Aquella isla en el delta del rio era baja y medio pantanosa. Pero un ciprés había extendido sus raíces en el extremo sur y había crecido alto y ancho, y sus hojosas ramas creaban un bienvenido charco de sombra y alivio al abrasador sol. La mayor parte de las Hijas estaban reunidas allí, recreándose en el atento estudio de las palabras de Ugunenapsa. El circulo de atentas estudiantes estaba sentado, rígido con el esfuerzo de la concentración, siguiendo cada gesto y cada sonido de Enge. Cuando esta terminó su explicación sólo hubo silencio mientras cada una miraba dentro de si misma, viendo si las palabras de Ugunenapsa eran también las suyas.
—¿Preguntas? —quiso saber Enge.
Transcurrió un largo momento antes de que una de las estudiantes, una yilanè joven y delgada, una conversación reciente, hiciera un tentativo movimiento de atención.
Enge respondió con un signo de autoridad para hablar.
La estudiante buscó claridad de expresión, luego dijo:
—Antes de que Ugunenapsa registrara sus pensamientos, hiciera su portentoso descubrimiento, hubo otras que quizá, contribuyeron al esfuerzo… —Se encalló en la pregunta, y Enge acudió a su rescate.
—¿Preguntas si Ugunenapsa, nuestra maestra, fue la primera en todo…, o si aprendió de maestras y pensadoras anteriores? —La estudiante expresó agradecido asentimiento—. Si estudias atentamente las obras de Ugunenapsa, descubrirás que ella también discutió esta misma cuestión. Buscó guía en todas las pensadoras yilanè que estaban preocupadas por las cuestiones de la vida y de la muerte, pero no encontró ninguna que pudiera ayudarla, ninguna referencia anterior al problema o su posible solución. Cuando buscó una explicación a esto, porque era humilde y no quería pensar que sólo ella había sido agraciada con un conocimiento tan singular, llegó a una cierta conclusión. ¿Qué vive y qué muere?, se preguntó a si misma. Una yilanè puede morir, pero una ciudad yilanè vive siempre. Sin embargo, justo en aquella época, una ciudad yilanè acababa de morir, la primera jamás registrada, porque buscó y buscó y no halló mención de ninguna otra antes. Sin embargo, una ciudad había muerto a causa del frío. Entonces le dio la vuelta a la pregunta y la formuló desde el otro lado. Si una ciudad puede vivir y no morir…, ¿por qué una yilanè no puede vivir y no morir? Una ciudad había muerto, del mismo modo que muere una yilanè. Ella era humilde y no creía que la ciudad hubiera muerto simplemente para conducirla a ella a sus descubrimientos. Pero se sintió agradecida de todos modos de haber descubierto la vida a través de la muerte…
—Atención, información de importancia.
Hubo un murmullo y un movimiento de horror cuando Ambalasi bloqueó la visión de Enge, interrumpiéndola cuando aún estaba hablando. Sólo Enge permaneció inalterada ante el descortés acto.
—¿Cómo podemos ser de alguna ayuda a Ambalasi, la que nos salvó a todas? —recordándoles que la científica merecía respeto por encima de todas las demás.
—He aguardado pacientemente a que terminarais de hablar, pero al fin me he dado cuenta de que vuestra charla es interminable. En consecuencia, he interrumpido. Hay un trabajo que necesita ser hecho antes de que llegue la oscuridad. Necesito pulgares fuertes que me ayuden.
—Petición de ayuda, ansia de ayudar —Enge miró a su audiencia—. ¿Quién de vosotras será la primera en su prisa por ayudar a Ambalasi?
Si bien Enge estaba ansiosa por ayudar, su actitud cooperativa no era compartida por las Hermanas. Evidentemente, no les había gustado la interrupción, y no sentían el menor deseo de sustituir aquel descansado filosofar por un trabajo pesado. Ninguna se movió, aunque una comunicó brevemente importancia de enseñanza.
Enge se mostró azarada, no irritada, ante su reluctancia.
—Os he fallado como maestra —dijo—. Ugunenapsa nos ha enseñado que toda vida es igual, que todas las yilanè son iguales, y que una petición de ayuda debe ser honrada como si fuera una petición de vida. —Se volvió hacia Ambalasi e hizo signo de humildad de sumisión—. Yo seré la primera en apresurarme a ayudarte.
Ante aquello, las estudiantes olvidaron su despecho y avanzaron para mostrar su comprensión y compasión.
—Sin la guía de Enge sois tan estúpidas como fargi —dijo Ambalasi, muy poco apreciativamente—. Necesito cinco de vosotras que se ocupen y ayuden en la siembra. —Las miró críticamente de arriba a abajo, porque muchas eran delgadas y cerebrales; seleccionó a aquellas que parecían más fuertes, y las envió con su ayudanta en busca de los pertrechos.
—Debes disculparlas —dijo Enge—. En su excitación por buscar conocimiento, olvidaron las labores del día.
—No les gusta más que perder el tiempo, a todas. Camina conmigo, hay cosas de las que debemos hablar.
—Placer en obediencia a tus deseos.
—Eso es cierto, es lo que sientes sinceramente. Pero tú sola, Enge, tú sola. Nunca he probado de trabajar con criaturas tan resistentes a las órdenes como tu Hijas de la Pereza.
Enge hizo signo de comprensión y disculpa.
—Hay una razón para ello…, como la hay para todo. Los placeres de la asociación y del descubrimiento mutuo, sin persecución por las creencias, son una fuerte mezcla. Resulta difícil descender de las alturas cerebrales a las profundidades del trabajo manual.
—Quizá. Pero el trabajo manual debe hacerse. Para comer debemos trabajar, y me gustaría que se lo dijeras con fuerza de argumentación. ¿No dijo alguna vez esto Ugunenapsa?
—¡Nunca!
—Hubiera sido mejor para todas que lo hubiera dicho. Ahora ven aqui a la orilla y mira hacia fuera. ¿Puedes ver esa península de ahí?
—No demasiado claramente —dijo Enge, observando a través de la lodosa corriente del rio. Aquella isla era baja y plana, como todas las del estuario. Ambalasi hizo gestos de disgusto, luego señaló el cercano uruketo.
—Podremos ver mejor desde arriba de la aleta.
Puesto que no había muelle en aquella orilla llena de cañas, el uruketo había sido alentado, tentándole con pescado fresco, a que abriera un canal en el lodo con su pico lleno de dientes. Ahora que estaba bien alimentado mantenía la cabeza hundida en la abertura que había practicado. Treparon cuidadosamente por su lodoso y resbaladizo flanco y avanzaron hacia la aleta dorsal. El redondo ojo reforzado por el hueso se movió ligeramente cuando pasaron, pero esa fue la única respuesta del animal. Clavaron pulgares y garras de los pies en la correosa piel y subieron. Enge fue muy despacio para igualar sus esfuerzos a los de la vieja científica.
—A veces… lamento haber decidido abandonar Yebeisk… —dijo Ambalasi, jadeando por el esfuerzo—. Pero ningún sacrificio es demasiado grande para el progreso del conocimiento. Tú y yo sabemos eso, pero esta inteligencia se ha perdido en tus seguidoras.
Enge no respondió, sólo hizo signo de aceptación, respetando la edad y la inteligencia de Ambalasi…, sabiendo por experiencia que, si debía realizarse algo más allá de las discusiones interminables, era mejor estar de acuerdo con ella la mayor parte del tiempo. Ambalasi hizo una profunda inspiración, miró alrededor y registró desagrado, finalmente recuperó el aliento lo suficiente como para poder hablar con claridad.
—Mira, puedes verlo desde aqui: en la península, la mancha verde.
Desde su altura, la larga y estrecha lengua de tierra en la curva del rio que iba a ser su ciudad podía verse claramente. Toda la vegetación estaba amarilla y muerta…, excepto una linea verde en la distancia.
—El muro de espinas —dijo Ambalasi con satisfacción, el primer signo de placer que había exhibido aquel día—. La infección por hongos ha matado todo el resto de la vida vegetal…, no hace falta que te diga que las espinas Son inmunes…, y los animales han huido o han muerto por falta de alimento. Ya casi es tiempo de que nuestra ecología reemplace a la nativa.
—Sembrarás la semilla de la ciudad, y crecerá alta y fuerte. —Enge hizo signo de gran placer…, que se desvaneció ante el furioso estallido de Ambalasi—. Fin de la inteligencia, cerrazón de la mente. He hecho algunos intentos de estudiar vuestra absurda filosofía…, ¿es pedirte mucho que prestes atención y comprendas los hechos más básicos de las ciencias biológicas? ¿Por qué estamos viviendo en la incomodidad de esta pantanosa isla? Lo hacemos porque está rodeada por el agua…, como lo están todas las islas. La rápida corriente nos protege de ser devoradas por los carnívoros de tierra firme. También significa que dormimos bajo ásperas cubiertas y comemos sólo los pocos e insípidos peces que tus hermanas atrapan tan reluctantemente. Hacemos esto mientras esperamos a que crezca el muro de espinas que protegerá nuestra ciudad. Y, mientras lo hacemos, admiramos y alimentamos a los hesotsan jóvenes para que maduren rápidamente y nos proporcionen armas para defendernos. Hacemos esto mientras aguardamos que los botes de la charca maduren para poder usarlos en vez del uruketo, que no es adecuado para moverse orilla adentro. ¡Lo que no hacemos es sembrar la enormemente preciosa semilla de la ciudad!
—Interrogación expresada con humilde deseo de conocimiento. ¿Por qué no?
—¿Por qué no? ¿Por qué no? —La dentada cresta de Ambalasi llameó roja, lo mismo que las palmas de sus extendidas manos—. ¡Porque si la plantamos en esta época será devorada por los gusanos, consumida por los escarabajos, destruida por los hongos, aplastada por los pies de alguna de tus torpes Hijas!
—Ahora comprendo —dijo con calma Enge—. Pido disculpas por mi ignorancia.
Ambalasi se volvió para mirar al rio, murmurando para si misma con secos gruñidos y crispaciones de sus miembros. Cuando se hubo recompuesto lo suficiente prosiguió su conferencia.
—Creo que el muro de espinas es ya lo suficientemente alto para protegernos. Deseo una fuerza grande, al menos la mitad de vuestro número, para cruzar conmigo hasta allá por la mañana. Si nuestros flancos están asegurados, empezaremos los muy necesarios trabajos de limpiar el terreno y extender las cuidadosamente alimentadas larvas para purificar el suelo. Luego añadiremos las bacterias que fijan el nitrógeno, seguidas por los arbustos de crecimiento y descomposición rápidos como fertilizantes. Luego, si todo va bien y yo digo que el momento es el adecuado, sembraremos la semilla de la ciudad. ¿Es remotamente posible que ahora quede claro lo que digo?
—De una manera digna de admiración —dijo Enge, majestuosamente inmune al sarcasmo—. Y te doy las gracias por la detallada explicación. Ahora aguardo tus órdenes.
—Espero que las demás lo hagan también. Ese es el siguiente problema. Necesitamos algún liderazgo aqui, alguien que diga a esas inútiles criaturas lo que tienen que hacer.
—Por supuesto, ese es nuestro problema —aceptó Enge con entusiasmo—, porque eso es precisamente lo que nos trajo aqui. Mis Hermanas, que están dispuestas a morir por sus creencias, lo primero que hicieron fue darse cuenta de la incapacidad de una eistaa de destruirlas, luego gozaron de la alegría de esa recién descubierta libertad.
Trabajarán juntas, pero nadie les dará órdenes.
—Si no van a ser conducidas…, ¿cómo pueden ser inducidas a seguir?
—Una muy seria pregunta…, y una sobre la que he meditado profundamente.
—Será mejor que medites un poco más profundamente y con un poco más de rapidez —dijo Ambalasi con malhumor—. O estaremos todas muertas antes de que hayas hallado una solución. Todas las criaturas sociales tienen un líder, alguien que toma las decisiones…, mira ahí. —Señaló un banco de pequeños y brillantes peces en el agua a su lado. ¡Algo los asustó, y todos giraron al instante!, encaminándose como un solo cuerpo en una nueva dirección—. Uno de ellos va siempre en cabeza —dijo Ambalasi—. Cuando las abejas vuelan en enjambre, siempre siguen a la nueva reina. Las hormigas poseen una reina de cuyo fructífero abdomen salen todas las demás. Como las hormigas, así tienen que hacer las Hermanas. Deben ser conducidas.
—Comprendo el problema…
—No, no lo comprendes. Si lo hicieras le dedicarías la más alta prioridad, la primera atención. Vuestros grupos de juegos y discusiones cesarán, y te dedicarás a este problema, el único problema, hasta que alcances una solución. Tiene que haber un liderazgo, una delegación de autoridad, cooperación.
—Acabas de describir una eistaa y su escalafón descendente de mando —dijo con calma Enge—. Eso es precisamente lo que hemos rechazado.
—Entonces, encuentra algo que poner en su lugar antes de que todas muramos de hambre o seamos devoradas por las criaturas de la noche. —Se dio cuenta de un movimiento solicitando atención y se volvió hacia Elem, que se había reunido con ellas en la aleta—. Habla.
—Disculpas por la interrupción: es un asunto de gran importancia. El uruketo ha permanecido demasiado tiempo en la orilla. Debe ir al mar, más allá de la boca del rio.
—¡Imposible! —Ambalasi acompañó su respuesta con un signo de despedida, que Elem ignoró firmemente.
—Suplico permiso para amplificar razones. Me fueron explicadas por la comandanta del uruketo, hace mucho tiempo, cuando serví como tripulanta. Mis recuerdos regresan cuando observo ahora al uruketo. Y a los enteesenat que se sumergen en el agua y lanzan agudos gritos.
Es tiempo de ir al mar, lejos de estas lodosas aguas porque esta criatura necesita alimentarse.
—Mañana. Después de que hayamos cruzado hasta el emplazamiento de la ciudad.
—No. Demasiado tarde. Nadaremos ahora con la marea. Debemos permanecer uno o dos días en el mar. Eso es de la máxima importancia.
Enge tensó los músculos y aguardó a que Ambalasi se volviera y mutilara a aquella insolente que se atrevía a desafiar su voluntad. Pero había olvidado que Ambalasi era siempre y ante todo una científica.
—Tienes razón, por supuesto. Asegúrate de que se alimente bien antes de regresar, porque nos es necesario. Y en el futuro adviérteme siempre por anticipado de cada uno de esos viajes de alimentación.
—Como ordenas, así obedeceré.
—Nuestra expedición aguardará. Quizás este retraso sea afortunado. Tienes dos días para resolver tu problema, Enge. Vayamos a tierra.
—Desespero de conseguir una respuesta en ese plazo. No es un problema fácil porque golpea cerca del corazón mismo de nuestras creencias.
Ambalasi se detuvo cuando alcanzaron el suelo y se aposentó sobre su cola, muy cansada de pronto. Había sido demasiado trabajo que hacer, y no estaba acostumbrada a ello. Enge aguardó pacientemente mientras la científica, sumida por completo en sus pensamientos, observaba el rio, sólo consciente a medias, mientras el uruketo salia al mar. Hubo mucho chapoteo y sacudidas antes de que consiguiera salir del lodo, luego se volvió y siguió a los excitados enteesenat río abajo, hacia el mar.
Ambalasi cerró los ojos por largo rato, luego los abrió y volvió uno hacia la silenciosa y expectante forma de Enge.
—Deseo hacer una sugerencia.
—Respetuosa a tu gran sabiduría, permanezco atenta.
—Invierte la toma de decisiones: Contempla la cuestión desde el otro lado, si puedo citar a vuestra Ugunenapsa. Deja que las decisiones vengan de abajo, no de arriba. Vosotras sois las Hijas de la Vida, así que las necesidades básicas de la vida tienen que ser vuestros dogmas básicos. Empezaremos con uno de ellos. Comida. ¿Sigues hasta ahora esta linea de razonamiento?
Enge hizo signo de respeto y comprensión.
—Admiro la claridad de tus procesos de pensamiento y tu exposición.
—Espero que así sea…, porque el peso de toda la responsabilidad aqui parece recaer sobre mis fuertes hombros.
Repetición de argumento. Comida. Una vez consigas que admitan que necesitan comida para vivir, pregúntales si desean obtenerla colectiva o individualmente.
—¡Maravilloso! —Enge irradio aceptación y entusiasmo—. Permíteme continuar tu pensamiento. Como hacíamos en el mar, atrapando colectivamente bancos de peces, así deberemos hacer en el efenburu de la hermandad.
Lo haremos y atraparemos peces…
—¡No! Te equivocas. Ya no sois jóvenes yileibe en el océano, sino yilanè que necesitan trabajar juntas para vuestro bien común. Algunas de vosotras tendréis que ser seleccionadas para pescar por todas las demás, y una del grupo de pescadores deberá ordenar a las otras la manera de pescar.
—Comprendo y aprecio tu rectificación. Pero esta decisión será difícil, difícil.
Ambalasi estaba completamente de acuerdo.
—Esa es la historia de la supervivencia: nada es fácil.
Hemos tenido nuestras ciudades durante tanto tiempo que hemos olvidado que hubo un tiempo en el que competíamos en términos de igualdad con todas las demás formas de vida. Ahora las sometemos a nuestra voluntad.
Será mejor que hallemos un modo de doblegar a tus hermanas antes de que se conviertan en prematuramente extintas.
Tomó casi todo un día de discusiones antes de que las Hijas llegaran a un acuerdo. Ambalasi se atareó con sus semillas y sus animales, registrando extremos de disgusto sólo cuando su mirada se posaba sobre la parloteante multitud. Cuando Enge se le acercó a última hora de la tarde, alzó la vista con una expresión expectante e impaciente.
—¿Es posible que tengamos los peces después de todo?
—Se ha alcanzado una decisión que encaja con todas las enseñanzas de Ugunenapsa. Igualdad en todas las cosas, igualdad de esfuerzo. Diez de nosotras pescaremos a la vez, porque diez es un número completo que representa el total de los dedos de dos manos que estarán haciendo el trabajo. La primera de las diez dirigirá a las diez y dictará las órdenes el primer día. El segundo día la segunda de las diez estará al mando, y así sucesivamente hasta que mande la décima de las diez, y al día siguiente las próximas diez ocuparán su lugar, y así sucesivamente hasta que todas hayan servido…, luego los dieces de dieces de dieces empezarán otra vez. ¿No es una solución circular, completa y satisfactoria?
Ambalasi hizo signo de disgusto y horror.
—¡Absolutamente disparatado! La tontería más confusa que haya escuchado en mi vida. ¿Qué tiene de malo nombrar a una pescadora responsable que elija a las demás…? De acuerdo. Veo tus frenéticos movimientos.
No sería el camino de Ugunenapsa. Así que eso es lo que habéis decidido. ¿Cuándo empezará la pesca?
—Ahora. Y yo soy la primera de las diez. Iremos con placer a proporcionar comida para todas.
Ambalasi observó a Enge mientras se retiraba, erguida y orgullosa. Era inconcebible. Pero comprensible. Y analizable. Una vez resultabas atrapada en una creencia, tenías que seguirla hasta el final último de todas sus permutaciones…, o abandonar la creencia. Estaba empezando a lamentar su viaje al interior de los reinos de la más oscura filosofía. Delicadamente, limpió la tierra de las raíces del brote que estaba trasplantando. ¡Qué exacta, clara y satisfactoria era la biología en comparación!
Pero no se atrevía a echarse atrás. Su repelente filosofía producía resultados biológicos. Estaba decidida a sondear y descubrir las razones de aquello. Era duro ser la primera en ciencias, la primera en inteligencia, la primera en razonamiento. Ambalasi suspiró feliz: era un peso con el que iba a tener que cargar.