Al sur de la ciudad, al sur del río, empezaban los pantanos. Ahí, la enmarañada jungla y las marismas descendían hasta casi el borde del océano, hacían imposible andar excepto a lo largo de la playa. Justo encima de la línea de la resaca, las aves marinas de largas patas estaban despedazando un hardalt muerto que había sido arrojado a la orilla. Una repentina alarma les hizo alzar bruscamente el vuelo, trazando círculos y chillando mientras los dos sasku aparecían agotados en la playa. Sus cintas blancas en la cabeza estaban marcadas con una manzana ocre para indicar que llevaban a cabo una misión importante. No parecían contentos con ella. Observaron el muro de la jungla con evidente temor, apuntando sus palos de muerte hacia amenazas invisibles. Cuando pasaron junto al cadáver del hardalt, Meskawino lo miró con disgusto.
—Era mejor en el valle —dijo—. Hubiéramos debido quedarnos allí.
—Los murgu llegaron al valle para destruirnos…, ¿ya lo has olvidado? —dijo Nenne—. Fue la voluntad de Kadair que viniéramos a este lugar para destruirlos, y eso es lo que hicimos.
—Pero regresan.
—Los mataremos también. Lloriqueas como un niño pequeño, Meskawino.
Meskawino, aterrorizado para darse cuenta siquiera del insulto. La vida allá junto al océano no era enteramente de su gusto, resultaba demasiado diferente de la existencia ordenada de la que había gozado en su protegido valle. Cómo añoraba aquellas sólidas paredes de piedra…
—Hey, ahí delante, ¿qué es eso? —dijo de pronto Nenne.
Meskawino se detuvo, dio un paso atrás.
—No veo nada. —Su voz era ronca por el miedo.
—En en mar, flotando en el agua…, y ahí hay otro.
Había realmente cosas allí, objetos, pero demasiado distantes como para definir lo que eran. Meskawino intentó seguir retrocediendo, regresar.
—Debemos decirle a Kerrick lo que hemos visto, esto es importante.
—Nenne sacó ostentosamente la lengua, un gesto de gran desdén.
—¿Qué es lo que eres, Meskawino? ¿Mujer o sasku? ¿Corres aterrorizado ante unos maderos flotando en el océano? ¿Qué les dirás a Kerrick y a Sanone? Que hemos visto algo. Nos preguntarán qué…, ¿y qué les dirás entonces?
—No deberías haberme hecho esto con la lengua.
—Mi lengua permanecerá dentro de mi boca mientras te comportes como un sasku. Iremos hacia el sur y veremos si podemos descubrir qué es lo que hemos visto.
—Iremos al sur —dijo resignadamente Meskawino, seguro de que estaban yendo hacia una muerte cierta.
Se mantuvieron lejos de la línea de resaca, tan cerca de los árboles como podían, y caminaron con cauteloso temor. Pero la playa estaba vacía. Cuando llegaron a un promontorio erosionado por el agua treparon por entre el bosquecillo de palmas, andando aún con cautela pese a que sabían que no podían ser vistos desde el océano. En la cima, apartaron con cuidado las ramas y miraron a través de ellas.
—¡Murgu! —gimió Meskawino, dejándose caer hacia adelante con la cara entre las manos.
Y Nenne no se dejó asustar tan fácilmente. Los murgu no estaban cerca, sino muy lejos, más abajo de la orilla y el mar. Eran embarcaciones-animal del mismo tipo que la que habían tomado los murgu supervivientes cuando ellos habían quemado la ciudad. La había visto con sus propios ojos, así que sabía cómo eran. Pero había muchas allí, la cuenta de dos manos. Y otras más pequeñas iban desde ellas hasta la orilla, llevando a los murgu, asesinos. Estaban desembarcando en la orilla, haciendo algo allí, no podía decir qué porque las plantas le dificultaban la visión. En mar abierto podían ver más embarcaciones-animal que se acercaban, viniendo de la dirección de la isla que había allí. Todo era muy extraño.
—Debemos acercarnos más, ver qué están haciendo —dijo Nenne. Meskawino se limitó a gemir, el rostro enterrado aún entre sus manos. Nenne le miró y sintió lástima. El padre de Meskawino y su único hermano habían sido asesinados por los murgu. La furia y la venganza habían llevado a Meskawino hasta allí, y había luchado bien. Pero este tiempo había pasado. Todas aquellas muertes le habían hecho algo, y ahora era como un objeto roto. Nenne había intentado avergonzarle para que volviera a ser un sasku, pero sin conseguirlo. Alargó una mano y la apoyó suavemente en su hombro—. Vuelve atrás, Meskawino. Diles lo que hemos descubierto. Yo voy a intentar acercarme para ver si puedo descubrir qué obra de Karognis están llevando a cabo. Vuelve.
El miedo estaba aún ahí cuando Meskawino alzó el rostro, pero también el alivio.
—No puedo impedirlo, Nenne, es más fuerte que yo.
Iría contigo si pudiera. Pero mis pies no me llevarán hacia delante, sólo hacia atrás. Se lo diré.
Nenne lo observó mientras se alejaba a toda velocidad por la playa, y realmente sus pies lo llevaban estupendamente en aquella dirección. Luego se volvió de nuevo.
Ahora descubriría lo que estaba ocurriendo en la orilla.
Utilizando toda su habilidad, avanzó por el bosque en silencio.
Le tomó mucho tiempo, y el sol estaba ya casi junto al horizonte antes de llegar lo suficientemente cerca como para ver con claridad la barrera. Se alzaba muy alta protegiendo la playa y el terreno tras ella, y se extendía hasta el mar. Estaba hecha con arbustos de algún tipo, de anchas hojas verdes, aunque había otro tipo de excrecencias más oscuras entre ellos. Empezó a avanzar a lo largo del límite del bosque, y entonces vio el primer cuerpo. Luego otro, y otro. Se detuvo, tan paralizado como Meskawino, durante largo rato, horrorizado, antes de ser capaz de retroceder, paso a paso, y alejarse del lugar.
Aunque trotó de vuelta por la arena a buen paso, no consiguió alcanzar a Meskawino, que debía de haber corrido mucho más aprisa, empujado por su miedo. Por primera vez Nenne pudo comprender cómo debía de sentirse.
Y Kerrick había oído de Meskawino la presencia de las yilanè de modo que tuvo que luchar para controlar su impaciencia mientras Nenne bebía jadeante agua de un fruto de beber, luego exprimía el resto sobre su cabeza y cuerpo empapados de sudor. Cuando finalmente pudo hablar los ojos de Nenne se abrieron enormemente con el recuerdo de lo que había visto, y su oscura piel pareció más pálida mientras hablaba.
—Al principio sólo fue uno, un ciervo que se había acercado a comer de los arbustos. Estaba muerto, la enredadera con espinas se había enroscado en torno de una de sus patas. Luego vi los otros, algunos sólo huesos, animales de todo tipo, incluso criaturas murgu, que habían muerto junto a la alta pared. También pájaros, aves marinas y de otros tipos, que se habían posado allí cerca…, y nunca habían podido volver a remontar el vuelo.
Lo que crece allí es muerte viva, que mata cualquier cosa que se le acerque.
—Pero ¿por qué? ¿Qué puede significar eso? —preguntó Sanone, y los demás oyentes asintieron en desconcertada conformidad.
—¿Que qué significa eso? —La voz de Kerrick era hosca cuando habló—. Nada bueno para nosotros. Pensad en ello. Los murgu han llegado aquí con todas sus fuerzas en muchas embarcaciones-animal. Tienen una base en esa isla a poca distancia de la costa, donde no podemos alcanzarles. Podemos construir botes…, pero creo que moriremos si intentamos desembarcar allí. Mientras ellos estén en su isla y nosotros aquí, no habrá ningún problema. Pero han hecho crecer este lugar de muerte en la orilla.
—Está lejos de nosotros —dijo Meskawino, con voz débil pero esperanzada.
—Ahora lo está —dijo Kerrick, sin reflejar la menor esperanza en su voz—. Se acercará, o harán crecer otro más cerca, podemos estar seguros de ello. Están cambiando sus tácticas, y empiezo a tener miedo. Cuando nos atacaron la otra vez, enviaron a sus fargi armadas contra nosotros, y fueron destruidas. Ahora me temo que la que las capitanea está planeando algo mucho más intrincado y mortífero.
¿Hasta qué punto era mortífero…, y hasta qué punto vulnerable? Con aquel pensamiento le llegó un enfermizo temor. Cuando habló de nuevo, todos pudieron captarlo en su voz.
—Debo ir a ver esta barrera en la orilla. ¿Me la mostrarás, Nenne? ¿Me ayudarás a llevar algunas cosas que necesitaremos?
—Iré contigo. ¿Ahora?
—No; debes descansar, y ya es tarde. Partiremos por la mañana.
Se fueron al amanecer, y avanzaron cautelosa y rápidamente siguiendo las huellas dejadas el día anterior allá donde aún eran visibles por encima del límite de la marea alta. A mediodía tenían la barrera a la vista, un arco verde cortado por el mar. Pero había una diferencia.
—Se han ido —dijo Nenne—. No era así la otra vez. Las embarcaciones-animal estaban aquí, y había otras más pequeñas moviéndose entre ellas y la orilla, y otras más grandes avanzaban desde la isla. Ahora se han ido todas.
Kerrick sospechó alguna trampa. El mar estaba vacío, la bruma del atardecer hacía que la isla pareciera gris en la distancia. Había otras islas más pequeñas más allá, Kerrick las recordaba de cuando habían pasado junto a ellas en el uruketo, toda una cadena. Alakas-Aksehent, la sucesión de doradas piedras caídas. Un lugar perfecto para llegar a la orilla desde el mar, para estar a salvo de cualquiera en tierra firme. Pero el arco de muerte plantado en la orilla…, ¿qué significaba?
—Treparé a este árbol, el alto —dijo Nenne—. Desde su copa podré mirar por encima de la barrera, ver qué hay detrás de ella.
Era un buen trepador, había subido por la pared del valle muchas veces, y esto era mucho más sencillo. Pequeñas ramitas y hojas llovieron mientras ascendía por entre las ramas grandes. Permaneció allá arriba unos instantes, luego regresó tan rápido como había subido.
—Nada —dijo, con voz desconcertada—. Dentro sólo hay arena. Está vacío, las criaturas que estaban ahí ayer se han ido. A menos que se hayan enterrado en la arena…, se han ido.
—Iremos al lugar desde donde observaste ayer, cerca de la zona de muerte —dijo Kerrick, y cogió su arco mientras Nenne volvía a echarse al hombro su bolsa de piel.
El cadáver del ciervo se hallaba aún allí, con moscas zumbando a su alrededor, y más allá la verde pared estaba llena de animales muertos. Kerrick flexionó su arco y seleccionó una flecha mientras Nenne abría la bolsa.
Kerrick ató cuidadosamente la tira de tela alrededor de su flecha, luego dejó caer unas gotas de aceite de charadis de su recipiente de piel. Nenne se inclinó para no dejar pasar la brisa mientras rascaba dos piedras para obtener fuego. Añadió ramillas secas hasta que las llamas crepitaron en el hueco que había practicado en la arena.
Kerrick se irguió, tendió a medias el arco con la flecha que había preparado, lo inclinó, y tocó las llamas con el trozo de tela empapado en aceite. Prendió, las llamas invisibles a la luz del sol pero el oscuro humo claramente visible. Luego tensó el arco al máximo, apuntó alto en el aire…, y lo soltó.
La flecha trazó un amplio arco y cayó en la barrera verde. Pudieron verla allí, clavada en una hoja, humeando ligeramente. Cuando el humo murió, Kerrick preparó otra flecha incendiaria y la lanzó tras la primera, luego otra y otra. Los resultados fueron cada vez los mismos.
—Han aprendido —dijo, con voz tan lúgubre como la muerte—. Ahora conocen el fuego. No podremos quemarlas una segunda vez.
Nenne se palmeó desconcertado la frente.
—No comprendo nada de todo esto.
—Yo sí. Tienen una base en tierra, una que no podemos atacar ni incendiar.
—Podemos usar flechas y lanzas, no estarán seguras detrás de esta barrera.
—Admito que puede que no estén seguras detrás de una barrera de este tamaño. Pero si hacen crecer una más grande podrán retirarse tras ella por la noche… fuera de nuestro alcance.
—Esos murgu hacen cosas extrañas —dijo Nenne, y escupió con rabia hacia la pared verde.
—Cierto…, porque no piensan como lo hacemos nosotros. Pero yo las conozco, debería comprender lo que hacen. Tengo que pensar en ello. No han hecho esto sin intención…, y debería ser capaz de comprender la razón por la que está aquí. Acerquémonos más.
—Eso es la muerte segura.
—Para los animales, sí. Simplemente ve con cuidado.
Kerrick se dio cuenta de que le temblaban las piernas mientras ponía cuidadosamente un pie delante del otro en la compacta arena. Cuando ya estaban cerca del ciervo, Nenne lo detuvo sujetándole del brazo.
—La enredadera con espinas enrollada en torno de la pata del ciervo…, observa cómo brota de la arena. Justo donde estaba el ciervo de pie, cerca de las hojas que estaba comiendo. ¿Por qué el ciervo no la vio y la evitó?
—Creo saberlo. —Kerrick se inclinó y extrajo una concha medio enterrada en la arena, luego la arrojó cuidadosamente de modo que cayera justo al lado del cadáver.
De inmediato la arena se abrió y una especie de látigo verde lleno de espinas brotó de ella y golpeó la concha.
—Están justo debajo de la superficie —dijo Kerrick.
Son activadas cuando se produce una presión arriba.
—Pueden crecer en cualquier parte aquí —dijo Nenne, retrocediendo cautelosamente, caminando sobre las huellas que habían dejado—. Este es un lugar de muerte, donde nada puede vivir.
—En absoluto. Mira ahí, justo en la base del muro.
Se inmovilizaron, casi sin respirar, mientras las hojas se agitaban y se apartaban. Una cabeza moteada, anaranjada y púrpura, apareció; sus brillantes ojos miraron alrededor, luego desapareció de nuevo. Volvió unos instantes más tarde, y esa vez se asomó más. Era un lagarto de algún tipo. Avanzó con rápidos movimientos por la arena…, luego se detuvo y quedó inmóvil. Sólo sus ojos se movían, mirando alrededor. Una fea criatura con una gruesa y plana cola, con hinchados bultos como ampollas en su lomo, que brillaba al sol como si estuviera mojada.
Luego avanzó de nuevo, dejando un rastro baboso en su camino, y se detuvo junto a un trozo de hierba. Empezó a mordisquearla con movimientos laterales de sus mandíbulas. Kerrick buscó lentamente en su carcaj cuando el lagarto no miraba en su dirección, extrajo una flecha, la colocó en el arco.
La soltó.
—Bien —dijo Nenne, asintiendo aprobadoramente mientras contemplaba a la atravesada criatura patear y agitarse hasta quedar inmóvil. Trazaron un amplio círculo y se acercaron desde el lado del océano, caminando por el límite de la resaca, se inclinaron sobre el animal muerto y lo contemplaron.
—Es horrible —dijo Nenne—. Observa el jugo que suelta, como si fuera una babosa.
—Quizás esa sea su protección contra los venenos del muro y probablemente contra las espinas también. Esta criatura ha sido desarrollada para vivir allá donde todo lo demás muere. Tiene que haber una razón para ello, puesto que las yilanè desarrollan siempre sus cosas con alguna razón.
—Es repugnante, mira esos forúnculos en su lomo. Hay uno abierto.
—Eso no son forúnculos ni llagas, observa lo regularmente espaciados que están. —Kerrick hurgó en el bulto abierto con la punta de su arco, hasta que cayeron unas pequeñas partículas amarronadas. Nenne se inclinó más cerca y las examinó.
—Están secas. No lo comprendo. Parecen semillas.
Kerrick se puso lentamente de pie y se volvió para contemplar la mortal barrera verde, sintió un profundo estremecimiento pese al calor del sol sobre él.
—Yo sí comprendo —dijo—. Lo comprendo demasiado bien. Estamos contemplando nuestra derrota, Nenne.
Nuestra derrota segura. No veo de qué manera podemos ganar esta batalla, no hay manera de que sobrevivamos.