CAPÍTULO 39

—Lo que dices es una completa y absoluta imposibilidad.

Ambalasi reforzó la fuerza de su afirmación con modificadores de infinita amplitud. Enge inclinó la cabeza bajo el peso de su furia y convicción, pero no alteró nada.

—Puede que sea como tú dices, gran Ambalasi, porque tú eres la más sabia en las ciencias de la vida. Soy humilde ante tu conocimiento…, pero sé lo que sé.

—¿Cómo puedes saberlo? —siseó Ambalasi, con todo su cuerpo temblando, su cresta erguida e inflamada.

—Lo sé de la más simple de las maneras. El sorogetso se puso furioso cuando yo no respondí como él deseaba e hizo gestos amenazadores, uno de los cuales implicaba la apertura de su saco sexual. Vi lo que vi. Es macho, no hembra.

Ambalasi se dejó caer hacia atrás, repentinamente pálida, jadeando profundamente a medida que sus fuertes pasiones decrecían. No había el menor error, Enge había visto lo que había visto. Sus miembros se retorcieron en confusión mientras buscaba algún significado, alguna posible explicación. Sus ineludibles conclusiones eran lógicamente correctas, personalmente repulsivas.

—Si la criatura hizo gestos de amenaza, y uno de esos gestos implicaba sus órganos sexuales, sólo puedo concluir que se trata del sexo agresor. Lo cual a su vez conduce ineludiblemente a la conclusión de que… —No pudo proseguir, pero los movimientos de sus miembros revelaron la inevitable conclusión. Enge terminó en voz alta por ella:

—Los machos aquí son dominantes, las hembras, en el mejor de los casos, iguales, o posiblemente subordinadas.

—¡Cuán inaceptablemente odioso! No el orden natural de las yilanè. En el caso de los animales inferiores sí, es posible, porque son brutos sin sentimientos. Pero la inteligencia es femenina, como es femenina la fuente de la vida, los huevos…, ineludiblemente femenina. Los machos proporcionan la burda función biológica de proporcionar la mitad de los genes necesarios y todos los aburridos y reflexivos cuidados prenatales. Sólo son buenos para eso no tienen otra función. Lo que has observado es ridículo, innatural…, y por completo fascinante.

Ambalasi había recuperado su aplomo, estaba pensando ahora como una auténtica científica, no como una fargi sin mente. ¿Era aquello posible? Por supuesto que era posible. La diversidad de los roles sexuales, relaciones, variaciones e inversiones entre las especies del mundo era casi infinita. Así que, ¿por qué no una variación en su propia especie? ¿Cuán lejos podía haber llegado el abismo que se había abierto entre las dos subespecies?

Tenía que meditar sobre aquello. El hecho de la posibilidad de comunicación, por cruda que fuera, indicaba una separación relativamente reciente. A menos que las formas de comunicación básica estuviesen fijadas en los genes en vez de ser aprendidas. Todo aquello se estaba volviendo más y más interesante. Pero ya era suficiente.

Primero la observación, luego la teorización. Necesitaban hechos, hechos y más hechos.

¡Que hubiera sido ella la que había descubierto aquello…! Se puso trabajosamente de pie.

—¡Imperativo ahora! Debo ver, hablar, registrar todo acerca de las/los sorogetso.

Enge hizo signo de paciencia.

—Lo harás, porque tuya es la mente de la ciencia que lo revelará todo. Pero primero la comunicación. Debo aprender a hablar con los sorogetso, ganar su confianza, luego penetrar en su cultura. Tomará tiempo.

Ambalasi dejó escapar un cansado suspiro.

—Por supuesto que lo tomará. Empieza de inmediato.

No dediques tu tiempo a ninguna otra cosa. Toma a Setessei contigo, la relevaré de todas sus demás tareas. Tiene que registrarlo todo. Es preciso mantener registros detallados. Mi nombre resonará como el rugir de un nenitesk por todos los anales del tiempo por haber hecho este descubrimiento. Por supuesto, tú también obtendrás algún crédito por ello.

—Tu generosidad es infinita —dijo respetuosamente Enge, ocultando la mayor parte de sus sentimientos; por fortuna, Ambalasi estaba demasiado sumida en sus propios y girantes pensamientos como para darse cuenta de las connotaciones negativas de la afirmación.

—Sí, por supuesto, hechos bien precisos. Debo aprender también el lenguaje…, Setessei me traerá diariamente los registros. Aprenderás a hablar con ellas/ellos, conseguirás acceso a su comunidad, les llevarás comida, espero que sufran enfermedades y podamos suministrarles ayuda médica. Mientras hacemos esto efectuaremos un estudio de su fisiología. Se abrirán puertas de conocimiento…, ¡hechos acumulados, pronto revelados! —Miró a Enge, y su expresión se hizo grave—. Pero conocimiento reservado para aquellos con la capacidad de comprender. Del mismo modo que los machos son mantenidos apartados de la atención casual de las fargi y las no adecuadas, también este hecho de masculinidad debe ser mantenido ignorado por tus compañeras.

Enge se mostró preocupada.

—Pero la sinceridad es la base de nuestra existencia.

Debemos compartirlo todo entre nosotras.

—Maravilloso. Pero este hecho no es para compartir.

—Remarcó lo que acababa de decir cuando vio que Enge seguía aún dubitativa. —Te haré una comparación. Una yilanè no pondría un hesotsan en manos de una fargi yileibe con el mar húmedo aún en su piel. Eso significaría la muerte para la fargi o para otras. La masculinidad de las…, de los sorogetso, puede ser un arma un veneno cultural, una amenaza. ¿Lo comprendes y lo aceptas?

—Lo hago —con graves reservas.

—Entonces te pido reserva científica… por el momento. Cuando sepamos más podremos discutirlo de nuevo.

¿Aceptado?

—Aceptado. —Con fuertes modificadores—. Debemos descubrir la verdad, luego determinar sus efectos sobre nosotras. Hasta que hayamos alcanzado ese punto guardaré silencio.

—Muy bien. Puesto que estás de acuerdo conmigo, mi respeto hacia tu inteligencia crece. Envía a Setessei aquí para que pueda darle instrucciones respecto de lo que debe hacer.

La ciudad crecía lujuriosamente, y a medida que lo hacía Ambalasi iba retirándose más y más de ella. Cuando le planteaban problemas su ira era tan grande, sus insultos tan amargos, que muchas empezaron a temerla.

Comenzaron a descubrir modos de solucionar por sí mismas los problemas. Eso se podía conseguir, se dieron cuenta pronto, gracias al hecho de que la ciudad de Uguneneb tenía pocas de las comodidades ciudadanas que habían conocido en las ciudades más viejas, grandes y arraigadas. Los desechos no eran consumidos y reciclados por la ciudad, el agua tenían que llevarla desde el río. Pocas si alguna, de las otras facilidades de la vida ciudadana se hallaban presentes. Sin embargo, la existencia allí era muy superior a su encierro en los huertos. Se las arreglaban bien. Si tenían que dormir comunitariamente bajo las ramas de gruesas hojas y comer una dieta monótona de anguila y pescado, no importaba. Lo que era más precioso que la comida y la bebida para ellas era la ilimitada oportunidad de hablar de Ugunenapsa y sus enseñanzas, de buscar la verdad y descubrir portentos.

En aquellos momentos era una vida impetuosa y vehemente.

Por su parte, Enge consiguió realmente olvidar la existencia de Ugunenapsa durante la mayor parte del día, mientras trabajaba en comprender a los sorogetso, en aprender a hablar como ellos hablaban. Easassiwi no regresó después de su primer encuentro, pero Enge

consiguió establecer contacto con otro sorogetso, reservado y tímido, pero que finalmente fue ganado por la paciencia y los regalos de comida. Se llamaba Moorawees que parecía significar de color anaranjado, quizá debido a la ligera orla anaranjada en su cresta. Para su sorpresa y alegría resultó ser una hembra, y Enge descubrió que esto le hacía mucho más fácil trabajar con ella, relacionarse con ella.

La comprensión de la comunicación sorogetso avanzó lentamente, pero avanzó. Parecían tener muy pocos modificadores, y la mayor parte del significado era reflejado a través de la común tonalidad de color. Observó unos cuantos controladores verbales nuevos, y pronto, después de esto, Enge descubrió que podía discutir algunos conceptos básicos con Moorawees. Fue entonces cuando llegó finalmente la posibilidad de incluir a Ambalasi.

—Una oportunidad sin rival —hizo signo mientras se apresuraba hacia la científica…, que abandonó al instante su trabajo e irradio obediente atención. Enge se sintió azarado ante aquello…, y supuso que la propia Ambalasi no se había dado cuenta de esos gestos sumisos.

—Urgencia de explicación —dijo Ambalasi.

—De inmediato. Mi informante mencionó que uno de sus compañeros, no hubo indicación macho —hembra unida al término que yo pudiera observar, había resultado herido de alguna manera. Informé a Moorawees que una de nosotras era hábil en la reparación de cuerpos, y Moorawees se mostró excitada. Creo que nos conducirá al herido.

—Excelente. He estudiado sus comunicaciones a medida que las registrabais —se irguió y habló a la manera sorogetso—. Ayuda-prestada, persona-curada, agradecimiento.

Enge se mostró realmente impresionada.

—Eso es perfecto. Ha llegado el momento de que penetremos en la jungla. Pero temo por tu seguridad en esta primera ocasión. Quizá debiera llevar a Setessei esta vez: posee habilidades curadoras, y tal vez sería más conveniente para esta primera visita…

—Soy yo quien iré, ahora mismo —dicho con todo su poder e imperiosidad. Enge aceptó; sabía que aquella era una de las ocasiones en las que Ambalasi no podía ser desobedecida. Ambalasi apretó la protuberancia en el costado de la criatura-botiquín, y su boca se abrió para revelar el equipo médico almacenado dentro. Tras comprobar cuidadosamente el contenido, Ambalasi añadió más nefmakels, grandes, para heridas graves, y otros artículos que podían ser necesarios. Cuando estuvo satisfecha lo cerró, luego se volvió a Enge.

—Llévalo tú…, no queremos testigos con nosotras ahora. Guíame.

La sorogetso las aguardaba en el río, con sólo su cabeza fuera del agua. Sus ojos se abrieron mucho, llenos de miedo, cuando apareció Ambalasi, y se dio la vuelta y se alejó rápidamente cruzando la corriente. La siguieron al río, pero era una nadadora mucho más rápida que ellas y su cresta anaranjada desapareció pronto de su vista.

Ambalasi la vio emerger en la otra distante orilla y chapoteó fuertemente en aquella dirección. Enge la siguió muy cargada con el botiquín. Jadeaba sin aliento cuando por fin llegó al otro lado. Moorawees estaba en el límite del bosque, alejándose ya por entre los árboles cuando se acercaron. Se apresuraron tras ella, y finalmente la perdieron de vista, pero observaron que seguían un sendero muy hollado. Cuando emergieron de las sombras de la jungla a la orilla de un arroyo la hallaron aguardándolas.

—Alto —llamearon sus palmas, con controladores de la cabeza que indicaban peligro inminente. Las dos yilanè se detuvieron en seco, miraron a su alrededor en todas direcciones, pero no vieron nada a lo que temer.

—En agua —señaló Moorawees, luego abrió enormemente su boca y emitió un grito agudo y tembloroso. Lo repitió, hasta que hubo una llamada de respuesta desde el otro lado. Hubo movimientos entre los arbustos, y más sorogetso emergieron y miraron dubitativamente hacia ellas.

—Peligro de extraños, mucho miedo —hizo signo uno de ellos.

—Muerte Ichikchee mayor peligro —respondió Moorawees con cierta firmeza. Sólo después de más vacilaciones, y órdenes gritadas por Moorawees, los otros se dirigieron de manera reluctante a un gran tronco de árbol que flotaba junto a la orilla y lo empujaron a la corriente. Un extremo permanecía asegurado a la otra orilla, de modo que, cuando el extremo libre hubo derivado con la corriente y se encajó en la otra orilla, se formó un puente que cruzaba el agua. Moorawees abrió camino, clavando cuidadosamente sus garras en la áspera corteza y sujetándose en los grandes tocones de las ramas. Enge aguardó a que Ambalasi la precediera…, pero la científica permanecía rígida y no comunicativa.

—Pasaré yo primero —dijo Enge—. Creo que no hay nada que temer.

—Estupidez e incomprensión —dijo Ambalasi con cierta vehemencia—. No tengo miedo de esas simples criaturas. Fue tu silencio de pensamiento y observación lo que me sorprendió. ¿Viste lo que hicieron?

—Por supuesto. Dejaron flotar este tronco para que pudiéramos cruzar el arroyo sin mojarnos.

—¡Cerebro de la más baja de las fargi! —restalló Ambalasi con rápida furia—. Ves con tus ojos pero no comprendes con tu cerebro. Han utilizado un artefacto, a la manera de los ustuzou…, no de las yilanè. ¿Ves ahora lo que está ocurriendo?

—¡Por supuesto! Alegría ante la revelación, reconocimiento de mi estupidez. Aunque son físicamente como nosotras, se hallan fijados en un nivel escasamente por encima del de los animales inferiores, sin el menor conocimiento de la ciencia yilanè.

—Evidente. Pero evidente tan sólo cuando te lo señalé. Sigue.

Cruzaron el puente con tanto cuidado como lo había hecho la sorogetso, aunque Ambalasi se detuvo a medio camino y se inclinó para examinar atentamente el agua.

La sorogetso gritó algo, temerosa, hasta que ella le hizo signo negativo y siguió hasta la otra orilla.

—Ningún peligro visible —dijo, observando con el mayor interés mientras los sorogetso tiraban de las ramas sobresalientes y las colgantes lianas —cuidando de no pisar el agua —hasta que el tronco volvió a su posición inicial. Tan pronto como esto estuvo hecho, los dos sorogetso desaparecieron de su vista por entre los árboles. Enge hizo signo de atención.

—Moorawees ha ido en esta dirección; debemos seguirla.

Avanzaron por otro sendero muy hollado a través de los poco densos árboles y emergieron en un claro. Sólo Moorawees era visible, aguardándolas, aunque tuvieron la sensación de muchos otros ojos observándoles ocultos entre los árboles. Ambalasi expresó felicidad y excitación ante los nuevos conocimientos.

—Mira a la orilla allí, entre los árboles. Creo que estamos rodeadas de agua, una isla en la corriente que actúa como una barrera, y que contiene algún peligro a descubrir. Observa sus primitivas y desagradables costumbres, los huesos tirados por todas partes, negros ahora, por las moscas.

—Moorawees nos llama —dijo Enge.

—Sígueme y trae el botiquín.

Moorawees apartó a un lado una rama baja para descubrir un nido de hierba seca debajo de un árbol. Tendido allí, inconsciente, con los ojos cerrados, había un sorogetso. Evidentemente hembra, con su saco ligeramente entreabierto, agitándose y gimiendo de dolor. Su pie izquierdo había sido mordido por algún animal, estaba medio devorado. Ahora se veía hinchado y negro, cubierto de moscas. Su tobillo y su pierna más arriba estaban también hinchados y descoloridos.

—Negligencia y estupidez —dijo Ambalasi con cierta satisfacción, abriendo la criatura-botiquín—. Habrá que tomar medidas drásticas, y tú deberás ayudarme. Esta es también la oportunidad para algunos experimentos científicos y observaciones. Envía a Moorawees lejos. Dile que esta vida será salvada, pero que no debe mirar o la cura no tendrá efecto.

La sorogetso pareció alegrarse de marcharse y se retiró con rapidez. Tan pronto como hubo desaparecido, Ambalasi, con rápidos y precisos movimientos, inyectó un anestésico. Tan pronto como Ichikchee guardó silencio, envolvió una criatura torniquete en torno de la pierna herida, centrando la cabeza sobre la gran arteria detrás de su rodilla. Cuando la azuzó, la criatura torniquete engulló su propia cola hasta que se tensó, clavándose en la carne y cortando el paso de la sangre por la arteria.

Sólo entonces cogió Ambalasi su cuchillo cuerda y cortó el pie infectado. Enge desvió la vista, estremecida pero siguió oyendo el espeluznante ruido de la carne y el hueso. Ambalasi vio aquello y registró asombro.

—¡Qué remilgos! ¿Acaso eres una fargi sin experiencia de la existencia? Observa y aprende, porque el conocimiento es vida. Era posible reparar el pie…, pero sólo como algo parcial, tullido. Es mejor cortarlo todo. O mejor todo lo necesario. La mitad de las falanges y los huesos metatársicos ya no estaban. Con cuidado y habilidad eliminó el resto, deteniéndose en el tarso. —Necesitamos eso. Ahora…, el nefmakel grande, sí, ese: limpiará la herida. Dame el botiquín.

Ambalasi cogió una pequeña vejiga de viscosa jalea roja. La abrió y utilizó un nefmakel pequeño para extraer de ella un diminuto núcleo blanco…, que fijó en posición en el muñón de la pierna cortada. Sólo cuando lo hubo colocado a su satisfacción cerró la herida y la cubrió con un nefmakel más grande, luego buscó otro animal de un solo colmillo para administrar una segunda inyección.

—Antibiótico. Terminado.

Se levantó y se frotó la dolorida espalda…, y se dio cuenta de que ya no estaban solas. Un cierto número de sorogetso habían emergido en silencio de sus escondites y ahora estaban cerca y observaban, agitándose y retrocediendo un poco cuando se enfrentaron a su mirada.

—No más dolor —dijo Ambalasi en voz alta, utilizando su forma de comunicarse—. Duerme. Estará débil, pero no dolor. Tras varios días de descanso, nueva otra vez, como antes.

—Pie… no está —dijo Moorawees, contemplando con ojos muy abiertos el vendado muñón.

—Volveré y la trataré. Entonces veréis algo que nunca habéis visto antes.

—¿Qué has hecho? —preguntó Enge, tan desconcertada como los sorogetso.

—Implanté una célula racimo para que desarrolle un nuevo pie. Si estas criaturas están genéticamente tan cerca de nosotras como parece, desarrollará un nuevo pie en lugar del que ha perdido.

—Pero…, ¿y si no lo desarrolla?

—Será igualmente interesante para la causa de la ciencia. Cualquier resultado será de gran importancia.

—El segundo no tanto para Ichikchee —dijo Enge, con un evidente asomo de desaprobación. Ambalasi expresó sorpresa.

—Seguro que el avance de la ciencia va primero que esta primitiva criatura…, que seguramente habría muerto si yo no la hubiera tratado. Esta simpatía está fuera de lugar.

Los sorogetso estaban más cerca ahora, diez de ellos en total, las mandíbulas colgantes mientras intentaban comprender aquella comunicación desconocida. Observaron atentamente mientras Ambalasi hablaba, algunos acercándose aún más para distinguir mejor sus colores.

—Aquí los tienes —hizo seña bruscamente Ambalasi a Enge—. Hay que conseguir más conocimiento. Hablarás con ellos ahora. Qué magnífica ocasión es realmente esta. ¡Magnífica!

Los sorogetso retrocedieron ante la rapidez de su desconocida comunicación, pero regresaron cuando los llamó suavemente.

—Son como fargi recién salidas del mar —dijo Enge.

—Debemos ser pacientes.

—Pacientes, por supuesto, pero también somos estudiantes. Ahora nosotras somos las fargi estamos aquí para aprender, porque ellos tienen una ciudad y una existencia propias que debemos sondear y comprender. Ahora empezamos a hacerlo.

kakhashasak burundochi ninustuzochi ka'asakakel.

Apotegma yilanè

Un mundo sin ustuzou es un mundo mejor.