, los cazadores que Herilak envió en su busca regresaron con las manos vacías. Su habilidad en los bosques era demasiado buena, no se halló el menor rastro de ella, ningún rastro absoluto.