Ambalasi cayó hacia atrás ante el inesperado ataque Enge saltó delante de ella, los pulgares extendidos y restallando furiosa, gritando órdenes.
—¡Retrocede! ¡Atrás! ¡Error de comportamiento!
La recién llegada no siguió con el ataque…, aunque siguió manteniendo la araña extendida ante ella. Se quedó boquiabierta ante las dos yilanè, con evidente miedo.
Luego se dio la vuelta y huyó.
—Tú la viste —dijo Enge, más una afirmación que una pregunta.
—La vi. Físicamente idéntica a nosotras en muchos aspectos. Pulgares opuestos sujetando el insecto. Más baja de estatura, más recia, de color verde claro más oscuro en la espalda y a lo largo de la cresta.
—Admiración ante la observación. Yo vi simplemente una figura.
—Entrenamiento científico, por supuesto. ¡Ahora considera! Esto es maravilloso, notable, un descubrimiento auténticamente importante. Tanto para las historiadores sociales como para las biólogas.
Enge mantenía un ojo fijo en la jungla, no deseaba que se repitiera el inesperado ataque, y prestaba atención a Ambalasi con el otro ojo. Hizo signo de ignorancia e interrogación. Ambalasi se mostró exuberante.
—La biología, por supuesto, por todas las obvias razones. Pero esa araña…, ¿no has recordado al instante el Muro de la Historia? No, no puedes haberlo hecho. Escucha y sé guiada. Debes recordar los caparazones de las langostas, situados ahí para señalar el amanecer de nuestra existencia, cuando se supuso que las yilanè los blandían como armas en defensa contra los machos. Ahora tenemos pruebas de que la teoría es realmente un hecho. ¡Maravilloso!
—Pero…, no vi ninguna langosta…
—¡Criatura de ignorancia! Es de la similaridad de la acción de lo que estoy hablando. En el mar, lo que se debió hacer fue blandir una langosta con sus apresantes pinzas para la defensa. En la tierra, como hemos visto, un insecto venenoso sirve para la misma función.
—Información comprendida. Pero debemos marcharnos, volver con las otras, este es un lugar muy peligroso para permanecer. Hay amenazas de muerte por veneno.
—Tonterías. Simplemente nos estaba amenazando, una reacción de defensa, puesto que no llevó el ataque hasta su final. ¿No viste la confusión en sus movimientos? Somos de su misma especie…, y, sin embargo, no de su misma especie. Incertidumbre de la amenaza, luego retirada. Debo pensar en la manera de proseguir este contacto sin alarmarlas más.
—Ambalasi, no puedo ordenarte que regreses…, pero puedo suplicártelo. Luego podemos volver con más ayuda.
—Negativo. Cuantas más seamos, más asustadas se sentirán. Hemos sido advertidas…, pero no atacadas. Esa es la situación en el momento actual, y no quiero que cambie. Debemos permanecer aqui. Irás al rio y capturarás un pez.
Enge sólo pudo comunicar duda y confusión.
—Piensa —ordenó Ambalasi—. Te enorgulleces de tus poderes de racionalidad. La ceremonia de ofrecer comida es algo que todavía usamos en ocasiones importantes, seguro que tiene que ser muy antigua como costumbre social. ¿Qué gesto hay más fraternal que el ofrecimiento de comida? Un compartir de sostenimiento y existencia, ahora necesitamos un pez.
La vieja científica rechazó, irascible, todo argumento y comunicación, simplemente se sentó de manera confortable sobre su cola con un último e imperativo: ¡Un pez!, y miró fijamente al bosque, los miembros modelando bienvenida y calidez. Enge no tuvo más elección que darse la vuelta, caminar hasta el rio y bucear bajo su superficie.
Entonces las vio, un espectáculo que proporcionaba alegría a cualquier yilanè. Un efenburu inmaduro deslizándose por las claras aguas, apenas elininyil, el más Joven de los grupos Jóvenes, tan pequeñas, avanzando en persecución de un banco de dorados peces. Las observó durante un largo momento hasta que la vieron y se dieron la vuelta con coloreados signos de miedo en sus palmas. Pero allí estaban, era tan extraño, y al momento siguiente habían desaparecido. Una de ellas sujetaba un pez recién capturado, acababa de darle un mordisco en su lomo, y ahora lo soltó presa del pánico y se alejó precipitadamente. Enge nadó hacia él y lo cogió, regresó a la orilla.
Ambalasi contempló dubitativa el pequeño pez.
—La rapidez en la pesca produce pequeñas capturas.
—No lo capturé. Sorprendí a un efenburu inmaduro, interrumpí su comida. Era atractivo más allá de toda medida.
—Sin duda. El pez tendrá que servir. Permanece aqui mientras me adelanto.
—Puedes ordenar, pero no obedeceré. Caminaré detrás de ti, luego avanzaré para ayudarte si hay algún peligro.
Ambalasi empezó a decir algo, se dio cuenta de que sería un esfuerzo inútil, e hizo signo de reluctante aceptación.
—Al menos cinco pasos detrás de mi. Avancemos.
Mantuvo el pequeño pez delante de ella y caminó lentamente siguiendo el camino, deteniéndose antes de entrar en el bosquecillo.
—Pez, sabroso, bueno, amistad —dijo, con voz fuerte pero agradable. Luego se sentó lentamente sobre su cola el pez sujeto aún ante ella, y repitió sus palabras. Algo se agitó en la oscuridad, e hizo todo lo posible por transmitir calor y amistad de la manera más simple Las hojas se abrieron y la extranjera salió; reluctante.
Se examinaron en silencio la una a la otra por un momento, Ambalasi con toda su habilidad de científica. Todas las diferencias parecían ser superficiales. Tamaño, estructura, coloración epidérmica. Una subespecie, como máximo. Con lentos movimientos, se inclinó y depositó el pez sobre la hierba, luego se puso de pie y retrocedió lentamente unos pasos.
—Es tuyo. Un regalo de amistad. Tómalo y come. Tómalo, es tuyo.
La otra parecía confusa, retrocedió ligeramente y abrió la boca con ausencia de comprensión. Una dentición perfecta, observó Ambalasi. Debía simplificar.
—Pez para comer —dijo, utilizando la expresión más sencilla, no verbal, un simple cambio de color en sus palmas. La otra alzó su mano.
—Pez —hizo signo con sus colores. Se inclinó y lo cogió, se dio la vuelta, y desapareció de nuevo de la vista.
—Excelente primer contacto —murmuró Ambalasi.
Eso es suficiente por hoy, y estoy empezando a sentirme cansada. Regresemos. ¿Viste lo que dijo?
Enge estaba radiante por la excitación.
—Lo vi, ¡fue maravilloso! Hay una teoría de la comunicación que empieza de este modo. Supone que aprendimos a hablar en el océano, fisicamente al principio, luego con mayor habilidad de verbalización.
—También tiene sentido biológicamente. La comunicación no verbal parece ser universal en el mar. Cuando nuestra especie se separó de la suya, el habla por signos de color debía existir ya…, o de otro modo ella no hubiera podido comunicarse ahora. La cuestión es: ¿son yilanè o yileib? ¿Es este signo primitivo todo lo que saben?
Debemos descubrirlo. Hay mucho que trabajar con ellas.
Enge estaba radiante de entusiasmo.
—¡Es una oportunidad que nunca antes se había presentado! Qué placer. He estudiado desde hace mucho tiempo la comunicación, y me siento expectante acerca del futuro trabajo.
—Me complace oír que tienes otros intereses además de tu filosofar sobre la vida-muerte. Te unirás a mi en este proyecto, porque hay mucho que hacer.
Regresaron a la orilla del rio, pero ahora vacilaron antes de volver a meterse en él. No movidas ya por la excitación, eran muy conscientes de los peligros que podían acechar bajo la superficie: intentaron permanecer en los bajíos mientras se abrían camino en torno de la creciente barrera. Manchadas de lodo, y sin importarles regresaron a través de las plantas muertas. Las Hijas de la Vida estaban reunidas junto al uruketo, hablando. Ambalasi las miró con creciente furia.
—¡El trabajo no ha sido hecho! No hay excusas para la pereza-torpeza-inadecuación.
Enge hizo también signo interrogativo y Satsat, que estaba en el centro del circulo, pidió permiso para hablar.
—Far‹solicitó dirigirse a todas nosotras. Escuchamos, por supuesto, ya que es una profunda pensadora.
Ahora estamos discutiendo sus pensamientos…
—¡Que hable ella por si misma! —restalló Ambalasi con creciente disgusto—. ¿Quién de vosotras, Hijas del Habla, es Far‹?
Enge señaló a una delgada yilanè de grandes e intensos ojos, que llenaba sus días con los pensamientos de Ugunenapsa. Esta hizo signo a todas de que escucharan.
Luego habló.
—Ugunenapsa dijo que…
—¡Silencio! —ordenó Ambalasi, usando la forma más dura de dirigirse a la otra, de la más alta a la fargi más baja; Far‹se coloreó ante el insulto—. Ya hemos oído demasiado de los pensamientos de Ugunenapsa. Pregunté por qué paraste el trabajo aqui.
—Yo no lo paré…, simplemente sugerí que fuera examinado. Ya que todas vinimos a este lugar de trabajo por nuestra libre voluntad. Pero, una vez llegamos aqui, tú dictaste órdenes acerca de lo que teníamos que hacer pero no preguntaste cómo o por qué deseábamos trabajar, sino que simple y autoritariamente, como una eistaa dictaste órdenes. Pero nosotras no aceptamos órdenes.
Hemos ido demasiado lejos, hemos sufrido demasiado por nuestras creencias como para abandonarlas ahora.
Nos sentimos agradecidas, por supuesto, pero la gratitud no implica servidumbre. Como dijo Ugunenapsa…
Ambalasi no escuchó esta vez lo que había dicho Ugunenapsa, sino que se volvió hacia Enge e hizo gesto de urgencia de atención.
—Este es el fin de mi paciencia, el fin de mi ayuda Yo sé todo lo que debe hacerse, tus Hijas de la Estupidez no saben más que discutir. He terminado con vosotras…, a menos que las convenzas rápidamente de que deben cesar todas las interferencias. Sin mi ayuda pronto estaréis todas muertas, y estoy empezando a tener la sensación de que este día será un día muy feliz para mi. Voy al uruketo, a lavarme, a comer y a beber y a componer mis pensamientos. Cuando regrese me dirás si deseáis una ciudad aqui. Y, si la deseáis, me dirás cómo puede conseguirse la cooperación. Ahora…, silencio, hasta que esté fuera de vuestra vista. No quiero oír una sola palabra de vuestra discusión, ni deseo oír pronunciar de nuevo el nombre de Ugunenapsa en mi presencia sin mi permiso.
Con todas las lineas de su cuerpo irradiando furia y firmeza de propósito, se volvió y se alejó pisando fuerte hacia el uruketo, marcando su sendero con las profundas huellas de sus garras. Tras lavarse en el borde del rio, subió al uruketo y se instaló a la sombra de su aleta, llamando atención arriba mientras lo hacia. Elem se asomó por la aleta y la miró desde allá.
—Comida y agua —ordenó Ambalasi—. Rapidez de entrega. Urgencia.
Elem llevó personalmente lo pedido, porque respetaba a la científica por su gran inteligencia, olvidados todos los insultos ante la gratitud por los conocimientos adquiridos. Ambalasi vio aquello en los movimientos de su cuerpo y se sintió ablandada.
—Tus intereses científicos superan con mucho tu inclinación filosófica —dijo—. Eres por ello una individualidad mucho mejor, y así puedo soportar tu presencia.
—Los amables pensamientos desde arriba son iguales a los cálidos rayos del sol.
—Y tú eres yilanè con graciosa habla. Comparte mi comida y déjame contarte un descubrimiento científico que es increíble en su magnitud.
Empleó su tiempo en la historia, porque Elem era una audiencia de lo más satisfactoria. El sol estaba ya camino del horizonte cuando Ambalasi terminó y regresó a tierra firme. Lo primero que vio, con gran satisfacción, fue que las Hijas estaban trabajando en limpiar la vegetación muerta. Enge dejó en el suelo una brazada de madera y se volvió para hablar con la científica. Eligiendo con cuidado sus expresiones, a fin de obedecer el edicto de no mencionar el nombre de Ugunenapsa.
—Discutimos el trabajo a la luz de nuestras creencias.
Se alcanzó una decisión. Debemos vivir, porque somos las Hijas de la Vida. Para vivir, debemos crear una ciudad. La ciudad debe crecer. Tú eres la única que puede hacer crecer la ciudad. Para hacer crecer la ciudad debemos aceptar tus instrucciones, puesto que debemos hacerlo para vivir. Así que ahora trabajamos.
—Eso veo. Pero sólo ahora, como acabas de decirme.
Cuando la ciudad haya crecido, ¿dejaréis de aceptar mis órdenes?
—No he considerado todas las implicaciones del pensamiento hasta tan lejos —dijo Enge, en un intento de evasiva.
—Piensa. Habla.
Debía hacerlo, y lo hizo, aunque con gran reluctancia.
—Es mi creencia que, cuando la ciudad haya crecido… las Hijas dejarán de obedecer tus órdenes.
—Nunca pensé otra cosa. Dudo en considerar algún futuro para ellas excepto una muerte cierta. Por el momento, para mi propio confort, aceptaré este débil y decaído arreglo. Hay demasiado de importancia que debe hacerse aqui como para meterme en más discusiones ahora. —Alzó una mano y mostró la gran porción de carne como jalea que sujetaba entre sus pulgares—. Regreso a la Jungla para proseguir mis contactos con la que encontramos. ¿Quieres acompañarme?
—Con el máximo placer y alegría en el mañana. Esta será una ciudad rica, rica en vida y acontecimientos científicos.
—Acontecimientos científicos, si. Pero no veo una existencia favorable para tus Hijas del Desacuerdo, seguidoras de la innombrable. Creo que vuestra teoría de la vida será un día vuestra muerte.
Imame qiviot ikagpuluarpot takuguvsetame.
Dicho paramutano
Hay más senderos en el mar de los que puedes encontrar en un bosque.