Como en todas las ocasiones paramutanas, su llegada trajo consigo muchos gritos, risas y comida. Manos voluntariosas empujaron su ikkergak playa arriba, junto a los otros. Todo el mundo se interponía con grandes risas en el camino de todo el mundo mientras lo descargaban, sin dejar de comer mientras tanto los restos de comida que encontraban en la embarcación. Eran devorados con rapidez, deliciosamente corrompidos después de todos aquellos días en el mar y, por lo tanto, muy apreciados.
Armun se quedó para ayudar a las mujeres, pero Kerrick estaba ansioso por ver aquella nueva tierra, y sabía que no sería de ninguna ayuda en la erección del paukarut de Kalaleq. Tomó su arco y su lanza y caminó por entre los otros paukaruts hacia las boscosas colinas de más allá.
Era bueno sentir de nuevo tierra sólida bajo los pies después de los interminables días en el ikkergak, aunque la tierra aún parecía moverse a veces bajo él. Cuando llegó a los árboles inspiró profundamente la fragancia de sus hojas. Era una buena tierra.
Pero los fríos vientos también habían llegado allí. Aunque estaban a mitad del verano, todavía había nieve en las hondonadas más profundas. Los pájaros dejaban oír sus llamadas desde los árboles, pero no parecía haber animales más grandes en el bosque. Quizás un cazador mejor que él hubiera visto signos de ellos, pero él no pudo encontrar ninguno. También se cansó en seguida porque, tras tantos días en el mar, sus piernas no estaban acostumbradas a una marcha larga. Pese a ello, sintió un auténtico placer de hallarse en tierra firme y siguió adelante, ignorando el cansancio. Olió el aire. Humus del bosque, hierba…, y un débil aroma a carroña arrastrado por el viento. Junto con un débil sonido crujiente.
Kerrick se detuvo, inmóvil, luego se agazapó lentamente y depositó su lanza en el suelo. Sólo cuando hubo colocado una flecha en su arco recuperó su lanza, luego avanzó en silencio, con un arma en cada mano. El crujir se hizo más fuerte, y vio algo que se movía en el claro allí al frente. Con lentitud, manteniéndose en las sombras avanzó hacia allá hasta que se detuvo bruscamente, asombrado.
El animal muerto parecía ser un ciervo, ahora desgarrado y sangrante. Pero la criatura que lo devoraba era algo como jamás había visto en su vida. Alta, delgada, inclinada sobre los despojos, con la cabeza hundida en ellos. Luego se enderezó, tirando de un largo trozo de carne. Una ensangrentada cabeza y pico, ojos que miraban fijamente, un marag de algún tipo. No…, ¡era un pájaro! Más alto que él, con patas más gruesas que las piernas de Kerrick, alas pequeñas. Debía de haberse movido porque la cosa le vio, dejó caer el trozo de carne y emitió un ronco grito y agitó las alas. Kerrick dejó caer la lanza y alzó el arco, tensó la cuerda al máximo y soltó la flecha.
Y falló por completo. El ave mantuvo su territorio chillando aún, mientras él alzaba de nuevo su lanza y retrocedía lentamente hacia el refugio de los árboles. Era mejor dejar para otro día hallar y matar a uno de esos animales. Una vez estuvo fuera de su vista, dio media vuelta y regresó rápidamente por el bosque a la orilla.
Su paukarut había sido erigido ya, y Kalaleq estaba sentado en el suelo ante él, al sol, con un mapa yilanè desplegado en su regazo. Sonrió a Kerrick cuando apareció y agitó el mapa en su dirección.
—Hay algo aquí, y pronto lo entenderé. Ya sé mucho. ¿Ves todo eso verde, como escamas…, sabes lo que es? Eso es el océano. Pronto lo entenderé todo.
Armun emergió de la tienda cuando los oyó hablar. Y no su excursión por el bosque y su encuentro con el gran pájaro.
—Esta es una nueva tierra y debemos esperar nuevas cosas —dijo Kalaleq, firmemente práctico—. Tengo que ir y verlo por mí mismo. Habrá plantas y arbustos que desconocemos. Siempre puede encontrarse comida en el bosque si sabes dónde buscar.
—Y también peligros. No vayas solo. Debemos ir juntos.
La expresión de Armun cambió cuando él dijo esto, y sujetó a Kerrick por el brazo, como si con ello pudiera retenerle allí.
—Estaban esperando a que llegara nuestro ikkergak para partir hacia el norte a la caza del ularuaq. Sólo los hombres, ni siquiera los chicos mayores van a ir. Es lo más importante que hacen.
Kerrick vio su rostro hosco, el miedo en sus ojos.
—¿Qué ocurre?
—Quieren que vayas con ellos.
—No debo.
—Están seguros de que te sentirás complacido cuando te lo pidan. Es un gran honor, y esperan que aceptes.
Pero yo no quiero que me dejes.
Comprendía sus sentimientos: habían estado separados demasiado tiempo antes de eso. Intentó tranquilizarla…, y a la vez tranquilizarse él.
—No será mucho tiempo…, será simplemente como ir de caza. Ya lo verás.
Tras el reciente viaje, Kerrick no sentía absolutamente el menor deseo en embarcarse de nuevo. Sin embargo, no había manera de que pudiera evitar ir. Los muchachos le miraban con envidia, mientras las mujeres le daban palmadas cuando pasaba, porque era considerado de muy buena suerte tocar a alguien que iba a ir en su primera caza del ularuaq. El resto del día transcurrió en la preparación de los ikkergaks…, la mayor parte de la noche en festejar con la carne vieja, sabedores de que iban a traer una nueva provisión fresca cuando regresaran.
Partieron por la mañana, y Armun se quedó dentro del paukarut, no pudo soportar el verle marcharse de ella de nuevo, y sólo salió cuando la pequeña flota fue apenas una mancha en el horizonte.
Navegaron hacia el norte, y Kalaleq se apresuró a decirle a Kerrick las razones de ello, con la clásica verbosidad paramutana.
—Hielo, navegamos hacia el hielo, ahí es donde está el ularuaq.
Kerrick tenía dificutades en comprender exactamente por qué los animales permanecían en el norte, cerca del hielo, porque Kalaleq utilizaba palabras que nunca antes había oído. Tendría que aguardar hasta que alcanzaran los hielos para descubrirlo por sí mismo.
Transcurrieron varios días en el mar antes de que la línea blanca del hielo apareciera en la distancia. Hubo muchos gritos y excitación mientras se acercaban y la helada pared se alzaba cada vez más grande ante ellos.
Las olas se rompían contra ella, y en los huecos entre las olas pudo ver masas oscuras que colgaban del hielo.
—Qunguleq —dijo Kalaleq, y se frotó el estómago.
El ularuaq viene aquí y come. Nosotros venimos y comemos también. ¡Qué divertido!
Mientras giraban y seguían el hielo, Kerrick pudo ver que el qunguleq eran algas verdes de algún tipo, enormemente largas, que se aferraban al hielo y colgaban hasta el mar. Nunca había visto una cosa como aquella antes.
Con este pensamiento empezó a comprender algo de todo aquello. El ularuaq había ido allí a comer el qunguleq… y los paramutanos lo habían seguido. Miró hacia delante con cierta excitación para ver qué tipo de animales pastaban en aquellas heladas praderas septentrionales.
Pese a sí mismo, Kerrick se sintió atrapado por la excitación de la caza. Los ikkergaks giraron hacia el oeste y navegaron a lo largo de la pared de hielo. Cuando alcanzaron el primero de los icebergs que se había liberado de la masa continental, se abrieron en hilera para buscar en torno de los icebergs y en los canales entre ellos. Pero nunca solos. Era un esfuerzo de grupo, y siempre había algún otro ikkergak a la vista. El ikkergak de Kalaleq estaba cerca del centro de la hilera. Los dos ikkergaks a derecha e izquierda eran fáciles de ver…, pero los otros estaban fuera de su vista en la distancia o buscando en otros canales.
Puesto que aquel era el ikkergak de Kalaleq, este tenía el honor de ir a proa y arrojar la lanza. Esta tenía un largo mango de madera y una punta de hueso tallado con muchas púas que miraban hacia atrás y que se aferrarían a la carne para impedir que la lanza se soltara. Kalaleq estaba sentado y untaba una larga cuerda con grasa enrollándola cuidadosamente a su lado. Todos los demás se mantenían atentos a su presa.
Navegaron de este modo hacia el norte durante cinco días, buscando todo el día y descansando por la noche.
Cada amanecer reemprendían la marcha tan pronto como había suficiente luz para ver, extendiéndose en su formación de caza. Al sexto día Kerrick estaba entreteniéndose con una cuerda de pesca cuando hubo un gran grito de alegría de uno de los vigías.
—¡La señal, allí, mirad!
Alguien en el ikkergak de su izquierda estaba agitando una forma oscura sobre su cabeza. Kalaleq tomó un trozo de piel y transmitió la señal siguiendo la hilera mientras giraban el timón para seguir al otro ikkergak, que estaba maniobrando también. La manada había sido divisada: empezaba la caza.
Los primeros ikkergaks redujeron la marcha para que los otros los alcanzaran…, luego avanzaron todos juntos hacia el oeste.
—¡Ahí están! —gritó Kalaleq—. ¡Qué hermosos…, nunca he visto nada tan hermoso en mi vida!
Para Kerrick no eran más que simples bultos oscuros contra el hielo…, pero significaban comida y refugio, la propia vida, para los paramutanos. Su entera existencia dependía de los ularuaq, y para hallarlos habían cruzado el océano, de continente a continente. Ahora era el momento de cobrar la recompensa.
Fueron acercándose más y más, hasta que Kerrick pudo ver los grandes lomos oscuros de los animales mientras estos se movían a lo largo de la pared de hielo.
Tenían romas cabezas y lo que parecían ser gruesos labios. Con ellos alcanzaban el qunguleq y arrancaban grandes trozos. Le recordaron al uruketo, eran igual de voluminosos, sólo que carecían de la alta aleta dorsal. De tanto en tanto, uno de ellos se alzaba muy alto sobre el agua y se dejaba caer de nuevo, con un tremendo chapoteo. Los ikkergaks se acercaron y giraron en ángulo hacia el lado más alejado de la manada, y empezaron a separarse. Kalaleq asintió apreciativamente ante la maniobra.
—Poneos delante, dejad que os vean, hacedlos retroceder hacia nosotros. —Señaló al otro ikkergak que había arriado su vela y se bamboleaba inmóvil en las olas.
Los otros se alejaron apresuradamente, sus velas tensas para alcanzar la manada tan pronto como pudieran, girando en ángulo para ocupar posiciones. Los grandes animales pacían tranquilamente, al parecer indiferentes a los ikkergaks que se acercaban cada vez más. Su propia embarcación se agitaba hacia adelante y hacia atrás en las olas, con la vela chasqueando floja. La tensión creció y Kalaleq agitó la lanza y saltó adelante y atrás de uno a otro pie.
—¡Ya vienen! —gritó alguien.
A partir de entonces todo pareció ocurrir al mismo tiempo…, y Kerrick saltó hacia atrás para mantenerse fuera del camino. La vela fue izada y firmemente atada mientras el timonel —mirando hacia proa por primera vez— orientaba la embarcación hacia la manada que se acercaba, huyendo asustada de los otros ikkergaks. Kalaleq permanecía preparado en la proa, sólido e inmóvil e ignorando al parecer todos los consejos que le gritaban Las oscuras formas de los ularuaq avanzaban hacia ellos.
—¡Ahora! —gritó Kalaleq—. ¡Adelante!
Con un solo y frenético espasmo de esfuerzo, el timonel empujó fuertemente su barra mientras los otros tiraban de las cuerdas que hacían girar la vela al otro lado del mástil. Chasqueó y crujió…, luego se hinchó de nuevo. Unos momentos más tarde estaban moviéndose otra vez, en dirección contraria. Alejándose de los ularuaq trazando un ángulo delante de ellos.
La razón de la maniobra resultó muy pronto evidente.
El ikkergak no podía igualar la velocidad de la manada, nunca podría atraparla. Pero, mientras las enormes criaturas marinas pasaban por su lado, su velocidad relativa se vio disminuida, y Kalaleq pudo elegir su víctima. Lo hizo con calma, señalándole al timonel con las manos en qué dirección deseaba ir, ignorando todos los consejos del resto de la tripulación acerca de tamaño y conveniencia.
Ahora estaban entre ellos, lisas y mojadas formas avanzando a ambos lados.
—¡Ahora! —exclamó Kalaleq…, y clavó su lanza en una vejiga que colgaba de una correa sobre la proa del ikkergak, justo a su lado. La punta de la lanza apareció negra y goteante, y un repulsivo olor brotó de la reventada vejiga. El ikkergak se tambaleó cuando golpeó contra el lomo del ularuaq.
Kalaleq arrojó su lanza hacia abajo con todas sus fuerzas y la clavó profundamente en la gruesa piel del animal, luego saltó hacia un lado cuando el rollo de cuerda unido a ella empezó a desenrollarse rápidamente junto a él. El hedor de la perforada vejiga era increíble, y Kerrick se inclinó sobre la borda y vomitó. A través de sus lágrimas pudo ver a Kalaleq cortar la correa…, la vejiga cayó al mar y desapareció.
Una vez hecho esto Kalaleq arrojó por encima de la borda, de una patada, la hinchada piel atada al extremo de la cuerda. La piel cayó y rebotó sobre el agua, asegurada a la cuerda, y el ikkergak giró y la siguió.
Kalaleq trepó de nuevo al mástil y gritó instrucciones hacia abajo. Si perdían de vista la hinchada piel, toda la operación fracasaría.
El timonel miró a Kerrick y se echó a reír.
—Fuerte veneno, bueno y fuerte. Te hace arrojar toda tu comida sólo de olerlo. Ni siquiera un ularuaq puede vivir mucho tiempo con ese veneno en él, ¿sabes?
Tenía razón; poco después de esto alcanzaron la hinchada piel, que se bamboleaba sobre las olas. Debajo de ella, la inmensa e inmóvil forma del ularuaq era una masa apenas visible. El resto de la manada había desaparecido, pero los otros ikkergaks se les estaban acercando.
—Buen pinchazo, ¿no? —dijo Kalaleq, bajando del mástil y contemplando afectuosamente su presa—. ¿Viste alguna vez un tiro tan bueno?
—Nunca —le dijo Kerrick. La modestia no era un rasgo paramutano.
—Pronto volverá a flotar, luego se hundirá de nuevo, pero ya verás lo que hacemos antes de perderlo.
Cuando el ularuaq subió de nuevo a la superficie, con las olas chapoteando sobre él, el resto de los ikkergaks estaban llegando a la escena. Kerrick se quedó atónito cuando, uno tras otro, los paramutanos se despojaron de sus pieles y se sumergieron en la helada agua. Todos ellos llevaban garfios de hueso, como enormes anzuelos, atados al extremo de cuerdas de cuero que llevaban entre sus dientes mientras se sumergían al lado del ularuaq.
Uno tras otro volvieron a salir a la superficie y fueron izados de nuevo a los ikkergaks, con su pelaje chorreando agua. Se estremecieron y gritaron lo valientes que eran mientras se secaban y volvían a vestirse.
Nadie les prestó la menor atención, porque todos estaban atareados tirando de las cuerdas. Kerrick pudo ayudar en esto puesto que no requería ninguna habilidad especial…, sólo fuerza. La finalidad de este ejercicio quedó clara cuando el cuerpo del ularuaq se agitó en el agua, luego giró lentamente sobre sí mismo. Los garfios habían sido clavados a las aletas del animal. Ahora flotaba en el mar con su vientre, de color ligeramente más claro, mirando al cielo.
Alzaron parte del entramado que formaba el suelo del ikkergak, y de su interior retiraron una masa enrollada.
Resultó ser un largo trozo de intestino de algún animal conservado en una gruesa capa de grasa. A su extremo fijaron un palo de hueso con una punta afilada. Tras despojarse de todas sus pieles, Kalaleq sujetó el hueso entre sus dientes y se dejó caer por la borda. Medio nadando, medio arrastrándose, se abrió camino a lo largo del cuerpo del ularuaq, con el largo intestino tubular arrastrándose tras él. Arrodillado, fue tanteando la elástica piel con sus dedos, golpeándola con sus puños. Se dirigió a otro punto, repitió esas acciones, luego les hizo un gesto a los demás antes de tomar el afilado hueso de su boca. Lo alzó por encima de su cabeza con ambas manos, y lo dejó caer con todas sus fuerzas para hundirlo en la recia piel del animal. Luego empezó a retorcerlo y a meterlo en la carne hasta que desapareció de la vista.
—¡Probad ahora! —exclamó, y se puso de pie, temblando y envolviéndose el cuerpo con los brazos.
Al principio Kerrick pensó que los dos paramutanos estaban bombeando agua del ikkergak. Luego vio que su gran bomba estaba unida al otro extremo de la tripa y que estaban bombeando aire…, no agua. El tubo se estremeció y se puso rígido mientras trabajaban. Kalaleq observó la operación hasta que estuvo satisfecho con los resultados, luego volvió a meterse en el agua y regresó al ikkergak.
Rio estentóreamente mientras se secaba y volvía a vestirse, luego intentó hablar, pero sus dientes castañeteaban demasiado.
—Déjame, me calentará —dijo a uno de los que estaba accionando frenéticamente la bomba. El otro paramutano estaba jadeante y exhausto, y pareció más que feliz de cederle el sitio—. Ahora… lo llenamos… de aire. Así flotará —dijo Kalaleq.
Kerrick ocupó el sitio del otro paramutano…, bombeó con el mismo ritmo frenético que los demás, y pronto pasó la manija al siguiente voluntario.
Poco a poco pudieron ver que sus esfuerzos eran recompensados a medida que el gran cuerpo iba alzándose cada vez más en el agua. Tan pronto como esto ocurrió, pasaron las cuerdas, aún enganchadas a las aletas, a los otros ikkergaks y las aseguraron. Izaron las velas y emprendieron el camino de vuelta, arrastrando lentamente al gran animal marino tras ellos.
—Comida, dijo alegremente Kalaleq. —Este será un buen invierno, y comeremos estupendamente.