CAPÍTULO 33

Navegaron de vuelta a través de densas ráfagas de nieve: los primeros signos de que el otoño estaba llegando a su final. Los paramutanos disfrutaban con aquel tiempo, olisqueando alegremente el aire y lamiendo la nieve de encima de su carga. Nevaba más fuertemente aún cuando alcanzaron la orilla, y apenas pudieron ver las oscuras formas de los paukaruts por entre los remolineantes copos. Navegaron pasado el asentamiento hasta la rocosa orilla de más allá, el lugar que habían seleccionado muy cuidadosamente, la razón por la que habían levantado sus paukaruts en aquel lugar.

Allá las olas rompían contra una inclinada y apelotonada masa de rocas que descendía hasta desaparecer en el mar. Su uso resultó evidente cuando las cuerdas que sujetaban el ularuaq fueron pasadas a las mujeres de la orilla. Habían salido corriendo de los paukaruts en cuanto divisaron la pequeña flota, y ya estaban gritando y gesticulando desde la orilla. Kerrick distinguió a Armun de pie a un lado, y la llamó hasta que ella le vio y le devolvió el gesto. Luego todos se vieron arrastrados por la excitación mientras la enorme masa del ularuaq era arrastrada hasta las rocas y retenida allí por las cuerdas.

Se le dio la vuelta con muchas instrucciones gritadas, de modo que la cola quedó apuntando a tierra firme, y fue mantenido así mientras la marea menguante tiraba del cuerpo. Cuando la marea llegó a su punto mínimo el ularuaq estaba varado sobre las piedras, medio fuera, medio dentro del agua. Entonces retiraron las cuerdas de las aletas, las ataron firmemente en torno de la cola, y las tensaron en las piedras hasta la llegada de la siguiente marea alta.

Kerrick se abrió camino por entre la feliz multitud hacia Armun, pero no pudo alcanzarla antes de que la presión de los chillantes paramutanos se interpusiera entre ellos. Kalaleq era llevado en hombros, pasado de unos a otros como un fardo, hasta que fue depositado sano y salvo sobre una de las inmensas aletas. Una vez allí, sacó su cuchillo, empezó a cortar la resistente carne, y al fin arrancó un sangrante trozo. Se embadurnó con él la cara hasta que estuvo tan roja como sus manos…, luego dio un gran mordisco antes de pasar la carne a la multitud, que luchó y se debatió, riendo histéricamente, para conseguir un trozo. Kerrick se abrió camino entre ellos y encontró a Armun. Señaló la enorme masa del cuerpo.

—La caza fue un éxito.

—Y, lo más importante…, has vuelto.

—No había nada que temer.

—No temí nada. Es la separación. No debe ocurrir de nuevo.

No le contó cada uno de los días que había pasado desde que él se había ido, cómo se había sentado en la orilla mirando al mar, pensando en él y en su vida juntos. Cuando se había descubierto a sí misma manteniendo sus pieles encima de su boca para ocultar su labio hendido, como solía hacer siempre antes, se dio cuenta de que él era toda su vida, su nueva vida que no era la de rechazo que siempre había estado viviendo. Era de nuevo esa persona distinta cuando estaban separados.

No le gustaba, no deseaba experimentarla de nuevo. Ahora fueron juntos al paukarut, donde él se desvistió y ella le lavó la suciedad del viaje de todo su cuerpo. Él se metió bajo las cálidas pieles mientras ella se quitaba también las ropas y se unía a su lado bajo las pieles. No fueron molestados, todos los paramutanos estaban en la orilla. Apretadamente juntos, mezclando sus alientos, los sonidos de la alegría de ella se unieron a los de la de él.

Más tarde, Armun se levantó y se vistió y fue a buscar comida para ambos.

—Encendí el fuego y ahumé estos pescados tan pronto como los atrapé. Ya he tenido bastante de carne corrompida. Y toma, estas raíces son del bosque, tienen el mismo sabor que las que siempre he cogido. —Cuando vio la expresión preocupada en el rostro de Kerrick adelantó una mano y acarició sus labios y sonrió—. No fui sola.

Fuimos juntas, muchas mujeres, y muchachos con lanzas.

Vimos los grandes pájaros, pero no nos acercamos a ellos.

Los paramutanos no volvieron a los paukaruts hasta el anochecer, comieron y se retiraron de inmediato, porque la próxima marea alta se produciría durante la noche. Los muchachos que se habían quedado a vigilar el océano llegaron corriendo y gritando entre los paukaruts cuando fue el momento. Entonces todos salieron bajo las brillantes estrellas, sus alientos formando pequeñas nubecillas en el aire nocturno, para sujetar de nuevo las cuerdas. Esta vez, con todo el mundo tirando fuertemente de la cola del animal, lo deslizaron hasta más arriba por la pendiente de rocas; ahora ya no había la menor posibilidad de que el mar se lo llevara.

Por la mañana empezó el despiece. Cortaron grandes tiras de piel y grasa y separaron la carne de los huesos.

Las rocas estaban rojas con la sangre del animal. Kalaleq no tomó parte en la operación, simplemente miró y cuando el despiece ya estaba bien avanzado regresó al paukarut y tomó de nuevo los mapas. Luego llamó a Kerrick.

—Todo el tiempo que navegamos en busca del ularuaq estuve pensando en ellos. Miré el agua, y miré el cielo, y pensé en ellos. Y luego empecé a comprender. Esos murgu navegan de manera diferente, hacen las cosas de manera diferente, pero algunas cosas acerca del océano tienen que ser siempre iguales. Déjame mostrarte lo que estoy pensando, y me dirás si hay algo de verdad en mis pensamientos.

Extendio los mapas yilanè en el suelo, luego caminó alrededor de ellos, sujetando su propia matriz de navegación de huesos entrecruzados. Le dio vueltas y vueltas entre sus manos, luego se arrodilló y la depositó cuidadosamente sobre uno de los mapas, girándola hasta que consiguió lo que deseaba.

—Recordarás que cruzamos el océano siguiendo la estrella que no se mueve. Ese es el rumbo que seguimos… y aquí está donde nos hallamos ahora. Esto es tierra, esto es hielo, esto es la orilla donde te encontramos, este es el lugar.

Kerrick siguió el oscuro dedo a través de la red de huesos, no pudo ver ninguna de las cosas que parecían tan evidentes para el paramutano; para él seguían siendo sólo huesos. Pero asintió, puesto que no deseaba interrumpir. Kalaleq siguió: —Aquí es donde empecé a comprender. Los murgu sólo navegan en el sur, porque tú me has dicho que no pueden vivir en la nieve. Nosotros vivimos para la nieve y el hielo, vivimos sólo en el norte. Pero las cosas van de sur a norte, de norte a sur. Aquí, exactamente aquí, hay un río de agua cálida en el mar, que viene del sur, y hemos pescado en él. Hay abundancia de peces y llega hasta muy al norte, y creo que muchos peces nadan en él para obtener su alimento. Pero ¿de dónde procede? ¿Puedes decírmelo? —sonrió y alisó el pelaje de sus mejillas mientras aguardaba una respuesta.

—¿Del sur? —No parecía una respuesta muy difícil, pero excitó a Kalaleq.

—Sí, sí, creo que sí. Y tú estás de acuerdo conmigo. Así que observa el mapa murgu. Si esto es tierra y esto es agua…, entonces este color anaranjado puede ser el agua cálida que fluye del sur al norte. ¿Es posible?

—Es posible —admitió Kerrick, aunque podía ser cualquier cosa para sus ojos no entrenados. Con estos ánimos, Kalaleq prosiguió:

—Así que termina aquí, en el borde del mapa, porque los murgu nunca van al norte…, así que esto debe de ser el norte. Pero, antes de que acabe, hay este lugar en su mapa…, ¡que creo que es este lugar mío! Y si eso es cierto…, entonces aquí en su mapa es aquí en el mío…, ¡donde estamos de pie en este momento!

Kerrick no podía hallarle el menor sentido al conjunto de huesos del paramutano…, pero había una cierta lógica en el mapa yilanè. Los trazos anaranjados podían ser agua cálida, eso tenía sentido…, aunque no podía decir lo que eran los trazos azules que los cruzaban. ¿Era océano toda la masa verde? ¿Era tierra la masa verde más oscura? Posiblemente. Hizo avanzar su dedo descendiendo por el verde oscuro de la izquierda, lo siguió hacia abajo hasta que cambió al verde claro del mar. En algunos aspectos se parecía un poco al modelo que había visto en Deifoben. Y esas escamas de metal dorado selladas bajo su superficie, ahí fuera en el océano, ¿qué podían significar?

Alakas-Aksehent. Sus brazos y piernas se movieron ligeramente cuando el nombre acudió a su mente. Alakas-Aksehent.

Una sucesión de doradas piedras caídas. Se las habían señalado cuando habían pasado junto a ellas en el uruketo. En el camino de regreso a Alpèasak. Su dedo siguió el rumbo a través del verde claro mientras pensaba esto, llegó al verde más oscuro de tierra firme. A los dos pequeños trazos amarillos allí. Alpèasak.

Las hermosas playas.

—Kalaleq…, tienes razón. Puedo comprender estos mapas, tienen sentido. Eres un paramutano de gran sabiduría y líder de todo el mundo en tus conocimientos.

—¡Eso es cierto! —exclamó Kalaleq—. ¡Siempre lo he sabido! Si lo comprendes…, háblame más de las extrañas marcas.

—Aquí, esto es el lugar donde fue incendiada la ciudad. Aquí es donde nos reunimos contigo, aquí, como tú has dicho. Y cruzamos el océano hasta este punto, casi al extremo del mapa. Sí, aquí…, ¿ves donde el pequeño pedazo de océano se hace más grande? Eso es Genagle.

Donde esta tierra se tiende hacia el norte es Isegnet.

Entonces, todo esto del sur es Entoban.

—Es una tierra muy grande. —Kalaleq se mostró impresionado.

—Lo es…, y toda ella murgu.

Kalaleq se inclinó, lleno de maravilla y admiración, y siguió los contornos del continente hacia el sur con su dedo, luego recorrió la costa hacia el norte hasta alcanzar su localización, y siguió hacia el norte hasta lo que podía ser una gran isla alejada de la costa.

—Esto no está bien —dijo—. Aquí sólo hay hielo y nieve que no se funden no conozco ninguna isla.

Kerrick pensó en los fríos inviernos, más fríos cada año, en las nieves que bajaban más al sur a cada nuevo invierno…, y comprendió.

—Este mapa es viejo, muy viejo…, o está copiado de un mapa viejo. Esta es la tierra que ahora se halla bajo el hielo. Los murgu debieron llegar hasta ella en alguna ocasión. Mira, hay una de sus señales aquí, esa señal roja, en la tierra.

Kalaleq miró más atentamente, asintió. Luego volvió a bajar el dedo por la orilla hasta su emplazamiento.

—Nuestros paukaruts están aquí. Y al sur, a lo largo de la orilla, no muy lejos, ¿ves esa pequeña marca roja?

Parece como la de ahí arriba al norte. Esto es lo que no comprendo.

Kerrick miró con una creciente sensación de desesperanza. Estaba en la costa, no muy lejos, bastante al norte de Genagle, donde se encontraba con el mar. Ambas marcas rojas tenían el mismo aspecto.

—Hay murgu aquí, eso es lo que significa. Murgu aquí, no muy lejos de nosotros. ¡Hemos huido de ellos, pero siguen estando delante de nosotros!

Kerrick se dejó caer hacia atrás con la debilidad de la desesperación. ¿No había manera de escapar de las yilanè? ¿Habían recorrido todo ese camino cruzando el frío mar septentrional sólo para encontrarlas aguardándoles?

Parecía imposible. No podían vivir tan al norte, tan lejos del calor. Sin embargo, la marca roja estaba allí, las dos marcas. La una al norte sumergida ahora bajo el hielo que nunca se fundía. Y la del sur… Alzó la vista para encontrarse con los ojos de Kalaleq, fijos en los suyos.

—¿Estamos pensando lo mismo? —preguntó Kalaleq.

Kerrick asintió.

—Lo estamos pensando. Si los murgu están tan cerca, no estamos seguros aquí. Debemos ir allí, descubrir lo que significa esa marca roja. Ir allí tan pronto como sea posible. Antes de que empiecen las tormentas del invierno. No hay mucho tiempo.

Kalaleq recogió los mapas, sonriendo feliz.

—Quiero ver esos murgu de los que tanto hablas. Hacer un buen viaje, pasarlo bien.

Kerrick no compartía el placer del paramutano. ¿Había ido hasta tan lejos sólo para empezar la batalla de nuevo? Un dicho yilanè acudió a su mente, y su cuerpo se agitó mientras lo recordaba. No importa lo lejos que viajes, no importa el tiempo que te tome, nunca llegarás demasiado lejos. Enge se lo había enseñado, y él no había comprendido entonces su significado, ni siquiera después de que ella se lo hubiera explicado. Cuando te hallas en el huevo estás seguro…, pero una vez abandonas la protección de tu padre y entras en el mar nunca volverás a tener esa protección. El viaje de la vida terminaba siempre con la muerte. ¿Debían tener siempre estos viajes la muerte aguardándoles en su extremo?

Armun compartió su desesperación cuando le contó sus temores.

—¿Estás seguro de que hay murgu ahí, tan cerca?

¿Para esto abandonamos a Arnhweet y cruzamos el océano, para esto?

—No estoy seguro de nada…, por eso debo ir a ese lugar señalado en el mapa y ver lo que hay allí.

—Por eso debemos ir. Juntos.

—Por supuesto. Juntos. Siempre.

Kalaleq podría haber llenado varias veces su ikkergak con voluntarios. Ahora que la caza del ularuaq había terminado, el duro trabajo de despiezar y conservar la carne del gran animal no era excitante. Un viaje sí lo era.

Kalaleq eligió su tripulación, cargaron las provisiones a bordo, y al cabo de un día estaban de nuevo en el mar.

Kerrick permanecía de pie en la proa, contemplando la línea de la costa…, luego el mapa. ¿Hacia qué navegaban?

mareedege mareedegeb deemarissi.

Apotegma yilanè

Comer o ser comido.