Capítulo 17

PORTIA atravesó el prado de camino al lago como alma que llevara el diablo. Había imaginado que conseguiría fingir un estado alterado a causa del nerviosismo, pero el torbellino de emociones que bullía en su interior lo lograba de por sí.

«¿Calientapollas?». Eso no lo habían ensayado. Aunque habían previsto que ella lo abofeteara. Simon lo había hecho de forma deliberada; tal vez pudiera comprender sus motivos, pero no pensaba perdonárselo así como así. En el acaloramiento de la discusión, el insulto había escocido.

Todavía le ardían las mejillas. Mientras caminaba en dirección al lago, se llevó las manos a la cara e intentó con cierta premura aliviar el rubor.

Intentó por todos los medios recuperar el sentido, concentrarse en los motivos que la habían llevado hasta allí, en los motivos por los que había escenificado esa espantosa discusión.

El señor Stokes había señalado que el asesino sólo se acercaría a ella si creía que estaba sola. Sola en un lugar donde pudiera asesinarla y huir sin que nadie lo viera. Nadie la creería tan estúpida como para andar deambulando de noche por el bosque… a menos que tuviera una razón de peso.

Además, nadie creería que Simon se lo permitiera… a menos que él también tuviera una razón de peso. A menos que, tal y como había dicho Charlie, un cataclismo le impidiera vigilarla.

Al parecer, esa costumbre, que jamás había intentado ocultar, no había pasado desapercibida para nadie.

Ni siquiera se le había pasado por la cabeza la interpretación que hacían los demás de esa actitud protectora hasta que Charlie lo mencionó.

Y se preguntó cómo había estado tan ciega, sabiendo lo que sabía en esos momentos.

De pronto, recordó que debía mantenerse alerta. Si tenían éxito, en esos instantes habría salido en su busca.

Tal y como habían señalado el señor Stokes y Charlie, también era de dominio público su predilección por el camino del lago, aunque habían elegido ese escenario por otros motivos. El camino quedaba bien a la vista, de modo que Charlie y el señor Stokes podían ocultarse en las cercanías para vigilarla. Simon se reuniría con ellos, por supuesto, pero para que nadie sospechara de su plan, tendría que llegar después de haber rodeado los establos.

Blenkinsop también montaba guardia, y era la única persona a la que le habían confiado su plan. Simon había querido diseminar un ejército de criados por los jardines con las órdenes de que se mantuvieran inmóviles entre las sombras; la única razón por la que no había insistido era la posibilidad de que el asesino se topara con alguno mientras la perseguía y todos sus esfuerzos acabaran así en saco roto.

No obstante, Blenkinsop era de fiar y, al igual que todos los buenos criados, casi invisible. Sería el encargado de montar guardia en la mansión y de seguir a cualquier caballero que se dirigiera al lago.

Cuando llegó al borde del prado y comenzó a bajar la pendiente hacia el lago, levantó la cabeza para observar el cielo e inspiró hondo.

El clima era lo único que, hasta ese momento, no había jugado a su favor. El cielo estaba cubierto de nubarrones que si bien no oscurecían la tarde por completo sí ayudaban a que la luz se desvaneciera antes de tiempo.

Caminaba como si estuviera muy furiosa, en absoluto calmada y alerta para sus adentros como había esperado, sino con los nervios a flor de piel y dando un respingo al menor ruido. Las emociones que habían aflorado durante la discusión no se habían calmado del todo y la sumían en un estado de intranquilidad.

Habían asumido que si caminaba deprisa, llegaría al lago antes que el asesino sin mayor inconveniente… Esperaba que no hubieran pasado por alto algún detalle, como que el asesino ya estuviera en el exterior, paseando por los jardines, y, por tanto, mucho más cerca…

Los arbustos que tenía por delante se agitaron. Se detuvo, temblorosa…

Apareció un hombre de la nada.

Estaba tan sorprendida que ni siquiera gritó.

Se llevó la mano a los labios y emitió un jadeo. Después inspiró hondo…

Y lo reconoció. Al igual que reconoció la expresión sorprendida de su rostro.

Arturo levantó ambas manos en un gesto tranquilizador y retrocedió un par de pasos.

—Mis disculpas, señorita. No quería asustarla.

Portia soltó el aire entre dientes. Y frunció el ceño.

—¿Qué hace aquí? —Mantuvo la voz baja—. La señora Glossup está muerta, ya lo sabe.

Arturo no se arredró, sino que frunció el ceño a su vez.

—He venido para ver a Rosie.

—¿A Rosie?

—La doncella. Somos… buenos amigos.

La respuesta la desconcertó.

—Usted… antes… ¿No venía para encontrarse con la señora Glossup?

Un rictus desdeñoso asomó a los labios del gitano.

—¿Esa putain? ¿Qué iba a querer de ella?

—¡Caray!

Revisó sus teorías para llegar a una nueva conclusión. Se dio cuenta de que Arturo seguía con el ceño fruncido, así que irguió los hombros y levantó la barbilla.

—Será mejor que se vaya. —Le hizo un gesto con la mano.

El ceño del gitano se acentuó.

—No debería estar aquí sola. Hay un asesino suelto. Y usted sí que lo sabe.

Justo lo que le hacía falta, otro hombre sobreprotector.

Arturo dio un paso hacia ella.

Levantó todavía más la barbilla y entrecerró los ojos.

—¡Márchese! —Señaló el estrecho sendero por el que había aparecido—. Si no lo hace, gritaré y le diré a todo el mundo que usted es el asesino.

El gitano se debatió entre ponerla a prueba o no, pero acabó por hacerse a un lado a regañadientes.

—Es una mujer muy agresiva.

—¡Porque estoy rodeada de hombres muy agresivos!

La cortante respuesta zanjó el asunto; Arturo se perdió entre los arbustos sin que su expresión se le aclarara del todo. Sus pisadas quedaron amortiguadas por la hierba.

Se hizo de nuevo el silencio. Tomó aire y siguió su camino lo más rápido que pudo. Las sombras parecían adquirir consistencia y volverse más densas. Dio un respingo con el corazón en la boca al ver algo…, pero después se dio cuenta de que sólo era eso, una sombra.

Con el corazón desbocado, llegó por fin a la pequeña elevación tras la que estaba el lago. Se detuvo para recuperar el aliento y clavó la vista en el agua, oscura, silenciosa y tranquila.

Agudizó el oído, pero sólo le llegó el suave murmullo de las hojas. La brisa no era lo bastante fuerte como para agitar la superficie del agua, de modo que el lago se asemejaba a un espejo negro, con la salvedad de que no reflejaba ninguna imagen.

A esas alturas apenas había luz; mientras bajaba la colina, deseó haberse puesto un vestido más claro, amarillo o celeste. Su vestido de seda verde oscuro se confundía con las sombras; sólo su rostro, los brazos, los hombros y el escote destacaban en la oscuridad.

Bajó la vista y dejó que el fino chal de seda que se había puesto sobre los hombros resbalara hasta los codos. No tenía sentido que se ocultara más de lo necesario. Al llegar a la orilla, enfiló el camino que bordeaba el lago en dirección contraria al mirador.

Tenía los nervios a flor de piel, listos para saltar al menor indicio de ataque. El señor Stokes y Charlie estaban apostados cerca; teniendo en cuenta el tiempo que había perdido con Arturo, Simon también debía de estar cerca.

El simple hecho de pensarlo le resultó reconfortante. Siguió caminando con presteza, pero fue aminorando el paso poco a poco, como haría en circunstancias normales a medida que la furia hubiera ido abandonándola.

Había dejado atrás el sendero que llevaba al pinar y aún estaba bastante lejos del mirador cuando los arbustos que se alineaban junto al camino se agitaron.

Le dio un vuelco el corazón. Se detuvo, escudriñó la oscuridad y esperó…

—Soy yo. Lo siento.

Charlie. Dejó escapar el aire con exasperación y clavó la vista en el suelo mientras se ajustaba el chal como si se hubiera enredado en un arbusto.

—¡Me ha dado un susto de muerte!

Ambos hablaban en susurros.

—Me toca vigilar esta parte, pero cuesta horrores esconderse por aquí. Voy a acercarme más a los pinos.

Portia frunció el ceño.

—Recuerde las agujas del suelo.

—Lo haré. Simon debe de estar cerca del mirador y el señor Stokes está cerca del sendero que lleva a la casa a través del pinar.

—Gracias. —Tras agitar el chal, levantó la cabeza y siguió caminando.

Respiró hondo para calmar sus destrozados nervios.

La brisa se había calmado. La noche parecía haberse detenido y guardaba un silencio expectante, como si también esperara el desarrollo de los acontecimientos.

Se detuvo al llegar al claro del mirador, como si estuviera meditando qué hacer a continuación, aunque no tuviera intención alguna de entrar, ya que sus leales paladines no la verían en el interior. Dio media vuelta y continuó.

Comenzó a pasearse como si estuviera pensando. Mantuvo la cabeza gacha, si bien observó en todo momento sus alrededores con disimulo. Tenía los sentidos alerta. Habían llegado a la conclusión de que el asesino intentaría estrangularla, ya que una pistola hacía demasiado ruido y era fácil de rastrear, y un cuchillo era demasiado sucio.

La verdad era que no se había detenido a reflexionar sobre la identidad del rufián; ni siquiera había pensado con cuál de los cuatro sospechosos se encontraría esa noche. Mientras caminaba y esperaba, tuvo tiempo de sobra y todos los motivos del mundo para hacerlo. No quería que fuera Henry ni tampoco James, sin embargo… Bueno, a juzgar por lo que sabía, si tuviera que elegir a uno, se decantaría por James.

En su cabeza, era a James a quien esperaba esa noche.

James poseía el coraje. La resolución. Cualidades que también había reconocido en Simon.

A sus ojos, James era el sospechoso más viable.

Desmond… Había aguantado durante mucho tiempo la interferencia de Kitty y la había evitado durante años hasta hacer de ello una estrategia. Le costaba trabajo imaginárselo en las garras de una furia asesina. Lo bastante furioso como para matar.

En cuanto a Ambrose… no se lo imaginaba haciendo nada impetuoso. Era un hombre envarado (en una ocasión escuchó a Charlie murmurar acerca de la parte de su anatomía en la que estaría incrustada dicha vara y estaba totalmente de acuerdo con él), muy cuidadoso con su conducta, muy calculador y tan centrado en su carrera política que la idea de que lo dominara una furia asesina por el hecho de que Kitty se le hubiera insinuado en público… era del todo increíble.

Tenía que ser James. A pesar de lo que sentían por él, sabía que si llegaba el caso, Simon y Charlie no harían nada para protegerlo. Les resultaría muy doloroso, pero se lo entregarían al señor Stokes en persona. Su código de honor así se lo exigiría.

Lo comprendía a la perfección; de hecho, lo comprendía mejor que muchos caballeros. Nadie hablaba ya de su hermano Edward, unos años menor que Luc. Muchas familias tenían a una manzana podrida entre sus filas; se limitaban a expulsarlas. A pesar de todo, esperaba que los Glossup no tuvieran que enfrentarse a semejante escándalo.

El sendero que llevaba a la casa apareció de pronto frente a ella. Casi había recorrido el perímetro del lago… y no se había topado con nadie. ¿Habría andado demasiado deprisa o quizás estaría el asesino esperándola entre las sombras del camino que llevaba a la mansión?

Al llegar al sendero, levantó la vista, escudriñó las sombras de la pendiente… y vio a un hombre en la parte superior, bajo un enorme rododendro. Lo vislumbró gracias al espeso follaje que tenía detrás de él.

Era Henry.

Estaba anonadada, sorprendida… Bajó la vista y siguió caminando como si no lo hubiera visto mientras su mente trabajaba a toda velocidad.

¿Había sido él? ¿Habría averiguado que Kitty intentaba presionar a James con el bebé tal y como ellos suponían? ¿Habría sido esa la gota que colmara el vaso?

Aunque se sentía helada, siguió andando. Si era Henry, tendría que arreglárselas para que bajara hasta donde ella se encontraba, porque era el único modo de estar a salvo. Sin detenerse, prosiguió hacia el pinar acompañada por el frufrú de las faldas que se le arremolinaban entre las piernas; estaba a punto de perder los nervios y el control por el ansia de escuchar unas pisadas a su espalda…

Una figura emergió de uno de los senderos secundarios a unos metros de ella y esperó con tranquilidad a que llegara a su altura.

Ambrose. Lo reconoció al instante. ¡Maldición! ¡Iba a estropearlo todo! El hombre sonrió cuando ella se acercó; se devanó los sesos en busca de una excusa, por tonta que fuera, para que se marchara.

—He oído su discusión con el señor Cynster. Aunque comprendo que necesite estar sola, no debería alejarse tanto.

¿Qué verían los hombres en ella que sentían el impulso de protegerla?

Hizo a un lado la irritación mientras se detenía junto a Ambrose y lo saludaba con un gesto de la cabeza.

—Le agradezco su preocupación, pero me gustaría estar sola.

La sonrisa del hombre adquirió un tinte ciertamente arrogante.

—Me temo mucho, querida, que no podemos permitirlo. —No intentó cogerla del brazo, pero sí se giró para caminar a su lado.

Con el ceño fruncido, Portia reanudó la marcha mientras intentaba decidir qué hacer a continuación. Tenía que librarse de él… ¿Debía decirle que habían planeado una trampa, que ella era el cebo y que él estaba interfiriendo? ¿Debía decirle que era bastante posible que el asesino estuviera observándolos de cerca?

La oscura linde del pinar se alzaba a su derecha. El lago, con sus mansas aguas, estaba a su izquierda. Ambrose caminaba entre la oscuridad de los altos pinos y ella. Según lo que le había dicho Charlie, acababan de dejar atrás al señor Stokes. La tentación de mirar en esa dirección, de comprobar si Henry había mordido el anzuelo y bajaba la colina, era fuerte, pero se resistió.

Llegaron al camino del pinar; continuó buscando frenéticamente una razón con la que enviar a Ambrose de vuelta a la casa utilizando esa ruta…

—Tengo que admitir, querida, que jamás la creí tan estúpida como Kitty.

Esas palabras, pronunciadas con la más absoluta serenidad, la hicieron volver al presente.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó, girando la cabeza para mirarlo

—Caramba, pues que no la había tomado por una de esas necias que se divierten enfrentando a los hombres. Tratándolos como si fueran marionetas cuyos hilos maneja —respondió sin detenerse, con la vista clavada en el suelo, no en ella; su expresión, o lo que atisbaba de ella, parecía ensimismada—. Ese fue el estilo de la pobre Kitty hasta el final —prosiguió con el mismo tono sereno—. Se creía muy poderosa. —Sus labios se torcieron con una mueca irónica—. ¿Quién sabe? Es posible que tuviera algo de poder, pero jamás aprendió a utilizarlo. —En ese momento, la miró—. Creí que usted era diferente. Desde luego, creí que era más lista. —Cuando sus ojos se encontraron, sonrió—. Tampoco es que me queje, que conste.

Fue esa sonrisa la que la sacó de su estupor, la que le heló la sangre. La que la convenció de que paseaba al lado del asesino de Kitty, de que no habían sido ni Henry ni James…

—¿No? —Se detuvo y consiguió fruncir el ceño. No iba a dar un paso más hacia el pinar, hacia esa oscuridad impenetrable donde nadie los vería—. Dígame, si no ha venido a criticar (con bastante impertinencia, por cierto) mi comportamiento, ¿a qué ha venido?

Se dio la vuelta mientras hablaba y se colocó frente a él. El camino que habían recorrido quedó frente a ella y de ese modo podría ver al señor Stokes cuando saliera de su escondite sin que Ambrose lo hiciera.

El hombre seguía sonriendo.

—Es muy sencillo, querida. He venido a silenciarla de una vez por todas y a asegurarme de que el señor Cynster carga con las culpas. Está por aquí fuera, al igual que usted. Después de la escenita de la terraza… —Su aterradora sonrisa se ensanchó—. No habría podido planearlo mejor.

Ambrose levantó las manos, que hasta ese momento habían estado ocultas tras su espalda. En una de ellas vio un cordón de cortina de cuyo extremo colgaba una borla. Ambrose se apresuró a coger el otro extremo para tensarlo…

Y, sin pensárselo, ella lo cogió. Lo agarró con ambas manos y se colgó prácticamente de él.

Ambrose soltó un juramento mientras forcejeaba para desembarazarse de ella, pero no pudo. Era imposible que lo lograra sin deshacerse al mismo tiempo del cordón.

En ese instante, Portia vio la voluminosa sombra del señor Stokes, que salía de entre los arbustos y corría hacia ellos a espaldas de Ambrose.

Con un gruñido, este soltó el cordón, desequilibrándola en el proceso. Al verla tambalearse, aprovechó la oportunidad y cogió uno de los extremos de su chal de seda.

Se lo echó por encima y le rodeó el cuello con él.

Portia no pensó, no tenía tiempo que perder. Metió una mano bajo el chal y, un instante antes de que Ambrose apretara, se dejó caer contra él al tiempo que tiraba de la prenda hacia delante. Aprovechó el hueco que creó para agacharse.

Y zafarse del chal.

Acabó en cuclillas a los pies de su asaltante, al borde del lago. El señor Stokes se acercaba a la carrera. Ambrose estaba demasiado cerca, refunfuñando mientras retorcía el chal entre las manos.

Sin pensárselo, se tiró al lago.

Las oscuras aguas se cerraron sobre su cabeza. Ni siquiera en las orillas se hacía pie. El agua estaba fría pero no helada, ya que el sol estival la había calentado. Tampoco tenía que luchar contra la corriente, así que le resultó sencillo salir a la superficie y comenzar a nadar.

Mientras se alejaba de la orilla, atisbó el rostro estupefacto de Ambrose un instante antes de que escuchara al señor Stokes, antes de que lo viera, antes de que se diera cuenta…

Su rostro quedó demudado por la furia…

Ella siguió nadando. Tras ella escuchó un golpe y un gemido cuando el investigador chocó con Ambrose. No se detuvo y continuó alejándose de la orilla, luchando contra el impedimento que suponían sus faldas. Cuando hubo interpuesto una distancia segura, se giró.

Charlie también se acercaba a la carrera para echar una mano. Henry lo hacía mucho más despacio. Simon, cuya intención había sido la de ayudar al señor Stokes, se había detenido en el sendero, en el punto más cercano a ella. En esos momentos, estaba en la orilla. Observando. Listo para entrar en acción…

Charlie intentó agarrar a Ambrose cuando se unió a la pelea, pero este luchaba como un poseso y logró liberarse…

Para tirarse al lago.

Con el corazón en la garganta, Portia se giró para seguir nadando y vio cómo Simon se tensaba…

Pero no se lanzó al agua.

Escuchó un chapoteo… No… Demasiados chapoteos. Echó un vistazo hacia atrás.

Y comprendió, al igual que el resto, que Ambrose había creído que el lago era puramente ornamental, que no era profundo… y que no sabía nadar. Al menos, no muy bien. Dio un par de brazadas y comenzó a hundirse.

Portia se giró del todo para no perder detalle…

El señor Stokes y Charlie estaban en la orilla con los brazos en jarras y resollando mientras observaban a un aterrado Ambrose que luchaba por mantenerse a flote.

Salió a la superficie escupiendo agua.

—¡Socorro! ¡Cabrones, me estoy ahogando! ¡Ayudadme!

Fue el señor Stokes quien contestó.

—¿Por qué deberíamos hacerlo?

—Porque me estoy ahogando… ¡Voy a morir!

—Tal y como yo lo veo, sería la mejor solución. Nos ahorraría un montón de quebraderos de cabeza.

Anonadada, Portia miró al investigador. Eso no bastaba, tenían que obtener una confesión de que era el asesino…

Claro que el señor Stokes sabía lo que se hacía.

Cuando Ambrose volvió a salir a la superficie, gritó:

—Muy bien. ¡Lo confieso! Yo lo hice. ¡Yo maté a esa puta!

—Se está refiriendo a la señora Glossup, ¿verdad?

—¡Sí, maldita sea! —Ambrose gritaba con toda su alma—. ¡Sacadme de aquí de una vez!

El señor Stokes miró primero a Charlie y después a Henry, quien se había acercado a ellos muy despacio y estaba atónito.

—¿Lo han escuchado?

Charlie asintió con la cabeza. Cuando Henry se dio cuenta de que el investigador también le hablaba a él, se apresuró a hacer lo mismo.

—Muy bien. —El señor Stokes miró a Ambrose—. Yo tampoco sé nadar. ¿Cómo lo sacamos?

Desde el lago, Portia les gritó la solución.

—Utilicen mi chal. —Estaba tirado en el suelo, justo donde Ambrose lo había dejado—. Hagan un nudo en cada extremo y enróllenlo para que, al tirarlo, llegue hasta él. Es de seda. Si no está rasgado, aguantará.

Esperó pacientemente mientras seguían sus instrucciones. En ese momento, escuchó que alguien mascullaba una orden desde la orilla.

—¡Ni se te ocurra acudir en su ayuda!

Por primera vez en horas, sonrió.

Por suerte, en cuanto estuvo seguro de que lo rescatarían, Ambrose se calmó lo suficiente para mantenerse a flote hasta que le lanzaron el chal. Una vez que lo hicieron, se lanzó hacia él y aferró el extremo anudado. El hecho de haber estado a punto de ahogarse sumado al pánico lo había dejado sin fuerzas. Mientras lo sacaban del agua, temblando como una hoja, Portia se giró y nadó hacia la orilla.

Donde Simon la esperaba.

Le resultó imposible interpretar su expresión mientras se acercaba. Sintió una oleada de alivio acompañada de algo que no supo identificar. Con una sonrisa, feliz de seguir viva, levantó las manos. Simon se las cogió y tiró de ella para ayudarla a subir.

No bien hubo puesto los pies en el suelo, la soltó y la estrechó entre sus brazos. La apretó contra su pecho con todas sus fuerzas. Y la besó, ajeno al hecho de que estaba empapada. Fue un beso rudo, apasionado, arrebatador y desesperado que le arrebató la razón.

Conociéndolo, eso era mucho mejor que el zarandeo que habría cabido esperar…

Cuando por fin levantó la cabeza y pudo mirarlo a los ojos, no necesitó pensar para interpretar la tensión que lo embargaba, para saber que había estado a un paso de perder el control.

—Estoy perfectamente —le aseguró, a fin de calmar el miedo que lo atenazaba, la vulnerabilidad que había descubierto hacía muy poco tiempo y de la que ella era la causante.

Simon resopló y parte de la tensión se esfumó.

—Si no recuerdo mal, el plan no incluía que te tiraras al lago.

Cuando aflojó el abrazo, se apartó de él, si bien la dejó ir a regañadientes. Se pasó las manos por el talle del vestido para escurrirlo antes de cogerse las faldas y retorcerlas a tal fin.

—Me pareció la vía de escape más lógica. —Mantuvo un tono sereno a propósito, como si estuvieran hablando de algo sin importancia.

—¿Qué habría pasado si hubiera sabido nadar? —masculló con la voz aún crispada y un tono reprobatorio—. No tenías ni idea de si sabía nadar o no.

Se enderezó y lo miró a los ojos.

—No tenía ni idea de lo que sabía hacer Ambrose, pero yo nado muy bien. —Enarcó un tanto las cejas y dejó que una sonrisilla asomara a sus labios—. Y tú lo haces aún mejor.

Simon sostuvo su mirada. Percibió cómo sopesaba su respuesta… Y, de pronto, cayó en la cuenta.

—Tú sabías que sé nadar, ¿verdad?

Él frunció los labios, que hasta ese momento habían estado muy apretados, y después soltó el aire.

—No —contestó con un susurro. Sin apartar los ojos de los suyos, añadió tras un breve titubeo—: Pero asumí que sabías nadar o no te habrías tirado al lago.

Leyó la expresión de su rostro, de sus ojos, y sonrió encantada cuando una embriagadora oleada de alegría se apoderó de ella. Bajó la vista al suelo, sonriendo.

—Eso es. —Tras colgarse de su brazo, se giró para ver lo que estaban haciendo los demás.

Simon seguía observando su rostro.

—¿Qué?

Le devolvió la mirada y sonrió con dulzura.

—Luego te lo explico.

Cuando ya hubiera saboreado el momento y hubiera encontrado las palabras para decirle cuánto le agradecía su autocontrol. Había aguardado en la orilla del lago, dispuesto a entrar en acción y protegerla; pero, al saber que ella podía salvarse solita, se había contenido y la había dejado hacer. No la había tratado como si fuera una inútil; no la había asfixiado con su afán protector. Se había comportado como si fuera una compañera con diferentes habilidades que él, pero con la capacidad necesaria para resolver la situación.

Había actuado justo cuando lo necesitaba, pero había resistido la tentación de hacerlo antes.

Podían tener un futuro juntos… Con el tiempo, con el roce, ese afán protector se convertiría en una respuesta más racional y meditada… que tendría en cuenta sus deseos.

La esperanza afloró en su interior y la llenó de una alegría que nada tenía que ver con los recientes acontecimientos.

Si bien dichos acontecimientos estaban en pleno desarrollo. Blenkinsop acababa de unirse al grupo del pinar. El mayordomo y el señor Stokes echaron a andar por el sendero, arrastrando a Ambrose con ellos. Los dejaron atrás cuando comenzaron a subir la suave pendiente. Ambrose tiritaba y tenía las manos atadas con su chal. Ni siquiera los miró.

Henry y Charlie los seguían muy de cerca, mientras este le explicaba al primero todo lo que habían estado haciendo.

Henry se detuvo a su lado y le cogió las manos.

—Charlie aún no me lo ha contado todo, pero tengo entendido, querida, que le debemos muchísimo.

—Tonterías… Todos hemos echado una mano —replicó ella, ruborizándose.

—No son tonterías. Sin usted y su coraje, no habrían conseguido atrapar al asesino. —Su mirada se desvió hacia Simon y entre ellos pasó un mensaje profundamente masculino—. Y gracias a ti, Simon. —Extendió el brazo y le dio unas palmaditas en el hombro. Tras lo cual la miró… y cayó en la cuenta de que estaba ataviada con dos prendas de seda empapadas. Carraspeó y apartó la vista hacia la mansión—. Charlie y yo nos adelantaremos, pero usted no debería tardar en cambiarse. No es sensato andar mojado, ni siquiera en verano.

Charlie la miró con una sonrisa antes de inclinar la cabeza en dirección a Simon.

—¡Lo atrapamos!

Su evidente alegría porque todo se hubiera solucionado, porque hubieran demostrado la inocencia de James, Henry y Desmond, resultó contagiosa.

Ambos sonrieron. Henry y Charlie reanudaron su camino y ellos los siguieron, muy despacio. Cuando ascendieron la pendiente comenzó a soplar el viento y el roce sobre su piel mojada le provocó un escalofrío.

Simon se detuvo y se quitó la chaqueta para echársela por encima de los hombros. Ella sonrió, agradecida por el calor que irradiaba el forro de seda de la prenda, aunque la temperatura de la noche era de lo más agradable. Se cerró la chaqueta y lo miró a los ojos.

—Gracias.

—Servirá de momento —refunfuñó él.

Volvió a cogerla de la mano. Ella hizo ademán de seguir adelante, pero él la detuvo. La distancia que los separaba de los otros se incrementó.

Lo miró con las cejas arqueadas.

Simon estaba contemplando a Henry y Charlie. Inspiró hondo antes de hablar.

—Lo que sucedió en la terraza… Todo lo que dije. Te pido disculpas. No quise decir… —Gesticuló con la mano, como si quisiera borrar la horrible escena, y le echó un vistazo al rostro antes de apartar la mirada.

Portia se acercó, alzó la mano que tenía libre y lo obligó a girar el rostro para que la mirara.

Accedió a regañadientes.

Le giró el rostro hasta que pudo leer la expresión de sus ojos, hasta que percibió la vulnerabilidad que se empeñaba en ocultar. En justificar.

Al menos ya lo comprendía. Por fin. Y le llegaba al alma.

—Jamás sucederá. Créeme. —Jamás se aprovecharía de él para después darle la espalda. Jamás lo amaría para después abandonarlo.

Su tensa expresión no se suavizó.

—¿Es posible prometer algo así?

Lo miró a los ojos.

—Entre nosotros, sí.

En ese instante, le tocó a él leer su expresión, ver que hablaba con sinceridad. Respiró aliviado, y el movimiento le ensanchó el pecho. El cambio que se obró en él fue perceptible. Su actitud volvía a ser posesiva en lugar de protectora.

La rodeó con los brazos y la estrechó suavemente contra su cuerpo.

—Espera —lo detuvo, poniéndole una mano en el pecho—. No vayas tan deprisa.

Simon enarcó las cejas y ella casi pudo escuchar la protesta que le pasó por la cabeza. Se acomodó de nuevo entre sus brazos antes de hablar.

—Tenemos que terminar lo que hemos empezado. Tenemos que saber lo que realmente pasó para zanjar este asunto, para olvidarnos de Ambrose y de los asesinatos de una vez por todas. Después podremos hablar… —hizo una pausa para tomar aliento—. De nosotros.

Sin apartar la mirada de ella, Simon torció el gesto y la soltó.

—Muy bien. Terminemos con esto de una vez.

La cogió de la mano y juntos atravesaron el prado hasta la mansión.

Fue una escena tan siniestra como había previsto. Hubo alivio, pero no triunfo. Al rescatar a los Glossup, y también a los Archer, que habían estado en la cuerda floja a causa de su relación con Desmond, habían dejado que todo el peso recayera sobre los Calvin. Para mortificación de todos.

Simon entró con Portia en la biblioteca por las puertas de la terraza. Lo que vieron al llegar fue, sin duda, una de las peores pesadillas del señor Stokes. Intercambiaron una mirada, pero no estaba en su mano remediar la situación.

Las damas se habían rebelado. Se habían dado cuenta de que estaba pasando algo y habían tomado la biblioteca por asalto. Una vez que las hubieron puesto al corriente de los hechos fundamentales (que Ambrose había matado a Kitty), se acomodaron en los sillones y los sofás, y se negaron a marcharse.

Todo el mundo, literalmente, estaba allí, incluso dos criados. La única parte interesada que no estaba presente era Arturo; y a tenor de las expresiones anonadadas e incrédulas de los presentes, así como de lo que estaba por llegar, Simon sospechaba que el gitano estaría eternamente agradecido por haberse perdido semejante trago.

Ojalá pudiera decir lo mismo… Miró a Portia y supo, por la terca expresión de su rostro, que no consentiría que la mandaran a su habitación para cambiarse antes de conocer todas las respuestas. Tras sacar el sillón de detrás del escritorio principal, lo colocó junto al diván donde estaba lady O y la obligó a sentarse.

Lady O miró por el rabillo del ojo su vestido empapado.

—Sin duda alguna, también habrá alguna explicación para eso, ¿no?

El extraño deje de su voz, sumado a la expresión de sus ojos, les dejó bien claro que se había asustado mucho.

Portia extendió el brazo y cogió una de sus manos.

—No he corrido peligro alguno.

—¡No sé yo!

Lady O lanzó a Simon una mirada de lo más elocuente, como si le dijera que se ofendería muchísimo si no estaba a la altura de lo que había esperado de él.

Cosa que le recordó… Echó una mirada al señor Stokes, que estaba totalmente concentrado en asegurarle a lady Calvin que lo explicaría todo si le daba la oportunidad. De modo que aprovechó el momento para llamar a uno de los criados. Cuando este se acercó, le soltó una retahíla de órdenes. El criado se alejó con una reverencia, sin duda encantado de poder comunicarles las últimas noticias al resto de la servidumbre.

—¡Damas y caballeros! —exclamó el señor Stokes desde el centro de la estancia con voz apremiante—. Ya que han insistido en quedarse, debo pedirles que guarden silencio mientras interrogo al señor Calvin. Si deseo la confirmación de algo en concreto, lo preguntaré.

El investigador esperó un momento. En cuanto las damas se acomodaron dispuestas a escuchar, soltó el aire y se giró hacia Ambrose, que estaba sentado con la cabeza gacha en una silla colocada bajo la araña central, de frente a la multitud congregada en la chimenea.

Estaba flanqueado por Blenkinsop y un fornido criado, que no se movían de su lado.

—Bien, señor Calvin, ya ha admitido delante de unos cuantos testigos que estranguló a la señora Glossup. ¿Podría detallarme cómo la asesinó?

Ambrose no levantó la cabeza. Continuó con los brazos apoyados en los muslos y la mirada fija en sus manos atadas.

—La estrangulé con el cordón de la cortina de esa ventana. —Señaló con la cabeza el ventanal más cercano al escritorio.

—¿Por qué?

—Porque esa estúpida no me dejaba tranquilo.

—¿A qué se refiere?

Ambrose debía de ser muy consciente de la presencia de su madre, que parecía haber sufrido un golpe mortal allí sentada en el diván con el rostro lívido, aferrada a las manos de lady Glossup y Drusilla, mientras lo miraba con una especie de súplica espantada. Como si se hubiera dado cuenta de que no tenía escapatoria, de que si lo contaba todo sin omitir detalle y sin mentir, el mal trago pasaría antes, inspiró hondo y confesó:

—Kitty y yo tuvimos… tuvimos una aventura a principios de año, en Londres. No era mi tipo, pero no paraba de perseguirme y yo necesitaba el apoyo del señor Archer. Me pareció un movimiento magistral. Prometió hablar con su padre a mi favor. Cuando llegó el verano y dejamos la ciudad, nos separamos. —Se encogió de hombros—. De manera bastante amigable. Habíamos acordado que asistiría a esta fiesta, pero, aparte de eso, parecía haberse olvidado de mí. O eso creí. —Se detuvo para tomar aire—. Cuando llegué a la mansión, su comportamiento había empeorado de forma considerable, pero parecía perseguir a James. Así que no me preocupé hasta que me pilló a solas una noche y me dijo que estaba embarazada. Al principio, no entendí cuál era el problema, pero ella no tardó en sacarme de mi error. ¡Me quedé espantado! —Incluso en ese momento, mientras contaba lo sucedido, la emoción quedaba patente en su voz—. Jamás se me pasó por la cabeza que Henry y ella… Bueno, jamás se me ocurrió que una mujer casada se comportara como ella a sabiendas de que ya no contaba con la protección de su matrimonio. —Se detuvo, como si estuviera experimentando de nuevo la misma sorpresa.

El señor Stokes, con el ceño fruncido, le preguntó:

—¿En qué medida contribuyó esa situación a su decisión de matarla?

Ambrose miró al hombre y meneó la cabeza.

—Muchísimas damas casadas tienen hijos que no son de sus maridos. No vi ningún problema hasta que Kitty me aseguró con vehemencia que no tendría ese niño bajo ninguna circunstancia y que recaía sobre mí la responsabilidad de arreglarlo todo para librarse de él, porque de otro modo diría a los cuatro vientos que era mío, se lo diría a su padre. Ese fue el ultimátum que me dio aquella noche.

Volvió a clavar la mirada en sus manos.

—No tenía ni idea de lo que hacer. Mi carrera política… Dar la imagen sólida que necesita un candidato a la Cámara Baja para ser elegido… Sólo necesitaba el apoyo del señor Archer. Y, una vez aquí, también me di cuenta de que lord Glossup y el señor Buckstead estaban dispuestos a apoyarme. Iba todo tan bien… Salvo por Kitty. —Su voz se tornó desabrida, pero no alzó la mirada—. No sabía cómo ayudarla… Si le soy sincero, ni siquiera sé si lo habría hecho de haberlo sabido. No es el tipo de requerimiento que una dama hace a su amante, la mayoría sabe cómo ocuparse de esos asuntos por sí mismas. Creí que le bastaría con preguntar. Estaba aquí, en el campo, seguro que hay un montón de criadas que saben de estas cosas… Estaba convencido de que se las apañaría. Era eso o que orquestara una reconciliación con Henry.

Entrelazó las manos y prosiguió:

—Cometí el error de decírselo tal cual. —Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza—. Dios, ¡cómo se lo tomó! Cualquiera habría dicho que le recomendé un traguito de cicuta. Comenzó a vociferar, enfurecida y sin darse cuenta de que alzaba cada vez más la voz. Intenté que se callara y me abofeteó. Empezó a gritar…

»Cogí el cordón de la cortina y se lo enrollé en el cuello… y apreté. —Hizo una pausa y la biblioteca quedó sumida en un silencio sepulcral. Un instante después, ladeó la cabeza y, con la mirada perdida, siguió recordando—. Fue sorprendentemente fácil… Kitty no era muy fuerte. Forcejeó un poco, intentó arañarme, sujetarme las manos, pero la inmovilicé hasta que dejó de luchar… Cuando la solté, cayó al suelo sin más.

Su tono de voz cambió.

—Fue entonces cuando me di cuenta de que la había matado. Me fui corriendo… a mi habitación. Lejos de aquí. Me serví una buena copa de brandy. Estaba tomando un sorbo cuando me di cuenta de que tenía la manga de la chaqueta desgarrada y de que le faltaba un trozo. Entonces recordé que de ahí me había agarrado Kitty… Comprendí… En fin, me acordé de que había visto el trozo de tela en su mano cuando yacía en el suelo. Era de cuadros… Yo era el único que llevaba una chaqueta de cuadros ese día.

»Salí corriendo de mi habitación. Estaba en la escalinata cuando la señorita Ashford gritó. El señor Cynster apareció como una exhalación, seguido del señor Hastings. Ya no podía hacer nada. Me quedé allí, a la espera de que me acusaran, pero… no pasó nada. —Tomó aire—. El señor Hastings salió de la biblioteca y cerró la puerta tras él. Levantó la cabeza y me miró. Comprendí que no me acusaba de nada. En cambio, me preguntó dónde estaban Henry y el mayordomo. Cuando se fue, me di cuenta de que todavía había esperanza, de que nadie había reparado en el trozo de tela. De que si pudiera cogerlo, estaría a salvo.

Se detuvo un instante.

—No tenía nada que perder. Bajé la escalinata. Henry y el mayordomo aparecieron corriendo y yo entré tras ellos en la biblioteca. La señorita Ashford y el señor Cynster estaban en el otro extremo de la estancia. Ella estaba muy afectada y él no prestaba atención a nada más. Ambos me vieron, pero ninguno reaccionó. Seguía llevando la misma chaqueta de cuadros, así que era imposible que hubieran visto el trozo de tela. Me acerqué al escritorio, justo detrás de Henry y el mayordomo. Estaban estupefactos, anonadados… Se limitaban a mirarla. Yo hice lo mismo, pero miré su mano derecha.

Levantó la cabeza.

—No había nada. No daba crédito a lo que veía. Tenía los dedos abiertos y la mano, laxa. Entonces me di cuenta de que le habían movido los brazos, de que no tenía la cabeza en la misma posición. Pensé en la señorita Ashford, deduje que había entrado en la biblioteca y que al ver a Kitty en el suelo había corrido hacia ella, la había tocado y le había frotado las manos… Todas esas estupideces que suelen hacer las mujeres. El trozo de tela era muy pequeño, apenas de unos centímetros de largo. Si se había caído de la mano de Kitty…

Su mirada descendió hasta las alfombras turcas que cubrían el suelo de la biblioteca.

—Marrón, verde y rojo. La chaqueta tenía los mismos colores que las alfombras. El trozo de tela se podría haber enredado en las faldas de la señorita Ashford, en sus enaguas o incluso en el bajo de un pantalón. Una vez lejos de las manos de Kitty, podría estar en cualquier sitio y habría costado mucho trabajo localizarlo. No podía arriesgarme a buscarlo a plena vista. Henry y el mayordomo seguían estupefactos, así que aproveché la oportunidad. Rodeé el escritorio y me agaché como si quisiera echar un vistazo más de cerca; hice que la manga de la chaqueta se enganchara en uno de los tiradores de los cajones y, cuando me levanté, se desgarró. Solté un juramento y me disculpé. Aunque Henry y el mayordomo estaban algo aturdidos, se dieron cuenta de lo que había pasado. Si más tarde se encontraba un trozo de tela de mi chaqueta, podría aducir ese momento como excusa.

Su mirada seguía perdida.

—Me sentí a salvo. Ya había salido de la biblioteca cuando se me ocurrió otra cosa: ¿y si alguien había encontrado el cuerpo de Kitty antes que la señorita Ashford y había cogido el trozo de tela? El problema era que no se me ocurría quién podría ser ese alguien. Cualquiera habría dado la voz de alarma y me habría denunciado…, cualquiera menos mi madre. Me había dicho que pasaría la tarde escribiendo unas cartas para no perder el contacto con las personas que me podían apoyar. Fui a su habitación. Estaba allí, escribiendo. No sabía nada del asesinato. Se lo conté y me marché.

Se detuvo, con la cabeza ligeramente ladeada, como si estuviera rememorando un momento extraño.

—Regresé a mi dormitorio y apuré el brandy. Empecé a pensar en los criados. No tenían motivos para estar en la biblioteca a esa hora del día, pero nunca se sabe qué se le puede ocurrir a un criado hacendoso. Así que decidí quemar la chaqueta. A nadie le extrañaría que me librara de ella después de habérmela rasgado. Una vez que la chaqueta estuviera destruida, si alguien intentaba chantajearme, siempre podría decir que el trozo de tela era similar pero no idéntico. ¿Cómo iban a estar seguros con los cuadros?

Se removió, inquieto.

—Me llevé la chaqueta al bosque y la quemé. El jardinero gitano me vio, pero no le di mucha importancia por aquel entonces. Estaba convencido de haber cubierto todas las posibilidades…, salvo que, como supuse al principio, el trozo de tela estuviera en la mano de Kitty cuando la señorita Ashford lo encontró, pero la fuerte impresión hubiera hecho que se olvidara de ello.

Bajó la vista y se llevó las manos atadas a la cara para frotarse la frente.

—No podía olvidar la imagen del trozo de tela en la mano de Kitty. La veía como si la tuviera delante de mí. Cuanto más pensaba en ello, más me convencía de que la señorita Ashford tenía que haberlo visto. Incluso con el trozo de tela desaparecido y la chaqueta destruida… Era posible que acabara por relacionar ambas cosas cuando se sosegara. Cualquier insinuación por su parte de que yo era el asesino y nadie me apoyaría. Una acusación de su parte arruinaría mi carrera en un abrir y cerrar de ojos. Me di cuenta de que no tenía la menor garantía de que siguiera sin recordar el detalle del trozo de tela cuando se recuperara de la impresión.

El señor Stokes intervino en ese momento.

—De modo que intentó darle un susto de muerte metiéndole una víbora en la cama.

Un coro de exclamaciones horrorizadas rompió el hechizo que había caído sobre los presentes. Para la mayoría de ellos, era la primera noticia que tenían de la víbora.

Con la vista clavada en las manos, Ambrose asintió con la cabeza.

—Me topé con la víbora de vuelta a la mansión. Aún tenía el saco en el que había metido la chaqueta. Creí que un nuevo susto la ofuscaría aún más o que incluso la instaría a marcharse… Pero no lo hizo. Y entonces llegó usted y me vi obligado a actuar con mucho más cuidado. Sin embargo, conforme iban pasando los días y nadie decía nada sobre el dichoso trozo de tela, comprendí que mis suposiciones eran ciertas: nadie se lo había llevado. Estaba allí cuando la señorita Ashford encontró a Kitty. —Levantó la cabeza y clavó los ojos en Portia—. ¿Lo recuerda ya? Debió de haberlo visto. Lo aferraba con la mano derecha.

Portia enfrentó su mirada, pero negó con la cabeza.

—No estaba allí cuando yo la encontré.

Ambrose adoptó una actitud un tanto arrogante.

—Estaba allí, seguro…

—¡Eres un idiota!

Semejante afirmación, hecha a voz en grito, sobresaltó a todo el mundo. E hizo que todas las miradas se volvieran hacia Drusilla, que hasta ese momento había estado sentada muy erguida junto a su madre. Tenía el rostro lívido, los ojos desorbitados y el cuerpo en tensión por una emoción muy poderosa.

Tenía los ojos clavados en su hermano.

—Tú… ¡imbécil! Portia no dijo nada… Lo habría hecho de haber visto ese trozo de tela. Tal vez estuviera ofuscada, pero no había perdido el sentido común.

Tan sorprendido como el resto, Ambrose se limitó a mirarla boquiabierto.

El señor Stokes fue el primero en recuperarse de la impresión.

—¿Qué sabe de ese trozo de tela, señorita Calvin?

La mirada de Drusilla se desvió hacia el investigador y su semblante se tornó aún más pálido.

—Yo…

Su rostro mostró todo lo que sentía. Acababa de comprender que…

Lady Calvin se llevó una mano a los labios para reprimir un grito. Lady Glossup le pasó un brazo por los hombros.

La señora Buckstead, sentada junto a Drusilla, se inclinó hacia ella.

—Debes decirnos todo lo que sabes, querida. No te queda otra alternativa.

Drusilla miró a la mujer, inspiró hondo y echó un vistazo al señor Stokes.

—Aquella tarde estaba paseando por los jardines. Entré en la casa a través de las puertas de la biblioteca. Vi a Kitty tirada en el suelo, con el trozo de tela en la mano. Lo reconocí al instante, por supuesto. Me di cuenta de que Ambrose había alcanzado su límite… —Se detuvo para humedecerse los labios—. Por la razón que fuese, la había matado. Si lo atrapaban… El escándalo, la vergüenza… acabaría con nuestra madre. Así que cogí el trozo de tela de manos de Kitty y me lo guardé. Escuché voces en el vestíbulo principal, eran el señor Cynster y Portia, así que salí de nuevo por las puertas de la terraza.

El señor Stokes la miró con severidad.

—¿Por qué no le dijo nada a nadie cuando comenzaron los ataques contra la señorita Ashford?

La mirada de Drusilla voló hasta su rostro. Se tambaleó un poco y su rostro se tornó ceniciento.

—¿Qué ataques? —Su voz sonaba débil y horrorizada—. No sabía nada de la víbora. —Después, miró a su hermano—. El macetero… Pero lo del macetero fue un accidente, ¿no?

El señor Stokes miró de nuevo a Ambrose.

—Es mejor que lo confiese todo.

—Tomé la costumbre de subir al tejado, para que nadie viera lo preocupado que estaba —explicó él—. Vi a la señorita Ashford en la terraza. Parecía estar sola… No vi al señor Cynster junto a la pared. Ya que estaba allí arriba… Fue muy sencillo. —De pronto, tomó una honda bocanada de aire y levantó la cabeza sin mirar a nadie en particular—. Tiene que entender que no me quedaba alternativa… No si quería conseguir un puesto en la Cámara Baja. Ese era mi objetivo y…

Se detuvo y bajó la cabeza. Apretó las manos con fuerza. El señor Stokes desvió la mirada hacia Drusilla, que observaba a su hermano con el rostro ceniciento.

Cuando miró al investigador, este le preguntó:

—¿Por qué no le dijo a su hermano que había cogido el trozo de tela?

Ella se limitó a mirarlo durante largo rato. El hombre estaba a punto de repetir la pregunta cuando Drusilla desvió la vista hacia su hermano. Inspiró hondo y dijo:

—Lo odio, ¿sabe? No, es imposible que usted lo sepa. En casa sólo existe él. Ambrose. Él siempre lo ha recibido todo, para mí nunca ha habido nada. Lo único que importa es Ambrose. Incluso ahora. Quiero a mi madre, la he cuidado como una buena hija, me he quedado a su lado… Incluso cogí ese trozo de tela para protegerla. A ella, no a mi hermano. Jamás lo haría por él. —Había comenzado hablando en un susurro, pero a medida que se explicaba su voz se iba tornando más estridente y chillona—. Sin embargo, mi madre sólo piensa en Ambrose, incluso en este momento.

Mantuvo los ojos fijos en la cabeza gacha de su hermano.

—Él lo heredó todo de nuestro padre, yo no recibí nada. Hasta la propiedad de nuestra madre irá a parar a sus manos. Soy su huésped. Puede echarme cuando le venga en gana, y no crea que no lo sabe. Siempre se ha asegurado de que no lo olvide.

Su rostro quedó demudado por las emociones. La amargura y los celos, reprimidos durante años, habían aflorado y manaban de ella como un torrente.

—El trozo de tela… Cogerlo, guardarlo, era mi oportunidad para vengarme. No se lo dije porque quería que sintiera miedo, que sufriera, quería que supiera que estaba en las manos de alguien que podría destruirlo. —De repente, miró al investigador—. Por supuesto, tarde o temprano se lo habría dicho. En cuanto me recordara lo inútil que era, la acompañante tan sosa que sería para un hombre de su futura posición… —Se detuvo un momento antes de añadir—: Ni siquiera se me pasó por la cabeza que no supusiera… Le bastaba con pensar un poco para darse cuenta de que sólo nuestra madre o yo habríamos cogido el trozo de tela para protegerlo. Mi madre se lo habría dicho de inmediato. Al verlo guardar silencio, creí que había adivinado que lo tenía yo, pero que se cuidaba mucho de hablar del tema mientras estuviéramos aquí. —Enfrentó la mirada del señor Stokes—. Jamás se me ha ocurrido pensar que supuso que Portia lo había visto y que era tan tonta como para no recordarlo.

El silencio se apoderó de la estancia. Un silencio tan absoluto que se escuchaba el tictac del reloj que había en la repisa de la chimenea.

Drusilla tenía la vista clavada en el suelo. Ambrose estaba sentado con la cabeza gacha. La mirada de Lady Calvin se paseaba entre sus hijos, como si ya no los reconociera; después, enterró la cara entre las manos y se echó a llorar.

El sonido hizo que los demás salieran de la estupefacción en la que los había sumido semejante confesión. Todos se pusieron en movimiento. Charlie se levantó de su asiento como si fuera incapaz de seguir sentado, como si deseara marcharse de allí.

Lord Netherfield carraspeó antes de mirar al señor Stokes.

—Si me permite…

El hombre asintió con la cabeza.

El anciano miró a Ambrose.

—No ha dicho nada de Dennis, el gitano. ¿Por qué mató al muchacho?

Ambrose no levantó la cabeza.

—Me vio quemando la chaqueta. Después llegó el señor Stokes y comenzó a interrogar a todo el mundo. —Se retorció las manos y prosiguió—: No quise matar a Kitty, de verdad que no. Ella me obligó a hacerlo… No me pareció justo que matarla significara mi ruina. Sólo la señorita Ashford y ese gitano podrían… —Se detuvo un instante y barbotó una excusa infantil—: ¡Eran ellos o yo! ¡Se trataba de mi vida!

Lord Glossup se puso en pie; su rostro, por regla general afable, mostraba una patente repulsión.

—Señor Stokes, ¿tiene lo que necesita?

El aludido se enderezó.

—Desde luego, señor. Estoy seguro de que podemos…

Lord Glossup y el investigador se dispusieron a discutir los arreglos necesarios para retener a Ambrose. El resto de los presentes se marchó.

Al ver que las damas titubeaban, Lady O se puso en pie.

—Catherine, querida, creo que debemos retirarnos al salón. Un poco de té nos vendrá bien a todos. Estoy segura de que Drusilla quiere retirarse de inmediato a su habitación, pero creo que al resto nos sentará bien un tónico reconstituyente.

Portia se levantó, pero Simon la detuvo cogiéndola del brazo. Lady O los miró, comprendió al punto, y asintió con la cabeza.

—Por supuesto, tú subirás a darte un baño y a cambiar-te de ropa. Cualquier otra cosa sería perjudicial para tu salud. Tu hermano no me perdonaría si te devuelvo a casa con un resfriado.

El ligero énfasis de sus palabras, el ligero brillo de sus astutos ojos negros, les dijo que estaba decidida a enviarla a casa con algo más.

Simon se limitó a inclinar la cabeza en respuesta a su mensaje. Lady O refunfuñó y salió de la biblioteca, seguida del resto de las damas. Lady Calvin necesitó apoyarse en lady Glossup y la señora Buckstead para caminar.

—Vamos. —Cogió a Portia del brazo y la condujo hasta las puertas del otro extremo de la biblioteca, desde las que llegarían antes a la escalinata.

El señor Stokes los interceptó.

—Una cosa más: aún tengo que considerar la posibilidad de presentar cargos contra la señorita Calvin.

Tanto Portia como él miraron a Drusilla, que seguía sentada en el diván, sola. Tenía los ojos clavados en su hermano; este estaba inclinado hacia delante, con los brazos apoyados en las piernas y la vista clavada en sus manos.

Portia se estremeció y miró al señor Stokes.

—¡Los celos son algo horrible!

El señor Stokes, que enfrentó su mirada, asintió con la cabeza.

—No pretendía hacer daño a nadie. No me cabe duda de que ignoraba las tendencias homicidas de su hermano.

—No creo que sea necesario presentar cargos. —Portia levantó la cabeza—. Ya tiene bastante castigo con todo lo que ha confesado… No va a facilitarle la vida, ni mucho menos.

El investigador volvió a asentir antes de desviar la mirada hacia Simon.

Por su parte, él no se sentía tan dispuesto a mostrarse benévolo, pero comprendía que el origen de su reacción radicaba en el hecho de que había sido Portia la amenazada. Ella lo miró al ver que no decía nada… y fue entonces cuando supo que no le quedaba alternativa. Portia sería capaz de leer en él como un libro abierto si no controlaba sus impulsos. Asintió con un gesto brusco de cabeza.

—Nada de presentar cargos. No tiene sentido.

Portia esbozó una media sonrisa antes de concentrarse de nuevo en el señor Stokes.

Los tres se demoraron allí un momento, mirándose, aliviados, satisfechos. No había necesidad de expresar lo que sentían con palabras. El señor Stokes no pertenecía a su clase, pero habían forjado una especie de amistad. Y todos reconocían ese hecho.

Pasado un instante, el hombre carraspeó y apartó la mirada.

—Me marcharé con el señor Calvin al clarear el día. Es lo mejor. Así podrán retomar sus vidas lo antes posible. —Los miró de nuevo y les tendió la mano—. Gracias. Jamás lo habría atrapado sin su ayuda y la del señor Hastings. —Se dieron un apretón de manos—. Espero… —Se ruborizó, pero se obligó a continuar—. Espero que la charada no haya malogrado su relación.

Simon miró a Portia, quien, a su vez, sonrió al investigador.

—Las revelaciones fueron bastante interesantes… Creo que nos sobrepondremos. —Lo miró de soslayo.

Al sentirse expuesto, Simon intentó reprimir un gruñido y volvió a cogerla del brazo.

—Te espera un baño en tu habitación.

Tras intercambiar un último saludo, dejaron al señor Stokes en la biblioteca.

James y Charlie los esperaban en el vestíbulo.

—Gracias… a los dos —dijo James, con una sonrisa de oreja a oreja. Tomó a Portia de las manos—. Aún no sé toda la historia, pero aun así…, ¡ha sido usted muy valiente!

En esa ocasión, fue incapaz de contener el gruñido.

—¡Por el amor de Dios! ¡Sólo me faltaba que se le subiera a la cabeza! —exclamó.

James se echó a reír. Lo apartó de un codazo y reanudó la marcha hacia la planta superior.

—Ya nos pondremos al día luego —añadió James mientras ellos subían la escalinata.

Simon lo miró por encima del hombro.

—Mañana.

Y, con los dientes apretados, tiró de Portia.