Como la íntima conexión que aquí sugiero entre las religiones británica, griega y hebrea antiguas no será aceptada fácilmente, deseo aclarar inmediatamente que no soy un israelita británico ni nada parecido. Mi interpretación del caso es que en diferentes períodos del segundo milenio a. de C. una confederación de tribus mercantiles, llamada en Egipto «el Pueblo del Mar», fue desalojada de la región del Egeo por invasores procedentes del nordeste y el sudeste; que algunas de esas tribus se dirigieron hacia el norte por rutas comerciales ya establecidas y finalmente llegaron a Britania e Irlanda; y que otras se dirigieron hacia el oeste, también por rutas comerciales ya establecidas, y algunos de sus miembros llegaron a Irlanda por el norte de África y España. Otras más invadieron Siria y Canaán, entre ellas los filisteos, quienes se apoderaron del santuario de Hebrón en la Judea meridional que pertenecía al clan edomita de Caleb; pero los calebitas («hombres perros»), aliados de la tribu israelita de Judá, lo reconquistaron unos doscientos años después y, al mismo tiempo, hicieron suya gran parte de la región filistea. Estos préstamos quedaron armonizados posteriormente en el Pentateuco con un sistema mitológico semita, indoeuropeo y asiático que incluía las tradiciones religiosas de la confederación israelita mixta. Por consiguiente, la conexión entre los mitos primitivos de los hebreos, los griegos y los celtas consiste en que las tres razas fueron civilizadas por el mismo pueblo egeo al que vencieron y absorbieron. Y eso no tiene solamente un interés histórico, pues la atracción popular del catolicismo moderno se basa más, a pesar de la Trinidad patriarcal y del sacerdocio exclusivamente masculino, en la tradición religiosa egea de Madre e Hijo, a la que ha vuelto lentamente, que en sus elementos relacionados con el «dios guerrero» arameo o indoeuropeo.
He aquí algunos detalles históricos más acerca de los danaenos. Danu, Danae o Dôn aparece en las crónicas romanas como Donnus, padre divino de Cotio, el rey sagrado de los cotianos, confederación liguria que dio su nombre a los Alpes Cotianos. Cotis, Cottis o Cotio es un nombre ampliamente distribuido. Cotis aparece como título dinástico en Tracia entre el siglo IV a. de C. y el siglo I d. de C., y los cattini y attacon del norte de Britania y muchas tribus en cuyos nombres intervienen las raíces catt y cott situadas entre esa región y Tracia son consideradas de cepa cotiana. Había también una dinastía Cotis en la Paflagonia, en la costa meridional del Mar Negro. Todas parecen haber tomado su nombre de la gran diosa Cotitto o Cotis, a la que se adoraba orgiásticamente en Tracia, Corinto y Sicilia. Sus orgías nocturnas, las Cotitias, se celebraban, según Estrabón, casi de la misma manera que las de Deméter, la diosa de la Cebada de la Grecia primitiva, y las de Cibeles, la diosa del León y la Abeja de Frigia, en honor de la cual se castraban los jóvenes; en Sicilia una característica de las Cotitias consistía en llevar ramas de las que colgaban frutos y tortas de cebada. En la leyenda clásica Cotis era el hermano de cien brazos de los monstruos de cien brazos Briareo y Gies, aliados del dios Zeus en su guerra con los Titanes en las fronteras de Tracia y Tesalia. A los monstruos se les llamaba Hecatontocheiroi («los de los cien brazos»).
La leyenda de esta guerra contra los Titanes es inteligible únicamente a la luz de la historia griega primitiva. Los primeros invasores de Grecia fueron los aqueos, que irrumpieron en Tesalia alrededor del año 1900 a. de C.; eran pastores patriarcales y adoraban a una trinidad de dioses masculina e indoeuropea, formada originalmente tal vez por Mitra, Varuna e Indra, a los que los mitanni del Asia Menor todavía recordaban en 1400 a. de C. y que luego fueron llamados Zeus, Poseidón y Hades. Poco a poco conquistaron toda Grecia y trataron de destruir la civilización semimatriarcal de la Edad del Bronce que encontraron allí, pero más tarde transigieron con ella, aceptaron la sucesión matrilineal y se alistaron como hijos de la Gran Diosa de diversos nombres. Se aliaron con los pobladores, muy mezclados, del continente y de las islas, unos dolicocéfalos y otros braquicéfalos, y los llamaron «pelasgos» o navegantes. Los pelasgos pretendían haber nacido de los dientes de la serpiente cósmica Ofión, a la que la Gran Diosa, en su figura de Eurinomo («gobierno amplio»), había tomado como amante, iniciando con ello la Creación material; pero Ofión y Eurinomo son traducciones griegas de los nombres originales. Pueden haberse llamado a sí mismos danaenos por el nombre de esta misma diosa en su forma de Danae, diosa de la Agricultura. En todo caso los aqueos que habían ocupado la Argólida tomaron también el nombre de danaenos y se hicieron navegantes; en tanto que a los que se quedaron al norte del istmo de Corinto se les llamaba jonios, hijos de la diosa Vaca lo. Algunos de los pelasgos expulsados de la Argólida fundaron ciudades en Lesbos, Quios y Cnido; otros huyeron a Tracia, la Tróade y las islas del norte del Egeo. Unos pocos clanes permanecieron en el Ática, Magnesia y otras partes.
Los más belicosos de los pelasgos que se quedaron fueron los centauros de Magnesia, entre cuyos totems se contaban el torcecuello y el puma. También adoraban al caballo, probablemente no al caballo asiático llevado del Mar Caspio a comienzos del segundo milenio a. de C., sino a una variedad europea anterior e inferior, una especie de caballito de Dartmoor. Los centauros, regidos por su rey sagrado Quirón, dieron la bienvenida a la ayuda aquea contra sus enemigos, los lapitas de la Tesalia septentrional. La palabra «Quirón» («Cheiron» en inglés) se relaciona al parecer con la griega cheir, mano, y «centauro» con centron; cabra. En mi ensayo What Food the Centaurs Ate («Qué comían los centauros») sugiero que se embriagaban comiendo el amanita muscaria, el sapo de cien garras, un ejemplar del cual aparece, tallado en un espejo etrusco, a los pies de su antepasado Ixión. ¿Eran los Hecatontocheiroi los centauros de la montañosa Magnesia cuya amistad era estratégicamente necesaria para los pastores aqueos de Tesalia y Beocia? La diosa madre de los centauros se llamaba en griego Leucotea, «la Diosa Blanca», pero los centauros mismos la llamaban Ino o Plastene y todavía se muestra su imagen tallada en la roca en las cercanías de la ciudad pináculo de Tántalo; también se había convertido en la «madre» de Melicertes, o Hércules Melkarth, el dios de invasores medio semitas anteriores.
Los griegos pretendían recordar la fecha de la victoria de Zeus en alianza con los Hecatontocheiroi sobre los Titanes de Tesalia; el bien informado Taciano cita un cálculo hecho por Thallus[6], historiador del siglo I según el cual se realizó 322 años antes del sitio de Troya, que duró diez años. Puesto que el sitio de Troya fue fechado luego confiadamente en 1183 a. de C., la solución es 1505 a. de C. Si esta fecha es más o menos exacta[7], la leyenda se refiere probablemente a una extensión del poder aqueo en Tesalia a expensas de las tribus pelasgas, que fueron expulsadas hacia el norte. La fábula de la Gigantomachia, la lucha de los dioses olímpicos con los gigantes, se refiere seguramente a una ocasión análoga pero muy posterior, cuando los griegos consideraron necesario subyugar a los belicosos magnesios en sus fragosidades del Pelión y el Osa, al parecer por la perturbación que causaban sus prácticas exogámicas que se oponían a la teoría patriarcal olímpica y les daba una reputación inmerecida de maníacos sexuales; registra también la existencia del talismán de Hércules contra la pesadilla.
Los aqueos adoptaron la civilización cretense entre los siglos XVII y XV a fines de la Edad Minoica, llamada en Grecia micénica por Micenas, la capital de la dinastía de los atreidas. Los griegos eolios invadieron Tesalia por el norte y llegaron a ocupar Beocia y el Peloponeso occidental. Se asentaron amistosamente con los aqueos danaenos y se les llamó minianos. Es probable que ambas naciones intervinieran en el saqueo de Cnossos hacia el año 1400 a. de C. que puso fin al poderío marítimo cretense. La conquista de Creta, donde ya predominaba el idioma griego, tuvo como consecuencia una gran expansión del poderío micénico: las conquistas en Asia Menor, Fenicia, Libia y las islas del Egeo. Hacia el año 1250 a. de C. se produjo una distinción entre los aqueos danaenos y otros aqueos menos civilizados procedentes de la Grecia del noroeste que invadieron el Peloponeso, fundaron una nueva dinastía patriarcal, repudiaron la soberanía de la Gran Diosa e instituyeron el panteón olímpico familiar gobernado por Zeus y en el que dioses y diosas estaban igualmente representados. Los mitos de las disputas de Zeus con su esposa Hera (un nombre de la Gran Diosa), con su hermano Poseidón y con Apolo de Delfos, indican que los danaenos y los pelasgos ofrecieron una firme resistencia, en un principio, a la revolución religiosa. Pero una Grecia unida se apoderó de Troya, ciudad situada a la entrada de los Dardanelos y que cobraba el derecho de tránsito de su comercio con el Mar Negro y el Oriente. Una generación después de la toma de Troya otra horda indoeuropea invadió el Asia Menor y Europa —entre ellos los dorios que invadieron Grecia, matando, saqueando e incendiando— y una gran oleada de fugitivos se extendió en todas direcciones.
Por consiguiente podemos identificar, sin escrúpulos históricos, a la Danu de los Tuatha dé Danaan, que eran pelasgos de la Edad del Bronce expulsados de Grecia a mediados del segundo milenio, con la diosa preaquea Danae de Argos. Su poder se extendía hasta Tesalia y actuó como madre de la primera dinastía aquea llamada Casa de Perseo (más exactamente Pterseus, «el destructor»); pero en la época de Homero Danae se había masculinizado y convertido en «Danao, hijo de Belos», de quien se decía que había llevado a sus «hijas» a Grecia desde Libia por Egipto, Siria y Rodas. Los nombres de las tres hijas, Linda, Cameira y Yalisa, son evidentemente títulos de la diosa, quien también figura como «Lamia, hija de Belos, una reina libia». En la conocida leyenda de la matanza de los hijos de Aigiptos en su noche de bodas el número de estas hijas de Danao, o Danaides, aumenta de tres a cincuenta, probablemente porque ése era el número habitual de sacerdotisas en los colegios argivos y elianos del culto de la diosa Madre. Los danaenos originales pueden muy bien haber llegado al Egeo desde el lago Tritonis de Libia (ahora un pantano salado) por la ruta que indica la leyenda, aunque es improbable que se les llamara así hasta que llegaron a Siria. Que los cotianos, que llegaron al norte de Grecia desde el Mar Negro por Frigia y Tracia, fueran considerados también danaenos, prueba que llegaron allí antes que los eolios, a los que no se reconocía como tales. A. B. Cook, en su Zeus, aduce fuertes razones para creer que los greco-libios y los tracio-frigios estaban emparentados y que los dos grupos tribales tenían parientes entre los cretenses primitivos.
Además, podemos identificar a Danu con la diosa Madre de los «danunas» egeos, un pueblo que alrededor del año 1200 a. de C., según inscripciones egipcias contemporáneas, invadió el norte de Siria en compañía de los sherdinas y zakkalas de Licia, los shakalshas de Frigia, los pulesatis de Licia, los akaiwashas de Pamfilia y otros pueblos del Mediterráneo oriental. Para los egipcios todos eran «Pueblos del Mar» —los akaiwashas son aqueos— obligados por la presión de la nueva horda indoeuropea a emigrar de las costas del Asia Menor, así como de Grecia y de las islas del Egeo. Los pulesatis se convirtieron en los filisteos de la Fenicia meridional; se mezclaron con los queretitas (cretenses), algunos de los cuales sirvieron en el cuerpo de guardia del rey David en Jerusalén. Sir Arthur Evans sugiere que eran probablemente cretenses de habla griega. Un pueblo emigrante, los conquistadores de los hititas, a los que los asirios llamaban moskis y los griegos mosquianos, se establecieron en Hierápolis, en el Alto Eufrates. El relato que hace Luciano en su De Dea Syria de los antiguos ritos que todavía se realizaban en el siglo II d. de C. en su templo de la Gran Diosa constituye la descripción más clara que se conserva de la religión egea en la Edad del Bronce. Tribus o clanes de la misma confederación fueron hacia el oeste hasta Sicilia, Italia, el África del Norte y España. Los zakkalas se convirtieron en los sicanos de Sicilia; los serdinas dieron su nombre a Cerdeña; los tursas son los tursenianos (o tirrenos) de Etruria.
Algunos danaenos parecen haber viajado hacia el oeste, pues Silio Itálico, poeta latino del siglo I de quien se dice que era español, recoge una tradición según la cual las Islas Baleares —un centro de la cultura megalítica y una de las principales fuentes de estaño en el mundo antiguo— fueron primeramente convertidas en reino por los danaenos Tleptolemo y Lindo. Lindo es una masculinización de la danaena Linda. Por lo menos una parte de ese pueblo se quedó en el Asia Menor. Recientemente se descubrió una ciudad danaena en las colinas situadas al pie de la cordillera del Tauro en las cercanías de Alejandreta y las inscripciones (todavía no descifradas) están en jeroglíficos hititas del siglo IX a. de C. y en escritura aramea. Se cree que el idioma es cananeo y las esculturas son una mezcla de los estilos asirio-hitita, egipcio y egeo, lo que confirma la explicación griega de Danao como uno de los hijos de Agenor (Canaán) que se dirigió hacia el norte desde Libia por Egipto y Siria.
El mito de la castración de Urano por parte de su hijo Cronos y de la subsiguiente venganza de que fue objeto Cronos por parte de su hijo Zeus, quien lo desterró al Averno Occidental bajo la vigilancia de los monstruos «de cien brazos», no es fácil de desembrollar. En su sentido original recuerda el reemplazo anual del anciano rey del roble por su sucesor. Zeus fue en un tiempo el nombre de un héroe oracular de los pastores, relacionado con el culto del roble en Dodona, Epiro, culto que estaba a cargo de las sacerdotisas-palomas de Dioné, una Gran Diosa selvática. llamada también Diana. La teoría de Frazer en La Rama Dorada es lo bastante conocida como para que sea innecesario tratar aquí este tema detalladamente, aunque Frazer no explica con claridad que el hecho de que los druidas arrancaran el muérdago del roble simbolizaba la castración del viejo rey por su sucesor, pues el muérdago es un símbolo fálico original. El rey mismo era comido eucarísticamente después de la castración, como lo atestiguan varias leyendas de la dinastía pelopiana; pero, por lo menos en el Peloponeso, este culto del roble había sido sobrepuesto a un culto de la cebada del que era protagonista Cronos, y en el que era también habitual el sacrificio humano. En el culto de la cebada, como en el del roble, el sucesor de la dignidad real heredaba los favores de las sacerdotisas de su diosa Madre. En ambos cultos la víctima se hacía inmortal y sus reliquias oraculares eran trasladadas para enterrarlas en alguna isla sagrada, como Samotracia, Lemnos, Faros cerca de Alejandría, Ortigia, el islote cercano a Delos, la otra Ortigia[8] cercana a Sicilia, Leuce, situada frente a la desembocadura del Danubio, donde Aquiles tenía un santuario, la Ea de Circe (ahora Lussin en el Adriático), la atlántica Elisio adonde fue Menelao después de muerto, y la lejana Ogigia, tal vez la isla Torrey situada frente a la costa occidental de Irlanda, a cargo de sacerdotisas orgiásticas hacedoras de magia.
Que el castrador Cronos fuese depuesto por su hijo Zeus es un enunciado de carácter económico: los pastores aqueos que a su llegada a la Grecia septentrional habían identificado a su dios del Firmamento con el héroe del roble local ganaron ascendiente sobre los agricultores pelasgos. Pero hubo un compromiso entre los dos cultos. Dioné o la Diana del bosque fue identificada con la Danae de la cebada; y el hecho de que una inútil hoz de oro, y no una podadera de pedernal u obsidiana, fuese utilizada posteriormente por los druidas galos para desmochar el muérdago prueba que el ritual del roble se había combinado con el del rey de la cebada al que la diosa Danae, o Alfito, o Deméter, o Ceres, segaba con su hoz en forma de luna. Segar significaba castrar; igualmente, los guerreros gallas de Abisinia llevan a la batalla una hoz en miniatura para castrar a sus enemigos. Al latino Cronos se le llamó Saturno y en sus estatuas aparecía armado con una podadera encorvada como el pico de un cuervo: probablemente un jeroglífico relacionado con su nombre. Pues aunque a los griegos posteriores les gustaba pensar que ese nombre significa cronos, «tiempo», porque a todos los ancianos se les llamaba humorísticamente «Cronos», la derivación más probable es de la misma raíz cron o corn que forma las palabras griega y latina que significan cuervo: corone y cornix. El cuervo era un ave a la que consultaban mucho los augures y en Italia y Grecia simbolizaba una larga vida. Por consiguiente es posible que otro nombre de Cronos, el titán durmiente, vigilado por el Briareo de cien brazos, fuese Bran, el dios Cuervo. En todo caso, el mito de Cronos es ambivalente: recuerda el reemplazo y el asesinato ritual, tanto en el culto del roble como en el de la cebada, del rey sagrado al término de su período de reinado; y también la victoria de los pastores aqueos sobre los agricultores preaqueos de Grecia. En las Saturnalia romanas de la época de la República, festival semejante a la antigua Pascua de Navidad inglesa, se abandonaban temporalmente todas las restricciones sociales en memoria del reinado dorado de Cronos.
Llamo a Bran dios Cuervo, pero el cuervo, la corneja y otras grandes aves negras que se alimentan de carroña no eran siempre diferenciadas en los tiempos primitivos. Corone en griego incluye también al corax, o cuervo; y la palabra latina corvus, cuervo, proviene de la misma raíz que cornix, corneja. Las cornejas de Bran, Cronos, Saturno, Esculapio y Apolo son, igualmente, cuervos.
Las cincuenta Danaides aparecen en la historia británica primitiva. John Milton, en su Early Britain, se burla tediosamente de la leyenda conservada por Nennio según la cual Britania deriva su nombre más antiguo, Albión, con el que la conocía Plinio, de Albina («la Diosa Blanca»), la mayor de las Danaides. El nombre Albina, una forma del cual se dio también al río Elba (Albis, en latín), y que explica las palabras germanas elven, mujer hada; alb, elfo o duende; y alpdrücken, pesadilla o incubo, se relaciona con las palabras griegas alphos, que significa «lepra blanca opaca»[9] (en latín albur), alphiton, «cebada perlada», y Alphito, «la Diosa Blanca», que en la época clásica había degenerado en un coco para asustar a los niños, pero que parece haber sido originalmente la diosa danaena de la Cebada de Argos. Sir James Frazer considera que es «o bien Deméter o bien su doble, Perséfone». La palabra «Argos» misma significa «blanco rielante», y es el adjetivo convencional que describe las blancas vestimentas sacerdotales. También significa «rápido como un relámpago». Que estamos justificados al relacionar a los hombres de cien brazos con la Diosa Blanca de Argos lo prueba el mito de lo, la misma diosa, nodriza del infante Dionisio, guardado por Argos Panoptes («todo ojos»), el monstruo de cien ojos, probablemente representado por un perro blanco; Argo era el nombre del famoso perro de Odiseo, lo era el aspecto de vaca blanca de la Diosa en cuanto diosa de la Cebada. Se la adoraba también como yegua blanca, Leucipa, y como cerda blanca, Ceres o Forcis, y su título más cortés era Marpessa, «la arrebatadora».
Ahora bien, en el Romance de Taliesin, la enemiga de Gwion, Caridwen, o Cerridwen, era también una diosa Cerda blanca, según el doctor MacCulloch, quien, en su bien documentada Religion of the Ancient Celts, cita a Geoffrey de Monmouth y al celtólogo francés Thomas como testimonios e indica que los bardos galeses la describían también como diosa del Cereal; la iguala con la Deméter-cerda mencionada anteriormente. Su nombre se compone de las palabras cerdd y wen. Wen significa «blanco» y cerdd en irlandés y galés significa «ganancia o beneficio» y también «las artes inspiradas, especialmente la poesía», como las palabras griegas cerdos y cerdeia, de las que se deriva la latina cerdo, artífice. En griego, a la comadreja, un disfraz favorito de las brujas tesalias, se la llamaba cedro, traducida habitualmente como «la astuta»; y cerdo, palabra antigua de origen incierto, es como se llama en español al puerco[10]. Pausanias hace a Cerdo la esposa de Foroneo, el protagonista del culto argivo, inventor del fuego y hermano de lo y de Argos Panoptes, que en el capítulo X será identificado con Bran. La famosa sardana, danza de la cosecha de los Pirineos españoles, tal vez era ejecutada al principio en honor de esta diosa, que ha dado su nombre a la mejor tierra de pan de la región, el Valle de Cerdaña, cuya ciudad principal es Puigcerdá, o Colina del Cerdo. La sílaba cerd figura en nombres de reyes iberos, el más conocido de los cuales es Cerdubelo que cita Tito Livio, el anciano caudillo que intervino en una disputa entre los romanos y la ciudad ibera de Castulo. Cerridwen es claramente la Cerda Blanca, la diosa de la Cebada, la Dama Blanca de la Muerte y la Inspiración; es, en realidad, Albina, o Alfito, la diosa de la Cebada que dio su nombre a Britania. El pequeño Gwion tenía todas las razones para temerla; pero cometió un gran error al tratar de ocultarse en un montón de grano de su terreno trillado.
Los latinos adoraban a la Diosa Blanca con el nombre de Cardea, y Ovidio relata una anécdota confusa acerca de ella en sus Fasti, relacionándola con la palabra cardo, gozne. Dice que era la querida de Jano, el dios bicéfalo de las puertas y del primer mes del año, y que se hacía cargo de los goznes de las puertas. También protegía a los niños de pecho contra las brujas disfrazadas de terribles aves nocturnas que arrancaban a los niños de sus cunas y les chupaban la sangre. Dice que ejercía este poder al principio en Alba («la ciudad blanca»), que fue colonizada en la época de la gran dispersión, por unos emigrantes del Peloponeso que luego colonizaron Roma, y que su principal instrumento profiláctico era el espino blanco. El relato de Ovidio dice las cosas al revés: Cardea era Alfito, la Diosa Blanca que mataba a los niños disfrazada de ave o de animal, y el espino blanco consagrado a ella no podía ser introducido en una casa porque mataba a los niños que vivían en ella. Era Jano, «el recio guardián de la puerta de roble», quien no dejaba entrar a Cardea ni sus brujas, pues Jano era realmente el dios del roble Diano, encarnado en el rey de Roma y después en el Flamen Dial, su sucesor espiritual; y su esposa Jana era Diana (Dione), la diosa de los bosques y de la luna. Jano y Jana eran en realidad una forma rústica de Juppiter y Juno. La doble p de Juppiter representa una n elidida: era Jun-pater, padre Diano. Pero antes que Jano, o Diano, o Juppiter se casara con Jana, o Diana, o Juno, y la pusiera bajo su dependencia, él era su hijo y ella era la Diosa Blanca Cardea. Y aunque él era la Puerta, o sea el guardián nacional, ella se convirtió en el gozne que lo conectaba a él con la jamba; la importancia de esta relación será explicada en el capítulo X. Cardo, el gozne, es la misma palabra que cerdo, artífice: en el mito irlandés el dios de los artesanos que se especializaba en los goznes, cerraduras y remaches se llamaba Credne, el artesano que originalmente reclamaba a la diosa Cerdo o Cardea como su patrona. Así, como querida de Jano, se le confió a Cardea la tarea de no dejar pasar por la puerta al coco de los niños que en las épocas matriarcales era su augusto yo y al que se propiciaba en las bodas romanas con antorchas y espino blanco. Ovidio dice de Cardea, al parecer citando una fórmula religiosa: «Su poder consiste en abrir lo que está cerrado y en cerrar lo que está abierto».
Ovidio identifica a Cardea con la diosa Carnea, cuya festividad se celebraba en Roma en 1.º de junio, cuando se le ofrecían carne de cerdo y judías. Esto es útil en cuanto relaciona a la Diosa Blanca con los cerdos, aunque la explicación romana de que Carnea se llamaba así quod carnem offerunt («porque le ofrecían carne») es absurda. Además, como se ha observado ya en el contexto de la Câd Goddeu, las judías se utilizaban en los tiempos clásicos como talismán homeopático contra las brujas y los espectros: se ponía una judía en la boca y se la escupía al visitante; y en la fiesta romana de las Lemurias cada cabeza de familia arrojaba judías negras a sus espaldas para los Lemures, o espectros, mientras decía: «Con éstas me redimo a mí mismo y a mi familia». Los místicos pitagóricos, que habían tomado su doctrina de fuentes pelasgas[11], estaban obligados por una enérgica prohibición a no comer alubias y citaban un verso atribuido a Orfeo según el cual comer judías equivalía a comer las cabezas de sus padres[12] La flor de la judía es blanca y florece en la misma estación que el espino blanco. La judía pertenece a la Diosa Blanca, y de ahí su relación con el culto escocés de las brujas; en los tiempos primitivos sólo sus sacerdotisas podían plantarla o cocinarla. Los hombres de Feneo en Arcadia tenían una tradición según la cual la diosa Deméter, cuando pasó por allí en sus viajes, les dio permiso para sembrar granos y legumbres de todas clases con la única excepción de las judías. Parece, por consiguiente, que la razón del tabú órfico era que la judía crece en espiral alrededor de su rodrigón, lo que pronostica la resurrección, y que las ánimas se daban maña para renacer como seres humanos introduciéndose en las judías —Plinio menciona esto— y siendo comidas por las mujeres; por tanto, para un hombre comer una judía podía ser una frustración impía de los propósitos de sus padres difuntos. Los cabeza de familia romanos arrojaban judías a las ánimas en las Lemurias para darles la posibilidad de renacer, y las ofrecían a la diosa Carnea en su festival porque ella tenía las llaves del Infierno.
A Carnea se la identifica generalmente con la diosa romana Cranae, que era en realidad Cranea, «la dura o pétrea», sobrenombre griego de la diosa Artemisa, cuya hostilidad con respecto a los niños tenía que ser aplacada constantemente. Cranea tenía un templo en una colina cercana a Delfos donde el cargo de sacerdote lo desempeñaba siempre un muchacho por un término de cinco años; y un bosquecillo de cipreses, el Craneo, en las afueras de Corinto, donde Belerofonte tenía un altar de héroe. Cranae significa «roca» y se relaciona etimológicamente con la «cairn» gaélica, que ha venido a significar un montón de piedras en la cima de una montaña.
Yo la llamo Diosa Blanca porque el blanco es su color principal, el color del primer miembro de su trinidad lunar, pero cuando el bizantino Suidas dice que lo era una vaca que cambió su color blanco por el rosa y luego por el negro, quiere decir que la Luna Nueva es la diosa blanca del nacimiento y el crecimiento, la Luna Llena la diosa roja del amor y la batalla, y la Luna Vieja la diosa negra de la muerte y la adivinación. Confirma el mito de Suidas la fábula de Higinio de una novilla nacida de Minos y Pasifae que cambiaba de color tres veces al día de la misma manera. En respuesta a un desafío de un oráculo, un tal Polido, hijo de Cerano, la comparó apropiadamente con una mora, fruto consagrado a la Diosa Triple. Las tres piedras erectas derribadas en Moeltre Hill, cerca de Dwygyfylchi en Gales, en el iconoclasta siglo XVII, pueden muy bien haber representado la trinidad de lo. Una era blanca, otra roja y la tercera azul oscuro, y las llamaban las tres mujeres. Según la leyenda monástica local, tres mujeres vestidas con esos colores fueron petrificadas como castigo por haber aventado grano en domingo.
El relato más completo e inspirado acerca de la diosa en toda la literatura antigua aparece en El asno de oro de Apuleyo, donde Lucio la invoca en medio de su miseria y degradación espiritual y ella aparece respondiendo a su súplica; incidentalmente indica que la diosa era adorada antaño en Moeltre en su triple calidad de cultivadora blanca, segadora roja y aventadora negra del grano. La traducción castellana es la atribuida a Diego López de Cortegana (1500), revisada y corregida por C.:
Cerca, poco más o menos, del primer sueño de la noche, despertado con un súbito pavor, vi la gran redondez de la Luna relumbrando y con un resplandor grande, que a la hora salía de las ondas de la mar. Así que, hallando ocasión de la obscura noche, que es aparejada y llena de silencio, y también siendo cierto que la Luna es diosa soberana y que resplandece con gran majestad, y que todas las cosas humanas son regidas por su providencia, no tan solamente las animalias domésticas y bestias fieras, más aún las que son sin ánima se esfuerzan y crecen por la divina voluntad de su lumbre y deidad, también por consiguiente los mismos cuerpos en la tierra, en el aire y en la mar ahora se aumentan con los crecimientos de la Luna, ahora se disminuyen, cuando ella mengua; pensando yo asimismo que mi fortuna estaría ya harta con tantas tribulaciones y desventuras como me había dado, y que ahora, aunque tarde, me mostraba alguna esperanza de salud, deliberé de rogar y suplicar a aquella venerable hermosura de la diosa presente, y luego, quitada de mí toda pereza, levantéme alegre, y con gana de limpiarme y purificarme, lancéme en la mar, metiendo la cabeza siete veces debajo del agua, porque aquel divino Pitágoras manifestó que aquel número septenario era en gran manera aparejado para la religión y santidad, y con el placer alegre, saliéndome las lágrimas de los ojos, suplicábale de esta manera:
—¡Oh reina del cielo! Ahora tú seas aquella santa Ceres, madre primera de los panes, que te alegraste cuando te halló tu hija, y quitado el manjar bestial antiguo de las bellotas, mostraste manjar deleitoso, que moras y estás en las tierras de Atenas; o ahora tú seas aquella Venus celestial, que en el principio del mundo juntaste la diversidad de los linajes, engendrando amor entre ellos y, acrecentando el género humano con perpetuo linaje, eres honrada en el templo sagrado de Paphos, cercado de la mar; o ahora tú seas hermana del Sol, que con tus medicinas amansando y recreando el parto de las mujeres preñadas, criaste tantas gentes, y ahora eres adorada en el magnífico templo de Éfeso; o ahora tú seas aquella temerosa Proserpina a quien sacrifican con aullidos de noche y que comprimes las fantasmas con tu forma de tres caras, y refrenándote de los encerramientos de la tierra, andas por diversas montañas y arboledas y eres sacrificada y adorada de diversas maneras; tú alumbras todas las ciudades del mundo con ésta tu claridad mujeril, y criando las simientes alegres con tus húmidos rayos, dispensas tu lumbre incierta con las vueltas y rodeos del Sol; por cualquier nombre, o por cualquier rito, o cualquier gesto y cara que sea lícito llamarte, tú, señora, socorre y ayuda ahora a mis extremas angustias. Tú levanta mi caída fortuna, tú da paz y reposo a los acaecimientos crueles por mí pasados y sufridos; basten ya asimismo los peligros, y quita esta cara maldita y terrible de asno, y tórname a mi Lucio y a la presencia y vista de los míos; y si por ventura algún dios yo he enojado y me aprieta con crueldad inexorable, consienta al menos que muera, pues que no me conviene que viva en esta manera.
Habiendo hecho mis rogativas y compuesto mis lloros, tornó otra vez el sueño a oprimir mi corazón soñoliento en aquel mismo lugar donde me había echado, y no había casi cerrado bien los ojos, he aquí que aquella divina cara, alzando su gesto honrado, salió de enmedio de la mar, y en saliendo, poco a poco su luciente figura, ya que toda estaba fuera del agua, pareció que se puso delante de mí: de la cual su maravillosa imagen yo me esforzaré de contar; si el defecto de la habla humana me diere para ello facultad o si su divinidad me administrare abundantemente copia de facundia para poderlo decir. Primeramente ella tenía los cabellos muy largos, derramados por el divino cuello y que le cubrían las espaldas; tenía en su cabeza una corona adornada de diversas flores, en medio de la cual estaba una redondez llana a manera de espejo, que resplandecía la lumbre de él para demostración de la Luna de la una parte, y de la otra había muchos surcos de arados torcidos como culebras y con muchas espigas de trigo por allí nacidas; traía una vestidura de lino, tejida de muy muchos colores: ahora era blanca y muy luciente, ahora amarilla como flor de azafrán, ahora inflamada con un color rosado, que, aunque estaba yo lejos, me quitaba la vista de los ojos; traía encima otra ropa negra, que resplandecía la obscuridad de ella, la cual traía cubierta y echada por debajo del brazo diestro, al hombro izquierdo, como un escudo pendiendo con muchos pliegues y dobleces.
Era esta ropa bordada alrededor con sus trenzas de oro, y sembrada toda de unas estrellas muy resplandecientes, en medio de las cuales la Luna de quince días lanzaba de sí rayos inflamados; y es así que esta ropa la cercaba pendiendo de toda parte y tenía la corona ligada con ella, adornada de muchas flores, manzanas y otras frutas, pero en la mano tenía otra cosa muy diversa de lo que habemos dicho; porque ella tenía en la mano derecha un pandero con sonajas de alambre, atravesadas por medio con sus vírgulas, y con un palillo dábale muchos golpes, que lo hacía sonar muy sabrosamente; en la mano izquierda traía un jarro de oro, y del asa del jarro, que era muy linda, salía una serpiente, que se llamaba Aspis, alzando la cabeza y con el cuello muy alto; en los pies divinos traía unos alpargates, hechos de hojas de palma. Tal y tan grande me apareció aquella diosa, echando de sí un olor divino, como los olores que se crían en Arabia, y tuvo por bien de hablarme en esta manera:
—Heme aquí do vengo conmovida por tus ruegos, ¡oh Lucio! Sepas que yo soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos, la mayor de los dioses y reina de todos los difuntos, primera y única sola de todos los dioses y diosas del cielo, que dispenso con mi poder y mando las alturas resplandecientes del cielo, y las aguas saludables de la mar, y los secretos lloros del infierno. A mí, sola y una diosa, honra y sacrifica todo el mundo en muchas maneras de nombres. De aquí los troyanos, que fueron los primeros que nacieron en el mundo, me llaman Pesinuntica, madre de los dioses. De aquí asimismo los atenienses, naturales y allí nacidos, me llaman Minerva cecrópea, y también los de Chipre, que moran cerca de la mar, me nombran Venus Pafia. Los arqueros y sagitarios de Creta, Diana. Los sicilianos de tres lenguas me llaman Proserpina. Los eleusinos, la diosa Ceres antigua Otros me llaman Juno, otros Bellona, otros Hecates, otros Ranusia. Los etíopes, ilustrados de los hirvientes rayos del sol, cuando nace, y los atrios y egipcios, poderosos y sabios, donde nació toda la doctrina, cuando me honran y sacrifican con mis propios ritos y ceremonias, me llaman mi verdadero nombre, que es la reina Isis. Habiendo merced de tu desastrado caso y desdicha, vengo en persona a favorecerte y ayudarte; por eso deja ya estos lloros y lamentaciones; aparta de ti toda tristeza y fatiga, que ya por mi providencia es llegado el día saludable para ti.
Casi la misma súplica se encuentra en latín en un herbario inglés del siglo XII (Brit. Mus. MS. Harley, 1585, ss 12v-13r):
Tierra, divina diosa, Madre Naturaleza, que engendraste todas las cosas y das a luz siempre de nuevo el sol que has donado a las naciones; guardiana del cielo y del mar, y de todos los dioses y potencias; por tu influencia toda la naturaleza se apacigua y se echa a dormir… De nuevo, cuando te place, envías la alegre luz del día y alimentas la vida con tu eterna seguridad; y cuando el alma del hombre se va, vuelve a ti. En verdad te llaman justamente Gran Madre de los Dioses; la Victoria está en tu nombre divino. Tú eres la fuente de la fuerza de los pueblos y los dioses; sin ti nada puede nacer ni hacerse perfecto; eres poderosa, Reina de los Dioses. Diosa, te adoro como divina, invoco tu nombre; dígnate concederme lo que te pido, así podré dar gracias a tu divinidad con la fe que te es debida. Ahora también suplico tu intercesión, con todos tus poderes y hierbas, y a tu majestad: te ruego a ti, a quien la Tierra, la madre universal, ha parido y nos ha dado como una medicina saludable para todos los pueblos y revestido con majestad, que seas ahora muy beneficiosa para la humanidad. Esto te ruego y te suplico: está presente aquí con tus virtudes, pues la que te creó ha hecho que yo pueda llamarte con la buena voluntad de aquel a quien se concedió el arte de la medicina; por consiguiente concede por amor de la salud, buena medicina por medio de esos poderes mencionados…
Es difícil determinar cómo se llamaba el dios de la medicina en la Inglaterra pagana del siglo XII; pero evidentemente se hallaba en la misma relación con la diosa invocada en las súplicas que en la que se hallaba originalmente Esculapio con Atenea, Toth con Isis, Esmun con Ishtar, Diancecht con Brigit, Odin con Freya y Bran con Danu.