Capítulo 16

A ninguno le gustó el plan.

Pero los tres lo aceptaron.

No se les ocurría nada mejor y estaba claro que tenían que hacer algo. Se sentían en la obligación de intentarlo al menos, de hacer cuanto estuviera en sus manos para que funcionara, por más espantoso que fuera el papel que se veían obligados a interpretar.

Portia no estaba segura de a quién le gustaba menos, si a Simon, a Charlie o a ella misma. La charada implicaba que pisotearan todos los conceptos por los que se regían, las ideas que conformaban sus personalidades.

Miró a Charlie, que paseaba por el jardín a su lado.

—Le advierto que no sé cómo coquetear.

—Limítese a fingir que soy Simon. Compórtese como lo haría con él.

—Solíamos discutir todo el tiempo. Ahora ya no lo hacemos.

—Me acuerdo… ¿Por qué dejaron de hacerlo? —Parecía verdaderamente perplejo.

—No lo sé. —Tras meditar un instante, añadió—: Tampoco creo que Simon lo sepa.

Charlie la miró y cuando ella se limitó a devolverle la mirada sin decir nada, frunció el ceño.

—Vamos a tener que pensar en algo… No tenemos tiempo para que practique. ¿Cree que podría…? Bueno, ¿cree que podría imitar a Kitty? Sería justicia poética, desde luego, que fueran sus artimañas las que nos permitieran atrapar a su asesino.

La idea tenía cierto atractivo, sí.

—Puedo intentarlo… Como si estuviéramos jugando a las charadas. Puedo fingir ser ella.

—Sí, eso mismo.

Lo miró a los ojos con una sonrisa. Una sonrisa deslumbrante. Como si acabara de encontrar una edición incunable de algún texto esotérico que llevara años buscando… Algo que sabía de antemano que iba a disfrutar muchísimo.

La repentina incomodidad que vio en los ojos de Charlie le arrancó una carcajada.

—¡Vamos! Sabe que es una farsa.

Con una sonrisa aún más genuina, se colgó de su brazo y se inclinó hacia él antes de echar un vistazo por encima del hombro… Hacia Simon, que estaba en la terraza y los miraba un tanto ceñudo.

La sonrisa amenazó con abandonarla, pero no tardó en armarse de valor y ensancharla, tras lo cual se concentró con renovadas fuerzas en Charlie. Sin quererlo, había actuado como debía, había actuado tal y como lo hubiera hecho Kitty. Sabía perfectamente la imagen que estarían dando a las demás personas que se sentaban en la terraza o que paseaban por allí para disfrutar del aire vespertino.

Charlie inspiró hondo y le dio unas palmaditas en la mano.

—Bueno, vamos allá… ¿Le he contado ya la historia de lord Carnegie y su pareja de tordos?

Charlie interpretó su papel a la perfección y le contó una historieta tras otra a cada cual más ridícula, lo que la ayudó en gran medida a reír y apoyarse en su brazo, aparentando ser una coqueta decidida a poner celoso a Simon, aunque sin llegar al nivel de Kitty.

Decidida a crear una desavenencia entre ellos.

El señor Stokes también había interpretado su papel y había ejercido su autoridad hasta donde realmente podía, de modo que contaban con dos días más para obligar al asesino a salir a la luz, ese día y el siguiente. Una vez que comunicó a los invitados que podrían marcharse en dos días, el ambiente se relajó un tanto. El asunto del macetero que cayó del antepecho acabó como un mero accidente gracias a la ayuda de lord Netherfield y lord Glossup.

No obstante, ninguno de esos dos caballeros conocían su plan; sólo ellos tres y el investigador estaban al corriente. Tal y como el señor Stokes había comentado con tanto acierto, cuantas menos personas estuvieran al tanto, más real parecería. Y el objetivo de dicho plan era hacer creer al asesino que, a la noche siguiente, Simon ya habría dejado de vigilarla.

—No me cabe duda de que el asesino preferirá encargarse de usted aquí si es posible —había dicho el señor Stokes—. Nuestro objetivo es proporcionarle una oportunidad creíble, demasiado buena como para dejarla escapar.

Le había dado la razón y por ese motivo allí estaba ella, coqueteando (o intentándolo, al menos) con Charlie.

—Vamos. —Con la sonrisa pintada en el rostro, lo arrastró hacia el camino que llevaba al templete—. Estoy segura de que Kitty le habría apartado del grupo de haber podido.

—Probablemente. —Charlie se dejó arrastrar.

Estaban a punto de enfilar el camino cuando Portia echó la vista atrás, en dirección a la alta figura que había en la terraza. Cuando desvió los ojos hacia Charlie, se encontró con una mirada muy astuta.

—Es una suerte que no puedan verla, porque se le olvida la charada en cuanto le pone los ojos encima. Va a tener que esforzarse si quiere hacerle creer a la gente que la… irritación mutua que se profesan Simon y usted ha desaparecido.

Intentó fulminarlo con la mirada; pero, cuando vio la expresión de sus ojos, se echó a reír y se colgó de su brazo.

—¡Pero qué tonto es!

Charlie resopló.

—Lo que usted diga, pero tampoco hace falta sobreactuar. Se supone que debe ser creíble.

Portia esbozó una sonrisa sincera. Levantó la barbilla y echó a andar por el sendero muy cerca de Charlie; tan cerca como si fuera del brazo de Simon.

En cuanto estuvieron a cubierto de las miradas de aquellos que estaban en la terraza, Charlie aprovechó el tiempo para contarle cómo incitar a los caballeros como él.

—Un buen truco es estar pendiente de cada palabra que diga… con los ojos bien abiertos. Como si estuviera hablando el mismísimo… —Gesticuló.

—¿Ovidio?

Charlie parpadeó, aturdido.

—La verdad es que estaba pensando en Byron o Shelley, pero si le gusta más Ovidio… —Frunció el ceño—. ¿Conoce Simon los gustos tan raros que tiene?

El comentario le arrancó una carcajada. Le dio un golpecito en el brazo como si estuvieran bromeando. Sin embargo, le lanzó una mirada furibunda. Cuando llegaron al templete, lo cogió de la mano y tiró de él escalones arriba.

—Vamos, quiero admirar el paisaje.

Caminaron sobre el suelo de mármol hasta llegar al extremo más alejado, desde donde contemplaron el distante valle.

Charlie estaba de pie justo detrás de ella, muy cerca. Pasado un instante, inclinó la cabeza para murmurarle al oído:

—¿Sabe? Nunca lo he entendido… Bien sabe Dios que es muy atractiva, pero… ¡Le pido por favor que no me saque los ojos después de esto! Pero es que… la idea de tomarme ciertas libertades con usted me da un miedo horroroso.

Portia volvió a reír con genuino entusiasmo. Miró por encima del hombro y se encontró con los ojos de Charlie, cuya expresión estaba a caballo entre la burla y la mortificación.

—No importa. Sin duda es culpa de Ovidio.

Escucharon pasos en el camino. Se giraron y se apartaron…, poniendo especial cuidado en aparecer un tanto culpables.

Simon acompañaba a Lucy Buckstead escalones arriba.

Portia se sintió reaccionar de inmediato, sintió que sus sentidos clamaban por Simon, centrándose en él como si fueran incapaces de percibir ninguna otra cosa cuando él estaba cerca. Charlie estaba mucho más cerca, pero no la afectaba de ese modo en absoluto. La mera presencia de Simon le había desbocado el corazón.

Al recordar el comentario de Charlie, compuso la expresión más desinteresada de la que fue capaz.

Lucy se dio cuenta y su sonrisa titubeó.

—¡Ay, lo siento! No queríamos interrumpir nada.

—Ni mucho menos —dijo Simon—. Aunque la discusión parecía fascinante. ¿De qué iba? —preguntó con evidente reprobación.

Ella respondió con una mirada de frío desdén.

—De Ovidio.

Simon torció el gesto.

—Debería haberlo sabido.

Le había proporcionado la oportunidad perfecta, consciente de que la aprovecharía. A pesar de saber que era una farsa, la mueca desdeñosa la hirió. Darle la espalda y cogerse del brazo de Charlie fue mucho más fácil de lo que había creído.

—Ya nos hemos cansado del paisaje. Les dejaremos solos para que ustedes lo disfruten.

Era evidente que la pobre Lucy estaba muy incómoda. Charlie, cuyo semblante había sido impasible aunque alerta durante la conversación, dejó escapar un largo suspiro cuando se pusieron en marcha de regreso a los jardines codo con codo. Clavó la vista al frente.

—No sé si puedo hacerlo.

—Tenemos que hacerlo. La alternativa es impensable —replicó ella, dándole un apretón en el brazo.

Llegaron al prado y desde allí se encaminaron hacia la terraza para reunirse con el resto de los invitados. Y continuaron su charada a lo largo de todo el día.

Tras haber dado ese primer paso, Portia hizo de tripas corazón y se obligó a tratar a Simon no sólo como solía hacer antes de la fiesta campestre, sino con muchísima más frialdad, con muchísimo más desdén. No fue fácil. No podía mirarlo a los ojos, de modo que mantuvo la mirada clavada en sus labios, fruncidos en una mueca muy cercana al desprecio.

La actitud de Simon (la frialdad que demostraba, la evidente desaprobación) la ayudó, pero también le hizo muchísimo daño.

A pesar de saber que era una farsa, estaban inmersos en ese mundo irreal. Y, en dicho mundo, su comportamiento no sólo los amenazaba a ambos, sino también a lo que había entre ellos.

Reaccionó ante esa amenaza, por ilusoria que fuera. Se le hizo un nudo en el pecho que se convirtió en un dolorcillo de lo más real. Cuando cayó la noche y todo el mundo se retiró a sus habitaciones, sentía que las defensas que la protegían del mundo exterior se estaban desmoronando a pasos agigantados.

Sin embargo, todos los invitados habían sido testigos; y, a juzgar por sus expresiones y sus gestos reprobatorios, se habían tragado la representación.

Eso, se aseguró mientras daba vueltas en el catre delante de la chimenea del dormitorio de lady O, era lo único que importaba.

Incluso lady O la había mirado con desaprobación; aunque no hizo comentario alguno, como si fuera demasiado lista como para dejarse engañar. Se limitó a observarla con esa perspicaz mirada suya.

En esos momentos roncaba en su cama.

Los relojes de la casa marcaron la hora. Las doce. Medianoche. Sin duda, el resto de los habitantes estaban acurrucados en sus camas, durmiendo plácidamente. Giró para ponerse de espaldas en el colchón y cerró los ojos, intentando imitarlos.

No podía. Era incapaz de aplacar el torbellino de emociones que la consumía.

Era irracional, emocional, pero muy, muy real.

Inspiró hondo y sintió cómo se le atascaba el aire en la garganta. Le dolía el pecho, y así había sido desde la escena del templete.

Contuvo un juramento y apartó las mantas para levantarse. Ya tenía preparado el vestido para el día siguiente y se lo puso en ese momento; se lo abrochó como pudo para disimular en caso de encontrarse con alguien, se puso los escarpines, se metió las medias en el bolsillo y, tras echarle un último vistazo a lady O, salió a hurtadillas de la habitación.

De pie junto a la ventana, en mangas de camisa y con una copa de brandy en la mano, Simon contemplaba el jardín mientras intentaba no pensar. Intentaba calmar el torbellino de sus pensamientos. Intentaba hacer caso omiso del depredador que llevaba dentro, y de sus miedos. Eran miedos infundados, lo sabía; aun así…

La puerta se abrió. Cuando se giró para ver quién era, se encontró con Portia, que cerró la puerta en silencio tras ella.

La vio erguir los hombros y clavar la mirada en él. Lo estudió un instante en la penumbra antes de atravesar la estancia. Se detuvo a unos pasos, intentando descifrar su expresión.

—No esperaba que estuvieras despierto.

La miró a la cara y presintió más que vio la súbita inseguridad que la consumía.

—No te esperaba… No creí que vinieras.

Titubeó apenas un momento; después, dejó la copa en el alféizar y extendió los brazos hacia ella… en el mismo instante en que Portia acortaba la distancia que los separaba.

La abrazó con fuerza y ella le rodeó el cuello con los brazos cuando sus labios se encontraron; un instante antes de que sus bocas se devoraran y sus cuerpos se amoldaran el uno al otro. Durante un largo minuto, ambos se entregaron al beso; era su salvación en un mundo súbitamente peligroso.

Portia suspiró cuando el beso terminó y él se separó un poco. Apoyó la cabeza en su hombro.

—Es horroroso… Espantoso. ¿Cómo lo hacía Kitty? Aunque sea una charada… —Se estremeció y levantó la cabeza para mirarlo a la cara—. Me revuelve el estómago.

El comentario le arrancó una carcajada seca y desabrida.

—A mi estómago tampoco le sienta muy bien nuestro pequeño drama.

Su cercanía física lo consolaba como ninguna otra cosa podría hacerlo: ese cuerpo esbelto y voluptuoso, cálido y vibrante entre sus brazos; sus pechos apretados contra el torso; la presión de su vientre contra su erección… Su entrega era tan palpable, estaba tan claro que era suya, que el depredador que llevaba dentro se relajó y comenzó a ronronear.

Le acarició la espalda y sonrió ante la rapidez de su respuesta.

—Será mejor que nos acostemos —le dijo.

—Humm… —Portia le devolvió la sonrisa y se puso de puntillas para besarlo—. Será lo mejor… Es la única manera de que durmamos un poco.

El comentario le arrancó una carcajada y comenzó a sentirse mejor. La opresión que había sentido durante todo el día se evaporó y por fin lo dejó libre para respirar, vivir y amar nuevo.

Libre para amar a Portia.

Dejó que lo llevara de la mano a la cama, la dejó establecer las reglas que quisiera. Le dio todo lo que deseaba y mucho más, aunque ignoraba si ella se había dado cuenta o no.

Si había averiguado, o deducido, que la amaba.

Ya no le importaba si lo sabía o no. Lo que sentía estaba allí sin más; era demasiado real, demasiado fuerte, y estaba demasiado enraizado en su ser como para negarlo.

En cuanto a ella… no estaría allí esa noche, no se entregaría a él en cuerpo y alma como lo estaba haciendo si no sintiera lo mismo en el fondo de su corazón. Volvió a preguntarse si sería consciente de la verdad que transmitían sus actos; y si estaría preparada para admitirla.

Él, desde luego, estaba preparado para ser paciente.

Desnudo y tendido de espaldas en la cama, la contempló mientras ella le hacía el amor, mientras utilizaba su cuerpo para acariciarlo y disfrutaba abiertamente de cada minuto del encuentro. Le tomó los pechos entre las manos y la instó a inclinarse para darse un festín con los labios. Cuando sintió que llegaba al clímax volvió a incorporarla a fin de observarla, convencido de que jamás había visto una imagen más maravillosa en toda su vida.

Sólo había una cosa mejor: cuando se desplomaba totalmente saciada y él giraba con ella en brazos para aprisionarla bajo su cuerpo antes de hundirse en ella hasta el fondo. En ese ardiente y húmedo cuerpo que se cerraba en torno a su miembro y comenzaba a moverse al compás de sus envites cada vez más rápidos y desenfrenados.

Y en un abrir y cerrar de ojos llegaron adónde querían llegar, a ese pináculo que había sido su meta.

El éxtasis los inundó, el placer los abrumó, nublándoles el sentido y dejando a su paso el acompasado latir de sus corazones.

Yacieron abrazados en un halo de calidez y durmieron plácidamente.

La separación fue difícil. Para ambos. Intentaron desentenderse de ese vínculo que los había unido mucho más de lo que habían previsto; un vínculo más valioso de lo que jamás creyeron posible.

Cuando Portia se marchó justo después del alba, sola después de una discusión entre murmullos que ella había ganado, permaneció sentado en la cama, rememorando las horas pasadas y meditando sobre lo que habían significado, tanto para él como para ella.

El tictac del reloj de la chimenea marcaba el paso del tiempo. Cuando dieron las siete, suspiró. Con bastante renuencia y total deliberación, se guardó sus pensamientos en lo más hondo de su mente, donde estarían a salvo de todo lo que se verían obligados a decir. Porque estaban obligados a interpretar una obra.

Apartó las mantas y se levantó para vestirse.

Charlie ya se encontraba en el comedor matinal cuando él entró. También estaban allí Henry, James y su padre. Intercambió los saludos de rigor y desvió la vista hacia Charlie cuando se sentó junto a James.

Lucy Buckstead fue la siguiente en llegar y, a continuación, apareció Portia. Alegre y radiante. Sus sonrisas estuvieron dirigidas casi en exclusiva a Charlie.

A él no le prestó atención.

Se sentó junto a Charlie y al punto entabló una animada conversación con él sobre conocidos comunes de la ciudad.

Mientras los observaba con expresión dura e implacable, Simon se reclinó en su silla.

James lo miró antes de desviar la vista hacia la pareja. Tras un momento, carraspeó y le preguntó por sus caballos.

Estaban teniendo éxito, pero era el último día, de manera que debían aprovechar bien el tiempo. Durante toda la mañana, las pullas entre ellos se fueron afilando y la tirantez fue alcanzando cotas insospechadas.

James intentó alejar a Charlie; los tres comprendieron y agradecieron el gesto. Lamentablemente, no podían consentirlo.

Al percatarse de lo difícil que les resultaría a Charlie y a Simon rechazar la ayuda de su amigo, Portia levantó la barbilla en gesto altanero y lo desairó. En su fuero interno le pedía disculpas y rogaba que su charada diera frutos, para poder explicárselo todo después.

Cualquiera habría dicho que lo había abofeteado. Con expresión pétrea, James inclinó la cabeza y se marchó.

Los tres intercambiaron una mirada fugaz antes de tomar aire y continuar con la farsa.

Cada vez era más doloroso. Cuando llegó la hora del almuerzo, se sentía físicamente mal. Tenía los primeros síntomas de un dolor de cabeza, pero se negó a abandonar.

El señor Stokes no se dejaba ver. En todos los aspectos, era el día perfecto para llevar a cabo su plan. Debido a la muerte de Kitty, nadie esperaba que hubiera entretenimientos, ni siquiera un paseo a caballo ni una partida de cartas. Todos los invitados eran espectadores de excepción de su drama. Si representaban bien sus papeles, no había razón para creer que su plan fallara.

Se sentó de nuevo junto a Charlie, buscó su atención con una chispeante alegría y lo recompensó con su mejor sonrisa cuando la obtuvo.

Desde el otro extremo de la mesa, Simon, que guardaba silencio, los estaba observando con un creciente malhumor.

Ese aire de reacción reprimida, de insatisfacción contenida, tiñó el ambiente de la casa y resultó contagioso para todos los demás. Cuando soltó una carcajada ante una broma de Charlie, lady O abrió la boca…, sólo para volver a cerrarla. Después, clavó la vista en su plato y jugueteó con la comida. Cuando alzó la cabeza, la miró con expresión furibunda, pero no llegó a decir nada.

Tras dejar escapar el aire que había estado reteniendo, Portia buscó los ojos de Charlie, le hizo un gesto sutil y ambos continuaron.

Cuando el almuerzo llegó a su fin, sufría un palpitante dolor de cabeza. Lord Netherfield se levantó de golpe, atravesó a Charlie con una mirada muy seria y le pidió hablar a solas.

Charlie la miró, espantado. No habían previsto ninguna intervención externa, de modo que carecían de un plan de contingencia para ese caso.

Ella esbozó una sonrisa aún más deslumbrante.

—Ay, cuánto lo siento, pero el señor Hastings iba a acompañarme a dar un paseo por los jardines. —Se colgó del brazo de Charlie, odiando con todas sus fuerzas el papel que estaba interpretando.

Lord Netherfield la miró con expresión reprobatoria.

—Estoy seguro de que encontrará a otra persona que pueda acompañarla… ¿Tal vez una de las otras jóvenes?

Charlie le apretó el brazo.

Y a Portia le pareció que su sonrisa se torcía cuando replicó:

—Bueno, la verdad es que son bastante… jóvenes, ya me entiende usted…

Lord Netherfield parpadeó. Antes de que pudiera responder, lady O apareció de la nada y le dio un golpecito en el costado.

—Deja que se vayan. —Su voz era cortante y muy baja, cosa de lo más inusual—. Utiliza esa cabeza que Dios te ha dado, Granny. Están tramando algo. —Esos ojos negros se entrecerraron con un brillo complacido—. Están jugando con fuego; pero si eso es lo que hace falta, lo menos que podemos hacer es dejar que lo intenten sin complicarles las cosas.

—¡Caramba! —Por el rostro de lord Netherfield pasaron un sinfín de emociones…, como si se estuviera esforzando por encontrar la expresión adecuada mientras su mente asimilaba las palabras de lady O. Parpadeó—. Comprendo.

—Estupendo. —La anciana le dio unos golpecitos en el brazo—. Ofréceme tu brazo y acompáñame a la terraza. En fin, un par de cojos tomados del brazo, menuda pareja… Pero así dejaremos vía libre a los jóvenes —dijo con su habitual mirada maliciosa— y podremos ver qué resulta de todo esto.

Portia y Charlie se quedaron rezagados. Con una intensa sensación de alivio, dejaron que la pareja de ancianos los precediera hacia la terraza, conscientes de que Simon había presenciado el interludio desde el otro extremo de la estancia. A pesar de la distancia habían sentido parte de la tensión que se apoderó de él. Tras intercambiar una mirada, bajaron los escalones de acceso al jardín.

Pasearon sin rumbo fijo, pero no tardó en quedar patente que Charlie comenzaba a flaquear. Cuando respondió a una de sus bromas con un comentario anodino, se colgó de su brazo y se pegó aún más a él, consciente de que a pesar de la cercanía no había nada entre ellos salvo una creciente amistad y la confianza que nacía de un objetivo común. Con suerte, eso les bastaría para dar la apariencia de intimidad que necesitaba su charada. Siempre y cuando ninguno de los dos metiera la pata, claro…

Se inclinó hacia él y le murmuró:

—Vayamos al lago. Si no hay nadie por allí, podremos escondernos en el pinar y descansar un rato. Después de todo el esfuerzo que nos está costando, sería imperdonable que diéramos un paso en falso y lo echáramos todo a perder.

Charlie se enderezó.

—Buena idea. —Se encaminó hacia el sendero del lago. Se encogió de hombros de forma muy sutil—. Simon nos está observando… Lo presiento.

Portia lo miró. No lo había tomado por un hombre especialmente perceptivo.

—He supuesto que nos seguiría.

—Creo que podemos darlo por hecho.

El sombrío comentario de Charlie hizo que lo mirara con detenimiento. Y se diera cuenta de que…

—Esto le gusta tanto como a nosotros…

La mirada que le lanzó, con total tranquilidad ya que estaban a salvo de las miradas de los demás, fue cuanto menos hosca.

—Sé que puedo afirmar sin temor a equivocarme que esto me gusta bastante menos que a ustedes, y eso que los dos odian esta farsa.

Portia mantuvo una expresión ceñuda mientras caminaban por el estrecho sendero que llevaba al lago.

—¿No puede tratarme como a una de las mujeres casadas con las que de vez en cuando se relaciona?

—Es que ese es el problema. Para mí es como si estuviera casada, con la diferencia de que es la esposa de Simon. Y créame que es una diferencia enorme. No me agrada la idea de que me descuarticen miembro a miembro… Tengo por norma evitar a los maridos celosos.

—Pero Simon no es mi marido.

—¿De veras? —Charlie enarcó las cejas—. Cualquiera lo diría a juzgar por su comportamiento… O por el de usted, ya que estamos. Y créame cuando le digo que soy un experto en la materia. —Bajó la vista al suelo y ella aprovechó para sonreír. Tras una pausa, continuó—: De hecho, creo que esa es la única razón por la que este plan puede funcionar. —Alzó la vista y frunció el ceño.

Dada la distancia que los separaba de la casa y a sabiendas de que estaban totalmente a solas en el prado, era bastante seguro hablar sin tapujos.

—¿De verdad cree que está funcionando?

Charlie le sonrió y le apartó de la cara un mechón de cabello que el viento le había descolocado; no debían olvidarse de mantener las apariencias.

—Henry estaba descompuesto… sólo de vernos. James se ha quitado de en medio después de lo de esta mañana, pero ha seguido observándonos. Desmond… Bueno, no habla mucho, pero con Winifred fuera de escena, ha tenido tiempo de sobra y desde luego que no deja de fruncir el ceño cada vez que nos mira.

—¿Fruncir el ceño? ¿No nos observa sin más?

—No, frunce el ceño —le aseguró Charlie—. Pero no tengo ni idea de lo que significa. No lo conozco muy bien.

—¿Y Ambrose?

Charlie torció el gesto.

—Se ha dado cuenta, sí, pero tampoco parece que nos haya estado prestando mucha atención. Es el único que ha conseguido algo en los últimos días. Ha estado aprovechando el tiempo para convencer al señor Buckstead de que apoye su candidatura. También al señor Archer, aunque el pobre no está para esas cosas.

Cuando llegaron al camino del lago, aminoraron el paso; después, una vez que estuvieron al amparo del pinar, le apretó el brazo a Charlie.

—Mire hacia atrás y dígame si ve a alguien.

Charlie se giró y observó los senderos que llevaban a la casa.

—Nadie, ni un alma. Ni siquiera Simon.

—Bien, vamos. —Se recogió las faldas y se internó por un camino secundario; Charlie la siguió de cerca—. Nos encontrará.

Y lo hizo, pero no antes de experimentar un momento de pánico absoluto. Había pensado que se dirigirían al mirador. Así que cuando llegó allí y lo encontró desierto…

Mientras deambulaba por el pinar, atisbó el vestido azul de Portia entre los árboles un poco más adelante. El nudo que tenía en el pecho se deshizo al punto. Inspiró hondo, mucho más relajado, y continuó su camino, aplastando a su paso las agujas secas de los pinos.

Lo que sintió al llegar al mirador y ver los sillones y el sofá vacíos… Apretó los dientes y se desentendió del recuerdo. Jamás había sido consciente de sentir celos, pero la corrosiva emoción que lo había atravesado… no podía ser ninguna otra cosa.

No. Estaba claro que no iba a ser fácil tenerlo como marido; tenía que admitir que Portia estaba en lo cierto en su afán de meditar el asunto antes de aceptar. Tenía la impresión de que lo conocía muchísimo mejor de lo que se conocía él mismo, sobre todo en lo referente a los aspectos más emocionales de su hipotético matrimonio, de su futura unión.

Se habían detenido en un claro. Charlie estaba recostado contra el tronco de un árbol y Portia en otro, frente a él, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados.

Salió al claro, se detuvo en el centro y los fulminó a ambos con la mirada.

—¿Qué diantres estáis haciendo? —preguntó en voz baja y controlada.

Portia abrió un ojo y lo miró.

—Descansando. —Volvió a cerrar el ojo y se enderezó un poco—. Charlie estaba exhausto y a punto de cometer un desliz. Igual que yo. Necesitábamos un respiro.

La respuesta le hizo fruncir el ceño.

—¿Por qué aquí?

Portia suspiró, giró la cabeza y abrió los ojos. Lo recorrió con la mirada de pies a cabeza.

—Las agujas de los pinos. Te escuchamos llegar hace siglos. Nadie puede acercarse sin que nos demos cuenta.

Charlie se apartó del árbol.

—Ahora que estás despierta, ¿te importaría sentarte? —Con una reverencia exagerada, le indicó la pequeña elevación del terreno que había en uno de los bordes del claro. Al ver que ella lo miraba sin más, añadió con mordacidad—: Para que nosotros podamos hacer lo mismo.

Simon miró a Portia y, al ver la expresión atónita de su rostro, sonrió por primera vez desde que se separaran esa mañana. La cogió de la mano y la arrastró hasta el lugar.

—No está acostumbrada a que traten su delicada sensibilidad con tanto tiento. De hecho… —dijo y la miró a los ojos mientras la hacía girarse—. De hecho, no creo que lo apruebe.

Vio cómo su mirada se tornaba furibunda y atisbó a la antigua Portia. Levantó la barbilla y resopló, pero se sentó.

Ellos también lo hicieron, uno a cada lado, encantados de estar sentados sobre la hierba.

El tiempo fue pasando mientras ellos descansaban en relajado silencio, con la mirada perdida en los árboles y dejando que la paz del lugar los calmara. La absorbieron como si fuera una poción mágica que les diera fuerzas para lo que aún estaba por llegar.

El sol estaba ya poniéndose cuando Simon se movió. Charlie y Portia lo miraron.

Vio la falta de entusiasmo en sus rostros, pero también su resolución.

—Será mejor que ensayemos el último acto —dijo, torciendo el gesto.

El telón se alzó en el salón antes de la cena. Portia llegó tarde, mucho después que el resto de los invitados. Hizo una gran entrada ataviada con el vestido de seda verde oscuro. Se detuvo en el vano de la puerta y, con la cabeza en alto, contempló a los reunidos.

Su mirada se posó sobre Simon; una mirada fría y desdeñosa, teñida de una innegable furia. Brillaba con algo parecido a la burla. Acto seguido, sus ojos se desviaron hacia Charlie… y su frialdad se disolvió con una sonrisa.

Sin hacer caso de Simon ni de los demás, se acercó a él.

Charlie le devolvió la sonrisa, no sin antes echarle un rápido vistazo a Simon. De todos modos, le ofreció el brazo mientras ella se acercaba y logró transmitir a la concurrencia la impresión de que se estaba pensando mejor la idea de seguir el obvio juego, gracias al sutil cambio de postura cuando ella llegó a su lado (como si quisiera apartarse un poco de los presentes para obtener más privacidad) y a la ligera incomodidad que traslucieron sus acciones.

El obvio juego no era otro que el de herir a Simon. Aunque nadie sabía con certeza si dicho ataque estaba destinado a ponerlo celoso o a castigarlo por algún tipo de transgresión u omisión. De todos modos, a nadie se le escapaban sus intenciones.

Rio a carcajadas, lo aduló y lo mantuvo hechizado con su mirada. Flirteó con todas sus ganas. Simon y Charlie habían pasado una hora entera enseñándole trucos. Puesto que reconocía la experiencia de ambos en la materia, siguió sus instrucciones al pie de la letra.

Le parecía que estaba mal, y aun así… los dos habían insistido en que continuara con la charada.

Mientras charlaba con vivacidad, sonriendo a Desmond, que se había acercado a ella y a Ambrose, que se unió al grupo más tarde, no se separó ni un instante de Charlie, a quien tenía cogido del brazo.

Simon estaba al otro lado del salón con Lucy, Drusilla y James, aunque sus ojos apenas si se apartaban de ella. Su expresión sólo podía tildarse de tormentosa.

Su temperamento era terrible y se percibía nada más conocerlo; no era necesario que lo demostrara. En ese momento, lo estaba controlando a sabiendas; y era como un ente con vida propia que crecía y se expandía mientras los observaba.

Winifred se acercó a ellos.

—Dígame, señorita Ashford, ¿regresará mañana a casa de su hermano?

Era sin duda el comentario más mordaz que Winifred haría acerca de esa conducta tan inapropiada. Portia se disculpó con ella en silencio mientras ensanchaba la sonrisa.

—La verdad es que… —comenzó, mirando a Charlie con una ceja levemente arqueada antes de volver a concentrarse en Winifred—. Bueno, tal vez me vaya a Londres unos días. Le echaré un vistazo a la casa de la ciudad y atenderé otros asuntos. Por supuesto —prosiguió, dejando bien claro que sus claras expectativas desmentían lo que iba a decir—, hay tan pocos entretenimientos en julio que sin duda me aburriré soberanamente… —Miró de nuevo a Charlie—. Usted también va a regresar a la ciudad, ¿verdad?

Las implicaciones de la pregunta eran evidentes. Winifred estaba tan anonadada que dejó escapar un jadeo y compuso una expresión desencantada. Desmond arqueó una ceja en sutil desaprobación. Ambrose se aburría sin más.

—Milady, la cena está servida.

Portia jamás había estado tan agradecida de escuchar esas palabras. A saber lo que los demás habrían dicho si el momento se hubiera alargado… A saber qué habría replicado Charlie y lo que ella se habría visto forzada a añadir en respuesta… Benditos fuesen los mayordomos, pensó.

Desmond le ofreció el brazo a Winifred, que lo miró durante un instante antes de alzar la vista hasta sus ojos y decidir de repente que aceptaba su compañía hasta el comedor. Portia los siguió del brazo de Charlie. Su mirada se posó sobre la pareja que los precedía mientras rezaba para que no fuera Desmond el asesino y Charlie se vio obligado a darle un apretón en los dedos para que recordara que debía interpretar su papel.

Aprovechó esa distracción para su causa. Cuando estuvieron en el comedor, miró a Charlie de reojo con expresión elocuente y traviesa.

—Es demasiado exigente.

La sonrisa que acompañó a esas palabras fue una clara invitación a que exigiera cuanto quisiese; cosa que comprendió la mayor parte de los invitados que se sentaban a la mesa.

Las Hammond habían recuperado parte de su habitual jovialidad; con la cercanía de su partida y ya olvidado el incidente del macetero, volvieron a reír y bromear con Oswald y Swanston. Un entretenimiento tan inocente que ponía aún más en evidencia su propio comportamiento.

Agradeció a lady Glossup que hubiera separado a las partes en conflicto, de modo que las oportunidades de escenas violentas quedaran reducidas al mínimo. Ella estaba sentada cerca de uno de los extremos de la mesa; Simon estaba en el centro del lado opuesto y Charlie estaba en el mismo lado que ella, pero tan lejos que ni siquiera podían intercambiar una mirada.

Con total tranquilidad y haciendo caso omiso de las miradas sombrías que le lanzaba Simon, se dispuso a entretener a las personas que tenía a cada lado, el señor Archer y el señor Buckstead, dos de los caballeros que no se daban cuenta de lo que estaba pasando.

Cuando las damas se levantaron, abandonó el salón con expresión relajada y contenta. Sin embargo, cuando llegó a la altura de Simon, que ya estaba de pie al igual que el resto de los caballeros, enfrentó su mirada con beligerancia y frialdad. La sostuvo. Con la misma deliberación, acarició con las yemas de los dedos los hombros de Charlie y le alborotó el pelo que le caía sobre la nuca cuando pasó tras él, tras lo cual correspondió a la expresión asesina de Simon con una sonrisa y salió del comedor con la cabeza en alto y paso vivo.

Fueron muy pocos los que no se percataron del intercambio.

Lady O entrecerró los ojos, pero no dijo nada. Se limitó a observar.

Las otras damas mayores la censuraron abiertamente, aunque poco podían hacer dadas las circunstancias. Flirtear, incluso de esa manera, jamás había sido un crimen para la alta sociedad. Sólo el recuerdo de Kitty hacía que su comportamiento les resultara peligroso.

De todos modos, no les dio más motivos para reprochar su conducta; se comportó con toda la normalidad de la que fue capaz, con su habitual elegancia, mientras esperaban a que los caballeros se reunieran con ellas. Esa noche, la última de la fiesta campestre, sería imperdonable que no aparecieran en el salón. Así que no tardarían mucho… y todos presenciarían la escena final.

A medida que fueron pasando los minutos, su nerviosismo aumentó. Intentó no pensar en lo que estaba a punto de suceder; sin embargo se le estaba formando un horrible nudo en el estómago.

A la postre, las puertas se abrieron y dejaron paso a los caballeros. Lord Glossup, con Henry a su lado, encabezaba la marcha. Simon era el siguiente, junto a James; sus ojos recorrieron a las damas hasta dar con ella.

Tal y como habían dispuesto, Charlie apareció un par de pasos detrás de él.

Ella lo miró abiertamente y dejó que su rostro reflejara un intenso placer al verlo. Mostrando una sonrisa deslumbrante, se alejó del diván y cruzó la estancia en dirección a él.

Simon se interpuso en su camino. La aferró por el codo y la obligó a mirarlo.

—Si me concedes unos minutos de tu tiempo…

Ni una pregunta ni una petición.

Portia reaccionó y su expresión se tensó. Intentó soltarse… y compuso una mueca de dolor cuando él la aferró con más fuerza, clavándole los dedos en el brazo. Levantó la cabeza y lo miró a los ojos… de forma tan beligerante, tan desafiante como requería el papel.

—Creo que no.

En ese momento la sintió físicamente. Sintió que la furia de Simon se desataba y caía sobre ella.

—¿En serio? —Hablaba con voz tranquila, pero su furia giraba descontrolada en torno a ellos—. Pues yo creo que vas a darte cuenta de que estás en un error.

Aunque conocía el libreto al que se ceñían, aunque sabía lo que iba a hacer Simon a continuación, se quedó estupefacta cuando la obligó a volverse hacia las ventanas y, con el brazo bien sujeto, tiró de ella para sacarla a la terraza.

Casi a rastras.

Se vio obligada a seguirlo antes de que acabara por tirar de ella sin disimulos. O tropezara y cayera al suelo. Jamás en su vida la habían obligado a hacer nada; la sensación de impotencia bastó para que su temperamento estallara. Sintió que le ardían las mejillas.

Simon abrió las puertas y la sacó a la terraza; después, tiró de ella sin muchos miramientos hasta alejarse del salón.

Aunque no tanto como para que no pudieran oírlos.

Habían acordado que una vez que empezaran no podían permitirse cambiar de idea y alejarse del libreto que habían escrito.

A la postre, Portia consiguió reunir el aire suficiente para hablar.

—¿¡Cómo te atreves!? —Una vez que estuvieron fuera de la vista de los demás, se detuvo y comenzó a forcejear.

Simon la soltó, no sin antes demostrar una fugaz indecisión… que sólo duró lo que tardó en relajar los dedos.

Lo enfrentó echando chispas por los ojos, estudió su mirada… y comprendió que estaba tan cerca de perder el control como ella misma.

—No te atrevas a mangonearme. —Retrocedió un paso… y recordó su libreto. Levantó la barbilla—. No soy tuya para que me des órdenes. No te pertenezco.

No habría creído posible que la expresión de Simon se endureciera más, pero así fue.

Dio un paso hacia ella, acortando la distancia que los separaba. La miraba con los ojos entrecerrados y con una expresión tan hosca y fría que sintió que se le helaba el alma.

—Y yo ¿qué? —La furia reprimida de su voz le provocó un estremecimiento—. ¿Soy un juguete con el que puedes divertirte un tiempo para tirarlo después? ¿Soy un perrito al que regalarle tus favores y del que te deshaces con una patada cuando te aburres?

Al mirarlo a los ojos, su determinación flaqueó. Se le encogió el corazón al darse cuenta de que Simon estaba contándole sus verdaderos miedos; al darse cuenta de que, para él, esa charada reflejaba una realidad ante la que se sentía muy vulnerable…

El impulso, o más bien la necesidad, de tranquilizarlo estuvo a punto de destrozarla. Echó mano de toda su fuerza de voluntad para enfrentar su mirada, erguirse hasta un punto casi doloroso y replicarle con desdén:

—No es culpa mía que hayas malinterpretado las cosas, ni que tu inflado ego masculino sea incapaz de aceptar que no he caído rendida a tus pies. —Alzó la voz, y dejó que sonara desdeñosa y desafiante—. Jamás te he prometido nada.

—¡Ja! —Simon replicó con tono desabrido y evidente sarcasmo—. Tú y tus promesas… —La miró y dejó que sus ojos la recorrieran con insolencia de pies a cabeza. Una mueca desdeñosa asomó a sus labios—. No eres más que una zorra calientapollas.

Portia lo fulminó con la mirada antes de abofetearlo.

Aunque esa había sido su intención, la reacción de Portia le resultó dolorosa e inesperada.

—Y tú no eres más que un idiota insensible. —La voz le temblaba a causa de la pasión contenida y se vio obligada a tomar una profunda bocanada de aire—. ¡No sé qué vi en ti! ¡Ni siquiera puedo creer que haya perdido el tiempo contigo! No quiero volverte a ver ni a hablar contigo en…

—Me encantará no volver a hablar contigo en la vida.

Portia sostuvo su mirada. Sus apasionados temperamentos restallaban en torno a ellos, adornando la escena, pero sin arrastrarlos. De todos modos, aunque estaban actuando…

La vio inspirar hondo con dificultad y enderezar los hombros, tras lo cual le lanzó una mirada arrogante.

—No tengo nada más que decirte. No quiero volver a verte en la vida. ¡En la vida!

Simon apretó los dientes.

—Te prometo de corazón que no me verás. —Masculló antes de añadir—: ¿Me devolverás el favor?

—Será un verdadero placer. ¡Adiós!

Portia giró sobre los talones y bajó a toda prisa los escalones de la terraza. Sus rápidas pisadas eran indicio más que suficiente del estado en el que se encontraba.

Simon aguantó la respiración mientras luchaba denodadamente contra el impulso de seguirla. Sabía que la luna proyectaba su sombra sobre las baldosas de la terraza y que cualquiera que estuviera observando desde el salón se daría cuenta de que se había marchado sola. De que él no la había seguido.

Observó desde la distancia cómo llegaba al prado y enfilaba el camino del lago.

En ese instante se giró y atravesó la terraza, pasando por delante de las puertas que daban al salón (que seguían entreabiertas tal y como él las había dejado). Sin mirar a su alrededor, echó a andar hacia los establos.

Suplicando durante todo el camino que le diera tiempo a llegar hasta ella antes de que lo hiciera el asesino.