Capítulo 4

—NO te olvides: ¡piensa en términos de estrategia!

Con semejantes palabras, lady O entró sin más en el salón y dejó que Portia la siguiera con más tranquilidad. Levantó la cabeza y entró… y se dio cuenta de que todas las miradas se posaron en ella de inmediato.

Lo más interesante fue que las damas regresaron a sus conversaciones un instante después, mientras que los caballeros siguieron atentos a ella algo más de tiempo; algunos incluso necesitaron algún comentario para regresar a la realidad.

Sabía que era absurdo fingir que no se había percatado de ello. Con un despliegue de serenidad, hizo una reverencia a lady Glossup, que le correspondió con un gesto de cabeza y una sonrisa deslumbrante, y después continuó caminando hasta llegar junto a Winifred, que estaba hablando con Desmond y James.

La admiración que pudo leer en los ojos de ambos hombres cuando la saludaron fue palpable. La aceptó con despreocupación y como si estuviera acostumbrada a semejante trato antes de unirse a la conversación.

Sin embargo, estaba aturdida. ¿Había cambiado? ¿Había cambiado algo en ella por el mero hecho de haberse decidido a buscar marido? ¿Se le notaba de alguna forma? ¿O tal vez no se había dado cuenta de que esa era la reacción que provocaba en los demás porque hasta el momento jamás se había preocupado de ello y no le había prestado la menor atención a los caballeros?

Mientras paseaba y saludaba a la concurrencia, decidió que se debía a eso último. Una idea bastante sombría. Lady O había estado en lo cierto: su arrogancia debía de haber sido increíble. Aunque darse cuenta de ese hecho también incrementó su confianza. Por primera vez comenzaba a entender que tenía algo, un arma o una especie de poder, que podía utilizar para atrapar a un marido.

Lo único que tenía que hacer era aprender a elegir al caballero adecuado y aprender a utilizar dicha arma.

Simon estaba hablando con las hermanas Hammond y con Charlie; pasó junto al grupo y lo saludó con un indiferente gesto de cabeza. La había estado observado con atención desde que entró en la estancia. Su expresión era tensa, pétrea. No tenía ni idea de lo que estaba pensando.

Lo que menos le convenía era atizar su instinto protector; de manera que decidió unirse a Ambrose y a lady Calvin.

Simon contempló cómo Portia sonreía y encandilaba a Ambrose. Su rostro se tensó por el esfuerzo de reprimir una mueca feroz. No estaba por la labor de meditar por qué sentía lo que sentía…, ni tampoco qué eran esas emociones que se agitaban en su interior. Jamás en su vida se había sentido de esa manera. Tan… decidido. Tan aguijoneado.

El hecho de que no supiera por qué, de que no comprendiera el motivo, sólo le aumentaba la desazón. Algo había cambiado, pero era incapaz de apartar esa malsana obsesión de su mente el tiempo suficiente como para identificarlo.

Esa tarde había estado esperando a que Portia bajara tras acompañar a lady O a su dormitorio. Había querido hablar con ella, engatusarla para que le confesara lo que quería aprender.

No había hecho acto de presencia… O, mejor dicho, no había podido dar con ella; algo que le hacía preguntarse dónde había estado y con quién.

Podía verla por el rabillo del ojo; su esbelta figura cubierta por el vestido gris perla y el cabello oscuro recogido en la coronilla, mucho más alto de lo que jamás se lo había recogido. El peinado le dejaba al aire la nuca y atraía su atención hacia la elegante curva de su cuello y los delicados hombros. En cuanto al collar de perlas… una vuelta se le ajustaba al cuello mientras que la otra colgaba por debajo del diáfano escote de su corpiño y desaparecía por el misterioso valle situado entre sus senos. Llevándose con ella su imaginación. Sus sentidos seguían hechizados aun cuando apartó la vista; las palmas de las manos le ardían por el deseo de tocarla.

Portia seguía moviéndose con su elegancia innata, sin artificios; su modo de conversar tampoco había cambiado. Sin embargo, algo en su interior le decía sin lugar a dudas que su objetivo sí había cambiado.

Por qué le afectaba algo así le resultaba un misterio… Sólo sabía que así era.

Un movimiento en la puerta hizo que desviara la vista. Kitty acababa de llegar. Estaba deslumbrante con un vestido de satén blanco adornado con encaje plateado. Su cabello rubio claro estaba recogido en un complicado moño; los diamantes relucían en su escote y en sus orejas. Allí sola, era una visión magnífica, en especial porque resplandecía de felicidad; una felicidad que se reflejaba en su rostro, en sus ojos, y que hacía brillar su piel.

Se dirigió hacia los invitados de más edad como dictaban los buenos modales antes de aceptar el brazo de Henry y comenzar su paseo por el salón para saludar a cada grupo y recibir sus halagos.

Miró de nuevo a Portia. Cuando Kitty se detuvo junto a ella, sus sospechas se confirmaron. Al lado de la belleza de Portia, mucho más sutil y fascinante, Kitty parecía ostentosa. La pareja no se detuvo demasiado, sino que continuó de grupo en grupo hasta llegar junto a él.

Apenas tuvieron tiempo de intercambiar unas pocas palabras antes de que el mayordomo entrara para anunciar que la cena estaba servida.

A él le tocó acompañar a Lucy mientras deseaba con todas sus fuerzas que… Pero no, la distribución de los invitados ya estaba dispuesta y mucho se temía que Kitty había sido la encargada. Los anfitriones, lord y lady Glossup, se sentaban a ambos extremos de la mesa; Kitty estaba sentada en el centro de uno de los laterales con Henry frente a ella, tal y como dictaba la etiqueta. Desmond estaba a su izquierda y Ambrose a su derecha. Portia estaba cerca de uno de los extremos, entre Charlie y James; mientras que él estaba al otro lado de la mesa, flanqueado por Lucy y la extremadamente callada Drusilla.

En otras circunstancias, no habría tenido motivo alguno para quejarse… Lucy era alegre y vivaz, aunque no dejaba de echarle miraditas a James, y Drusilla se contentaba con algún que otro comentario educado. Sin embargo, tal y como estaban las cosas, se vio obligado a observar cómo Portia se convertía en el centro de atención de Charlie y James durante la cena.

Por regla general, ni se le habría ocurrido mirarla, no en semejante entorno; hasta el momento, la actitud de Portia hacia los caballeros que la rodeaban había sido de altanero desdén. Ni Charlie ni James habrían tenido la menor oportunidad de hacer algún tipo de avance con ella; la idea de que respondiera a sus manidos halagos ni siquiera se le habría pasado por la cabeza.

La observó disimuladamente durante toda la cena; en un momento dado, se percató de que lady Osbaldestone lo miraba y puso mucho más cuidado en su empeño. Sin embargo, sus ojos tenían voluntad propia. No alcanzaba a oír lo que hablaban, pero su modo de sonreírles y las miradas interesadas que dedicaba a sus dos amigos hacían que no pudiera apartar la vista de ella.

¿Qué diablos estaba tramando?

¿Qué quería aprender?

Y lo que era más importante, ¿sabría lo que estaban pensando Charlie y James en esos momentos?

Porque él sí lo sabía. Y le molestaba mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir, mucho más de lo que quería considerar siquiera.

Lady O volvió a mirarlo. De manera que entornó los párpados y se giró hacia Lucy.

—¿Sabe qué hay planeado para mañana?

Aguardó el momento adecuado; por suerte, Lucy estaba tan ansiosa como él por trasladarse al salón de baile. En cuanto lady Glossup se puso en pie y los instó a ir hacia allí, le ofreció el brazo y dejó que Drusilla los siguiera, acompañada del señor Archer.

Portia, del brazo de Charlie, iba por delante de ellos ya que su lugar en la mesa estaba más cerca de la puerta. En el vestíbulo principal tuvieron que rodear a los vecinos que habían sido invitados y que ya habían comenzado a llegar. Los invitados que se quedaban en la casa fueron directamente al salón de baile. A juzgar por el gentío que se arremolinaba en el vestíbulo, era evidente que el baile sería todo un éxito. Llevó a Lucy sin dilación al salón de baile con la intención de alcanzar a Portia antes de que la muchedumbre la engullera.

Al entrar en el salón, vieron a James justo por delante, observando a los presentes y escudriñando las caras.

Supo sin lugar a dudas que estaba buscando a Portia. Aunque Lucy seguía tomada de su brazo, se detuvo.

Kitty se lanzó hacia James y se colocó a su lado antes de que este se diera cuenta siquiera. Le puso una mano en el brazo y se acercó a él… más de la cuenta. James retrocedió, pero ella siguió avanzando. Se vio obligado a permitirle que se apoyara en él. Su sonrisa era la seducción personificada mientras hablaba en voz baja.

Era una mujer bajita. Para escucharla, James tenía que inclinar la cabeza, de modo que la imagen que proyectaban sugería una relación un poco más estrecha que los simples lazos familiares.

Sintió que Lucy se tensaba a su lado.

James se enderezó y levantó la cabeza; por su rostro pasó una expresión de puro pánico. En ese momento lo vio y abrió los ojos de par en par.

Ningún amigo que se preciara haría caso omiso de semejante súplica.

Le dio unas palmaditas a Lucy en la mano.

—Vamos… Hablemos con James.

Por el rabillo del ojo, vio que Lucy levantaba la barbilla. Con determinación, la muchacha lo siguió.

Kitty los vio acercarse y retrocedió un paso, de modo que su cuerpo ya no tocara el de James.

—¡Mi querida Kitty! —dijo Lucy antes de detenerse siquiera; a esas alturas, todos utilizaban sus respectivos nombres de pila—. Debe de estar encantada con semejante gentío. ¿Esperaba a tanta gente?

La susodicha tardó un instante en adaptar su mente a las nuevas circunstancias, pero luego sonrió.

—Por supuesto, es de lo más satisfactorio.

—Me sorprende que no esté con su suegra para recibir a los invitados.

Simon se mordió el labio y en su fuero interno aplaudió las agallas de Lucy; tenía una expresión inocente en los ojos, pero se las había apañado para colocar a la otra dama en una situación incómoda.

La sonrisa de Kitty se tornó algo forzada.

—Lady Glossup no necesita mi ayuda. Además… —dijo al tiempo que desviaba la vista hacia James—, este es el mejor momento para asegurarse el modo de disfrutar plenamente de la noche.

—Creo que eso es justo lo que pensaba cierto caballero —mintió Simon sin el menor reparo—. Estaba preguntando por tu paradero hace un momento… Un hombre de pelo oscuro. Creo que del pueblo.

—¿De verdad? —Eso distrajo a Kitty al punto—. ¿Sabes quién es?

—No recuerdo el nombre. —Recorrió con la mirada el salón de baile, que comenzaba a llenarse con los invitados—. Vaya, ahora no lo veo. Sería mejor que fueras hacia allí, tal vez lo encuentres…

Kitty se mostró indecisa un instante antes de sonreír (de forma muy elocuente) a James.

—Me reservarás ese vals del que hemos hablado, ¿verdad?

El rostro de James adoptó una expresión pétrea.

—Si da la casualidad de que estoy cerca en ese momento y no estoy comprometido… —Se encogió de hombros—. Tenemos que entretener a muchos invitados.

Su cuñada lo miró echando chispas por los ojos y apretó los labios para reprimir una réplica mordaz. Dado que tenía de testigos a Lucy y a Simon, se vio obligada a aceptar sus palabras con una inclinación de cabeza. Miró a Simon.

—¿Has dicho con pelo oscuro?

Él asintió con la cabeza.

—De estatura media, buena constitución. Manos cuidadas. Excelente sastre.

Era la descripción que un caballero haría de otro. Kitty se tragó la historia con anzuelo y todo… Y tras un breve gesto de cabeza, se alejó de ellos.

James lo miró a los ojos con una evidente expresión de alivio.

Entre ellos, Lucy dijo con vivacidad:

—No me había imaginado que tuvieran tantos vecinos. —Miró a James—. ¿Sería tan amable de pasear conmigo y presentármelos?

James titubeó un instante, pero luego sonrió y le tendió el brazo.

—Si ese es su deseo, será todo un honor para mí.

No le sorprendió en absoluto la mirada que le dirigió James por encima de la cabeza de la muchacha. Otra súplica, aunque en esa ocasión para que no lo dejara a solas con Lucy. Se tragó su impaciencia, ya que después de todo Portia no cometería ninguna locura, y consintió en pasear y charlar con ellos. Comprendía a la perfección la reticencia de James a dejar que Lucy se hiciera una idea equivocada acerca de una posible relación más personal entre ellos.

—Gracias. —James le dio unas palmaditas en el hombro cuando dio comienzo el baile y ambos observaron cómo Lucy bailaba la primera pieza con un joven que se había apresurado a solicitarla como pareja—. Ahora comprendes por qué insistí tanto en que vinieras.

—Yo no me preocuparía mucho por Lucy —refunfuñó él—. Tal vez sea algo entusiasta, pero se atiene a los límites marcados. Kitty, en cambio… —Miró a su amigo—. ¿Vas a quedarte una vez que se marchen los invitados?

—¡Por el amor de Dios, no! —James se estremeció—. Pienso marcharme con vosotros… Creo que le haré una visita al bueno de Cromer. Northumberland está lo bastante lejos como para disuadir incluso a Kitty.

Simon sonrió cuando se separaron. Mientras paseaba entre los invitados junto a James y a Lucy, había estado escudriñando a los presentes para localizar a Portia. En esos momentos se encontraba en el otro extremo del salón, junto a las puertas francesas que daban a la terraza y a la cálida noche. Charlie estaba con ella, al igual que un oficial vestido de uniforme; ambos estaban encandilados con ella hasta el punto de hacer caso omiso de todo lo que les rodeaba, incluida la atracción de la pista de baile.

Algo comprensible ya que Portia estaba radiante. Sus ojos azul cobalto resplandecían y sus manos gesticulaban con elegancia mientras esbozaba una deslumbrante sonrisa. Incluso a esa distancia, sintió la atracción. Cada vez que uno de ellos le hablaba ponía toda su atención en sus palabras; semejante devoción era una garantía para mantener a su lado, e hipnotizar, a cualquier hombre de sangre caliente.

En cualquier otra mujer, habría tachado semejante comportamiento como flirteo con toda la razón del mundo, pero Portia era, si nada lo convencía de lo contrario, incapaz de poner en práctica ese arte. Rodeó la estancia y esperó el mejor momento para acercarse. Tenía los ojos clavados en el trío, estudiando sus rostros, y estaba convencido de que ni Charlie ni la última conquista de Portia, fuera quien fuese el militar, interpretaban su comportamiento como la típica invitación.

Era algo distinto. Y eso, junto con el misterio de lo que andaba tramando, le confería más encanto y hacía que su atracción fuera irresistible.

Estaba apenas a unos metros de ella cuando de golpe una mano se cerró con sorprendente fuerza alrededor de su brazo.

—¡Aquí estás! —Lady Osbaldestone lo miró con una sonrisa malévola—. Ni tus hermanas ni tus primas están presentes, así que no tienes obligaciones. Ven conmigo… Quiero presentarte a alguien.

—Pero… —Se resistió a sus tirones, ya que la anciana quería alejarlo de Portia. El maldito baile llevaba ya una hora y eso era lo más cerca que había estado de ella.

La anciana alzó la vista hasta su rostro y después siguió la dirección de su mirada hacia… Portia.

—¿Portia? ¡Bah! —Chasqueó los dedos—. No hay necesidad de que te preocupes por ella… De todos modos, ni siquiera te cae bien.

Abrió la boca para negar sus palabras, al menos la primera parte de lo que había dicho.

Lady O meneó la cabeza.

—No es de tu incumbencia si tu amigo Charlie le hace beber demasiadas copas de champán.

—¿¡Qué!? —Intentó girarse.

Lady O se lo impidió con un formidable tirón.

—¿Qué más da si acaba un poco achispada? Ya es mayorcita para saber lo que se hace y lo bastante decidida como para hacer valer su opinión. Ya va siendo hora de que abra un poco los ojos… Después de todo, esa tontuela tiene ya veinticuatro años. —Resopló y tiró de él—. Vamos. Por aquí.

La anciana señaló la dirección con su bastón y no le quedó más remedio que ceder, después de sofocar la oleada de pánico. La ruta más corta hacia la libertad era seguirle la corriente a la dama. A la primera oportunidad, se escaparía…, y entonces nada, absolutamente nada, se interpondría en su camino.

Portia vio cómo lady O se alejaba con Simon a rastras y contuvo un suspiro, aunque no estaba muy segura si era de pesar o de alivio. No lo quería a su alrededor, revoloteando con esa arrogante desaprobación tan típica en él; sin embargo, tal vez no fueran esas sus intenciones. A tenor de la expresión que había atisbado poco antes en sus ojos, su actitud hacia ella había cambiado, aunque no sabía exactamente cómo ni tampoco había tenido tiempo de adivinar la naturaleza de dicho cambio. Además, quería probar su nueva arma con él. Después de todo, era uno de los tres elegidos a «considerar» y si bien se le estaba dando bastante bien con Charlie y James, aún debía probarla con Simon.

Aun así, Charlie y el teniente Campion eran bastante interesantes y lo bastante susceptibles a sus encantos como para practicar.

Clavó la mirada en la cara del teniente Campion.

—Así que pasa la mayor parte del año en Dorset. Dígame: ¿hace mucho frío en invierno?

El hombre sonrió de oreja a oreja y procedió a contestarle. Sin más incentivo que su atenta mirada (no apartaba los ojos de su rostro y anotaba mentalmente cada dato que dejaba caer), el teniente estuvo encantado de hablarle largo y tendido sobre su vida, y dejó caer los suficientes detalles como para que pudiera hacerse una idea acerca de su riqueza, de la posición de su familia y de las propiedades que esta poseía, así como de sus aficiones, tanto en el ámbito militar como en el personal.

Qué agradables eran los caballeros una vez que se les cogía el truco. Al hilo de esa idea recordó algunos comentarios de sus dos hermanas mayores acerca de lo complacientes que eran sus maridos.

Aunque eso no quería decir que el teniente Campion fuera su hombre ideal. No, le faltaba… algo. No era un reto. Estaba completamente segura de que podría manejarlo con el dedo meñique…, y eso, por extraño que pareciera, no la atraía en lo más mínimo.

Charlie, que los había dejado a solas un instante, regresó con otra copa de champán. Se la ofreció con una floritura.

—Aquí tiene… Debe de estar sedienta.

Cogió la copa y le dio las gracias antes de beber un sorbo. La temperatura comenzaba a aumentar en el salón de baile; la estancia estaba atestada y el calor corporal de los presentes se sumaba a la bochornosa noche.

La mirada de Charlie no se apartó de su rostro.

—La selección de obras del Teatro Real durante esta temporada ha sido magnífica… ¿Tuvo oportunidad de ver alguna? —le preguntó.

Ella esbozó una sonrisa antes de contestar:

—Las dos primeras obras, sí. Tengo entendido que el teatro ha cambiado de manos.

—Desde luego. —El teniente Campion fulminó a Charlie con la mirada—. He oído que…

Al escucharlo, cayó en la cuenta de que Charlie había esperado excluir al teniente de la conversación con su pregunta. No sabía que este pasaba parte de la temporada social en Londres de permiso. Contuvo una sonrisa mientras el hombre continuaba con el tema y se explayaba al respecto.

Charlie afrontó el revés con elegancia, pero aprovechó la oportunidad y le pidió el siguiente baile en cuanto los músicos empezaron a tocar la siguiente pieza.

Aceptó y bailaron el vals con bastante brío y una buena dosis de risas. La renuencia que había mostrado Charlie en un principio había desaparecido; si bien se resistía a hablar demasiado acerca de sí mismo, sí que ponía más interés en averiguar todo lo que pudiera sobre ella.

Y sus intenciones. Sobre su objetivo.

Muy consciente de eso, Portia rio y le prestó toda su atención, pero en realidad puso mucho empeño en ocultarle lo que pensaba. Los hombres como Charlie y James parecían mucho más interesados en averiguar hacia dónde quería llevarlos (o más bien querían averiguar la naturaleza de lo que aprender) con la idea de echarle una mano en el proceso de aprendizaje… Esbozó una sonrisa y se aprestó a guardar muy bien ese secreto. No veía motivo alguno para perder innecesariamente lo que sospechaba que era una parte esencial de su recién descubierto atractivo.

El aspecto más peliagudo de batir su ingenio con caballeros como Charlie era que estos conocían las reglas. Y cómo sortearlas.

Cuando los últimos acordes del vals se desvanecieron y se detuvieron entre carcajadas, acalorados y jadeantes, Charlie le sonrió con arrebatador encanto.

—Recuperemos el aliento en la terraza… Hace demasiado calor aquí dentro.

Ella mantuvo la sonrisa mientras se preguntaba si se atrevería a dar el paso.

«Quien no arriesga, no gana», pensó. Jamás lo descubriría si no lo intentaba.

—Muy bien. —Ensanchó ampliamente la sonrisa al aceptar el desafío—. Vamos.

Se giró hacia la terraza… y estuvo a punto de darse de bruces con Simon.

Se le disparó el pulso y, por un instante, se quedó sin respiración. Él la miró a los ojos y, aunque su expresión era tan adusta como de costumbre, no vio señales de su habitual desaprobación.

—Estábamos a punto de salir a la terraza. —La nota aguda de su voz sonó un tanto discordante. El champán, sin duda—. Hace mucho calor aquí dentro.

Utilizó la excusa para abanicarse con la mano. No cabía duda de que su temperatura corporal había subido.

La expresión de Simon no se suavizó. Desvió la vista hacia Charlie.

—Acabo de hablar con lady Osbaldestone… Quiere hablar contigo.

Charlie frunció el ceño.

—¿Lady Osbaldestone? ¿Qué demonios quiere esa vieja bruja de mí?

—¿Quién sabe? Aunque ha insistido bastante. La encontrarás cerca de la sala de refrigerios.

Charlie la miró.

Y la mano de Simon se cerró en torno a su codo.

—Yo acompañaré a Portia a la terraza… Con un poco de suerte, cuando hayas terminado con lady Osbaldestone, ya habremos vuelto.

Aunque la sugerencia parecía perfectamente inocente, Charlie no sabía si tragárselo o no. La mirada con la que fulminó a su amigo lo dejó muy claro. Claro que tampoco tenía alternativa, así que con una elegante reverencia hacia ella y una inclinación de cabeza hacia él, se marchó hacia el otro extremo del salón.

Simon la soltó. Al unísono, se dieron la vuelta y se encaminaron a las puertas francesas.

Lo miró a la cara.

—¿Es cierto que lady O quiere hablar con Charlie? ¿O sólo ha sido una muestra más de tu habitual prepotencia?

Simon la miró un instante a los ojos antes de hacerse a un lado para dejarla pasar.

—Hará un poco más de fresco fuera.

—Te lo has inventado, ¿verdad? —le preguntó al tiempo que salía a la terraza.

Cuando él la instó a continuar, se dio media vuelta para enfrentarlo. Simon estudió su rostro con detenimiento. Y lo que vio le hizo entrecerrar los ojos.

—Estás achispada. ¿Cuántas copas de champán has bebido?

Volvió a tirar de ella para que caminara y la tomó del codo mientras se adentraban en la penumbra de la terraza. Varias parejas y unos cuantos grupitos paseaban por allí y también por los jardines cercanos para disfrutar del respiro que proporcionaba el fresco aire nocturno.

—Eso no es de tu incumbencia. —Además, no hacía falta que se lo dijera—. Jamás he estado achispada antes… y es de lo más agradable. —Al darse cuenta de la verdad que encerraban esas palabras, se zafó de su mano y dio una vuelta—. Una experiencia nueva. Y de lo más inocua.

La expresión del rostro de Simon era extraña… Un tanto protectora, pero también había algo más. Como si lo hubiera cautivado. Un rayito de esperanza se abrió paso en su interior. ¿También funcionarían sus artimañas con él?

Clavó los ojos en su rostro y sonrió con dulzura. Después soltó una carcajada y se dispuso a caminar a su lado. El paseo los alejaba de la fiesta y del salón del baile hacia un lugar más tranquilo. Donde podrían conversar libremente.

Pero qué tontería, se dijo.

—No tiene sentido tirarte de la lengua para que me cuentes cosas sobre ti… Ya lo sé todo.

Se acercaban al extremo de la terraza. Sintió la mirada de Simon clavada en su rostro.

—A decir verdad —replicó él con un murmullo ronco—, sabes muy poco sobre mí.

Sus fascinantes palabras le erizaron la piel. Ella se limitó a sonreír y compuso una expresión de genuina incredulidad.

—¿Eso es lo que estás tramando? ¿Quieres aprender sobre los hombres?

No recordaba que él le hubiera hablado con ese incitante tono nunca; ladeó la cabeza y meditó la respuesta. Aunque debía admitir que su mente no estaba en plenas facultades.

—No sobre los hombres en general… y no sólo sobre ellos. —Doblaron la esquina al llegar al final de la terraza y continuaron paseando; no había nadie en ese lado de la casa. Inspiró hondo antes de soltar el aire lentamente—. Quiero aprender todas las cosas que no he aprendido antes.

Ya estaba dicho… Eso debería bastarle.

—¿Qué cosas?

Se giró para enfrentarlo y quedó de espaldas a la pared. El instinto le advertía de que se estaban alejando demasiado del salón de baile. A pesar de eso, lo miró con una sonrisa deslumbrante y dejó que la confianza que se había apoderado de ella aflorara a su rostro.

—En fin, pues todas las cosas que no he experimentado antes. —Abrió los brazos sin apartar la vista de sus ojos—. La emoción, la pasión. Todas esas cosas que los hombres podrían enseñarme pero a las que no he dedicado ni un solo pensamiento… hasta ahora.

Simon se había detenido frente a ella y tenía la mirada clavada en sus ojos. Las sombras le ocultaban el rostro.

—¿Por eso tenías tantas ganas de salir con Charlie?

Algo en su voz la puso sobre aviso, algo que la instó a retomar el sentido común. Sostuvo su mirada sin flaquear y respondió con la verdad:

—No lo sé. No fui yo quien lo propuso, fue él.

—Poco sorprendente dado tu deseo de aprender. Y, además, has acabado en la terraza.

El tono reprobatorio de su voz acabó por devolverle el sentido común de golpe. Levantó la barbilla.

—Contigo. No con él.

Silencio.

El desafío estaba lanzado, por más que fuera implícito; ambos entendían la situación.

Ninguno de los dos apartó la vista, ninguno se movió ni hizo nada por romper el hechizo. La temperatura de la noche aumentó hasta casi asfixiarlos. Portia habría jurado que todo a su alrededor comenzó a dar vueltas. Sentía la sangre corriendo bajo la piel y le palpitaban las sienes.

Simon estaba apenas a un paso de ella. De repente, deseó que se acercara, como si fuera una especie de anhelo atávico. Él pareció sentir lo mismo. Se acercó un tanto antes de quedarse muy quieto. Su rostro siguió oculto entre las sombras, de modo que fue incapaz de interpretar su mirada.

—Si te hubiera acompañado Charlie, ¿qué querrías aprender?

Tardó un instante en responder. Tuvo que humedecerse los labios antes de hablar.

—Tú lo conoces mucho mejor que yo… ¿Qué crees tú que habría aprendido, dado el entorno y las circunstancias?

El silencio se alargó hasta lo que le pareció una eternidad. Sin dejar de mirarla a los ojos, Simon se acercó a ella. E inclinó la cabeza muy despacio.

Alzó una mano hasta su rostro. Los largos dedos acariciaron la piel antes de posarse sobre su mentón y obligarla a levantar la barbilla.

Para que sus labios, cálidos y firmes, se posaran sobre los suyos con facilidad.

Portia cerró los ojos y se quedó sin aliento. Sus sentidos cobraron vida cuando su cuerpo descubrió ese placer sensual.

No tenía nada con lo que comparar ese maravilloso primer beso. Ningún otro hombre se había atrevido jamás a acercarse tanto, a tomarse semejantes libertades. Si alguno lo hubiera intentado, le habría dado un buen guantazo.

Los labios de Simon se movieron, indagadores, sobre su boca, rendida y más que dispuesta, mientras ella clavaba los dedos en la piedra que tenía a su espalda.

Sus sentidos se concentraron en el beso hasta que en su mente sólo existió esa dulce e incitante presión; hasta que el beso se convirtió en lo único que importaba. Le palpitaban los labios por el deseo. Le daba vueltas la cabeza… y no era por el champán.

Había olvidado respirar, ni siquiera le importaba. Le devolvió el beso, en un principio insegura, indecisa…

Simon volvió a cambiar de postura, pero no para alejarse, sino para acercarse más a ella. Los dedos que le sujetaban el mentón se cerraron sobre ella con más fuerza y la presión de esos incitantes labios aumentó.

Separó los labios tal y como él parecía desear; al punto, Simon deslizó la lengua entre ellos… y la sensación hizo que se le doblaran las rodillas. Tuvo la impresión de que él era consciente de ese hecho, aunque no sabía cómo. El cariz del beso se tornó más pausado, hasta que cada caricia pareció estar impregnada de languidez, de calmada apreciación, de placer compartido. La vertiginosa sorpresa de la novedosa y sensual experiencia se desvaneció.

La certeza de que jamás la habían besado emocionó a Simon sobremanera. Y se quedó perplejo ante el súbito apremio de apoderarse de ella. Reprimió el anhelo y se negó a demostrarlo; ni con los labios, ni con los dedos ni, muchísimo menos, con las lentas y embriagadoras caricias de su lengua.

Sabía a ambrosía, a néctar y a miel. Dulce como el verano y fresca como la pureza. De buen grado la habría besado durante horas, sin embargo… quería mucho más que un mero beso.

La acorraló contra la pared. Apoyó el brazo sobre la fría piedra, con los músculos contraídos y el puño apretado mientras luchaba para reprimir el anhelo de aprovecharse del momento. De acercarse más todavía, de amoldarse contra ella, de sentir esas curvas cubiertas por la seda pegadas a su cuerpo.

Portia era alta y de extremidades largas; el impulso de comprobar lo bien que encajarían, el delirante deseo de calmar su excitado cuerpo frotándose apenas contra ella, lo estaba volviendo loco. Por no hablar de la acuciante necesidad de cubrirle los pechos con las manos, de inclinar la cabeza y de seguir con los labios el sendero de las perlas…

Aun así, se trataba de Portia. Ni siquiera olvidó de quién se trataba durante el embriagador momento en el que intentó poner fin al beso y ella se enderezó, renuente a separarse de sus labios. De modo que se vio obligado a apoderarse de nuevo de su boca; de esa boca que le ofrecía sin reservas.

El dilema estaba allí, y por primera vez lo veía claramente, burlándose del deseo que sentía por ella. Cada instante de abandono a ese deseo, por parte de los dos, aumentaba el precio que debería pagar cuando acabara ese interludio.

Pero debía ponerle fin. Llevaban demasiado tiempo fuera del salón de baile.

Y se trataba de Portia.

Le costó la misma vida poner fin al beso y levantar la cabeza. Apartó la mano de su rostro, bajó el brazo y se quedó allí parado, esperando que el deseo que le corría por las venas disminuyera hasta un nivel inofensivo. Mantuvo los ojos clavados en su rostro y vio cómo sus párpados se movían hasta que los abrió.

Esos ojos azul cobalto resplandecían; un ligero rubor teñía sus pálidas mejillas…, pero no era de vergüenza. Parpadeó unas cuantas veces mientras lo miraba a los ojos, intentando descifrar su expresión.

Sabía que no descubriría nada en su tensa expresión, al menos nada que reconociera. Él, en cambio, era capaz de seguir el hilo de sus pensamientos reflejado en su semblante.

No había estupefacción, ni tampoco la había esperado; pero sí había sorpresa, curiosidad y una sed insaciable de aprender más. Además de la recién descubierta percepción de la sensualidad.

Tomó una honda bocanada de aire y esperó hasta asegurarse de que podía mantenerse en pie por sí misma.

—Vamos, tenemos que regresar.

La cogió de la mano y tiró de ella para llevarla de vuelta a la terraza principal.

Salvo por las dos parejas que se encontraban en el extremo más alejado, el lugar estaba desierto. Se colocó la mano de Portia en el brazo y recorrieron el trayecto hacia el salón de baile en silencio.

Ya veían las puertas francesas. Estaba dándole las gracias a su buena suerte por el hecho de que estuviera lo bastante distraída como para no querer hablar (no estaba en condiciones de soportar una discusión) cuando escuchó voces.

Ella también las escuchó. Antes de que pudiera detenerla, se acercó a la balaustrada y echó un vistazo hacia el sendero que discurría por debajo.

Tiró de ella, pero no se movió. Su rígida inmovilidad lo puso sobre aviso, de modo que la imitó y miró hacia abajo.

Escucharon los quedos susurros de una acalorada discusión. Desmond estaba de espaldas a la pared de la terraza. Kitty estaba delante de él, colgada de su cuello. El caballero, con el cuerpo totalmente rígido, forcejaba para apartarla.

Simon miró a Portia y esta le devolvió la mirada.

Se giraron al unísono y regresaron al salón de baile.

Portia no alcanzaba a imaginar siquiera qué estaba tramando Kitty o qué esperaba conseguir con su vergonzoso comportamiento; se le escapaba por completo. Se desentendió de ese asunto… Después de todo, tenía cosas más importantes en la cabeza.

Como el beso de Simon.

Su primer beso romántico… No era sorprendente que se hubiera sentido fascinada. Mientras paseaba por los jardines a la mañana siguiente, rememoró el momento y revivió las sensaciones; no sólo los labios de Simon sobre los suyos, sino todo lo que había experimentado en respuesta a sus caricias. Los nervios a flor de piel, la aceleración del pulso, el acuciante anhelo de recrearse con una cercanía física de otra índole. No era de extrañar que otras mujeres encontraran esa actividad adictiva; en ese momento se habría dado de tortas por su anterior desinterés.

Desde luego que había deseado mucho más la noche anterior. Y seguía deseándolo. A pesar de su inexperiencia, a pesar de toda la experiencia que Simon poseía, sospechaba, presentía, que él había sentido lo mismo. Si hubieran tenido la oportunidad… En cambio, se habían visto obligados a regresar al salón de baile.

Una vez de vuelta con el resto de los invitados, no habían intercambiado una sola palabra sobre su interludio, aunque tampoco habían hablado de ninguna otra cosa. Ella había estado demasiado distraída analizándolo mientras que él, al parecer, no había sentido la necesidad de decir nada. A la postre, se había retirado a su habitación, a su cama. Y la sensación de esos labios sobre los suyos la había perseguido en sueños.

Esa mañana se había levantado decidida a seguir experimentando, a ir más allá. No obstante, había preferido desayunar con lady O en la habitación de la anciana en lugar de enfrentarse a Simon durante el desayuno antes de haber tenido la oportunidad de decidir el camino a seguir.

Los joviales comentarios de lady O acerca de la promiscuidad de los hombres, salpicados de sutiles alusiones a los aspectos físicos de las relaciones entre hombres y mujeres, sólo habían servido para decidirse a aclarar su opinión al respecto, de modo que pudiera decidir su curso de acción.

Razón por la que estaba paseando a solas por los jardines en esos momentos.

Intentaba decidir la importancia que debía otorgar a un beso. La importancia que debía otorgar a su propia respuesta.

Simon no había dado el menor indicio de que besarla hubiera sido diferente de besar a cualquier otra mujer. Arrugó la nariz y prosiguió su camino por uno de los senderos. Era demasiado práctica como para no reconocer que era todo un experto, que debía de haber besado a un centenar de mujeres. Sin embargo… estaba casi segura de que volvería a besarla si se le presentaba la oportunidad.

Al menos se sentía segura al respecto, razonablemente segura. El sendero que llevaba al templete se abría ante ella; sin ser consciente de ello, sus pies tomaron esa dirección.

No obstante, su propio camino parecía mucho menos despejado. Cuanto más reflexionaba, más perdida se sentía. Literalmente, como si hubiera emprendido un viaje a un país desconocido sin brújula, ni mapa.

¿Sentiría lo mismo la próxima vez que la besaran? ¿O la reacción de la noche anterior se debió a que fue su primera vez? ¿Habría sentido lo mismo de haberla besado otro hombre? Si Simon la besaba de nuevo, ¿sentiría algo?

Y la pregunta más importante: ¿era relevante lo que sentía cuando un caballero la besaba?

Las respuestas se ocultaban tras su inmensa inexperiencia. Irguió los hombros y levantó la cabeza… Tendría que experimentar para averiguarlo.

Una vez tomada esa decisión, se sintió mucho más optimista. El templete apareció frente a ella; era una pequeña construcción de mármol con columnas jónicas. Estaba rodeado de parterres cuajados de flores. Mientras subía los escalones, se percató de la presencia de un jardinero, un joven de abundante cabello negro, que estaba desbrozando uno de los parterres. Cuando el muchacho levantó la vista, le sonrió y lo saludó con un gesto de cabeza. Él parpadeó asombrado y a todas luces incómodo, pero le devolvió el saludo con la cabeza.

Cuando subió las escaleras, comprendió de inmediato el porqué de la expresión del jardinero. En el templete reverberaban las voces de dos personas… Una discusión. Si hubiera estado prestando atención, se habría dado cuenta antes de subir los escalones. El jardinero estaría escuchando todas y cada una de las palabras, le sería imposible evitarlo en el silencio de los jardines.

—¡Tu comportamiento es inmoral! No te he educado para que te comportes de esta manera. ¡No acabo de imaginar el propósito de semejante despliegue de ordinariez!

El melodramático discurso procedía de la señora Archer. Por lo que suponía, la dama estaba sentada en un banco emplazado al otro lado del templete, el lugar con las mejores vistas. Las palabras reverberaban en el interior del edificio y el eco aumentaba su volumen.

—¡Quiero una vida emocionante! —declaró Kitty con voz estridente—. Me casaste con Henry y me dijiste que sería una dama… ¡Me describiste la vida como su esposa como un lecho de rosas! Me hiciste creer que conseguiría todo lo que siempre había deseado… ¡Y no ha sido así!

—¡No puedes ser tan ingenua como para creer que tu vida será tal cual la has soñado!

Portia se alegró de que alguien estuviera diciendo lo que Kitty necesitaba escuchar, pero ella no tenía ganas de inmiscuirse en el asunto. En silencio, dio media vuelta y bajó los escalones.

Cuando llegó al sendero, escuchó la réplica de Kitty con voz adusta y seca.

—Más ingenua si cabe, porque te creí. Ahora me enfrento a la realidad… ¿Sabes que quiere que vivamos aquí casi todo el año? ¿Y que quiere que le dé hijos?

Kitty pronunció la última palabra como si Henry le hubiera pedido que se cortara las venas; anonadada, Portia se detuvo.

—¡Hijos! —repitió Kitty con evidente desdén—. Perderé mi figura. ¡Me pondré gorda y nadie querrá mirarme! Y si lo hicieran, se echarían a temblar y apartarían la vista. ¡Antes prefiero la muerte!

Sus palabras destilaban algo muy próximo a la histeria.

Portia sintió un escalofrío. Al apartar la vista, vio al jardinero y sus miradas se encontraron. Al instante, apartó la vista e inspiró hondo. El jardinero regresó a sus flores. Y ella reanudó su camino.

Con el ceño fruncido.

Cuando salió al prado, vio a Winifred, quien, como ella, paseaba sin rumbo fijo. Al juzgar sensato que no se acercara al templete, cambió de dirección y echó a andar hacia ella.

Winifred le sonrió en cálida bienvenida y ella respondió al gesto. Al menos, podría aprender de ella.

Tras intercambiar los saludos de rigor y de mutuo acuerdo, enfilaron el camino que llevaba al lago.

—Espero que no me tome por una imperdonable descarada —comenzó—, pero no he podido evitar percatarme de… —La miró a la cara—. ¿Me equivoco al creer que hay cierta relación de índole sentimental entre usted y el señor Winfield?

Winifred sonrió antes de clavar la vista al frente. Pasado un instante, contestó:

—Tal vez sea más pragmático decir que estamos considerando la posibilidad de una relación. —Esbozó una sonrisa mientras la miraba—. Sé que suena un tanto timorato, pero supongo que yo soy así, al menos en lo tocante al matrimonio.

Portia vio la oportunidad y la aprovechó sin dilación.

—Sé perfectamente a qué se refiere… Ya que yo opino igual. —Miró a su interlocutora a los ojos—. En estos momentos estoy considerando la idea del matrimonio, de manera abstracta, y tengo que confesar que hay muchas cosas a las que no les encuentro sentido. He estado relegando la cuestión por razones puramente egoístas, ya que me interesaban otros temas, de modo que ahora mismo me encuentro perdida y no tan informada como me gustaría. Sin embargo, supongo que usted tiene mucha más experiencia…

Winifred hizo un mohín, pero la expresión de sus ojos no varió y su semblante siguió siendo afable.

—En cuanto a eso, la verdad es que sí tengo más experiencia en cierto sentido, pero me temo que servirá de poca ayuda para cualquier otra mujer que quiera comprender el asunto. —Gesticuló con las manos—. Tengo treinta años y sigo soltera.

Portia frunció el ceño.

—Perdóneme, pero es de buena familia, supongo que dispondrá de una dote generosa y no le faltan encantos. Supongo que ha recibido numerosas proposiciones.

Winifred inclinó la cabeza.

—Algunas, desde luego, pero no demasiadas. Hasta el momento, no he animado a ningún caballero.

Portia no la comprendía.

Winifred se dio cuenta y esbozó una sonrisa torcida.

—Ya que me ha concedido el honor de confiar en mí, yo actuaré en consecuencia. Debo suponer que no tiene una hermosa hermana menor. En concreto, una hermosa hermana menor muy codiciosa…

Portia parpadeó. Una imagen de Penélope, con sus anteojos y su expresión severa, acudió a su mente. Meneó la cabeza.

—Pero… si… En fin, Kitty lleva casada varios años, ¿no es así?

—Sí, por supuesto. Por desgracia, el matrimonio no ha aplacado su deseo de apoderarse de todo cuanto yo tenga o pueda tener.

—Ella… —Se detuvo para buscar la palabra adecuada—. ¿Ella le robaba sus pretendientes?

—Siempre. Desde pequeñas.

A pesar de la revelación, el rostro de la joven permaneció calmado y sereno… Resignado, comprendió.

—Aunque… —continuó Winifred mirándola fijamente a los ojos— no sé si debería estarle agradecida. No desearía casarme con un caballero que me fuera infiel a la primera oportunidad.

Portia asintió con la cabeza.

—Por supuesto que no. —Titubeó un instante antes de añadir—: He mencionado al señor Winfield. Parece que se ha mantenido constante en sus afectos pese a los insistentes intentos de Kitty.

La mirada que le dirigió Winifred estaba teñida de incertidumbre; por primera vez atisbó a la mujer que se ocultaba tras la fachada de serenidad y que había sufrido una decepción tras otra a manos de su hermana.

—¿Usted cree? —En ese momento, Winifred sonrió, otra vez esa sonrisa torcida; su serena máscara volvió a su lugar—. Voy a contarle nuestra historia. Desmond conoció a mi familia hace unos años en Londres. Al principio, se quedó prendado de Kitty, como la mayoría de los caballeros. Después descubrió que estaba casada y se fijó en mí.

—Vaya. —Habían llegado al final del camino. Contemplaron unos instantes el lago antes de dar la vuelta y emprender el camino de regreso a la casa—. Pero… —continuó Portia—, eso quiere decir que Desmond lleva varios años cortejándola, ¿no?

Winifred asintió con la cabeza.

—Unos dos años. —Tras un instante, añadió con cierta timidez—: Me dijo que se apartó de Kitty en cuanto la conoció lo suficiente como para adivinar su verdadera naturaleza. Fue después cuando averiguó que estaba casada.

Portia tenía muy presente la escena que había presenciado la noche anterior en la terraza.

—La verdad es que parece… bastante tenso con Kitty. No he visto indicio alguno de que quiera aprovechar la primera oportunidad para renovar su interés por ella… Más bien todo lo contrario.

Winifred la miró a los ojos y estudió su expresión.

—¿De verdad lo cree?

Portia sostuvo su mirada.

—Sí, sin lugar a dudas.

La emoción, la esperanza, que atisbó en los ojos de la otra mujer antes de que esta apartara la vista hizo que se sintiera inexplicablemente bien consigo misma. Suponía que eso era lo que sentía lady O cuando sus tejemanejes daban buen resultado; por primera vez en la vida, Portia entendió su atractivo.

Continuaron caminando. Cuando alzó la vista y vio a los dos hombres que se acercaban a ellas, recordó de golpe su propia situación.

Simon y James se acercaron. Las saludaron con su habitual encanto. De reojo, estudió a Simon, pero no detectó cambio alguno en su comportamiento, no leyó nada concreto en su actitud hacia ella…, ningún indicio que le dijera qué pensaba de su beso.

—Nos han enviado a buscarlas —informó James—. Se está organizando un almuerzo campestre. La mayoría ha decidido que la comida será mucho más apetitosa si se sirve en las ruinas del antiguo monasterio.

—¿Dónde está el monasterio? —preguntó Winifred.

—Al norte del pueblo, no está lejos. Es un lugar precioso. —James hizo un gesto con la mano—. Un lugar ideal para comer, beber y relajarse en el corazón de la campiña.