—¿Y esas qué son? —preguntó Vaintè, dejando las imágenes sobre la zona de trabajo delante de ella.
—Recién recibidas…, recién formadas —dijo Anatempe, mientras colocaba las imágenes en fila, por orden, luego señalaba el cercano modelo del paisaje de Gendasi con su pulgar—. Un pájaro volando alto por esta parte de la costa de aqui, justo al oeste de nosotros. Los ustuzou que huyen pueden estar a lo largo de esta orilla de aqui.
—¡Pero no se ve nada! —Vaintè hizo secos movimientos restallantes de irritación y disgusto—. Sólo hay nubes en la imagen.
—Desgraciadamente, así es. Pero ha sido enviado otro pájaro…
—Y cuando llegue allí los ustuzou se habrán ido hace ya tiempo. Los quiero a ellos…, ¡no imágenes de nubes!
—Sus manos se agitaron con la violencia de sus emociones, y barrió todas las imágenes al suelo con sus pulgares.
—Yo controlo los pájaros, pero no puedo controlar las nubes —dijo Anatempe, tan humildemente como pudo, pero algo de sus auténticos sentimientos se infiltró en sus movimientos. No le gustaba ser el blanco de los malhumores de Vaintè. Vaintè vio aquello, y se volvió fría y peligrosa.
—¿Quieres discutir mis órdenes? ¿Las consideras ofensivas?
—Obedezco implícitamente tus órdenes porque así me lo ha ordenado Ukhereb, que obedece a la eistaa. Yo sólo pretendo cumplir con mi deber. —Esto último dicho con modificadores de servicio eterno y obediencia.
Vaintè empezó a objetar, luego adoptó una actitud rígida y silenciosa, y se limitó a hacer signo de seca despedida a la científica, dejando que su desagrado se reflejara solamente cuando la otra se hubo dado la vuelta. Cuando había sido eistaa, aquel tipo de insulto hubiera acarreado como recompensa la muerte segura. Pero lo que la despreciable criatura acababa de decir era dolorosamente cierto. Lanèfenuu era la eistaa que daba órdenes a las demás, y la que le daba órdenes a ella. Era una situación con la que tenía que vivir. Se volvió, disgustada, y vio a la fargi de pie justo en la parte interior de la entrada del edificio del modelo de paisaje. Llevaba algún tiempo allí, pacientemente de pie, aguardando a llamar la atención de Vaintè.
—Mensaje para muy alta Vaintè —dijo, con el significado incierto a causa de su debilidad de lenguaje. Vaintè controló su temperamento: la criatura podía olvidar el mensaje o morir de desesperación si le dejaba saber exactamente cómo se sentía.
—Soy Vaintè. Habla lenta y cuidadosamente, te escucho.
—Yilanè Naalpe uruketo presencia puerto comunicación solicitada.
Casi era demasiado para poder soportarlo, pero Vaintè siguió controlándose, y se maravilló ante su propia paciencia.
—Necesito clarificación. ¿Estás informándome de que Naalpe está ahora en el muelle a bordo de su uruketo y que desea hablar conmigo?
—¡Afirmativo! —la fargi se estremeció de placer ante la comunicación y se retiró ante el signo de despedida de Vaintè, así que no vio la mirada de desagrado de Vaintè ante la abominable calidad de su lenguaje. Cuando iba a salir fue interrumpida por una segunda fargi, que hizo también signo de comunicación deseada.
—Adelante —dijo secamente Vaintè—. Y deseo intensamente superioridad de lenguaje sobre última mensajera.
Mucho mejor, realmente, porque aquella venía de la propia eistaa, y esta sólo utilizaba fargi cuya habla era yilanè la mayor parte del tiempo.
—Petición de la más alta a través de la más baja a Vaintè de rango. Cálidos saludos y tras terminar con su actual trabajo desea su presencia en el ambesed.
—Devuelve a la eistaa placer de aceptación, pronta llegada. —No importaba lo educadamente que fuera expresada, una orden de la eistaa era una orden que debía ser obedecida al instante. Por mucho que deseara hablar con Naalpe, la reunión tendría que esperar.
Pero Vaintè no iba a apresurarse y llegar sin aliento ni habla. Se dirigió al ambesed por caminos umbríos, sabiendo que la mensajera llegaría primero para informar de su aceptación de la orden.
Caminar por aquellos senderos familiares tenía un sabor agridulce para Vaintè. Dulce porque la ciudad era de nuevo yilanè; agrio porque buena parte de ella estaba aún en ruinas…, y los ustuzou habían escapado. Cosa que no debía permitirse, nunca. Habían huido, pero serian hallados.
El gran ambesed estaba completamente vacío, porque sólo las fuerzas de avanzada habían llegado desde el otro lado del mar. La ciudad debía ser reparada y crecer de nuevo, y debían hacerse otros preparativos, antes de que Ikhalmenets llegara a Alpèasak. Sus defensas debían ser fortalecidas, esta era la primera prioridad. Ningún ustuzou debía poner de nuevo un pie en aquella ciudad. Lanèfenuu estaba despatarrada a la cálida luz del sol, en el lugar de honor, contra la pared del fondo. Allá se había sentado la noblemente muerta Malsas, allá se había sentado la propia Vaintè, y gobernado durante mucho tiempo, cuando la ciudad era joven. Era extraño ver a otra allí…, y Vaintè apartó instantáneamente el sentimiento de celos que la abrumó. ¡Nunca! Ya no era una eistaa, y no deseaba volver a gobernar nunca. Lanèfenuu era una eistaa poderosa, respetada y obedecida. En su generosidad hacia Vaintè, le había permitido preparar fuerzas armadas y alistar el genio de la ciencia para recapturar su ciudad. Para matar a los ustuzou. Lanèfenuu era una eistaa de dos ciudades, una líder entre las lideres.
Lanèfenuu vio claramente todas esas expresiones cuando Vaintè se acercó, y las aceptó como era su derecho.
Sus consejeras retrocedieron para dejar sitio a Vaintè en el circulo que la rodeaba.
—Ha llegado un uruketo con informes y preguntas —dijo Lanèfenuu—. Este pensamiento me agita, y siento la necesidad de respirar una vez más el aire de Ikhalmenets ceñida por el mar. Llevo demasiado tiempo aqui, y las aletas de mi nariz se cierran ante el hedor de los ustuzou y el humo que empapa esta ciudad.
—Será limpiada, eistaa, del mismo modo que tú limpiaste la ciudad de los ustuzou que la contaminaban.
—Graciosamente dicho y apreciado. Ukhereb permanecerá aqui y supervisará ese proceso. Es una científica y no una política, así que será su responsabilidad. La tuya será vigilar y proteger y conservar la ciudad para las yilanè. ¿Hay claridad de significado aqui?
—Ciertamente, eistaa. No gobernaremos juntas pero trabajaremos juntas, una para edificar, otra para vigilar. Sólo una puede gobernar aqui.
—Aceptado. Ahora háblame de los ustuzou.
—Los que huyeron al norte están todos muertos. Pese a todo seguimos en guardia constante, vigilando siempre en todas direcciones por si algunos están ocultos cerca porque son tan mortíferos como serpientes cuando se ocultan en el bosque.
Lanèfenuu hizo signo de aceptación y comprensión con algo más que un asomo de infelicidad.
—Soy muy consciente de ello. Han muerto demasiadas yilanè que deberían haber vivido para ver esta ciudad suya de nuevo.
—No puede prepararse buena carne sin matar un animal —ofreció Vaintè, con armónicos de comprensión, en un intento de apaciguamiento. Pero los ánimos de Lanèfenuu estaban soliviantados aquel día.
—Hubo demasiadas muertes, muchas más de las que tú me llevaste a creer. Pero eso está en el pasado…, aunque sigo lamentándome por Erefmais, que estaba muy unida a mi. Hay un hueco en mi existencia que ella y el gran uruketo llenaban.
La manera en que la eistaa escudó su significado parte la pérdida del uruketo que la de la comandanta. El circulo de oyentes permaneció inmóvil y obediente. Como ella misma les recordaba a menudo, la propia Lanèfenuu había mandado un uruketo antes de su elevación a eistaa, así que sus sentimientos podían ser apreciados. Cuando Lanèfenuu se tocó en silencio el brazo con el pulgar en reconocimiento de tristeza por la pérdida, hicieron eco con simpatía de movimiento. Pero la eistaa era demasiado yilanè de acción para lamentarse excesivamente. Miró a Vaintè con una pregunta.
—Entonces, tus ustuzou, ¿se han ido todos?
—Han huido en el miedo y la desesperación. Los vigilamos constantemente.
—¿Ninguno está cerca?
—Ninguno. Hacia el norte, muerte. Hacia el oeste…, la muerte les sigue y la venganza aguarda.
—¿Estás segura de su destino?
—Sé donde han ido porque he estado allí antes, lo he visto por mi misma. Su ciudad será su trampa, su muerte. No podrán escapar.
—Lo hicieron la última vez —dijo Lanèfenuu con brutal franqueza.
Vaintè se agitó con remordimiento y reconocimiento de la verdad, esperando que sus signos fueran lo suficientemente intensos como para ocultar sus más que ligeros sentimientos de furia ante aquel recordatorio.
—Sé esto y acepto la censura de la eistaa. Si hay algún valor en la derrota pasada es la preparación de la victoría futura. Esta vez el ataque será más sutil y más prolongado. Las plantas de la muerte crecerán en torno de su ciudad, los estrangularán y los matarán. Sólo quedarán cadáveres.
—Eso es aceptable…, siempre que sean cadáveres ustuzou. Fuiste despilfarradora con las fargi en tu última visita allí. Se necesitará todo un efenburu de machos en las playas del nacimiento para sustituirlas.
Vaintè, como las demás, expresó tan sólo inmóvil aceptación. La eistaa podía ser tan vulgar como una tripulanta inferior cuando deseaba serlo…, pero seguía siendo la eistaa, y podía hacer lo que quisiera.
—Cuando me vaya quedarás al mando de las yilanè y las fargi de mi ciudad…, y las aprecio profundamente a todas.
—Su existencia será respetada y protegida con mi propia vida —dijo Vaintè—. Mi gratitud es grande de que me permitas perseguir y matar a esas criaturas antes de que puedan regresar y atacar de nuevo. Lo haré como he prometido, llena de seguridad de lo preciosas que son para ti todas las vidas de Ikhalmenets.
No había más que decir sobre el tema y, cuando Vaintè solicitó respetuosa retirada, un movimiento del pulgar de la eistaa le permitió irse. Abandonó el ambesed sin prisa aparente, pero apenas estuvo fuera de su vista avanzó más rápidamente en el creciente crepúsculo. La noche estaba al llegar, y se sentía ansiosa por oír lo que Naalpe tenía que informarle.
El uruketo había sido asegurado al muelle donde estaba siendo descargado su contenido. Su comandanta permanecía de pie a un lado, pero apenas vio a Vaintè aproximarse hizo signo a una de sus oficialas de que tomara el mando y avanzó a su encuentro.
—Saludos, Vaintè. —Signos del mayor respeto—. Información que comunicar, reserva importante.
Se alejaron fuera de la vista de cualquier observadora antes de que Naalpe hablara de nuevo.
—Tal como me pediste, me detuve en Yebeisk en nuestro viaje de regreso desde Ikhalmenets. Hablé con muchas allí, y fue fácil averiguar de aquella cuyo nombre me diste, porque nadie hablaba allí de otra cosa.
—Solicito clarificación de significado. —Vaintè era educada y ocultó su creciente impaciencia.
—Esa Enge, la Hija de la Muerte de la que me hablaste, acudió osadamente a la eistaa y le contó sus creencias y por ello fue encerrada con todas las demás de su clase…
—Excelente, una información de lo más excelente y alentadora, amable Naalpe… —Se interrumpió en seco cuando vio los signos de agitación y alarma de la comandanta.
—No es así, no, en absoluto. No parece estar claro cómo ocurrió, los detalles resultan confusos por el tiempo transcurrido y las muchas opiniones. Pero puedo afirmar la realidad de lo ocurrido con toda sinceridad, porque hablé personalmente con la comandanta del uruketo.
Habló conmigo como no hablaría con ninguna otra porque ambas hacemos el mismo trabajo, me contó lo que había ocurrido.
—Pero…, ¿qué fue lo que ocurrió?
—La Enge por la que preguntaste, ella y todas las demás, todas las Hijas de la Muerte de la ciudad de Yebeisk, abordaron el uruketo y se marcharon. No pudieron seguirlas. Nadie sabe dónde han ido.
Vaintè se inmovilizó, incapaz de hablar, sus pensamientos trazando círculos de desconcierto. ¿Qué significaba aquello? ¿Cómo lo habían conseguido? ¿Quién las había ayudado? ¿Cuántas eran? ¿Adónde habían ido?
Pronunció aquel último pensamiento en voz alta, pero no había nadie para responderlo.
—Se han ido…, pero ¿adónde?