Navegaron hacia el sur a lo largo de la costa. Los paramutanos estaban excitados por aquel viaje a lo desconocido, y señalaban cada nuevo promontorio y extensión de playa con gritos de maravilla. Kerrick no compartía su entusiasmo, sino que permanecía sumido en una hosca melancolía que aumentaba a cada día de viaje que pasaba. Armun veía aquello, y lo único que podía hacer era compartir su desesperación, porque sabía que era muy poco lo que ella podía hacer para ayudarle. A medida que avanzaban hacia el sur el clima mejoraba, pero no su espíritu. Casi dio la bienvenida al mal tiempo que siguió porque tuvo que trabajar con los demás para asegurar la vela y achicar el agua, de modo que dispuso de poco tiempo para pensar en el futuro.
La línea de la costa efectuaba un giro allí, podían verlo en el mapa, hasta que se hallaron navegando hacia el oeste. Aunque el sol era cálido las tormentas invernales que atacaban desde el norte arrojaban sobre ellos intensas mangas de agua. En su octavo día de navegación cruzaron chaparrón tras chaparrón, que empezaron apenas amanecer, pero a media tarde el último aguacero pasó y la tormenta de lluvia se dirigió hacia tierra adentro.
—Mirad el arco iris —dijo Armun, señalando hacia el gran arco multicolor que cruzaba el cielo, extendiéndose hacia tierra firme desde el mar. Parecía terminar sobre un promontorio rocoso—. Mi padre siempre decía que si hallabas el lugar donde termina el arco iris, encontrarías un granciervo que te hablaría. Cuando lo encontraras al final de un arco iris lo tendrías atrapado, no podría escapar, y debería responder a todas las preguntas que le hicieras. Eso es lo que decía mi padre.
Kerrick guardó silencio, mirando fijamente hacia tierra firme, como si no la hubiera oído.
—¿No crees que esto podría pasar? —preguntó ella.
Kerrick negó con la cabeza.
—No lo sé. Nunca he oído a un granciervo hablar. Son buenos para comer…, pero no creo que aceptara sus consejos.
—Pero este es una clase especial de granciervo. Sólo lo encontrarás al extremo del arco iris. Creo que está realmente allí.
Lo dijo firmemente, mientras observaba el arco iris perder intensidad hasta desvanecerse a medida que la tormenta avanzaba tierra adentro por encima de las boscosas colinas. Kerrick no se mostró en desacuerdo con ella, simplemente se sumió de nuevo en su depresión.
El viento se extinguió poco después que la tormenta, y el sol brilló cálido. Armun volvió su rostro hacia él y se pasó los dedos por el pelo, como si quisiera secarlo. Sólo los paramutanos parecían incómodos, y se quitaron sus chaquetas de piel y se quejaron del calor. Eran habitantes del norte, y no se sentían cómodos cuando la temperatura aumentaba. Kalaleq permanecía de pie en la proa, dejando que la brisa agitara el largo pelaje de su espalda, mientras contemplaba atentamente la costa que se abría ante ellos.
—¡Ahí! —gritó de pronto, señalando. Eso es algo nuevo, algo que nunca antes habíamos visto.
Kerrick se unió a él y frunció los ojos hacia la distante mancha verde en la orilla, y aguardó hasta que estuvo completamente seguro.
—Gira, vayamos a la orilla —dijo—. Sé lo que es eso.
Es… —Su vocabulario falló, Y se volvió a Armun y habló en marbak—: No hay palabra para ello…, pero es el lugar al que los murgu conducen sus criaturas que nadan. Los murgu están aquí, en este lugar.
Armun habló rápidamente en paramutano, y los ojos de Kalaleq se abrieron mucho.
—Entonces están realmente aquí —dijo, y se lanzó a la barra del timón mientras los demás corrían a las cuerdas.
Dieron la vuelta y se dirigieron en ángulo hacia la costa, alejándose del muelle yilanè. Kerrick estudio atentamente el mapa, siguiéndolo con el dedo.
—Es esto, tiene que serlo. Debemos desembarcar y acercarnos a pie. Debemos averiguar qué están haciendo aquí.
—¿Crees que hay murgu aquí? —preguntó Armun.
—No hay manera de decirlo desde aquí…, aunque podría ser. Pero debemos ir con cuidado, movernos cautelosamente, ir sólo unos cuantos de nosotros.
—Si tú vas…, yo voy también.
Él fue a decir algo, pero oyó la firmeza en su voz y se limitó a asentir.
—Nosotros dos, entonces. Y uno o dos paramutamos como máximo.
Kalaleq se incluyó de inmediato en el equipo explorador y tras muchos gritos y discusiones, Niumak se añadió también, porque era un renombrado andarín. Llevaron el ikkergak a una arenosa playa. Armados con lanzas, el pequeño grupo echó a andar por la arena.
La playa terminaba en un promontorio rocoso, que les obligó a adentrarse por entre los árboles. El bosque era allí casi impenetrable con árboles caídos entre los vivos, gruesos troncos mezclados con otros más pequeños. Tan pronto como pudieron se abrieron camino de nuevo hacia el océano, hacia el sonido de las olas contra las rocas.
—Me estoy muriendo, el calor mata —dijo Kalaleq. Se tambaleaba, próximo al agotamiento.
—Nieve hielo —dijo Niumak—. Ahí es adonde pertenece la auténtica gente. Kalaleq habla con sinceridad, la muerte por calor está cerca.
Delante apareció un cielo azul y una bienvenida brisa.
Los paramutanos agradecieron su refrescante soplo, mientras Kerrick apartaba a un lado las hojas y contemplaba las rocas y las olas de abajo. Ahora estaban muy cerca del muelle. Había unos bultos redondeados de algún tipo en la parte de atrás, pero no pudo decir lo que eran desde aquella distancia. Nada se movía, todo parecía desierto.
—Voy a acercarme…
—Iré contigo —dijo rápidamente Armun.
—No, será mejor que vaya solo. Si hay murgu ahí, regresaré inmediatamente. Y yo los conozco, sé cómo reaccionan. Sería mucho más peligroso contigo a mi lado.
Los paramutanos serían también un estorbo…, si pudieran llegar tan lejos. Quédate con ellos. Volveré tan pronto como pueda.
Ella deseaba discutir, ir con él…, pero sabía que Kerrick estaba haciendo lo único posible. Por un momento lo abrazó, apoyó la cabeza contra su pecho. Luego se apartó y se volvió hacia los paramutanos, que la miraban con la boca abierta.
—Me quedaré con ellos. Ve.
Era difícil moverse en silencio por el bosque; demasiadas ramas tenían que ser apartadas a un lado, y la madera muerta crujía bajo sus pies. Fue más rápido cuando llegó a un sendero abierto por los animales que descendía la colina. Se curvaba en la dirección correcta, hacia la orilla, y lo siguió con cuidado. Cuando emergió de los árboles se detuvo y miró cautelosamente desde detrás de las hojas que lo ocultaban. El vacío muelle estaba directamente frente a él, con los altos y redondeados bultos a su lado. Eran demasiado lisos y regulares para ser formaciones naturales…, y tenían en ellos aberturas como puertas.
¿Debía acercarse más? Si había yilanè dentro…, ¿cómo podría descubrirlo? No había un solo uruketo en el muelle, pero eso no significaba nada, puesto que las yilanè podían haber sido dejadas atrás.
El seco crepitar de un hesotsan fue inconfundible. Se echó rápidamente a un lado, dejándose caer al suelo, horriblemente asustado. El dardo debía de haberle fallado. Tenía que alejarse.
Hubo un crujir de pesados pies y, cuando aún estaba luchando por abrirse camino a través de la masa de jóvenes árboles, vio llegar corriendo a la yilanè, con el hesotsan medio alzado. Se detuvo bruscamente cuando le vio, sus brazos se curvaron en un gesto de sorpresa. Luego alzó el arma y le apuntó.
—¡No dispares! —gritó Kerrick—. ¿Por qué quieres matarme? Estoy desarmado, y soy amigo.
Su lanza había caído de su mano, y la clavó más profundamente en el suelo con el pie mientras hablaba.
El efecto sobre su atacante fue espectacular. Retrocedió unos pasos y habló con incredulidad.
—Eres un ustuzou. No puedes hablar…, pero hablas.
—Puedo hablar y hablar bien.
—Explicación de presencia aquí: inmediata y urgente.
El arma estaba preparada, pero no le apuntaba a él.
Eso podía cambiar en un instante. ¿Qué podía decir?
Algo, cualquier cosa para conseguir que siguiera escuchándole.
—Vengo de muy lejos. Una yilanè de gran inteligencia me enseñó a hablar. Fue amable conmigo, me enseñó mucho. Soy amigo de las yilanè…
—Oí hablar una vez de un ustuzou que hablaba. ¿Por qué estás aquí solo? —No aguardó a una explicación, sino que, en vez de ello, alzó de nuevo su arma y le apuntó—. Has huido de tu propietaria, has escapado de ella, eso es lo que has hecho. Quédate aquí y no te muevas.
Kerrick hizo lo ordenado, no tenía otra elección. Permaneció allí en silencio mientras oía más ruido de pasos, vio a las dos fargi bajar por el sendero que salía del bosque, cargando entre las dos el cuerpo de uno de los pájaros gigantes. Se maldijo a sí mismo por no haberse dado cuenta de que caminaba por un sendero muy hollado, no un camino natural de los animales. Había yilanè allí, después de todo. Y esta parecía brutal, una cazadora como lo había sido Stallan. Debía de estar cazando carne fresca, y había tropezado prácticamente con él. Hubiera debido darse cuenta, un cazador se hubiera dado cuenta de inmediato de que aquel no era un camino de animales, y hubiera tomado precauciones. No había conseguido nada. Las fargi llegaron junto a él, pasaron por su lado, las dos haciendo girar un ojo cuando estuvieron a su altura, murmurando ahogadas observaciones de maravilla, con su carga haciendo más difícil aún su habla.
—Ve tras ellas —ordenó la cazadora—. Corre, y morirás.
Kerrick no tenía otra elección. Avanzó torpemente por el sendero, abrumado por la desesperación, hacia las redondeadas construcciones en la orilla.
—Llevad la carne a las carniceras —ordenó la cazadora. Las dos fargi pasaron junto a la primera cúpula y siguieron más allá, pero la cazadora lo señaló a Kerrick, con un signo de que entrara.
—Entraremos aquí. Creo que Esspelei querrá verte.
Había una puerta de cuero encajada en el lado de la cúpula; se hendió y abrió cuando Kerrick apretó una zona moteada. Reveló un corto túnel con otra puerta en el otro extremo, apenas visible a la luz de las manchas fluorescentes en la pared. Su captora se mantuvo alejada de él, el arma preparada, y le ordenó que siguiera adelante. Tocó la segunda puerta, y una oleada de aire cálido lo bañó cuando entró en la cámara que había más allá. Las manchas fluorescentes allí eran más grandes, y la luz mejor. Había muchas criaturas extrañas en las repisas, criaturas de ciencia, eso pudo decirlo. Las paredes estaban llenas de mapas, y había una yilanè inclinada sobre uno de los instrumentos.
—¿Por qué me molestas, Fafnege? —dijo con cierta irritación, mientras se volvía. Sus gestos cambiaron instantáneamente a sorpresa y miedo—. ¡Un sucio ustuzou! ¿Por qué no está muerto, por qué lo traes aquí?
Fafnege hizo signo de superioridad de conocimiento y desprecio ante miedo. Era muy parecida a Stallan.
—Estás a salvo, Esspelei, así que no traiciones tu tembloroso miedo. Este es un ustuzou muy especial. Observa lo que ocurre cuando le ordeno que hable.
—No corres ningún peligro —dijo rápidamente Kerrick—. Pero yo sí. Ordena a esta repulsiva criatura que baje su arma. Estoy desarmado.
Esspelei se envaró por la sorpresa. Transcurrieron largos momentos antes de que pudiera hablar.
—Te conozco. Hablé con una que habló con Akotolp que le habló del ustuzou que habla.
—Conozco a Akotolp. Es muy muy gorda.
—Entonces tienes que ser él, porque Akotolp es gorda. ¿Por qué estás aquí?
—Esa cosa ha escapado —dijo Fafnege—. No puede haber otra explicación de su presencia. ¿Ves el anillo en torno de su cuello? ¿Ves dónde ha sido cortada una traílla? Ha huido de su dueña.
—¿Es eso lo que ha ocurrido? —quiso saber Esspelei.
Kerrick guardó silencio, intentando poner en orden sus pensamientos. ¿Qué debía decirles? Cualquier historia serviría, ellas no tenían la habilidad de mentir, puesto que todos sus pensamientos se reflejaban en los movimientos de sus cuerpos. Pero él sí podía mentir…, y lo haría.
—No escapé. Hubo…, un accidente, una tormenta, el uruketo tuvo problemas. Caí al mar, nadé hasta la orilla.
Me encontré solo. Tengo hambre. Es bueno poder hablar de nuevo con yilanè.
—Esto es de gran interés —dijo Esspelei—. Famege, trae carne.
—Escapará de nuevo si se lo permitimos. Ordenaré a una fargi.
Salió, pero Kerrick sabía que no había ido lejos. Escaparía cuando pudiera…, pero primero necesitaba conseguir al menos alguna ventaja de su captura. Debía descubrir qué estaban haciendo aquellas yilanè tan lejos en el norte.
—De uno de gran estupidez a una de la mayor inteligencia; respetuosa petición de conocimiento. ¿Qué reclaman las yilanè en este frío lugar?
—Información —dijo Esspelei, respondiendo sin pensar, sorprendida ante la presencia del ustuzou yilanè.
Es un lugar de ciencia donde estudiamos los vientos, el océano, el clima. Todo esto está más allá de ti, por supuesto. No sé por qué me molesto en explicártelo.
—Generosidad de espíritu, de la más alta al más bajo. ¿Mides la frialdad de los inviernos, los fríos vientos que soplan cada vez más fuertes del norte?
Esspelei hizo signo de sorpresa, con una sombra de respeto.
—Tú no eres una fargi, ustuzou, sino que puedes hablar con la más pequeña cantidad de inteligencia. Estudiamos los inviernos porque el conocimiento es ciencia y la ciencia es vida. Esto es lo que estudiamos.
Hizo un gesto hacia los instrumentos agrupados, los mapas en las paredes, con movimientos de infelicidad tras sus palabras. Hablado ahora más para sí misma que para él.
—Cada año los inviernos son más fríos, cada invierno el hielo desciende más al sur. Aquí están la muerta Soromset y la muerta Inegban. Ciudades muertas. Y el frío sigue viniendo. Aquí está Ikhalmenets que será la próxima en morir cuando el frío llegue hasta ella.
¡Ikhalmenets! Kerrick tembló con la fuerza de sus emociones, se tomó su tiempo para hablar a fin de que su temblorosa voz no traicionara su ansiedad. Ikhalmenets, la ciudad de la que le había hablado Erefnais en aquella playa, antes de morir, la ciudad que había ayudado a Vaintè, la ciudad que había lanzado el ataque que se había apoderado de nuevo de Deifoben. Ikhalmenets, la enemiga.
—¿Ikhalmenets? En mi estupidez, nunca he oído hablar de la ciudad de Ikhalmenets.
—Tu estupidez es efectivamente monumental. Ikhalmenets ceñida por el mar, una brillante isla en medio del océano. No eres yilanè si no conoces la existencia de Ikhalmenets.
Mientras decía esto, tendió una mano para reforzar su argumento, golpeó ligeramente con un pulgar un punto en el mapa de la pared.
—Tan estúpido que me maravillo de poder vivir —admitió Kerrick. Se inclinó hacia delante y observó exactamente dónde había señalado el pulgar—. Qué generosidad de la más alta al más bajo que te molestes en hablarme, en perder tu increíblemente valioso tiempo en aumentar mis conocimientos.
—Dices verdad, yilanè-ustuzou —la puerta se abrió, y una fargi entró con una vejiga de carne—. Comeremos. Luego responderás a mis preguntas.
Kerrick comió en silencio, lleno de una feroz y repentina felicidad. No tenía otras preguntas, no necesitaba saber nada más. Ahora sabía dónde estaba localizada la enemiga. Ikhalmenets en medio de la vastedad del océano, en toda la amplitud del mundo.