—JAMÁS te habría tomado por un cobarde.
Las palabras, pronunciadas por una voz femenina y con una cadencia decididamente provocativa, hicieron que Portia se detuviera en seco en el descansillo de las escaleras del ala oeste. Había estado practicando al piano en la sala de música situada en esa misma ala, pero en esos momentos se dirigía al salón, donde el resto de los invitados se reuniría antes de pasar al comedor para cenar.
Había elegido las escaleras del ala oeste, unas escaleras que las invitadas a la fiesta no solían utilizar, ya que sus habitaciones se encontraban en el ala este.
—Aunque tal vez todo sea una estratagema.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire como una caricia. Era Kitty quien hablaba.
—¡No es ninguna estratagema! —exclamó su cuñado entre dientes—. No estoy jugando a nada… ¡y jamás se me ocurriría hacerlo contigo!
Se encontraban fuera de su ángulo de visión, al final de las escaleras, pero eso no impidió que se percatara de la evidente repulsión que sentía James Glossup. Y de la sutil desesperación de su voz.
Kitty soltó una carcajada. Su incredulidad (o más bien la incredulidad de que un hombre no la deseara, sobre todo uno como James) reverberó en las escaleras.
Sin pensárselo dos veces, Portia continuó escaleras abajo con paso tranquilo y seguro.
La pareja la oyó y se volvió hacia ella. Ambos rostros reflejaron una incómoda sorpresa, aunque sólo el del hombre traslució una emoción cercana a la vergüenza. La expresión de Kitty era de absoluta irritación.
En ese momento, James Glossup la reconoció y el alivio le suavizó el semblante.
—Buenas tardes, señorita Ashford. ¿Se ha perdido?
No era así, pero Kitty lo tenía arrinconado contra la pared.
—Sí. —Se encogió de hombros para darle un toque de impotencia a su expresión—. Creí que iba por buen camino, pero… —Hizo un gesto con la mano.
Él se apresuró a apartarse de Kitty.
—Permítame… Me dirigía al salón. ¿Es allí adónde iba?
Le cogió la mano y se la puso sobre el brazo. Cuando lo miró a los ojos, vio la súplica que escondían.
—Si es tan amable… Le agradecería muchísimo su ayuda. —Esbozó una sonrisa afable antes de volverse hacia Kitty.
La dama no correspondió el gesto; se limitó a asentir con cierta sequedad.
Portia enarcó las cejas.
—¿No nos acompaña, señora Glossup?
James se tensó a su lado.
La aludida los despachó con un gesto de la mano.
—Iré enseguida. Vayan adelantándose. —Y tras esas palabras, dio media vuelta y subió las escaleras.
James se relajó y ella dejó que la condujera hacia el ala central. Lo miró al rostro y se percató de que tenía el ceño fruncido y de que estaba un poco pálido.
—¿Se encuentra bien, señor Glossup?
Él la miró y esbozó una sonrisa… de lo más encantadora.
—Llámeme James, por favor. —Y con un gesto de cabeza, añadió—: Gracias.
Se vio incapaz de contener la pregunta más obvia:
—¿Suele ser tan… molesta?
James titubeó un momento antes de contestar.
—Parece que va empeorando cada vez más.
Era evidente que el tema lo incomodaba. Portia clavó la vista al frente.
—En ese caso, tendrá que acercarse a otras damas hasta que se le pase.
La mirada del hombre la atravesó, pero no la conocía lo bastante como para saber si el comentario había sido irónico. Se dejó guiar por los pasillos de la mansión mientras se esforzaba por contener una sonrisa ante la extraña idea de que un libertino como James Glossup hubiera recurrido a ella para… Bueno, para proteger su propia virtud.
Sus miradas se encontraron al llegar al vestíbulo principal y supo que él albergaba la sospecha de que se estaba riendo, pero no estaba seguro del todo. Dado que estaban a punto de entrar en el salón, Portia miró hacia delante. Simon habría sabido la verdad.
Mientras entraban en el comedor, lo vio junto a la chimenea, charlando con Charlie y con dos alegres jovencitas, las hijas de lady Hammond, Annabelle y Cecily. Lady Hammond, una dama afable y jovial, estaba sentada en un diván con lady Osbaldestone.
Sus miradas se encontraron. James se despidió y se marchó para charlar con su padre. Ella se detuvo para saludar a lady Hammond, una amiga de su madre, antes de reunirse con el grupo de Simon.
Las muchachas supusieron una bocanada de aire fresco. Aunque eran muy inocentes, estaban como pez en el agua en ese ambiente, decididas a ser el alma (o las almas) de la fiesta. Las conocía desde hacía años, y la recibieron con su típica jovialidad.
—¡Maravilloso! ¡No sabía que estarías aquí!
—Ay, será estupendo… ¡Estoy convencida de que nos lo pasaremos en grande!
Con esas miradas resplandecientes y sus deslumbrantes sonrisas, era imposible no corresponder a su alegría. Tras intercambiar las cortesías habituales acerca de la familia y los conocidos, la conversación se centró en las actividades que tendrían lugar durante los días venideros, así como en los entretenimientos que ofrecían la propiedad y los alrededores.
—Los jardines son increíbles y tienen un sinfín de senderos. Lo leí en una guía de viajes —confesó Annabelle.
—¡Ah! Y también hay un lago… La guía decía que no era artificial, sino que se nutría de un manantial natural, y también que era muy profundo. —Cecily arrugó la nariz—. Demasiado profundo para hacer pie. ¡Quién lo iba a decir!
—Bueno —intervino Charlie—, no creo que quiera arriesgarse a caerse. Está helado… Y lo digo por experiencia.
—¡Válgame Dios! —Annabelle se giró hacia Charlie—. ¿Lo ha hecho? Me refiero a caerse al lago.
Portia captó la mirada de soslayo que Charlie le dirigió a Simon y la mueca burlona que apareció en los labios de este; a tenor de dicha mueca, estaba claro que alguien había lanzado a Charlie al lago.
Un movimiento al otro lado del salón le llamó la atención. Kitty había entrado y estaba observando a los presentes. Henry se separó de un grupo y se acercó a ella. Le habló en voz baja con la cabeza inclinada, a todas luces para que nadie se enterase.
Kitty se tensó y alzó la cabeza. Fulminó a su marido con una mirada de ultrajado desdén antes de responderle con una breve réplica, darle la espalda y, con un mohín beligerante, alejarse a grandes pasos para charlar con el señor Calvin y su hermana.
Henry observó la marcha de su esposa. Su rostro estaba crispado, aunque logró controlar sus emociones. Sin embargo, daba la impresión de que el rechazo le había resultado doloroso.
Era evidente que las cosas no marchaban bien entre ellos.
Se concentró de nuevo en la conversación que se sucedía a su alrededor. Annabelle se giró hacia ella con una expresión ansiosa en los ojos.
—¿Lo has visitado ya?
A todas luces se había perdido algo. Miró a Simon.
Él le devolvió la mirada. Las cejas castañas se arquearon, pero accedió a echarle una mano.
—Es la primera vez que Portia visita Glossup Hall. Al igual que ustedes, todavía no ha visto nada. En cuanto al templete… Debo admitir que prefiero el mirador que hay junto al lago. Tal vez esté en un lugar demasiado recóndito para algunos, pero la tranquilidad del agua es relajante.
—Pues tenemos que ir por allí. —Cecily no dejaba de hacer planes—. Y tengo entendido que también hay un mirador por algún sitio…
—Ya he estado allí. —Portia se negó a mirar a Simon a los ojos y se concentró en aplacar la insaciable sed de información de las Hammond.
El tema los mantuvo entretenidos hasta que se anunció la cena. Una vez sentada a la larga mesa, muy consciente de su voto, se concentró en reconocer el terreno.
«Juro que tomaré en consideración a todo invitado cuya edad y posición social sean las adecuadas».
Pero ¿a quiénes tenía que considerar? Todos los caballeros sentados a esa mesa eran, al menos en teoría, adecuados según su posición ya que de otro modo no estarían presentes. Algunos estaban casados, lo que los eliminaba sin problemas; de los restantes, a algunos los conocía mejor que a otros.
Mientras cenaban y charlaban, y ella le prestaba atención primero a una conversación y luego a otra, dejó vagar la vista por los presentes, tomando nota de todos los caballeros, de todas las posibilidades.
Su mirada se detuvo en Simon, que estaba sentado al otro lado de la mesa, dos sitios más allá. Se afanaba por conversar con Drusilla, quien parecía especialmente reservada y adusta, aunque también incómoda. Eso la desconcertó; dejando a un lado sus frecuentes discusiones, sabía que los modales de Simon eran exquisitos en extremo y que jamás haría nada indebido en un evento social. Era Drusilla quien tenía problemas para relacionarse.
Hubo un intervalo en la conversación que mantenían los invitados más próximos a ella; con la vista clavada en Simon, se fijó en los reflejos dorados de su cabello, en el modo en que sus largos y elegantes dedos se curvaban alrededor del tallo de su copa y en el rictus resignado de sus labios cuando se reclinó en su asiento al dejar a Drusilla en paz.
Llevaba observándolo demasiado tiempo y él se percató de ello.
Justo cuando miraba hacia ella, Portia bajó los ojos al plato y con mucha calma se llevó un poco de comida a los labios antes de girarse hacia el señor Buckstead, que estaba sentado a su lado.
No volvió a respirar tranquila hasta que sintió que los ojos de Simon se apartaban de ella.
No se dio cuenta de lo extraña que era su reacción hasta ese preciso instante.
«… a todo invitado cuya edad y posición social sean las adecuadas».
Cuando llegó el momento de retirarse al salón para que los caballeros se tomaran el oporto, ya había anotado tres nombres en su lista mental. Era evidente que la fiesta campestre iba a ser todo un reto, un campo de pruebas en el que desarrollar sus habilidades para encontrar marido; ninguno de los caballeros presentes pertenecía al tipo al que le confiaría su mano, pero como especímenes con los que practicar le irían de perillas.
James Glossup y Charlie Hastings eran precisamente el tipo de caballeros a quienes debía aprender a analizar.
En cuanto a Simon… A pesar de que lo conocía desde siempre, a pesar de que llevaban irritándose el uno al otro desde hacía diez años y a pesar de que jamás lo habría incluido en su lista de no haber formulado su voto tal cual lo había formulado antes de saber que él estaría presente, poseía cualidades valiosas como posible marido que no iba a descartar.
Unas cualidades que ella tenía que aprender a examinar y evaluar.
A decir verdad, pensaba mientras entraba en el salón detrás de lady O, siendo un Cynster, las cualidades que pudiera tener Simon en lo tocante al matrimonio le servirían como rasero para medir a todos los demás caballeros.
Era una idea de lo más perturbadora.
Por suerte, los caballeros no se reunirían con ellas hasta pasado un tiempo y podría desentenderse de la idea con la charla de las Hammond y de Lucy Buckstead.
Más tarde, cuando los caballeros se reunieron con ellas y las conversaciones cambiaron a temas más generales, se encontró en un grupo con Winifred Archer y Desmond Winfield. Ambos eran muy agradables, un poco tímidos pero en absoluto inseguros; le bastó muy poco tiempo para llegar a la conclusión de que había una relación entre ellos… o al menos que estaban intentándolo. La actitud de Winifred era incierta, pero la de Desmond estaba clara a pesar de sus exquisitos modales; sólo tenía ojos para ella.
El lápiz imaginario que tenía en la cabeza estaba a punto de tachar el nombre de Desmond cuando se detuvo. Tal vez y dada su relativa inexperiencia en la materia, debiera esperar un poco para hacerlo; seguiría en su lista no como marido potencial, sino como ejemplo de las cualidades que las damas como Winifred, que si bien algo tímida parecía muy sensata, buscaban en un hombre.
Aprender de los éxitos (y de los fracasos) de los demás era una postura inteligente.
Esa idea la hizo mirar a su alrededor. Kitty, ataviada con su reluciente vestido de seda aguamarina, deslumbraba con su efervescente encanto mientras revoloteaba de grupo en grupo. No había ni rastro del mohín y parecía estar en su salsa.
Henry estaba hablando con su hermano y con Simon; ya no parecía preocupado ni distraído por el comportamiento de su esposa.
¿Habría malinterpretado lo que había visto?
Alguien se acercó a ella. Se giró y vio que Ambrose Calvin le hacía una reverencia a la que ella correspondió.
—Señorita Ashford… Es un placer conocerla. La he visto en varias ocasiones en Londres, pero nunca he tenido la oportunidad de que nos presentaran.
—¿De veras? Supongo que eso significa que pasa mucho tiempo en la capital, ¿estoy en lo cierto?
El señor Calvin tenía unos ojos castaños muy oscuros y el cabello de un castaño mucho más claro; de facciones corrientes, tenía cierto aire de aristócrata que quedaba un tanto suavizado por su cordialidad y sus impecables modales hasta parecer agradable. Inclinó la cabeza ante su pregunta.
—Prácticamente todo el tiempo —respondió casi de inmediato antes de añadir—: Tengo la esperanza de entrar en el Parlamento en la próxima legislatura. Por supuesto, paso gran parte de mi tiempo ocupado con el desarrollo de los acontecimientos… Y para tener información de primera mano, hay que estar en Londres.
—Sí, por supuesto. —Estuvo en un tris de decirle que lo entendía a la perfección ya que conocía a Michael Anstruther-Wetherby, el representante de lord Godleigh por West Hampshire, pero la frialdad que vislumbró en los ojos oscuros de su interlocutor hizo que se mordiera la lengua—. Siempre he creído que en estos tiempos tan revueltos servir a la comunidad en el Parlamento debe de ser muy gratificante.
—Así es. —Su tono de voz no indicaba que estuviera motivado por un afán reformista—. Tengo la firme creencia de que necesitamos a los hombres adecuados en los puestos adecuados. Necesitamos a hombres interesados de verdad en gobernar, en guiar al país por los caminos apropiados.
Eso era demasiado pomposo para su gusto, de manera que decidió cambiar el curso de la conversación.
—¿Ya ha decidido a quién representará?
—Aún no. —Su mirada se desvió hacia un grupo al otro lado de la estancia, un grupo en el que se encontraban lord Glossup, el señor Buckstead y el señor Archer. Tras una breve pausa, volvió a concentrarse en ella con una sonrisa un tanto arrogante—. Tal vez no sea consciente, pero tales asuntos se suelen tratar (por el bien de todos) dentro del partido. Espero noticias de mi nombramiento en breve.
—Entiendo… —Correspondió con una sonrisa muy dulce; una sonrisa que Simon habría interpretado al punto por su falta de sinceridad—. Entonces sólo resta esperar que las noticias que reciba sean las que merece.
El señor Calvin interpretó el comentario como ella quería que lo interpretara, de modo que también se sintió bastante arrogante mientras se reunían con varios invitados y se sumaban a su conversación.
Poco después, lady Glossup alzó la voz y pidió una voluntaria que se ofreciera a entretener a los presentes con el piano.
Antes de que nadie pudiera reaccionar, Kitty dio un paso al frente con una sonrisa deslumbrante.
—¡Bailar! ¡Eso es lo que necesitamos!
Lady Glossup parpadeó y la señora Archer, que estaba a su lado, se quedó perpleja.
—Bien… —continuó Kitty desde el centro de la estancia mientras giraba a su alrededor dando palmadas—, ¿quién tocará para nosotros?
Portia había respondido a esa pregunta tantas veces a lo largo de su vida que ya era algo instintivo.
—Me encantará tocar si eso complace a los demás.
Kitty la miró con una expresión a caballo entre la sorpresa y el recelo, pero aceptó casi al instante.
—¡Excelente! —Se giró y le hizo señas a los caballeros—. James, Simon…, ¿me hacéis el favor de colocar el piano? Charlie, Desmond…, apartad esas sillas de allí hacia la pared.
Mientras se sentaba al piano, miró de nuevo a Kitty. Parecía que sólo la motivaba el inocente placer del baile. Rebosante de esa ingenua emoción, era muy atractiva. No había ni rastro de la sirena que había acorralado a James en las escaleras; ni rastro de la sensual y malhumorada mujer que había entrado en el salón antes de la cena.
Pasó las manos por las teclas para comprobar el sonido. ¡Gracias a Dios que el piano estaba afinado! Levantó la vista al mismo tiempo que un montón de partituras caían sobre la superficie de madera lacada del piano.
Alzó la vista un poco más y se topó con los penetrantes ojos azules de Simon, que enarcó una ceja.
—Ya veo que vuelves a esconderte detrás de tus habilidades, como de costumbre.
Parpadeó, sorprendida. Con una expresión enigmática en el rostro, Simon se dio la vuelta y se reunió con los invitados que ya estaban buscando pareja.
Se desentendió del extraño comentario y colocó las manos sobre las teclas para dejar que sus dedos tocaran los primeros acordes de un vals.
Sabía tocar muchos. Siempre se le había dado muy bien la música; de hecho, era como si fluyera de sus dedos sin más, razón por la que se ofrecía tan a menudo a tocar. No necesitaba pensar para saber lo que estaba haciendo; disfrutaba tocando, se sentía cómoda sentada al piano y podía dejarse llevar por la música o estudiar a los presentes según le apeteciera.
Esa noche decidió hacer lo segundo.
Y lo que vio la dejó fascinada.
Como era habitual, el piano estaba en uno de los extremos de la enorme estancia, lejos de la chimenea, de las sillas y de los sofás donde se sentaban las personas de más edad. Los bailarines estaban en el espacio intermedio; dado que muy pocos creían que el intérprete alzaría la vista del instrumento, aquellas parejas que querían aprovechar el baile para intercambiar mensajes solían alejarse de los astutos ojos de sus mayores. De manera que se colocaban directamente frente a ella.
Portia, por su parte, estaba encantada de tocar un vals tras otro, intercalando alguna que otra contradanza y dándoles a los bailarines el tiempo justo para recuperar el aliento y cambiar de pareja.
Lo primero que notó fue que si bien Kitty disfrutaba bailando, parecía tener un motivo ulterior. Cuál era ese motivo no estaba muy claro, ya que parecía haberle echado el ojo a más de un caballero. Flirteaba, no cabía duda de que eso era lo que hacía, con James, su cuñado, para irritación de este. Con el señor Calvin se mostraba un poco más discreta, aunque sus ojos conservaban el brillo incitante y sus labios se curvaban en una sonrisa provocativa. Y por más que estuvo observando con detenimiento, no encontró motivo alguno para responsabilizar al caballero, ya que no le dio pie en ningún momento.
Con Desmond se mostró tímida. Seguía flirteando, pero con mucha más sutileza, como si adaptara su ataque a la personalidad de su víctima. Desmond parecía titubear, vacilar; no la animó, pero tampoco la rechazó de plano. Sin embargo, cuando les tocó el turno a Simon y a Charlie, ambos parecieron replegarse tras los impenetrables muros de la más fría desaprobación. Kitty los desafió pero su puesta en escena carecía de fundamento, como si sólo estuviera aparentando de cara a la galería.
No sabía para qué se molestaba en flirtear con ellos. ¿Estaría pasando algo por alto?
Sin embargo, cuando Kitty bailó con su marido, su actitud se tornó pasiva. No se esforzó en lo más mínimo por llamar su atención; de hecho, casi no pronunció palabra alguna. Henry hizo cuanto estuvo en su mano, pero no consiguió ocultar del todo su decepción, ni una especie de resignada desaprobación.
En cuanto al resto, no le costó trabajo descubrir que Lucy Buckstead quería echarle el guante a James. Sonreía y reía con todos los caballeros, pero a James lo escuchaba embobada mientras lo miraba con los ojos como platos y los labios entreabiertos.
James tendría que andarse con cuidado, y no sólo en cuanto a Kitty, algo de lo que, según sospechaba, era muy consciente. Su actitud siguió siendo educada, pero distante.
Las Hammond no estaban interesadas en entablar una relación; estaban allí con la sencilla ambición de divertirse y con la esperanza de que los demás también lo hicieran. Su fresca exuberancia era un bálsamo para todos. Drusilla, en cambio, se habría quedado sentada todo el tiempo junto a su madre si esta se lo hubiera permitido. La joven soportó la tortura con el mismo entusiasmo que mostraría una aristócrata francesa de camino a la guillotina.
En cuanto a Desmond y a Winifred, no cabía duda de que el amor flotaba en el aire. Era de lo más instructivo observar su interacción: Desmond se insinuaba sin mostrarse exigente, el equilibrio perfecto entre la timidez y la arrogancia; Winifred respondía en voz baja, con los párpados entornados y la vista clavada en el suelo, aunque no tardaba en alzar la mirada hacia su rostro, hacia sus ojos.
Portia bajó la cabeza para ocultar una sonrisa cuando llegó al final de la pieza. Aún resonaba en el aire el último acorde cuando decidió que a los bailarines les vendría bien un respiro mientras buscaba otra partitura.
Se puso en pie para hojearlas mejor. Había repasado casi la mitad del montón cuando escuchó el frufrú de unas faldas que se acercaban.
—Señorita Ashford, ha tocado usted maravillosamente, pero es muy descortés por nuestra parte que al hacerlo se pierda toda la diversión.
Se giró justo cuando Winifred llegaba del brazo de Simon.
—No, no… Yo… —Se detuvo sin saber muy bien qué decir.
Winifred sonrió.
—Le estaría eternamente agradecida si me permitiera ocupar su lugar. Me gustaría descansar un poco y… Bueno, esta es la mejor manera.
Cuando la miró a los ojos, se dio cuenta de que le estaba diciendo la verdad. Si Winifred se limitaba a sentarse en un rincón, alguien empezaría a preguntarse el motivo. Sonrió.
—Como desee.
Se apartó del piano y Winifred ocupó su lugar. Juntas repasaron las partituras hasta que Winifred escogió una y se sentó. Portia se dio la vuelta… y se encontró con Simon, quien, con una paciencia muy inusual, la había esperado.
La miró a los ojos antes de ofrecerle el brazo.
—¿Lista?
Por absurdo que pareciera, jamás había bailado con él. Ni una sola vez. Hasta ese momento, jamás se le había ocurrido que pudiera pasar diez minutos dando vueltas por la estancia bajo su dirección sin acabar en una guerra abierta.
La mirada de Simon no flaqueó. El desafío era evidente.
Al recordar su voto, al escucharlo de nuevo en su cabeza, levantó la barbilla y sonrió. De forma encantadora. Que lo interpretara como quisiera.
—Gracias.
El recelo ensombreció sus ojos, pero acabó por inclinar la cabeza y colocarse su mano en el brazo antes de conducirla hacia el lugar donde aguardaban las restantes parejas mientras Winifred empezaba a tocar un vals.
Su serenidad se vio sacudida en un primer momento cuando Simon la rodeó con los brazos, cuando sintió su fuerza y recordó, con demasiada claridad, cómo se había sentido entre sus brazos. Volvió a sentir un nudo en el pecho y se quedó sin respiración un instante; la sensación de esa mano masculina, grande y fuerte, en la espalda la distraía… y luchó con todas sus fuerzas para ocultarlo.
La música los atrapó en su hechizo y comenzaron a girar. Con las miradas entrelazadas, se deslizaron por la estancia.
Apenas si podía respirar. Había bailado el vals en incontables ocasiones, incluso con caballeros de la calaña de Simon; pero la sensación física jamás había sido tan intensa ni había llegado al punto de amenazar con robarle la razón. Claro que jamás había estado tan cerca de él; los movimientos de sus cuerpos, la percepción de esa fuerza tan masculina, su propia debilidad y el poder que subyacía bajo todo eso la atravesaron con tal fuerza que la dejaron desorientada. Parpadeó un par de veces en un intento por concentrarse… en cualquier cosa que no fuera la facilidad con la que se desplazaban, la sensación de que se estaba dejando llevar, ni la emoción que la embargaba.
Pero ¿por qué estaba emocionada?
Contuvo a duras penas el impulso de menear la cabeza en lo que habría sido un vano intento de librarse de esas ideas alocadas. Inspiró hondo y miró a su alrededor.
Y vio a Kitty bailando con el señor Calvin. Su actuación, con sutiles variaciones, seguía en vigor.
—¿Qué está tramando Kitty? ¿Lo sabes?
Era lo primero que se le había pasado por la cabeza, aunque nunca había sido demasiado tímida, mucho menos con Simon. Este la había estado observando con detenimiento; de manera que se había cuidado mucho de no mirarlo a los ojos. En ese momento, en cambio, levantó la vista y comprobó, aliviada, que su semblante retomaba su acostumbrada exasperación.
Más tranquila, enarcó las cejas.
Simon apretó los labios.
—No tienes por qué saberlo.
—Es posible, pero quiero hacerlo… Tengo mis motivos.
La expresión de Simon se tornó ceñuda. No alcanzaba a imaginar qué «motivos» serían esos.
—Si no me lo dices, se lo preguntaré a Charlie. O a James —lo amenazó, con una sonrisa.
Fue la última frase, ese «O a James», lo que lo convenció. Dejó escapar un suspiro entre dientes, levantó la vista y cambió el rumbo hacia el otro extremo de la estancia antes de contestar en voz baja:
—Kitty tiene la costumbre de flirtear con todo hombre bien parecido que conoce. —Pasado un momento, añadió—: Hasta dónde llega ese flirteo…
Fue a encogerse de hombros, pero se lo pensó mejor. Apretó los dientes. Al ver que no proseguía y que se negaba a mirarla a los ojos, no le quedó más remedio que acabar la frase, acicateada por el hecho de que no hubiese sido capaz de mentirle al respecto como dictaban las buenas costumbres.
—Sabes perfectamente hasta dónde llega porque te ha hecho proposiciones indecentes, y también a Charlie. Y sigue insistiendo con James.
El comentario logró que la mirara y su rostro reflejó una emoción mucho más compleja que la irritación.
—¿Cómo diablos te has enterado?
Sonrió… y por una vez no fue para molestarlo, sino todo lo contrario.
—Cada vez que estáis cerca de ella a solas, tanto Charlie como tú irradiáis una increíble desaprobación…, como durante el vals. En cuanto a James, lo sé porque me he topado con ellos in extremis esta noche. —Su sonrisa se ensanchó—. Podría decirse que lo rescaté. Por eso llegamos juntos al salón.
Percibió cómo Simon se relajaba un tanto y aprovechó la ventaja con la que contaba. Porque ansiaba enterarse.
—Tanto tú como Charlie habéis conseguido convencerla de que no… —comenzó, pero se detuvo con un gesto de la mano libre— estáis interesados. ¿Por qué James no hace lo mismo?
La miró de soslayo antes de replicar:
—Porque intenta con todas sus fuerzas no hacerle daño a su hermano… Al menos, no más del necesario. Kitty lo sabe, y se aprovecha de ello. Ni Charlie ni yo tendríamos el más mínimo reparo en tratarla como se merece si llega a traspasar ciertos límites.
—Pero es lo bastante astuta como para no traspasarlos, ¿verdad?
Simon asintió con la cabeza.
—¿Qué hay de Henry?
—Cuando se casaron estaba muy encariñado con ella. No sé qué siente por ella en estos momentos. Y, antes de que lo preguntes, no tengo la menor idea de por qué es como es… Nadie la tiene.
La mirada de Portia voló hacia Kitty que, al otro lado del salón, sonreía de forma seductora al señor Calvin, quien hacía todo cuanto estaba en su mano por fingir que no se había dado cuenta.
Poco después, sintió la mirada de Simon sobre ella.
—¿Alguna sugerencia al respecto?
Lo miró a la cara y negó con la cabeza.
—No, pero… no creo que sea una compulsión irracional… Ya me entiendes; sabe lo que está haciendo, es todo muy deliberado. Tiene algún motivo en mente, algún objetivo.
Simon no dijo nada. Los últimos acordes del vals flotaron en el aire. Se detuvieron y charlaron con Annabelle y Desmond antes de cambiar de pareja para la siguiente pieza.
Se mantuvo fiel a su voto y charló amistosamente con Desmond. Se despidió con la idea de que debía felicitar a Winifred por su buena suerte; Desmond parecía un hombre muy agradable, si bien resultaba algo serio. Bailó con Charlie, con James y con el señor Calvin, e hizo gala de toda su astucia con ellos. Y se sintió muy segura al hacerlo, porque era incapaz de flirtear y sabía que ninguno de los tres caballeros vería nada extraño en sus sutiles preguntas, sólo un interés general.
Después bailó con Henry y se sintió fatal. A pesar de que su pareja hacía todo lo posible por entretenerla, era incapaz de olvidarse del hecho de que él era muy consciente del comportamiento de su esposa.
Era una situación muy complicada, ya que Kitty era muy astuta, muy hábil. No hacía nada que resultara escandaloso, pero sus constantes flirteos hacían que todos tuvieran la misma pregunta en mente:
¿Por qué lo hacía?
No se le ocurría nada, ya que Henry se parecía mucho a Desmond. Era un hombre callado, amable y decente. Durante los diez minutos que había conversado con él, comprendió el deseo de su hermano de protegerlo a toda costa, sin importar las circunstancias, así como el apoyo que recibía de Simon y de Charlie al respecto.
Estaba de acuerdo con su proceder por completo.
Cuando decidieron que era hora de poner fin al baile, siguió haciendo conjeturas acerca del número de invitados que se habría percatado del comportamiento de Kitty y lo interpretaban como lo hacían Simon, Charlie, James y ella misma. Por no hablar de Henry.
Ambrose Calvin y Desmond desde luego que se habían dado cuenta; pero ¿y las damas? Eso era más difícil de averiguar.
Cuando sirvieron el té, los presentes se reunieron en torno a la bandeja, encantados de poder descansar y recuperar el aliento. La conversación era relajada y nadie sentía la necesidad de rellenar los silencios.
Portia bebió en silencio mientras observaba. La idea de Kitty había sido todo un acierto, ya que el baile había desterrado las formalidades y los había acercado con mucha más facilidad de lo que solía ocurrir en otras fiestas campestres. En esos momentos, en lugar de las habituales tensiones entre los invitados, se presentía cierta afinidad, como si hubieran acudido a la fiesta para compartir su tiempo con los demás; una afinidad que sin duda haría que los días venideros fueran mucho más placenteros.
Estaba soltando la taza de té cuando Kitty volvió a acaparar todas las miradas. Se puso en pie, acompañada del frufrú de sus faldas, y llamó la atención de la concurrencia con una sonrisa deslumbrante y los brazos abiertos.
—Creo que deberíamos dar un paseo por los jardines antes de retirarnos. Hace una noche maravillosa y muchas de las plantas están floreciendo. Después de tanto ejercicio, necesitamos un momento para tranquilizarnos en un espacio relajante antes de retirarnos a nuestras habitaciones.
Y, una vez más, estaba en lo cierto. Los invitados de más edad, que no habían bailado, no se mostraron de acuerdo, pero aquellos que sí lo habían hecho le dieron la razón. Siguieron a Kitty por las puertas francesas que daban a la terraza; desde allí, se adentraron en los jardines por parejas o en grupos de tres.
Portia no se sorprendió en absoluto cuando Simon apareció a su lado en la terraza; siempre que coincidían en las fiestas y en situaciones como esa, no solía apartarse mucho de ella… Su actitud no variaba nunca. Asumir el papel de protector renuente era una costumbre que llevaba años practicando.
Sin embargo, en esa ocasión rompió con la tradición al ofrecerle el brazo.
Ella titubeó.
Simon vio cómo le miraba el brazo con los ojos desorbitados como si nunca hubiera visto uno en la vida. Esperó a que levantara la cabeza y lo mirara a la cara para enarcar las cejas en un deliberado y arrogante desafío.
Ella levantó la barbilla y le colocó la mano sobre el brazo con serena arrogancia. Tuvo que reprimir la sonrisa que le provocó tan insignificante triunfo y la condujo por los estrechos escalones que daban al jardín.
Kitty iba en cabeza con Ambrose Calvin y con Desmond, charlando animadamente con Lucy Buckstead de modo que la muchacha se vio obligada a acompañar al trío en lugar de quedarse rezagada para hablar con James como seguramente había sido su intención. Charlie y James acompañaban a las Hammond y a Winifred; Drusilla había declinado la oferta de unirse a ellos con el pretexto de que odiaba el aire nocturno, y Henry estaba sumido en una acalorada conversación con el señor Buckstead.
Se internaron en los jardines.
—¿Tienes alguna preferencia en particular? ¿Quieres ver algo en concreto? —Abarcó los alrededores con un gesto del brazo.
—¿A la pálida luz de la luna? —preguntó ella a su vez mientras seguía con la mirada el grupito de Kitty cuando este se alejó de la casa en dirección a la oscuridad de los enormes rododendros que flanqueaban el prado—. ¿Qué hay por ahí?
—El templete —contestó, sin quitarle la vista de encima.
La respuesta hizo que enarcara las cejas con altanería.
—¿Dónde queda el lago?
Simon señaló hacia el lugar donde el prado descendía en una suave pendiente, hasta reducirse a un amplio sendero verde que serpenteaba entre los parterres de flores.
—No está cerca, pero tampoco demasiado lejos como para dar un paseo hasta la orilla.
Se encaminaron en esa dirección. El resto los siguió. Las exclamaciones de las Hammond acerca de los extensos jardines, de los enormes setos y árboles, de la cantidad de senderos y de los magníficos parterres flotaron a coro en el aire nocturno. Y, desde luego, los jardines presentaban una estampa exuberante. La mezcla de aromas de las numerosas flores flotaba en la cálida oscuridad.
Prosiguieron su paseo, ni demasiado rápido ni demasiado despacio y sin rumbo fijo; disfrutar del momento parecía el único objetivo… Disfrutar del tranquilo, silencioso y, si bien inesperado, cordial momento.
El grupo que los seguía caminaba bastante más despacio, de modo que sus voces quedaron reducidas a un murmullo.
—¿Qué estás tramando? —le preguntó mientras la miraba de reojo.
La pregunta hizo que ella se tensara un instante.
—¿Tramando?
—Te escuché en el mirador, ¿recuerdas? Dijiste algo acerca de aprender más, de tomar una decisión y de considerar a todos los que sean adecuados.
Ella lo miró con el rostro oculto por la sombra de las ramas de los árboles bajo los que paseaban.
De modo que insistió:
—¿Adecuados para qué?
Portia parpadeó un par de veces mientras lo miraba a los ojos, tras lo cual clavó la vista al frente.
—Sólo… Es sólo una cuestión que me interesa. Algo sobre lo que he estado meditando últimamente.
—¿Y de qué se trata?
Pasado un momento, respondió:
—No tienes por qué saberlo.
—Eso viene a significar que no quieres decírmelo.
Portia inclinó la cabeza.
Estuvo tentado de insistir, pero se recordó que ella estaría allí los próximos días; tendría todo el tiempo del mundo para descubrir qué estaba tramando si no la perdía de vista ni un instante. Ya se había percatado de su interés por los caballeros durante la cena; además, cuando bailó con James y Charlie, y también con Desmond, se había mostrado más animada de lo normal y les había hecho numerosas preguntas. Estaba seguro de que no tenían nada que ver con Kitty; a él sí podía hacerle ciertas preguntas porque eran prácticamente familia… No sentían la necesidad de fingir que acataban las apariencias sociales cuando estaban a solas.
—Muy bien.
Esa pronta capitulación le valió una mirada recelosa, pero a ella no le convenía proseguir con el tema. De modo que esbozó una sonrisa y escuchó su suave resoplido mientras ella volvía a fijar la vista al frente. Prosiguieron su paseo en silencio, sin necesidad de poner en palabras lo que era evidente: no dejaría de vigilarla hasta averiguar su secreto, y ella ya sabía a lo que se enfrentaba.
Mientras atravesaban la última extensión de hierba antes de llegar al lago, repasó el comportamiento de Portia hasta ese momento. De haberse tratado de otra mujer, sospecharía que buscaba marido; sin embargo, ella jamás había tenido esa inclinación. Jamás había tenido en mucha estima a los hombres, así que no se le ocurría ningún motivo que la hubiera llevado a cambiar de opinión.
Era mucho más probable que estuviera persiguiendo algún tipo de conocimiento. Tal vez la manera de atisbar o conocer de primera mano alguna actividad normalmente vetada a las mujeres. Eso sí que tenía sentido… Era lo normal en ella.
Llegaron al borde donde el sendero comenzaba a descender hacia el lago. Se detuvieron y Portia pareció quedarse prendada de la imagen que se extendía frente ella: el extenso lago de aguas oscuras y mansas, como un agujero negro en mitad de la hondonada, limitada al frente por una colina boscosa; a la derecha se alzaba un pinar sobre una suave elevación y, apenas visible a la mortecina luz, en la orilla izquierda se encontraba un mirador cuya blancura destacaba entre las sombras de los rododendros.
El paisaje la dejó sin palabras, absorta por completo en la imagen que tenía delante.
Simon aprovechó la oportunidad para estudiarla. La certeza de que buscaba un caballero para que la iniciara en ciertos placeres ilícitos tomó forma hasta asentarse de pleno. De una manera totalmente inesperada.
—¡Ay, Dios mío! —Annabelle llegó junto a ellos con los demás invitados a la zaga.
—¡Qué maravilla! ¡Caray! ¡Qué gótico! —exclamó Cecily con las manos enlazadas mientras brincaba por la emoción.
—¿De verdad es muy profundo? —le preguntó Winifred a James.
—Jamás hemos tocado el fondo.
La respuesta provocó sendas expresiones horrorizadas en las hermanas Hammond.
—¿Continuamos? —preguntó Charlie, mirando a Portia y luego a él.
Había un estrecho camino que rodeaba el lago, muy pegado a la orilla.
—Vaya… —dijo Annabelle, mirando a su hermana—. No creo que debamos. Mamá dijo que deberíamos descansar bien esta noche para recuperarnos de los rigores del viaje.
Winifred también puso objeciones. James se ofreció con galantería a acompañar a las tres jóvenes de vuelta a la casa. Tras despedirse, se alejaron. Flanqueada por Charlie y Simon, Portia se encaminó hacia el lago.
Charlaron mientras paseaban, todo de manera muy relajada. Los tres frecuentaban las mismas amistades, así que fue de lo más natural que la conversación girara acerca de los acontecimientos que habían tenido lugar durante la temporada; los escándalos, los enlaces, los cotilleos más intrigantes… Lo más sorprendente de todo fue que Simon no se mantuvo callado como era habitual en él, sino que contribuyó a que la conversación siguiera por los derroteros apropiados. En cuanto a Charlie, bueno, siempre había sido un parlanchín; fue muy sencillo incitarlo para que los entretuviera con divertidas historias sobre apuestas que no habían acabado bien y con las hazañas de los caballeretes más alocados.
Se detuvieron junto al mirador para admirar la sólida estructura de madera, algo más grande de lo habitual dada la distancia que la separaba de la casa, antes de continuar bordeando el lago.
Cuando dieron la vuelta para regresar a la casa, se sentía de lo más ufana. Había sobrevivido con bastante éxito a toda una velada y a un paseo nocturno con dos de los lobos más afamados de la alta sociedad londinense. Conversar con dos caballeros, hacer que confiaran en ella, no había sido tan difícil como había supuesto en un principio.
Estaban a medio camino de la suave pendiente que ascendía hasta la mansión cuando Henry se acercó a ellos.
—¿Ha pasado Kitty por aquí? —les preguntó cuando llegó a su altura.
Negaron con la cabeza y se detuvieron para mirar hacia el lago. El camino era visible desde su posición. Y el vestido aguamarina de Kitty habría resaltado en la oscuridad.
—La vimos cuando salimos de la casa —dijo Portia—. Se marchó hacia el templete con otros invitados.
—No la hemos visto desde entonces, ni a su grupo tampoco —añadió Simon.
—Vengo del templete —les aclaró Henry.
Escucharon los pasos de alguien que se acercaba y cuando se giraron en la dirección resultó ser James.
—¿Has visto a Kitty? —le preguntó Henry a su hermano—. Su madre quiere hablar con ella.
James negó con la cabeza.
—Vengo de la casa y no he visto a nadie por el camino.
Henry suspiró.
—Será mejor que siga buscando. —Tras despedirse de ella con una reverencia e inclinar la cabeza hacia los hombres, echó a andar hacia el pinar.
Los cuatro lo observaron hasta que las sombras lo engulleron.
—Tal vez habría sido mejor que la señora Archer hubiera hablado con ella antes —comentó James—. Ahora mismo… quizá sea mejor que Henry no la encuentre.
Comprendieron a la perfección lo que quería decir. El silencio cayó sobre ellos.
James recordó con quién estaba y la miró.
—Lo siento, querida. Me temo que no estoy de muy buen humor esta noche… No soy buena compañía. Si me perdona, volveré a la casa.
Hizo una reverencia bastante tensa que ella correspondió con un gesto de la cabeza. Tras despedirse de Simon y Charlie, James dio media vuelta y regresó a la mansión a través del prado.
Ellos lo siguieron mucho más despacio. Y en silencio, ya que poco podían decir y desde luego parecía más sensato no expresar en voz alta sus pensamientos.
Habían llegado a una bifurcación desde la que partía el sendero que llevaba al templete y el que rodeaba el pinar, cuando escucharon unas pisadas.
Como si fueran uno, los tres se detuvieron y miraron hacia el sendero en sombras que conducía al templete.
Una figura emergió de un camino secundario procedente de la mansión. Un hombre. Enfiló el sendero en el que ellos estaban y salió a la luz de la luna, momento en el que levantó la cabeza y… los vio. Sin titubear, cambió de dirección y tomó otro de los innumerables caminos que atravesaban el jardín de los setos.
Su sombra se desvaneció. Escucharon el susurro de las hojas a su paso, pero luego, nada.
Un instante después los tres inspiraron hondo y reanudaron el camino hacia la casa. Ni hablaron ni se miraron a los ojos.
Aun así, sabían perfectamente lo que los demás estaban pensando.
El hombre no era un invitado, ni un criado, ni siquiera un mozo de cuadra.
Era un gitano, alto, delgado y atractivo.
Con la melena negra revuelta, la chaqueta desabrochada y los faldones de la camisa por fuera del pantalón.
Resultaba difícil imaginar una razón inofensiva que explicara la presencia de un hombre así en la mansión y mucho menos que explicara su marcha con semejante desaliño y a esas horas.
Al llegar al prado principal se encontraron con Desmond, Ambrose y Lucy que, como ellos, regresaban a la casa.
No había ni rastro de Kitty.