—¡Y bien, señorita…! —exclamó lady Osbaldestone mientras se dejaba caer en un sillón emplazado junto a la chimenea de su habitación y clavaba una mirada elocuente en ella—. Ahora puedes contarme qué es lo que estás tramando.
—¿Tramando? —repitió Portia con los ojos clavados en ella.
Había ido a la habitación de la anciana para ayudarla a arreglarse antes de bajar a desayunar. De pie en mitad de la estancia y bañada por la luz que entraba por las ventanas, se descubrió atrapada por su penetrante mirada. Abrió la boca para decirle que no estaba tramando nada, pero la cerró.
Lady O resopló.
—Ya veo. Nos ahorraremos mucho tiempo si no te andas por las ramas y lo sueltas de una vez. Por regla general, te comportas con tal altanería que ni siquiera te fijas en los caballeros que te rodean; ayer, sin embargo, no sólo los estudiaste detenidamente, sino que además te dignaste charlar con ellos. —Cerró las manos en torno a la empuñadura de su bastón y se inclinó hacia delante—. ¿Por qué?
Una expresión especulativa brillaba en sus perspicaces ojos negros. Era mayor y muy lista, y se sabía al dedillo todo lo que había que saber acerca de la alta sociedad, de las relaciones que había dentro de ella y de las familias que la componían. Debía de haber asistido a cientos, si no miles, de enlaces, sin contar en los que había mediado. Era la madrina perfecta para su plan. Si elegía ayudarla, claro estaba.
Aunque primero tendría que atreverse a pedírselo…
Unió las manos al frente, inspiró hondo y eligió sus palabras con sumo cuidado.
—He decidido que ya es hora de que busque un marido.
Lady O parpadeó.
—¿Y estás considerando a los caballeros presentes?
—¡No! Bueno…, sí. —Hizo un mohín—. No tengo ninguna experiencia en estos asuntos…, como ya sabe.
La dama volvió a resoplar.
—Sé que has malgastado los últimos siete años, al menos en ese sentido.
—Se me ocurrió que —prosiguió Portia como si no la hubiera escuchado—, ya que estoy aquí y he decidido casarme, podría aprovechar la oportunidad para descubrir cuáles son los criterios de selección. Para reunir la información y la experiencia que me servirán a la hora de elegir con sensatez. En resumidas cuentas, para evaluar los atributos que debería considerar. Aquello que valoro más en un caballero. —Frunció el ceño y prestó atención al semblante de lady O—. Supongo que cada dama exigirá algo diferente, ¿no?
La anciana sacudió la mano.
—Comme-ci, comme-ça. Yo diría que hay ciertos atributos fundamentales y otros superficiales. Los fundamentales, los más buscados por las mujeres, no difieren tanto de una a otra.
—¡Caray! —Portia alzó la cabeza—. Eso es lo que esperaba aclarar mientras estuviera aquí.
Lady O prolongó el estudio de su rostro unos instantes; después, se recostó en el sillón.
—Te observé anoche mientras estudiabas a los caballeros. ¿A quiénes has decidido tener en cuenta?
El momento de la verdad. Iba a necesitar ayuda. Al menos iba a necesitar a una dama con la que discutir sus avances, una dama en la que pudiera confiar.
—He pensado en Simon, James y Charlie. Son los candidatos más obvios. Y, aunque sospecho que Desmond tiene sus miras puestas en Winifred, he llegado a la conclusión de que también lo tendré en cuenta, aunque sólo sea para establecer el modelo de hombre adecuado.
—¿Lo has notado? ¿Cómo interpretas tú la reacción de la muchacha?
—Está indecisa. Se me ocurrió que podría aprender algo si la observo mientras se decide.
—Sin embargo, ya tiene treinta años y sigue soltera. —Lady O enarcó las cejas—. Me pregunto por qué…
—Tal vez no haya querido casarse… —Se percató de la mirada de la anciana y dio un respingo—. Por lo que he visto, parece muy sensata.
—Cierto, de ahí que me lo pregunte. ¿Y Ambrose? También está soltero, pero no lo has mencionado.
Se encogió de hombros.
—Tal vez sería lo adecuado, pero… —Arrugó la nariz y buscó las palabras que describieran la impresión que se había formado sobre él—. Es ambicioso y está decidido a labrarse una carrera en el Parlamento.
—Eso no debería pesar en su contra; acuérdate de Michael Anstruther-Wetherby.
—No me refiero a eso en particular. —Frunció el ceño—. Es más bien el cariz de su ambición, creo. A Michael lo mueve la ambición de servir a los demás, de establecer un buen gobierno. De organizar porque se le da bien hacerlo, como a su hermana.
Lady O asintió con la cabeza.
—Muy perspicaz. Debo entender que las motivaciones de Ambrose no son tan nobles, ¿no? Todavía no he tenido la oportunidad de hablar mucho con él.
—Creo que ansía la posición por sí misma. Ya sea por el poder o por cualquier otra ventaja que le otorgue. No he percibido ninguna otra motivación más profunda. —Miró a la anciana—. Pero tal vez lo esté prejuzgando. La verdad es que no he indagado mucho.
—En fin, dispondrás de mucho tiempo mientras estemos aquí. Y sí, estoy de acuerdo en que esta es una forma adecuada para pulir tus habilidades. —Hizo ademán de ponerse en pie y ella se acercó para ayudarla—. No sé si te has dado cuenta —prosiguió mientras se incorporaba—, pero con Simon, James y Charlie a «tener en cuenta» vas a estar muy ocupada. Es posible que no tengas tiempo para ampliar tus horizontes.
Creyó ver el asomo de una sonrisa engreída en los labios de la anciana cuando esta se giró hacia la puerta, aunque no supo cómo interpretarlo.
—Me informarás todas las noches de tus progresos, o todas las mañanas si lo prefieres. Mientras estemos aquí, estás bajo mi responsabilidad, por más que tu hermano y tú penséis que es al contrario. —La miró de reojo conforme atravesaban la habitación—. A mi edad y con los tiempos que corren, será interesante ver cuáles son los atributos masculinos que consideras más deseables.
Portia inclinó la cabeza respetuosamente, aunque ninguna se tragó el gesto. Le contaría a lady O lo que sucediera porque necesitaba ayuda y alguien que la guiara, no porque considerara que estaba bajo su responsabilidad.
Una vez que llegaron a la puerta, aferró el pomo para abrirla, pero la anciana se lo impidió inmovilizándola con el bastón. Portia la miró y se encontró con sus penetrantes ojos.
—Un detalle que no me has explicado… ¿Por qué, después de siete largos años en los círculos de la alta sociedad, has decidido de repente que deberías casarte?
No creyó oportuno mostrarse reservada. Su razón era de lo más normal.
—Por los niños. Mientras los ayudaba en el orfanato, comprendí que me gustaba poder trabajar con ellos, que me gustaba muchísimo. Cuidarlos, verlos crecer, guiarlos. —Sintió que esa necesidad crecía en su interior sólo con pensarlo—. Pero quiero cuidar a mis propios hijos. La estancia en Calverton Chase avivó ese deseo al ver a Amelia y a Luc con su prole, por no mencionar a Amanda y Martin, que suelen visitarlos muy a menudo. Es una casa de locos, pero… —Sus labios esbozaron una sonrisa melancólica mientras sostenía la mirada de lady O—. Lo deseo.
La anciana estudió su rostro con atención antes de asentir con la cabeza.
—Niños. Como impulso inicial están muy bien… El empujoncito que por fin ha logrado que te dignes observar lo que tienes a tu alrededor y sopeses la idea del matrimonio. Comprensible, natural y decente. ¡Sin embargo…! —La atravesó con una mirada siniestra—. Sin embargo, no es una razón adecuada para casarse.
Portia parpadeó.
—¿Ah, no?
Lady O retiró el bastón e hizo un gesto para que abriera la puerta.
—Pero…
—No te preocupes —la tranquilizó la anciana mientras echaba a andar por el pasillo—. Tú sigue con ese plan tuyo y considera a los caballeros elegibles. La razón adecuada (recuerda bien lo que te digo) acabará por aparecer. —Avivó el paso y Portia tuvo que apresurarse para alcanzarla—. ¡Vamos! —exclamó al tiempo que señalaba hacia las escaleras—. ¡Esta conversación sobre el matrimonio me ha abierto el apetito!
El apetito de manipular, claro estaba; aunque, a decir verdad, siempre tenía esa clase de apetito. Y la dama era toda una experta en ese arte. Lo hizo con tal sutileza mientras pedía las tostadas y la mermelada que Portia estaba convencida de que ni Simon, ni James, ni Charlie se dieron cuenta de que la idea de salir a cabalgar no había partido de ninguno de ellos.
Claro que, a la postre, la invitación a que se les uniera sí partió de ellos. Una invitación que aceptó encantada. Lucy también lo hizo. Y, para sorpresa de los presentes, Drusilla se sumó al grupo. Winifred confesó que montar a caballo no era uno de sus pasatiempos preferidos y que prefería dar un paseo. Desmond se ofreció a acompañarla de inmediato.
Ambrose estaba enzarzado en una discusión con el señor Buckstead y se limitó a negar con la cabeza. Las Hammond ya habían engatusado a Oswald y Swanston con sus alegres miradas para que las acompañaran a pasear alrededor del lago. Kitty no estaba presente, como tampoco lo estaban las restantes damas. Todas habían elegido desayunar en sus respectivas habitaciones.
Quince minutos después de haber abandonado la mesa del desayuno, el grupo de jinetes ya se había reunido en el vestíbulo principal y estaba dispuesto a seguir a James hasta los establos.
Elegir las monturas llevó su tiempo. Ataviada con su traje de montar de color azul oscuro, Portia acompañó a James a lo largo del pasillo central que dividía las cuadras mientras ojeaba las monturas y le preguntaba acerca de los animales que le parecían más elegantes. ¿Sería uno de los atributos importantes para ella que un hombre fuera un jinete competente y conociera bien a sus caballos?
La mayoría cumplía el requisito, pero no necesariamente a su gusto.
—¿Conduce su faetón cuando está en Londres?
James la miró de soslayo.
—Sí, tengo una pareja de tordos ideales para pasear.
—Señor… —lo llamó el encargado de los establos desde la puerta—, los caballos estaban listos.
James le hizo un gesto y ella recorrió el pasillo de vuelta a la salida. Sintió su mirada clavada en ella, no con intensidad pero sí con evidente curiosidad.
—Los tordos están en la otra ala del establo… Si le apetece, un día de estos podría enseñárselos.
—Si tenemos tiempo, me encantaría.
Él se encogió de hombros.
—Ya buscaremos un rato.
Ella sonrió justo cuando salían al patio, donde estaba el resto del grupo. Charlie y el encargado de los establos estaban ayudando a Lucy y a Drusilla a tomar asiento en sus monturas. Portia se acercó al mozo de cuadras que tenía las riendas de la yegua castaña que había elegido… con la ayuda de James y Simon. Al llegar junto al animal, se dio la vuelta. Y esperó.
James se había detenido para dar unas palmaditas a su caballo antes de observar a las damas a las que estaban ayudando.
Portia lo miró fijamente, esperando que se percatara de ello y que se acercara para ayudarla a montar.
—A ver… Permíteme.
Se dio la vuelta al escuchar a Simon a su espalda.
Él frunció el ceño mientras le rodeaba la cintura con las manos.
—No tenemos todo el día para que lo pierdas mirando embobada a los demás.
La alzó con una facilidad pasmosa. Y ella volvió a quedarse sin respiración. Una vez que estuvo afianzada en la silla, la soltó, le apartó las faldas y sostuvo el estribo inferior. En cuanto hubo recuperado el sentido común, colocó los pies en su sitio y se acomodó las faldas.
—Gracias —le dijo, aunque ya se alejaba.
Lo observó mientras cogía las riendas de su caballo de las manos de un mozo de cuadra y se subía a lomos del animal con agilidad. ¿A qué venía esa cara? No era tanto su ceño fruncido como la expresión adusta que había asomado a sus ojos azules. Se obligó a no pensar en ello y tomó las riendas de las manos del mozo que las sujetaba antes de azuzar a la yegua para que se pusiera en marcha.
James vio que estaba lista y se subió a lomos de su castrado. La alcanzó justo cuando pasaban bajo el arco del patio. Simon guiaba a Lucy y a Drusilla, estudiando con atención sus posturas para evaluar su pericia a lomos de un caballo. Charlie no tardó en montar y seguirlos.
James y ella lideraban el grupo. Primero fueron a un paso tranquilo y luego al trote. Puesto que había nacido y se había criado en el campo, estaba acostumbrada a montar a caballo y había formado parte de las partidas de caza desde que era una niña. Si bien los años habían calmado gran parte de su temeridad, le encantaba cabalgar. La yegua, no muy grande, era briosa y juguetona. La dejó disfrutar, aunque no dudó en refrenarla cuando amenazó con abandonar el camino.
James quiso ofrecerle una yegua torda muy dócil, y ella ya había abierto la boca para protestar (algo que habría hecho sin reparo alguno) cuando Simon intervino y sugirió la castaña en su lugar. James había aceptado la opinión de Simon acerca de su capacidad como amazona con una ceja alzada, pero sin hacer el menor comentario. No le había quedado más remedio que morderse la lengua y darles las gracias a ambos con una sonrisa.
En esos momentos, James la observaba, analizándola y evaluando su estilo. Simon, según comprobó, no lo hacía. Le bastó un rápido vistazo por encima del hombro para verlo, aún con esa expresión tan seria, mirando a Lucy y Drusilla. Charlie, cuya montura avanzaba alegremente junto a la de Drusilla, charlaba con su acostumbrada afabilidad. La muchacha, como siempre, guardaba silencio, pero parecía prestarle atención o, al menos, parecía hacer un esfuerzo por prestarle atención… Se preguntó si los habría acompañado debido a la insistencia de su madre.
Lucy no paraba de echar miraditas al frente. A James y a ella. Giró la cabeza y comprendió que, en aras de la amabilidad, debería cederle su posición en breve. Esbozó una sonrisa y le dijo a James:
—Me encanta cabalgar. ¿Esta zona es buena para practicar caza?
Respondió sin indecisión alguna a todas sus preguntas mientras avanzaban por los frondosos caminos. Con mucho tiento, fue desviando la conversación hacia el tema que le interesaba: su vida, sus actividades preferidas y las que aborrecía, sus aspiraciones… Todo con mucha sutileza, por supuesto.
A pesar de todos sus esfuerzos, o tal vez a causa de ellos, para cuando llegaron a la linde de Cranborne Chase, el antiguo coto de caza de la realeza, los ojos castaños de James la contemplaban con una expresión perpleja, curiosa y, desde luego, recelosa.
Esbozó una sonrisa alegre mientras refrenaban sus monturas y aguardaban a que los otros los alcanzaran antes de internarse por los caminos que recorrían los altos robledales. Aprovechó el momento para cederle su sitio a Lucy y dejó que su yegua trotara al lado del caballo tordo de Charlie.
Este pareció encantado. Se giró hacia ella y dejó a Drusilla en manos de Simon.
—¡Caray! ¿Se ha enterado del escándalo que ha protagonizado lord Fortinbras en Ascot?
Y procedió a contárselo con pelos y señales. Para su sorpresa, descubrió que, pese a su naturaleza abierta y charlatana, le estaba costando mucho que Charlie hablara de sí mismo. En un principio, creyó que se debía a su carácter extrovertido, pero cuando se percató de que esquivaba todas y cada una de sus preguntas, y tras recibir una mirada penetrante y en absoluto inocente, comprendió que su cháchara era una especie de escudo protector; una defensa que había elaborado de modo instintivo contra las mujeres que querían conocerlo.
James era un hombre más seguro de sí mismo; de ahí que no adoptara una actitud tan defensiva. En cuanto a Charlie… Acabó por sonreírle con sinceridad y abandonar las pesquisas. Sólo era un juego; un modo de practicar. Sería injusto ponerlo a la defensiva y estropearle la fiesta campestre por el simple motivo de perfeccionar sus habilidades.
Echó un vistazo a su alrededor.
—Hasta ahora hemos sido muy prudentes… ¿Se atrevería a galopar un poco?
Charlie abrió los ojos de par en par.
—Si le apetece… no veo por qué no. —Miró al frente y soltó un grito de alegría. Cuando James miró por encima del hombro, le hizo un gesto indicándole que iban a galopar. James aminoró el paso y se apartó, llevando a Lucy con él, a un lado del camino.
Portia azuzó a su yegua. Pasó junto a James y Lucy al galope. El camino era ancho, lo bastante como para que pudieran avanzar dos caballos uno al lado del otro; pero cuando llegaron a la primera curva, ya le sacaba una buena ventaja a Charlie. Frente a ella se abría un amplio prado cubierto de hierba. Le dio rienda suelta a la yegua y el sonido de los cascos que escuchaba a su espalda quedó ahogado bajo la implacable cadencia del galope de su montura. El rítmico sonido resonaba en su interior, al compás de los latidos de su corazón, que hacía correr la euforia del momento por sus venas.
El límite del prado se acercaba. Miró por encima del hombro. Charlie la seguía a unos metros de distancia, lo bastante lejos como para no alcanzarla. Tras él seguían los otros cuatro miembros del grupo, a un trote vivo pero no a galope tendido.
Devolvió la vista al frente con una sonrisa y prosiguió por el camino, que al llegar al extremo del prado volvía a estrecharse. Veinte metros más allá se abría de nuevo al salir a otro claro. Con el corazón henchido por la alegría, dio rienda suelta a la yegua, pero la refrenó al llegar al centro.
El ruido de los cascos de los caballos que la seguían se escuchaba cada vez más distante. Por mucho que disfrutara de la velocidad, no era tan estúpida como para lanzarse al galope por unos caminos desconocidos. De todas formas, ya había disfrutado del momento y con eso le bastaba. A medida que se acercaba a los árboles y el camino volvía a estrecharse, instó a la yegua a aminorar el paso hasta ir a un suave trote.
Se detuvo al llegar a la linde y esperó.
Charlie fue el primero en alcanzarla.
—¡Menuda forma de cabalgar!
Portia enfrentó su mirada, lista para defenderse, pero se dio cuenta de que no estaba escandalizado. La expresión de sus ojos era bien distinta, como si el hecho de que supiera cabalgar le hubiera hecho pensar algo que antes ni siquiera se le había pasado por la cabeza.
Antes de que tuviera la oportunidad de reflexionar al respecto, llegaron James y Lucy. La muchacha reía y charlaba con los ojos chispeantes. James intercambió una mirada con Charlie quien, con su habitual encanto y su afable sonrisa, ocupó el puesto de su amigo al lado de Lucy.
Simon y Drusilla llegaron poco después. El grupo se demoró un instante para recuperar el aliento y dejar que sus monturas descansaran. James le dijo algo a Drusilla y ambos encabezaron el camino de regreso a Glossup Hall.
Lucy se apresuró a seguirlos, pero la sutil insistencia de Charlie la obligó a prestarle toda su atención. Mediante la simple estrategia de refrenar su caballo, mantuvo a la muchacha bien alejada de James.
Portia contuvo una sonrisa mientras los seguía. Apenas fue consciente de la presencia de Simon a su lado. O, más bien, no lo dejó traslucir. Sus sentidos, en cambio, estaban muy pendientes de su proximidad y de la fuerza contenida con la que se sentaba a lomos de su caballo. Esperaba sentir al menos una pizca de la orgullosa reticencia que la invadía cada vez que lo tenía cerca y que precedía a la irritación… Pero lo que sintió fue un hormigueo en la piel y una opresión en el pecho; dos sensaciones totalmente desconocidas.
—Ya veo que en el fondo sigues siendo una polvorilla.
Había una acritud en su voz que no había escuchado antes.
Giró la cabeza, enfrentó su mirada y la sopesó un instante. Apartó la vista con una sonrisa.
—No pareces desaprobarlo.
Simon refunfuñó algo. ¿Qué podía decir? Tenía razón. Debería desaprobarlo, pero parte de sí mismo respondía (y de inmediato, además) al desafío de una mujer que podía cabalgar como el viento. Y la certeza de que montaba tan bien como él le permitía disfrutar del momento sin que este quedara empañado por la preocupación.
La causa de su irritación no tenía nada que ver con que hubiera cabalgado a galope tendido, sino con el hecho de no haber sido él quien la acompañara.
Sus monturas avanzaban tranquilamente. Le echó un vistazo a su rostro por el rabillo del ojo; estaba sonriendo mientras pensaba en algo de lo que él no tenía ni la menor idea. Esperó a que le preguntara algo, a que hablara con él tal y como lo había hecho con James y Charlie.
El único sonido que escuchaba era el de los cascos de los caballos.
Portia siguió en silencio. Distante. En otro lugar.
A la postre, aceptó que no tenía la menor intención de incluirlo a él en su empresa, fuera cual fuese. Las sospechas que albergaba se intensificaron. La reticencia con la que lo trataba era confirmación más que suficiente. Si estaba dispuesta a llevar a cabo alguna experiencia ilícita, él era el último a quien acudiría.
La certeza, o más bien la oleada de emociones que esta suscitó, hizo que contuviera la respiración. Los remordimientos lo asaltaron con fuerza. Tuvo la impresión de que había perdido algo… algo que le era muy querido y de lo que ni siquiera se había dado cuenta hasta que ya era tarde.
Se reprendió para sus adentros e inspiró hondo al tiempo que volvía a contemplar su rostro.
Quería preguntarle, exigirle que se explicara, pero no sabía cómo formular la pregunta.
Y, de todas formas, tampoco sabía si ella iba a responderle.
Tras cambiar el traje de montar por un vestido de sarga verde y blanco y volver a peinarse, Portia bajó la escalinata mientras el sonido del gong que anunciaba el almuerzo reverberaba por la mansión.
Blenkinsop cruzaba en esos momentos el vestíbulo principal. Se detuvo para hacerle una reverencia.
—El almuerzo está servido en la terraza, señorita.
—Gracias.
Se encaminó al salón. El paseo a caballo había ido muy bien; había superado con soltura el desafío de «mantener una charla con caballeros». Estaba aprendiendo y ganando confianza, justo su intención.
Claro que la mañana había estado libre de la distracción que suponían Kitty y sus payasadas. Lo primero que escuchó en cuanto atravesó las puertas francesas y puso un pie en las baldosas de la terraza fue la voz de Kitty en su versión ronca y seductora.
—Siempre te he tenido un gran aprecio…
No era James, sino Desmond a quien había acorralado contra la balaustrada. ¡Esa mujer era incorregible! La pareja estaba a su izquierda; de modo que se dirigió a la derecha y fingió no haberlos visto. Siguió caminando hasta el lugar donde se había dispuesto una mesa muy larga en la que ya estaban colocadas las bandejas, las copas y los platos. El resto de los invitados se había reunido alrededor, aunque algunos ya se habían sentado a las mesas de hierro forjado diseminadas por la terraza y otros habían bajado al prado, ya que había más mesas a la sombra de los árboles.
Le sonrió a lady Hammond, que estaba sentada junto a lady Osbaldestone.
La anciana señaló el salmón frío de su plato.
—¡Delicioso! Tienes que probarlo.
—Lo haré.
Dio media vuelta y se acercó al bufé para coger un plato. El salmón estaba servido en una enorme bandeja situada al fondo de la mesa. Tendría que estirar mucho el brazo…
—¿Quieres salmón?
Alzó la vista y sonrió a Simon, que acababa de aparecer a su lado. Había adivinado que era él justo antes de que hablara. Aunque no sabía muy bien cómo.
—Gracias.
Para él era fácil alcanzar la bandeja. Le ofreció el plato y él le sirvió un grueso filete del suculento pescado antes de servirse dos en su plato. La siguió a lo largo de la mesa mientras ella elegía de entre los manjares dispuestos, haciendo lo propio.
Cuando titubeó al llegar al extremo en busca de un lugar para sentarse, Simon volvió a detenerse y le indicó el prado con un gesto de la mano.
—Podríamos sentarnos con Winifred.
La hermana de Kitty estaba sentada sola en una mesa para cuatro. Portia asintió.
—Sí. Vamos.
Mientras atravesaban el prado fue muy consciente de la presencia de Simon a su lado. Como si estuviera protegiéndola, aunque de qué debía protegerla era un completo misterio para ella. Winifred alzó la vista cuando se acercaron y les ofreció una sonrisa. Simon retiró la silla que enfrentaba la de la dama y le hizo un gesto para que tomara asiento. Una vez que estuvo sentada, él hizo lo mismo.
Desmond tardó unos minutos en reunirse con ellos y así la mesa quedó completa. Winifred, que acababa de sonreírle, miró su plato y frunció el ceño.
—¿No tienes hambre?
El caballero echó un vistazo al plato, en el cual sólo había un filete de salmón y dos hojas de lechuga. Titubeó un instante antes de contestar:
—Es el primer plato. Cuando acabe esto, iré a por más.
Portia se mordió el labio y bajó la vista. Por el rabillo del ojo vio que Kitty estaba en la terraza, en el extremo del bufé y con la vista clavada en ellos. Miró a Simon y este sostuvo su mirada. Aunque su expresión permaneció impasible, ella supo que también se había percatado del detalle.
Estaba claro que James no era el único caballero que huía de las atenciones de Kitty.
La señora Archer agitó la mano y llamó a Kitty para que se acercara… a la mesa que ocupaban ella, su marido y Henry. La reticencia de Kitty fue evidente, pero poco podía hacer para no sentarse con ellos. Para alivio de todos, obedeció con cierto asomo de elegancia.
Los invitados se relajaron al punto y comenzaron a charlar. La única que no mostró alivio alguno fue Winifred; a decir verdad, ni siquiera daba muestras de ser consciente del comportamiento de su hermana.
Sin embargo, conforme comían y charlaban, Portia se dedicó a estudiar a la mujer con disimulo y descubrió que le resultaba difícil creer que ignorara por completo los tejemanejes de Kitty. Winifred hablaba con voz suave; era de naturaleza callada, aunque en absoluto tímida o insegura. Exponía su opinión con serenidad y siempre se mostraba comedida, pero nunca sumisa. El respeto que sentía por la hermana mayor de Kitty se acrecentó.
El almuerzo finalizó con los sorbetes y los helados. Todos se pusieron en pie y comenzaron a pasear a la sombra de los enormes árboles.
—¡Esta noche es el baile! ¡Estoy deseando que llegue la hora! —exclamó Cecily Hammond, prácticamente dando brincos de la emoción.
—Es verdad. Creo que en todas las fiestas campestres debería celebrarse uno. Después de todo, es la oportunidad perfecta. —Annabelle Hammond se giró hacia Kitty cuando esta se acercó al grupo—. Lady Glossup me ha dicho que el baile ha sido idea suya, señora Glossup, y que usted se ha encargado de casi todos los preparativos. Creo que deberíamos darle las gracias por su previsión y por todas las molestias que se ha tomado por nosotros.
El halago, tal vez un tanto inocente pero a todas luces sincero, le arrancó a Kitty una sonrisa.
—Me alegro mucho de que piensen que puede ser divertido; creo de veras que será una noche maravillosa. Adoro bailar y sé que la mayoría de los presentes también lo hace.
Kitty echó un vistazo a su alrededor. Se alzó un murmullo de aprobación. Por primera vez, Portia creyó vislumbrar cierta ansiedad, algo parecido a la inocencia, en Kitty; un deseo sincero de verse inmersa en el brillo y la elegancia del baile; la certeza de que en él encontraría… algo.
—¿Quiénes asistirán? —preguntó Lucy Buckstead.
—Todas las familias de los alrededores. Ya ha pasado cosa de un año desde que se celebró el último gran baile en los contornos, así que la asistencia será masiva. —Kitty hizo una pausa antes de añadir—: Además, están los oficiales del acuartelamiento de Blandford Forum. Estoy segura de que asistirán.
—¡Oficiales! —Cecily la miraba con los ojos desorbitados—. ¿Habrá muchos?
Kitty nombró a aquellos a los que esperaba. Aunque las damas se mostraron muy interesadas por las noticias de que los uniformes militares adornarían esa noche el salón de baile, los caballeros no parecieron muy entusiasmados al respecto.
—Oficiales sin escrúpulos y mal pagados, ya lo verás —le dijo Charlie a Simon en un murmullo.
Portia se mordió la lengua para no replicarle que dichos invitados los mantendrían alerta. No tenía sentido comentar algo que incentivara el afán protector tan típico de Simon. No le cabía duda de que se manifestaría por sí solo esa noche sin más estímulos. Tendría que estar muy pendiente e incluso tratar de evitarlo. Nada más lejos de sus deseos que tener una carabina…
Un baile rural importante prometía ser el acontecimiento perfecto para, por decirlo sin tapujos, pulir sus habilidades como cazamaridos. La mayoría de los caballeros que iba a conocer esa noche desaparecería de su vida al finalizar el baile; por tanto, eran perfectos para practicar.
Todas las jóvenes solteras se morían por asistir a los bailes; suponía que ella debía desarrollar esa costumbre. De momento, mientras paseaba y conversaba con los invitados a la sombra de los árboles, se dedicó a escuchar y tomar notas mentalmente acerca del comportamiento de las restantes damas. Del sereno entusiasmo de Winifred. De la resignación de Drusilla. De la chispeante emoción de las Hammond. Y de la romántica esperanza de Lucy.
Así como de la sincera expectación de la que Kitty hacía gala, convencida de que iba a ser una noche maravillosa. Puesto que llevaba casada varios años y habría asistido a un buen número de bailes, el fervor con el que esperaba la noche resultaba sorprendente y la hacía parecer más joven, incluso inocente.
Extraño, si se tenía en cuenta su comportamiento.
Tras apartar su mente de la confusa personalidad de Kitty, Portia tomó nota de todo lo que dejaron caer las restantes damas acerca de los preparativos para el baile y sus vestidos, decidida a aprovechar la ocasión al máximo.
Se movió de grupo en grupo, muy pendiente de todo lo que se decía. Le llevó un tiempo percatarse de que Simon o bien la seguía muy de cerca o bien la observaba desde lejos.
En ese momento se encontraba con Charlie y James, a cierta distancia del grupo en el que ella estaba. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos, esperando arrancarle una mirada de hastiada irritación. Esa era la expresión que solía aparecer en sus ojos cuando la vigilaba, llevado por ese afán protector compulsivo.
En cambio, cuando sus miradas se encontraron, no detectó indicio alguno de irritación. De otro sentimiento, sí. Algo mucho más intenso, más poderoso. Algo que se reflejaba en su semblante; en los austeros ángulos de sus pómulos y su frente; en su mentón, cuadrado y decidido.
Sus miradas se encontraron apenas un instante, pero fue más que suficiente para que leyera su expresión y la entendiera. Para que reaccionara.
Inspiró hondo y se giró hacia Winifred, asintiendo con la cabeza como si hubiera escuchado lo que esta acababa de decir. Lo único que tenía claro en ese instante era que fuera cual fuese el impulso que lo llevaba a vigilarla, no tenía nada que ver con su afán protector.
Las damas más jóvenes no eran las únicas entusiasmadas con la perspectiva del baile. Lady Hammond, lady Osbaldestone e incluso lady Calvin estaban dispuestas a divertirse. Era verano y escaseaban los eventos sociales en los que ejercitar sus habilidades.
Portia no comprendió de inmediato la fuente de su interés; sin embargo, cuando a media tarde lady Osbaldestone exigió su ayuda para subir a sus aposentos con el fin de echar una siesta, pasando primero por su habitación, lo comprendió todo.
—¡No te quedes ahí pasmada, niña! —exclamó lady O al mismo tiempo que golpeaba el suelo del pasillo con su bastón—. Enséñame el vestido que piensas ponerte esta noche.
Resignada y preguntándose si serviría de algo, Portia la acompañó a la habitación que le habían asignado, situada en el ala este. Era una estancia bastante grande, con un armario enorme en el que la doncella había colocado todos sus vestidos. Tras ayudar a lady O a tomar asiento en el sillón de la chimenea, se acercó al armario y abrió las puertas de par en par.
Y titubeó. A decir verdad, aún no había pensado en el vestido que se pondría. Nunca se había preocupado por esas cosas. Gracias a Luc y a la excelente economía familiar, tenía vestidos de sobra, todos ellos preciosos; no obstante, hasta ese momento les había prestado la misma atención que a su aspecto físico: ninguna.
Lady O resopló.
—Tal y como pensaba. No tienes ni la menor idea. En fin, vamos a ver lo que has traído.
Portia obedeció a la dama y fue sacando uno a uno los vestidos que había llevado consigo. Cayó en la cuenta de que le encantaba uno de ellos, el de seda verde oscuro, y así lo dijo.
Lady O meneó la cabeza.
—Todavía no. Deja el dramatismo para más adelante, cuando lo tengas comiendo de tu mano. Sólo entonces surtirá efecto. Esta noche necesitas parecer… —Agitó la mano—. Menos decidida, menos segura. ¡Piensa en términos de estrategia, niña!
Portia nunca había considerado los colores de los vestidos en esos términos; observó desde esa nueva perspectiva los vestidos que había echado sobre la cama…
—¿Qué tal este? —Alzó uno de seda en un delicado tono gris perla. Un color inusual para una dama soltera, pero que le sentaba de maravilla dados su cabello oscuro, su ojos color azul cobalto y su altura.
—Humm —Lady O le hizo un gesto—. Álzalo un poco más.
La obedeció al tiempo que alisaba el corpiño sobre su pecho y lo ajustaba para que la dama observara el sugerente diseño. El corpiño estaba hecho con dos capas de tejido, una inferior de seda ajustada y una superior de gasa del mismo tono, mucho más suelta y que disimulaba el atrevidísimo escote.
Los labios de lady O esbozaron una lenta sonrisa.
—Perfecto. Ni inocente en exceso ni del todo descarado. ¿Tienes zapatos a juego?
Los tenía, junto con un chal de tejido liviano en color gris oscuro y adornado con cuentas, y un ridículo. La anciana asintió con la cabeza en señal de aprobación.
—Y creo que me pondré las perlas.
—Enséñamelas.
Sacó la larga sarta de perlas del joyero y se la colocó alrededor del cuello. Le llegaba casi a la cintura.
—Tengo los pendientes a juego.
Lady O señaló el collar.
—Así no; date una vuelta en torno al cuello y deja que el resto caiga.
Portia enarcó las cejas, pero la obedeció.
—Ahora, coge otra vez el vestido.
Lo hizo y se lo pegó nuevamente al cuerpo. Cuando se dio la vuelta para mirarse en el espejo de pie que había en un rincón, captó el inesperado efecto.
—¡Vaya! Ahora lo entiendo…
—Me alegro. —Lady O parecía satisfecha—. ¡Estrategia! ¡Vamos! —Se levantó del sillón, logrando que soltara el vestido a toda prisa sobre la cama para ir a ayudarla. Una vez que estuvo de pie, la anciana se dirigió a la puerta—. Ya puedes ayudarme a prepararme para la siesta. Después, volverás aquí, te meterás en la cama y descansarás.
—No estoy cansada. —En la vida había echado una siesta antes de un baile.
La astuta mirada que le lanzó lady O mientras salía al pasillo le indicó que ella había llegado a esa misma conclusión.
—De todas formas, vas a complacerme regresando a tu habitación y metiéndote en la cama hasta la hora de arreglarte para la cena y el baile. —Cuando abrió la boca para replicar, la anciana levantó una mano para silenciarla—. Aparte del hecho de que ninguna dama desea asistir a un baile si no tiene un aspecto radiante y descansado, ¿qué tienes en mente hacer si me permites saberlo?
La pregunta fue lo bastante cortante como para que la hiciera recapacitar. Sopesó la respuesta mientras caminaban por el pasillo y al final confesó:
—Un paseo por el jardín y, después, quizás echarle un vistazo a la biblioteca.
—Y, a tenor de los invitados a esta fiesta, ¿crees que serás capaz de hacerlo a solas?
Portia frunció la nariz.
—Probablemente no. Seguro que alguien me ve y me acompaña…
—Alguien no… Algún caballero, para ser más precisas. Puedes estar segura de que las demás damas tienen dos dedos de frente y van a pasar la tarde descansando. —Se detuvo al llegar a la puerta de su habitación y la abrió. Portia la siguió y cerró la puerta al entrar—. Alguno de los caballeros, o seguramente más de uno, te acompañará. —Soltó el bastón, se subió a la cama y la atravesó con una mirada perspicaz—. ¡Piensa! ¿Eso es inteligente?
Tal parecía que le estuvieran dando una lección magistral acerca de un arte desconocido para ella hasta el momento. Tuvo que improvisar la respuesta.
—No, ¿verdad?
—¡Por supuesto que no! —exclamó la anciana mientras se recostaba sobre los almohadones y se ponía cómoda. La miró con los ojos entrecerrados—. Has pasado toda la mañana y media tarde con ellos. Darles una dieta abundante de tu compañía no va a despertar su apetito. Este es el momento, las horas que faltan hasta el baile, de privarlos de su sustento. Después, durante la cena y el baile, estarán más predispuestos a acudir a tu lado.
Se le escapó una carcajada sin poder evitarlo. Se inclinó hacia delante y le dio a lady O un beso en la mejilla.
—¡Es una estratega fabulosa!
—¡Paparruchas! —La dama cerró los ojos y relajó la expresión—. Soy un general con mucha experiencia y he luchado, y ganado, más batallas de las que puedas contar.
Portia se alejó con una sonrisa en los labios. Acababa de llegar a la puerta cuando, sin abrir los ojos, lady O le ordenó:
—Vete y descansa.
Su sonrisa se ensanchó.
—¡Señor, sí, señor!
Abrió la puerta, salió al pasillo y, por una vez en su vida, hizo lo que le habían ordenado.