NO les sirvió de mucho. Los comensales que se reunieron en torno a la mesa del desayuno estaban tan nerviosos (unos se sobresaltaban por el menor ruido y otros estaban sumidos en sus pensamientos) que les resultó imposible distinguir una reacción significativa a la presencia de Portia.
Todos estaban muy pálidos. Muchos parecían exhaustos, como si no hubieran dormido bien.
—Si juzgáramos por las apariencias, se podría tachar de sospechosa a la mitad de los invitados —murmuró Simon mientras caminaba con Portia por la terraza en dirección al prado, después de abandonar el comedor matinal.
—Creo que flota cierta sensación de culpabilidad en el ambiente. —Muchas de las damas de más edad habían abandonado por ese día la costumbre de desayunar en sus aposentos y se habían unido al resto del grupo en el comedor—. Si hubieran intentado hablar con ella para entenderla, en lugar de darle la espalda e intentar controlarla cuando vieron que pasar por alto sus transgresiones era inútil… No parecía tener amigos, ni siquiera un confidente. Nadie que pudiera aconsejarla. De haber contado con esa persona, tal vez alguien sabría por qué la han asesinado. O tal vez ni siquiera estaría muerta.
Simon enarcó las cejas, pero no hizo comentario alguno. Tanto en su familia como en la de Portia todas las mujeres estaban rodeadas de otras de gran carácter desde la más tierna infancia. Le costaba trabajo pensar que la vida fuera de otra manera.
Se encaminaron hacia el lago de tácito acuerdo. La vista era fresca y relajante. Reconfortante. Plácida.
—Las damas parecen ser de la opinión de que ha sido alguien ajeno a la propiedad, por lo que supongo que se refieren a los gitanos. —La miró de soslayo—. ¿Sabes si alguna de ellas tiene una razón sólida para sospechar de Arturo o de Dennis?
Portia negó con la cabeza.
—Lo piensan porque es la opción más segura para todos. La posibilidad de que el asesino sea un conocido, alguien con quien han compartido los últimos días…, les resulta aterradora.
Quiso preguntarle si ella tenía miedo, pero se mordió la lengua cuando la miró por el rabillo del ojo. Era demasiado inteligente como para no tenerlo. Aunque prefiriera mantenerla alejada del miedo, no podía impedir que viera cosas, las analizara y sacara sus propias conclusiones.
Aceptó de mala gana que entre ellos siempre sería así. Si tenía que tratar con ella tal y como era, eso no cambiaría. Tal vez se amoldara un poquito a sus deseos, pero sería él quien tendría que realizar el cambio más radical. Tendría que amoldar su forma de pensar y modificar sus reacciones si quería tener la opción de llevarla al altar.
—¡Esto no tiene sentido! —Habían llegado frente al mirador. Portia abandonó el camino y echó a andar hacia los escalones. Se agarró las faldas mientras daba media vuelta para sentarse en uno de ellos.
Mientras la observaba allí sentada, bañada por el sol, se preguntó si todavía tendría frío y se sentó a su lado, lo bastante cerca como para que se apoyara en él si lo deseaba.
Con los codos sobre las rodillas y la barbilla apoyada en las manos, Portia contemplaba el lago con semblante ceñudo.
—¿Cuál de los hombres podría haber matado a Kitty?
—Ya oíste lo que dijo Willoughby. Aparte de Charlie, que estaba con lady O, y de mí, cualquiera de ellos. —Un momento después, añadió—: Por lo que sabemos, también pudo ser cualquiera de las damas.
Portia giró la cabeza para mirarlo.
—¿Winifred?
—¿Drusilla? —apuntó él.
Ella hizo un mohín.
—Kitty era demasiado baja, podría haber sido cualquiera de ellas.
—O cualquiera de las otras. ¿Cómo vamos a descartarlas? —Apoyó el codo en el escalón que tenía a la espalda y se echó hacia atrás mientras ladeaba un poco el cuerpo para poder mirarla a la cara—. Tal vez Kitty hiciera algo en Londres durante la temporada que la enemistara con una de ellas.
Portia volvió a fruncir el ceño antes de menear la cabeza.
—No percibí nada de eso… Me refiero a que no he visto que ninguna le guardara rencor.
Pasó un instante de silencio antes de que él sugiriera:
—Hagamos una lista con aquellos que no han podido ser. Es imposible que haya sido una de las hermanas Hammond. Son demasiado bajas y me resulta del todo inconcebible. Y lo mismo se aplica a Lucy Buckstead.
—Aunque no a su madre. La señora Buckstead es bastante corpulenta y tal vez Kitty estuviera planeando algo que pudiera arruinar las posibilidades de Lucy. Es la única hija de los Buckstead, después de todo, y está enamorada de James.
Simon asintió con la cabeza.
—La señora Buckstead se queda en la lista de las posibles sospechosas. No es probable que haya sido ella, pero no la descartamos.
—Y por la misma razón tenemos que dejar al señor Buckstead.
—En mi opinión, los caballeros son todos sospechosos. Salvo Charlie y yo.
Ella parpadeó, pero siguió mirándolo.
—¿Y lord Netherfield?
Tras un instante en el que sus miradas siguieron entrelazadas, le contestó:
—Hasta que sepamos quién fue, asumo que ha podido ser cualquiera. Así que todos están en nuestra lista de sospechosos.
Portia apretó los labios y estaba a punto de protestar…
—No —la interrumpió sin miramientos, logrando con su tono que ella parpadeara, sorprendida. Al ver que no decía nada, se vio obligado a explicárselo—. El asesino trató de matarte. Dado que ahora eres su objetivo, no estoy dispuesto a correr ningún riesgo. —Sintió que se le crispaba el rostro mientras añadía, por si acaso Portia no lo había entendido—: Ninguno. No pienso excluir a nadie.
Sus ojos lo estudiaron un instante. Casi podía ver los pensamientos que se arremolinaban tras esas profundidades azul cobalto. Casi podía ver la balanza en la que pesaba su conclusión y su personalidad, junto con todo lo que esta conllevaba. A la postre, acabó accediendo y asintió con la cabeza.
—De acuerdo. —Su mirada regresó al lago y él dejó escapar un silencioso suspiro—. Tampoco es lady O. Ni lady Hammond.
Lo meditó un instante antes de mostrarse de acuerdo.
—Cierto. Y creo que también podemos eliminar a la señora Archer.
—Pero no a su marido.
—No creo que fuese él, pero de acuerdo. Tampoco podemos olvidarlo.
—Si seguimos tu línea de razonamiento, cualquiera de los Glossup podría ser el responsable.
Simon titubeó un instante.
—¿Qué opinas de Oswald?
Ella frunció el ceño antes de hacer un mohín.
—Creo que evitaba a Kitty a toda costa. Supongo que porque lo consideraba un niño y lo trataba como a tal.
—Poco satisfactorio para su ego, pero… a menos que haya algo que explique su transformación en un asesino rabioso, y no hay nada en su carácter que lo predisponga, no parece un candidato probable.
—Muy cierto. ¿Y Swanston? ¿Lo eliminamos por el mismo motivo?
Él frunció el ceño.
—No creo que debamos hacerlo. Es el hermano de Kitty. Tal vez hubiera rencillas entre ellos, y no es tan tranquilo como Oswald ni tiene un carácter tan moderado. Si Kitty lo hostigó demasiado, Swanston habría podido asesinarla. Desde luego, tiene el físico necesario para hacerlo. Si lo hizo o no…
—Lo que nos lleva a Winifred. —Portia hizo una pausa para meditar al respecto. A la postre, dijo—: ¿Crees que podría estar tan enfadada con su hermana por ese empeño en robarle los pretendientes? Recuerda que no dejaba en paz a Desmond.
La miró a la cara.
—Tú conoces a Winifred mejor que yo. ¿Crees que podría haberlo hecho?
Portia contempló las oscuras aguas del lago un buen rato antes de mirarlo y arrugar la nariz.
—Winifred tendrá que seguir en la lista.
—Y Desmond también, no cabe duda, algo que sólo refuerza el móvil de Winifred.
Portia hizo un mohín, pero no rebatió su conclusión.
—Ambrose también. Lo que significa que tanto lady Calvin como Drusilla deben estar en la lista.
Un momento después, Simon le preguntó:
—¿Por qué Drusilla? Entiendo lo de lady Calvin, ha invertido mucho tiempo y esfuerzo en el futuro de su hijo y, aunque es muy reservada, se nota que Ambrose es su preferido. Pero, tal y como yo lo veo, entre Drusilla y Ambrose no existe el menor vínculo fraternal.
—Cierto. Sin embargo, Drusilla tiene dos motivos. En primer lugar, de entre todos los invitados, ella era la que más resentía el comportamiento de Kitty. Aun teniendo todos los atributos de los que ella carece, Kitty no parecía estar contenta con la vida. Estoy segura de que eso la sacaba de sus casillas. No se conocían de antemano, así que esa es la única explicación que se me ocurre para justificar su reacción.
—¿Y el segundo motivo?
—Lady Calvin, por supuesto. El dolor que su madre se vería obligada a sufrir si Ambrose acababa envuelto en un escándalo. —Lo miró a los ojos—. Drusilla está dedicada a su madre en cuerpo y alma.
Él enarcó las cejas, pero si se paraba a pensarlo…
—Eso nos deja a los gitanos o a uno de los criados.
Portia frunció el ceño.
—No me hace gracia que Arturo entrara a hurtadillas por el jardín de los setos a todas horas, pero no veo razón alguna que lo llevara a enfadarse con Kitty hasta el punto de matarla. Si el bebé era suyo… —Dejó la frase en el aire—. ¡Caramba! ¿Crees que eso podría ser motivo suficiente? Que Kitty le dijera que estaba planeando deshacerse del bebé… ¿No tienen los gitanos unas leyes al respecto o algo por el estilo?
Simon sostuvo su mirada sin flaquear.
—Todos los hombres tienen unas leyes al respecto o algo por el estilo.
Ella se ruborizó.
—Sí, claro. Pero ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, pero creo que has pasado por alto una cosa.
Portia enarcó las cejas.
—La secuencia temporal. Kitty debió de concebir en Londres, no aquí. Y Arturo no estaba en Londres.
—¡Ah! —Su expresión se aclaró—. Por supuesto. Así que, en realidad, no hay razón alguna para que Arturo la matara.
—Ninguna que se me ocurra. En cuanto a Dennis, aunque imaginemos un amor no correspondido y dado que Arturo estaba cortejando a Kitty, no creo que él mismo se viera como candidato a ganarse sus favores. ¿Por qué iba a matarla?
—Le pregunté a la doncella acerca de la opinión que el servicio tenía de Kitty. La chica nació en el condado y ha vivido en la propiedad toda su vida. Conoce a todo el mundo y tiene la edad suficiente como para haberse percatado de cualquier indicio de escándalo entre la señora y algún criado. No noté nada en sus palabras que pudiera llevar a la remota conclusión de que algo así estuviera sucediendo. De hecho, me aseguró que a las criadas les aterraba la posibilidad de que fuera uno de los caballeros, pero que el ama de llaves las había tranquilizado asegurándoles que, sin duda alguna, fue uno de los gitanos.
—Los gitanos —repitió con voz burlona—. Siempre son los chivos expiatorios más convenientes.
—Sobre todo si recogen su campamento y se marchan. —Hizo una pausa para meditar—. Me pregunto si el asesino, sea quien sea, lo tuvo en cuenta.
—Yo diría que contaba con ello. El hecho de que los gitanos marcharan en plena noche sería su salvación.
Ambos clavaron la vista en el lago y observaron las pequeñas olas que la brisa provocaba en su cristalina superficie. Pasaron varios minutos antes de que Portia suspirara.
—Los Glossup. Siguen todos en la lista salvo Oswald. Incluso lady Glossup. ¿Por qué crees que uno de ellos querría matar a Kitty? Llevaban aguantándola al menos tres años y los Archer eran sus invitados. ¿Por qué iban a matarla? ¿Y por qué en este preciso momento? Tendría que haber una razón de peso.
—Hay dos razones —replicó él, con voz firme—. En primer lugar, el divorcio. Un tema que Henry se ha visto obligado a considerar de un tiempo a esta parte. Y, en segundo lugar, un hecho fundamental: el bebé que Kitty llevaba no era de ninguno de ellos, pero de haber nacido, habría sido el heredero al título. Tal vez no sea tan preeminente como el de los Cynster o el de los Ashford, pero es un título que se remonta casi a los mismos tiempos que los nuestros. Su linaje es antiguo y, a su modo, son una familia distinguida.
—Pero Kitty no iba a tener el bebé. Estaba decidida al respecto.
—Tú la escuchaste mientras se lo contaba a su madre. ¿Cuántas personas más lo sabrían?
Ella se encogió de hombros y alzó las manos.
—¿Cuántos sabían que estaba embarazada?
—Sólo tú, aquellos a los que se lo dijo personalmente y, en consecuencia, todos aquellos con los que estos últimos hablaron.
Portia arrugó la nariz.
—Yo se lo he dicho a lady O. Y a ti.
—A eso me refería. Y no nos olvidemos de la servidumbre. Los criados se enteran de mucho más de lo que creemos.
—Y debían de saber que Kitty y Henry llevaban vidas separadas.
—Lo que significa que habría sido obvio para todos ellos que el hijo de Kitty no era…
Cuando dejó de hablar, Portia lo miró, espantada.
—Si el bebé no era un Glossup, y lo más probable es que no lo fuese, habría sido horrible. Pero ¿y si lo era?
—Peor aún, ¿y si no lo era, pero Kitty se empecinaba en afirmar lo contrario?
—No. Te olvidas de un detalle. No quería llevar el embarazo a término.
—No lo he olvidado. —Su tono de voz fue gélido—. Si quería persuadir al padre (o a alguien que pudiera ser el padre, o incluso a alguien que supiera a ciencia cierta que no lo era) de que lo más sensato era abortar… —La miró a los ojos—. ¿Qué mejor forma de persuadir a James, o a Harold, o incluso a lord Netherfield, de que la ayudaran que afirmar que el niño era un Glossup, pero no de Henry?
Portia lo miró con los ojos desorbitados.
—Quieres decir… que le habría dicho a James que era de Harold o a Harold que era de James. O a lord Netherfield que era de cualquiera de los dos… —Se llevó las manos al pecho y tragó saliva—. ¡Válgame Dios!
—Exacto. ¿Y si Henry lo descubrió? —Portia sostuvo su mirada un instante antes de apartarla. Él prosiguió tras una brevísima pausa—: Y eso sin tener en cuenta la amenazadora posibilidad de un divorcio en el horizonte. Para Harold y Catherine, la idea es de lo más chocante, no digamos ya para lord Netherfield. Mucho más que para nosotros. Son de otra generación, y supone un escándalo impensable que recaería sobre toda la familia.
»Sabemos cómo era Kitty, lo mucho que le gustaba irritar a la gente. Sabemos que fue a la biblioteca para encontrarse con alguien, pero no sabemos con quién ni por qué. No sabemos sobre qué discutieron…, el motivo que llevó al asesino a acallarla para siempre.
Portia no dijo nada, pero su comprensión y aquiescencia quedaron implícitas en su silencio. Pasados unos minutos, acercó una mano a la suya, entrelazó los dedos y apoyó la cabeza en su hombro. Simon se soltó de su mano para poder echarle el brazo por los hombros y tenerla más cerca de su cuerpo. Ella suspiró.
—Kitty estaba jugando con fuego en tantos frentes que no es de extrañar que acabara quemándose.
El almuerzo se celebró en un ambiente contenido. Lord Willoughby les había informado de que tendrían que quedarse hasta que llegara el investigador de Bow Street. Puesto que se esperaba la llegada del hombre a última hora de la tarde, muchos se entretuvieron hasta entonces haciendo discretos preparativos para marcharse esa misma noche.
Aparte de todo lo demás, la mayoría era de la opinión de que los Glossup deberían quedarse en familia para poder sobrellevar el disgusto con tranquilidad, sin la distracción de los invitados. Cualquier otra opción era impensable para todos ellos.
El investigador llegó como estaba previsto. Y no tardó en comunicarles que tendrían que reconsiderar su decisión.
El inspector Stokes era un tipo alto y corpulento, con ademanes decididos y enérgicos. Lo primero que hizo fue hablar con lord Glossup y lord Netherfield en el despacho antes de que lo acompañaran al salón para que todos lo conocieran a la vez. Inclinó la cabeza cortésmente cuando las presentaciones llegaron a su fin.
Portia se percató de que sus ojos, de un gris pizarra, estudiaban cada rostro a medida que escuchaba los nombres. Cuando llegó su turno, ella inclinó la cabeza con elegancia y observó cómo el hombre se fijaba en la posición que Simon ocupaba en el brazo de su sillón, con uno de sus brazos extendidos sobre el respaldo. Acto seguido, lo miró a la cara y lo saludó con un breve gesto antes de pasar al siguiente invitado.
A pesar de la situación en la que se encontraban, se sintió intrigada. No por el hombre en sí, sino por su papel de investigador. ¿Cómo pensaba desenmascarar al asesino?
—Supongo, señor Stokes, que ahora que nos conoce a todos, no pondrá objeción alguna a que nos marchemos, ¿cierto? —preguntó lady Calvin, imprimiendo a su voz toda la fuerza que le otorgaba el hecho de ser la hija de un conde.
Stokes ni siquiera parpadeó.
—Me temo, señora, que hasta que el asesino no pueda ser identificado o hasta que yo no haya llevado a cabo todas las pesquisas pertinentes, tendré que pedirles que… —Su mirada recorrió al grupo—. Tendré que pedirles que se queden en Glossup Hall.
Lady Calvin se ruborizó.
—¡Eso es ridículo!
—Ciertamente, señor —replicó lady Hammond, atusándose el chal—. Estoy segura de que tiene las mejores intenciones en mente, pero está fuera de toda cuestión…
—Por desgracia, señora, es lo que dicta la ley. —No había nada de ofensivo en su voz, pero tampoco nada reconfortante. Se inclinó en un gesto que recordaba vagamente a una reverencia—. Lo siento, señora, pero es un requisito fundamental.
Lord Glossup resopló antes de decir:
—Asumo que se trata del procedimiento habitual y todo lo demás. No tiene sentido discutir. Además, no hay motivo alguno para dar por concluida la fiesta aparte de… En fin, aparte de eso.
Portia estaba sentada frente a los Archer. La señora Archer parecía seguir muy afectada. Era poco probable que hubiera prestado atención a lo que había acontecido a su alrededor desde que le comunicaron que su hija menor había muerto estrangulada. El señor Archer, en cambio, estaba pálido, pero mostraba una actitud firme. Estaba sentado al lado de su esposa, con una mano sobre su brazo. Al escuchar las palabras del señor Stokes, sus rasgos se crisparon momentáneamente por el dolor. En ese momento, carraspeó y dijo:
—Agradecería enormemente que todos ayudáramos al señor Stokes en la medida de lo posible. Cuanto antes identifique al asesino de Kitty, mejor será para todos.
Su voz sólo destilaba su dolor como padre, controlado pero genuino. Como era natural, su ruego fue aceptado con un coro de murmullos y de afirmaciones de que se haría todo lo posible, visto de ese modo el asunto.
El señor Stokes ocultó su reacción bastante bien, pero estaba aliviado. Esperó hasta que los murmullos se apagaron antes de decir:
—Según me han dicho, la señorita Ashford, el señor Cynster y el señor Hastings fueron los primeros en ver el cuerpo. —Su mirada se posó sobre ella y sobre Simon. Portia asintió con un breve gesto—. Si pudiera hablar con ustedes en primer lugar…
No era una pregunta ni mucho menos, por supuesto. Los tres se pusieron en pie y siguieron al investigador y a lord Glossup hasta la puerta.
—Puede utilizar la oficina del administrador. Les dije a los criados que la limpiaran a conciencia.
—A decir verdad… —El señor Stokes se detuvo al llegar al vano de la puerta—. Preferiría utilizar la biblioteca. Creo que fue allí donde se encontró el cuerpo, ¿no?
Lord Glossup frunció el ceño, pero asintió con la cabeza.
—Sí.
—En ese caso, es poco probable que sus invitados quieran asomar por el lugar. Será una ayuda para la investigación si puedo sacar ciertas conclusiones en el escenario del crimen, por decirlo de algún modo.
A lord Glossup no le quedó más remedio que acceder. Portia salió en primer lugar mientras el investigador sostenía la puerta del salón y se encaminó hacia la biblioteca. Cuando llegaron, Simon abrió la puerta e intercambiaron una mirada que le aseguró que él también creía que el requerimiento del señor Stokes tenía motivos ulteriores.
Fuera lo que fuese, le resultó de lo más extraño volver a entrar en la estancia donde había descubierto el cuerpo sin vida de Kitty. ¿Sólo habían pasado veinticuatro horas? Le daba la sensación de que habían pasado días…
Se detuvieron en grupo en la entrada. El señor Stokes cerró la puerta y los invitó a tomar asiento en los sillones emplazados frente a la chimenea, que se alzaba en el extremo opuesto al escritorio.
Ella se sentó en el diván y Simon lo hizo a su lado. Charlie eligió uno de los sillones. El investigador los observó un instante antes de tomar asiento en el otro sillón, frente a ellos.
Portia se preguntó si sería lo bastante perceptivo como para notar sus respectivas posiciones. Eran tres contra uno, al menos hasta que decidieran si podían confiar en él.
El hombre se sacó un cuaderno del bolsillo del abrigo y lo abrió.
—Señorita Ashford, si pudiera comenzar describiéndome exactamente lo que sucedió desde que entró en el vestíbulo principal ayer tarde… —Alzó la vista hasta ella—. ¿Estaba con el señor Cynster?
Ella inclinó la cabeza.
—Habíamos estado dando un paseo por el pinar.
El investigador echó un vistazo a un pliego de papel que se había colocado sobre una de sus rodillas.
—De modo que habían salido juntos por la puerta principal, ¿no?
—No. Salimos por la terraza, después del almuerzo, y rodeamos el lago por el camino que lleva al pinar.
El hombre trazó la ruta indicada en lo que claramente era un croquis de la propiedad.
—Entiendo. Así que entraron en el vestíbulo principal procedentes del patio principal. ¿Qué sucedió después?
Fue guiándola paso a paso mediante sus preguntas, logrando que le explicara sus movimientos con sorprendente precisión.
—¿Por qué se movió por la biblioteca de ese modo en concreto? ¿Buscaba algún libro?
—No. —Titubeó un instante y después, tras una fugaz mirada en dirección a Simon, se explicó—: Estaba un poco agitada después de la discusión con el señor Cynster. Vine aquí para pensar y estaba caminando para tranquilizarme.
El señor Stokes parpadeó. Su mirada, claramente curiosa, se trasladó a Simon. No había indicios de que la relación entre ellos fuera tensa. Todo lo contrario. De modo que se apiadó de él y se explicó.
—El señor Cynster y yo nos conocemos desde que éramos niños. Solemos discutir muy a menudo.
—¡Vaya! —Los ojos del investigador se clavaron en ella de nuevo con expresión respetuosa. Se había percatado de que le había leído el pensamiento con bastante precisión como para responder la pregunta que ni siquiera había llegado a formular. Volvió a mirar su cuadernillo—. Muy bien. Así que siguió paseando por el perímetro de la estancia…
Portia prosiguió su relato. Cuando llegó al punto en el que Simon entró corriendo por la puerta, el señor Stokes la detuvo y comenzó a interrogarlo a él.
Era mucho más fácil percatarse de su habilidad cuando no se era el objeto de esta. Observó y escuchó mientras le arrancaba a Simon una descripción detallada y muy precisa de los hechos, antes de hacer lo propio con Charlie. Era muy bueno en su trabajo. Si bien los tres habían ido preparados para contárselo todo, había habido entre ellos cierta reticencia, una barrera que no cruzarían aunque hablaran. El señor Stokes no pertenecía a su clase social, no pertenecía a su mundo.
Habían entrado en la biblioteca sin haberse hecho una opinión sobre el hombre. Intercambió una mirada con Simon y se percató de la actitud relajada de Charlie. Ambos comenzaban a mirar al «caballero de Bow Street» con otros ojos.
El pobre hombre libraría una ardua batalla si no traspasaban esa barrera y lo ayudaban a entender lo que en realidad se cocía en la mansión. Las inquietudes que motivaban a los diferentes miembros del grupo. Las intrincadas redes que Kitty había tejido antes de su trágico final.
Y el señor Stokes era lo bastante inteligente como para saberlo. Lo bastante inteligente, una vez que los hubiera calado, como para no reconocer ese hecho. Los había llevado hasta el punto en el que los demás habían entrado en tromba en la biblioteca y la noticia de la muerte de Kitty comenzó a extenderse. Apartó el croquis y alzó la vista. Dejó que su mirada se demorara sobre ellos antes de preguntar con voz seria:
—¿Hay algo que puedan decirme, cualquier hecho del que sean conscientes, cualquier motivo que se les ocurra, que pudiera haber llevado a alguno de los invitados o a algún miembro del servicio, o incluso a alguno de los gitanos, a asesinar a la señora Glossup? —Al ver que ninguno de ellos reaccionaba de inmediato, se enderezó en el sillón—. ¿Tienen algún sospechoso en mente?
Ella miró a Simon. Charlie hizo lo mismo. Simon la miró, leyó su decisión, comprobó que Charlie accedía con un gesto casi imperceptible, y clavó los ojos en el señor Stokes.
—¿Tiene la lista de los invitados?
Una hora después, el investigador se pasaba los dedos por el pelo mientras ojeaba la maraña de notas que había ido escribiendo en torno al nombre de Kitty.
—¿Es que esa maldita mujer estaba buscando que la estrangularan?
—Si la hubiera conocido, lo entendería. —Tras mirarlo a los ojos, Simon continuó—: Parecía incapaz de entender el efecto que sus propias acciones tenían sobre los demás; la verdad es que no tenía en cuenta los sentimientos de nadie en absoluto.
—Esto no va a ser fácil —concluyó el señor Stokes con un suspiro mientras agitaba el cuadernillo en el aire—. Por regla general, siempre me centro en los motivos, pero aquí hay un sinfín de ellos, numerosas oportunidades para que cualquier persona presente en la mansión llevara a cabo el asesinato y muy pocas pistas que nos indiquen quién lo hizo de verdad. —Volvió a estudiar sus rostros—. ¿Están seguros de que nadie ha mostrado el menor indicio de culpabilidad desde…?
La puerta de la biblioteca se abrió en ese momento. El señor Stokes se giró en el sillón con el ceño fruncido. Cuando vio a los recién llegados, borró su expresión y se puso en pie para recibirlos.
Al igual que hicieron ellos cuando lady Osbaldestone y lord Netherfield, a todas luces una pareja de ancianos conspiradores, cerraron la puerta a sus espaldas y atravesaron toda la estancia hasta reunirse con ellos, tan silenciosamente como se lo permitieron sus respectivos bastones.
El señor Stokes intentó reafirmar su autoridad.
—Milord, señora… Si no les importa, necesito…
—¡Paparruchas! —exclamó lady O—. No van a cerrar el pico porque estemos aquí.
—Sí, pero…
—Hemos venido para asegurarnos de que se lo cuentan todo —declaró lady O, atravesando al hombre con su furibunda mirada de basilisco—. ¿Le han hablado de la serpiente?
—¿De la serpiente? —repitió el señor Stokes mientras su rostro permanecía tan inexpresivo como el de una estatua. Echó un vistazo en dirección a Simon y luego la miró a ella, con una súplica en los ojos para que lo rescataran. Al ver que nadie acudía en su ayuda, entrecerró los ojos, clavó la mirada en lady O y preguntó—: ¿De qué serpiente habla?
Simon suspiró.
—No habíamos llegado a ese punto todavía.
Como era natural, no hubo modo de librarse de lady O después de eso. Volvieron a sentarse. Simon les cedió su lugar en el diván a los recién llegados y permaneció de pie junto a la chimenea.
Le relataron el episodio de la víbora que había sido descubierta en la cama de Portia, quien por suerte, se había quedado dormida en un sillón antes de meterse en ella… El investigador aceptó la explicación sin parpadear. Ella miró a Simon, aliviada.
—¡Válgame Dios! ¡Menudo canalla! —exclamó Charlie, ya que era la primera noticia que tenía de lo sucedido con la víbora—. No me puedo creer que no se marchara presa de un ataque de nervios —le dijo.
—Sí, en fin… —lo interrumpió lord Netherfield—. Por si no os habéis dado cuenta, eso era precisamente lo que quería el rufián.
—Cierto —convino el señor Stokes con una mirada resplandeciente—. Eso significa que hay algo… algo que acabará por delatar al asesino. —La miró con el ceño fruncido—. Algo que cree que usted sabe.
Portia meneó la cabeza.
—No paro de darle vueltas al asunto desde entonces y no he olvidado nada, lo juro.
El gong que anunciaba la cena resonó desde las profundidades de la mansión. Era la segunda llamada, la que los llamaba a acudir al comedor. Habían hecho caso omiso de la primera, que indicaba que debían cambiarse de ropa porque la cena estaba lista. Esa noche no observarían las formalidades. Ayudar al señor Stokes les había parecido mucho más importante que aparecer en el comedor con sedas y oropeles.
El investigador cerró el cuadernillo.
—Está claro que el rufián, quienquiera que sea, no se ha percatado de ello.
—Tal vez no se haya percatado, pero cuando vea que he hablado con usted sin que hayamos logrado identificarlo, posiblemente lo comprenda. —Alzó las manos con impotencia—. Ya he dicho todo lo que sé.
Se pusieron en pie al unísono.
—Puede que así sea —replicó el señor Stokes mientras intercambiaba una mirada con Simon de camino a la puerta—. Pero el rufián tal vez esté convencido de que recordará ese detalle más adelante. Si es tan importante como para que haya intentado matarla en una ocasión, no hay motivo para que no vuelva a intentarlo.
—¡Válgame Dios! —exclamó Charlie con la vista clavada en el investigador antes de mirarla a ella—. Tendremos que tomar medidas para protegerla.
Ella se detuvo.
—No creo que eso sea neces…
—Día y noche —convino el señor Stokes con voz grave y firme.
Lady O golpeó el suelo con su bastón.
—Puede dormir en un catre en mi habitación. —Hizo un mohín mientras la miraba—. Supongo que incluso tú te lo pensarías dos veces antes de volver a acostarte en la misma cama en la que encontraste una serpiente.
Portia se las arregló para no estremecerse. En cambio, lanzó una mirada de lo más elocuente a Simon. Si dormía en la habitación de lady O…
Él enfrentó su mirada abiertamente y con expresión decidida.
—Día y noche —repitió al tiempo que miraba a Charlie—. Tú y yo nos turnaremos durante el día.
Atónita, y bastante irritada por el hecho de que la trataran de ese modo, como si fuera un objeto que pudiera ir de mano en mano, abrió la boca para protestar… y se dio cuenta de que todos los ojos estaban clavados en ella, convencidos de estar en lo cierto. Se dio cuenta de que no podría ganar.
—¡Está bien! —Agitó las manos en el aire y se encaminó hacia la puerta. Lord Netherfield se la abrió y le ofreció el brazo.
Ella lo aceptó y lo escuchó chasquear la lengua mientras la acompañaba hacia el pasillo. Le dio unas palmaditas en el brazo.
—Muy inteligente por tu parte, querida. Era una batalla imposible de ganar.
Hizo un enorme esfuerzo para contener un resoplido. Con la cabeza bien alta, enfiló el pasillo y entró en el comedor.
Simon y lady O los siguieron más despacio, tomados del brazo. Tras ellos iban Charlie y el señor Stokes, que se despidió al llegar a la puerta del comedor y se marchó en dirección a las dependencias del servicio, después de encomendarle a Charlie la tarea de comunicarles a los invitados que reanudaría el interrogatorio por la mañana.
Charlie entró para buscar el lugar que le había sido asignado en la mesa. Simon ayudó a lady O a entrar.
La anciana se detuvo en el vano para colocarse el chal con gran pompa mientras soltaba una risilla malévola.
—No te pongas tan serio. Mi vista ya no alcanza para ver en detalle al otro extremo de mi habitación. ¿Cómo voy a saber si Portia duerme allí o no? —Con la excusa de volver a tomarlo del brazo, le asestó un codazo en las costillas—. Y duermo como un tronco. Ahora que lo pienso, no sé para qué me he ofrecido a vigilarla por las noches.
Simon se las arregló para no quedarse boquiabierto. Hacía mucho que sabía que lady O era una casamentera incorregible, o más bien que era incorregible en todos los aspectos de su carácter, pero la idea de que lo ayudara abiertamente, de que apoyara sin tapujos su cortejo…
La anciana permitió que la ayudara a sentarse y después lo despachó con un gesto de la mano. Mientras se encaminaba al otro extremo de la mesa para ocupar el lugar vacío junto a Portia, reflexionó al respecto. Apartó la silla para sentarse, se demoró un instante para observar su cabello negro y el gesto de su cabeza (ladeada en un ángulo que no le costó trabajo alguno interpretar) y tomó asiento tras llegar a la conclusión de que tener a lady O de aliada era muy positivo.
Sobre todo en esos instantes. Sin tener en cuenta lo demás, la anciana era pragmática hasta decir basta. Podría contar con ella para que le recordara a Portia que debía comportarse con sensatez. Que no debía correr riesgos.
Extendió su servilleta y echó un vistazo a la expresión altanera del rostro de Portia antes de permitir que el criado le sirviera. Tal vez siguieran en la cuerda floja, tanto él como ella, pero se sentía mucho más seguro que nunca desde que le comunicara a Portia cuál era su verdadero objetivo.
Por consenso general, el cariz de la fiesta cambió de forma deliberada. Mientras tomaba el té en el salón, a Portia le resultó imposible pasar por alto el hecho de que Kitty no lo habría aprobado. El ambiente se asemejaba al de una concurrida reunión familiar, pero sin la alegría típica de esos acontecimientos. Los presentes se encontraban relajados en su mutua compañía y parecían haberse quitado las máscaras, como si consideraran que las circunstancias los eximían de mantener las apariencias sociales de rigor.
Las damas se habían congregado en el salón. Ninguna esperaba que los caballeros hicieran acto de presencia. Estaban diseminadas en diversos grupos por la enorme estancia, charlando tranquilamente y sin carcajadas ni salidas de tono. Sólo se escuchaban los suaves murmullos de las conversaciones.
Conversaciones que estaban destinadas a relajar, tranquilizar y dejar atrás el horror del asesinato de Kitty y de la investigación que se cernía sobre ellas.
Las hermanas Hammond estaban muy pálidas, pero parecía que comenzaban a asimilarlo. Lucy Buckstead estaba un poco mejor. Winifred, vestida de color azul marino (un color que no la favorecía en absoluto), parecía pálida y exhausta. La señora Archer no había bajado a cenar.
Tan pronto como se bebieron el té, todas se pusieron en pie y se retiraron a sus habitaciones. El sentimiento implícito de que necesitarían un buen descanso para enfrentarse a lo que el día siguiente y las preguntas del señor Stokes les depararan parecía flotar en el ambiente. Sólo a Drusilla se le había ocurrido preguntarle su opinión sobre el investigador, preguntarle si lo creía competente. Le respondió que así lo creía, pero que había tan pocas pistas que tal vez el crimen quedara sin resolver. Drusilla torció el gesto, asintió con la cabeza y se marchó.
Cuando entró con lady O en su habitación para ayudarla a acostarse, se percató de que el catre la esperaba frente a la chimenea, al otro extremo de la estancia, alejado de la cama. La doncella de la anciana estaba allí para ayudarla a desvestirse. Portia se apartó y se encaminó hacia el alféizar acolchado de la ventana. En ese momento, se dio cuenta de que habían sacado toda su ropa de su habitación. Sus vestidos estaban colgados en una cuerda que se había dispuesto en uno de los rincones del dormitorio. Su ropa interior y sus medias estaban primorosamente dobladas en su baúl, en ese mismo rincón. Alzó la cabeza y vio que sus cepillos y horquillas, así como su frasquito de perfume y sus peines, se encontraban en la repisa de la chimenea.
Se reclinó en el mullido alféizar y contempló los oscuros jardines mientras se devanaba los sesos tratando de encontrar una excusa que le permitiera salir de la habitación con la aprobación de lady O.
Todavía no se le había ocurrido nada útil cuando la doncella se acercó para preguntarle si deseaba ayuda para desvestirse. Negó con la cabeza, le dio las buenas noches a la muchacha y se puso en pie para acercarse a la cama.
La vela de la mesita de noche ya estaba apagada. Lady O estaba recostada contra los almohadones, con los ojos cerrados. Portia se inclinó para darle un beso en una de sus delicadas mejillas.
—Que duerma bien.
—Por supuesto que lo haré —replicó la anciana con tono burlón—. Aunque no puedo decir lo mismo de ti, de modo que tendrás que averiguarlo por ti misma. —Sus ojos seguían cerrados cuando alzó una mano y la despachó hacia la puerta con un gesto—. Vamos, vete… Fuera.
Portia se limitó a mirarla sin decir nada. Sin embargo, no pudo resistirse a preguntarle:
—¿Adónde quiere que me vaya?
Lady O abrió uno de sus ojos negros y su mirada la atravesó.
—¿Tú qué crees? —Al ver que se limitaba a quedarse allí plantada sin saber qué hacer exactamente, la anciana resopló y volvió a cerrar el ojo—. No tengo siete años, ¡por el amor de Dios, tengo más de setenta y siete! Me las sé todas, tengo la experiencia necesaria para darme cuenta de lo que pasa delante de mis narices.
—¿De veras?
—De veras. Aunque no se pueda decir lo mismo de ti. Ni de Simon, pero así deben ser las cosas. —Se acomodó mejor sobre los almohadones—. Y ahora vete, no tiene sentido que pierdas el tiempo. Tienes veinticuatro años y él… ¿cuántos tiene? ¿Treinta? Ya habéis perdido tiempo de sobra.
Portia no supo cómo replicar y al final decidió que sería más sensato seguir con la boca cerrada.
—En ese caso, buenas noches. —Se dio la vuelta y echó a andar hacia la puerta.
—¡Espera un momento!
Al escuchar la airada orden, se detuvo y se giró.
—¿Adónde vas?
—Acaba de decirme que… —respondió mientras señalaba la puerta con una mano.
—¡Válgame Dios, muchacha! ¿Es que tengo que enseñártelo todo? Antes deberías cambiarte de vestido.
Portia observó su vestido de sarga color magenta. Dudaba mucho de que a Simon le importara lo que llevara puesto. Conociéndolo, no tardaría en quitárselo… Alzó la cabeza, abrió la boca para preguntarle qué importancia tenía…
—Ponte el vestido mañanero que tengas pensado llevar mañana —le explicó lady O con un suspiro—. De ese modo, si alguien te ve regresar aquí por la mañana, creerá que te has levantado temprano para dar un paseo. Si te ven esta noche por los pasillos, pensarán que estabas a punto de acostarte cuando caíste en la cuenta de que se te había olvidado hacer algo, o que he sido yo quien te ha mandado a hacer un recado. —Soltó un resoplido exasperado y se dejó caer sobre los almohadones—. ¡Ay, la juventud! La de cosas que podría enseñarte… Pero, claro… —cerró los ojos al tiempo que esbozaba una sonrisa maliciosa—, si no recuerdo mal, el proceso de aprendizaje era parte de la diversión.
Portia sonrió, ¿qué otra cosa iba a hacer? Sin rechistar, se quitó el vestido color magenta y se puso uno mañanero de popelina azul. Mientras bregaba con los botoncitos que cerraban el corpiño, su mente voló hasta Simon…, que dentro de poco estaría bregando por desabrocharlos. De todos modos, el sabio consejo de lady O, fruto de la práctica, tenía sentido…
Se detuvo un instante y alzó la cabeza. Acababa de ocurrírsele una idea que la había dejado atónita. Una sospecha repentina… Cuando el último botón estuvo abrochado, regresó junto a la cama. Se detuvo para mirar a lady O y se preguntó si ya estaría dormida.
—¿Todavía estás aquí?
—Ya me voy, pero me preguntaba… ¿Sabía que Simon vendría a la fiesta campestre?
Un breve silencio precedió a la respuesta.
—Sabía que James y él eran muy amigos desde sus lejanos días en Eton. Me pareció lógico que se dejara caer por aquí.
Portia rememoró las discusiones que habían tenido lugar en Calverton Chase con su madre, Luc, Amelia y ella misma, todos empeñados en convencer a lady O de que debía llevar un acompañante durante el viaje. La anciana se había resistido en un principio, pero a la postre había cedido a regañadientes a llevarla con ella…
Con los ojos entrecerrados, contempló a la anciana que fingía dormir en la cama y se preguntó hasta qué punto Simon y ella debían agradecerle su situación a las astutas manipulaciones de la bruja más temida de la alta sociedad.
Decidió que no le importaba. Lady O tenía razón, ya habían perdido demasiado tiempo. Se enderezó y se giró hacia la puerta.
—Buenas noches. La veré por la mañana.
Y sería por la mañana. Una ventaja inesperada del plan de lady O, ya que puesto que estaba ataviada con un vestido mañanero, no tendría que abandonar la habitación de Simon antes de que amaneciera.
Simon estaba en su habitación, esperando mientras se preguntaba si Portia encontraría el modo de reunirse con él o si aprovecharía la tesitura para pensar, analizar y sopesar cada una de las razones por las que no quería casarse con él, a fin de alzar las barreras correspondientes.
De pie junto a la ventana, era muy consciente de la tensión que lo embargaba. Dio un sorbo a la copa de brandy que tenía en la mano desde hacía más de media hora y contempló los jardines bañados por la oscuridad de la noche.
No quería que Portia hiciera demasiadas conjeturas sobre su futuro comportamiento como marido. Pero al mismo tiempo sabía que, por muy sutil que fuese, si intentaba alejarla de su propio camino, estaría tirándose piedras a su propio tejado, ya que ella confirmaría su teoría de que no podía fiarse de que le permitiera tomar sus propias decisiones en el futuro.
Atado de pies y manos. Así estaba. Y no podía hacer nada, maldita fuera su estampa.
Portia seguiría su propio camino. Era demasiado perspicaz, demasiado sensata como para no enfrentarse a los hechos directamente: sus fuertes temperamentos y las dificultades que eso conllevaba. El único consuelo que le reportaba era la certeza de que si por fin… o mejor, cuando por fin, se decidiera a darle el sí, sabría sin lugar a dudas que se entregaba sin reservas, con los ojos abiertos y el corazón en la mano.
Titubeó un instante antes de apurar el brandy. Casi merecía la pena pasar por semejante tormento si finalmente llegaban a ese punto.
Escuchó el clic de la cerradura. Se giró y vio su elegante y delgada figura, ataviada con un vestido diferente. A medida que se acercaba, se percató de que sus labios esbozaban una sonrisilla satisfecha. Dejó la copa en el alféizar de la ventana a fin de tener las manos libres para rodearle la cintura cuando llegó, directa a sus brazos.
Inclinó la cabeza y sus labios se encontraron en un beso lento. Las ascuas que durante todos esos días parecían esconder en su interior se avivaron y las llamas los envolvieron.
Cuando se dio cuenta de que el vestido se abrochaba por la parte delantera, le quitó las manos de la cintura y las introdujo entre sus cuerpos. Sin embargo, los botones eran diminutos y los ojales muy pequeños; de modo que tuvo que apartarse de sus labios para mirar lo que estaba haciendo.
—¿Por qué te has cambiado? —Habría podido quitarle el otro vestido en un santiamén.
—Lady O.
Alzó la vista y ella le sonrió.
—Me señaló que así nadie sospecharía si me veían regresar a su habitación por la mañana.
Sus dedos se detuvieron.
—¿Sabe que estás aquí? —Contar con su apoyo era una cosa. Una ayuda semejante, otra muy distinta.
—Me sacó de la habitación a empujones, metafóricamente hablando, y me sugirió que dejásemos de perder el tiempo.
Sus ojos estaban clavados en los botones, pero captó la nota jocosa en la voz de Portia. Cuando la miró… maldijo para sus adentros porque la oscuridad no le permitía verle los ojos con claridad y así no podía interpretar su expresión.
—¿Qué? —Sabía que había algo más. Algo que ella había descubierto y que él ignoraba.
Confirmó sus sospechas cuando ella estudió su rostro, volvió a sonreír y meneó la cabeza.
—Es lady O… Es una anciana de lo más sorprendente. Creo que seré igual que ella cuando me haga mayor.
Simon soltó un resoplido burlón. El último botón por fin abandonó su ojal.
Ella alzó las manos y tiró de él para que volviera a besarla.
—Y ahora que has terminado, creo que deberíamos obedecerla al pie de la letra.
No perdieron tiempo, aunque tampoco permitió que Portia apresurara las cosas. En esa ocasión, por primera vez, se medían de igual a igual. Ambos sabían lo que querían y por qué. Ambos deseaban continuar, arrojarse de buena gana a la hoguera cogidos de la mano. Codo con codo.
Era un momento para saborear. Para recordar. Se veneraron con caricias, dejándose arrastrar por la pasión.
No sabía lo que ella esperaba de esa noche. No sabía qué más buscaba, qué podría darle que no le hubiera dado ya. Lo único que le quedaba era entregarse a sí mismo. Y rezar para que eso fuera suficiente.
No se apartaron de la ventana. Se quitaron la ropa allí de pie, prenda a prenda. Se demoraron en los descubrimientos previos, en cada curva, en cada hueco. Adoraron nuevamente cada centímetro de sus cuerpos.
Hasta que ambos estuvieron desnudos. Hasta que sus cuerpos estuvieron piel contra piel.
El fuego los rodeó. La pasión creció y los excitó.
Sus bocas se fundieron, avivando la conflagración, alimentando las llamas. Sus lenguas se acariciaron con ardor.
Se dieron un festín con las manos, tocándose y explorándose el uno al otro.
El apremio creció.
Simon la alzó y ella le arrojó los brazos al cuello antes de besarlo con un ansia voraz. Le rodeó la cintura con esas largas piernas y suspiró cuando la penetró. Cuando se introdujo en ella con delicadeza a medida que la hacía descender aferrándola por las caderas.
Portia lo abrazó mientras le hacía el amor. Enterró los dedos en su cabello, se agarró a sus mechones y tiró de él para que volviera a besarla. Lo devoró mientras la penetraba y se retiraba con una rítmica cadencia.
Se entregó por entero, no se reservó nada y tampoco pidió nada a cambio. Y Simon tomó lo que le ofrecía, reclamó su cuerpo, aunque le quedó claro que quería más. Que anhelaba más. Lo sabía, lo percibía en la tensión que se había apoderado de los músculos que la sujetaban y la movían. Supo que aún le quedaba mucho por aprender. Que él aún tenía mucho que ofrecerle.
Si ella quería.
Si se atrevía.
Si confiaba en él lo bastante como para…
Tenía la piel en llamas, su cuerpo se había convertido en fuego líquido y él todavía no se había hundido en ella hasta el fondo. Quería sentirlo muy adentro, quería que le hiciera el amor con desenfreno, quería volver a experimentar la maravillosa sensación de su peso sobre ella mientras le hacía el amor. Apartó los labios de los de Simon y se dio cuenta de que jadeaba.
—Llévame a la cama.
Volvió a besarlo mientras la obedecía. Cuando se inclinó para dejarla sobre los almohadones, se aferró a él con más fuerza, de modo que ambos cayeron a la par sobre el colchón. Simon soltó un juramento e hizo ademán de apartarse, temeroso de haberle hecho daño. Ella se lo impidió aferrándole las nalgas y acercándolo.
—Más.
Le clavó las uñas y él se plegó a sus deseos, hundiéndose un poco más en ella. Se apartó para apoyar su peso en los brazos y la miró a los ojos a medida que la penetraba lentamente… hasta que estuvo hundido en ella hasta el fondo.
Simon contemplaba a Portia mientras se afanaba por respirar. Mientras se afanaba por mostrar un atisbo de sofisticación, por contener aquella marea de deseo que amenazaba con consumirlo. Con consumirlos a los dos.
Ella también parecía sentirla, porque alzó los brazos para acariciarle las mejillas con las yemas de los dedos. Desde allí siguió hacia los hombros, descendió por el pecho y acabó colocándole las manos en los costados, exhortándolo a que apoyara todo su peso en ella.
Inclinó la cabeza para besarla, pero ella quería más. Le exigió que le diera más. De modo que acabó por rendirse y se dejó caer sobre ella poco a poco. Hasta que su peso la inmovilizó bajo él. Supuso que la posición la sofocaría y comenzaría a forcejear para liberarse. En cambio, ella le hundió la lengua en la boca y alzó las piernas un poco más para rodearle la cintura. Una vez que ajustó la posición, alzó las caderas y se abrió por completo a sus embestidas.
Le mordisqueó el labio inferior y le dio un tironcito antes de soltarlo.
—Ahora —jadeó, y su aliento le abrasó los labios—. Enséñame.
La miró con los párpados entornados.
Y la obedeció.
Comenzó a moverse con fuerza y frenesí sin dejar de mirarla a los ojos. Deseaba poder ver su color, ver cómo la pasión dilataba sus pupilas, asegurarse de que eran totalmente negros cuando llegara al clímax.
Ese anhelo siguió presente a pesar de que las llamas lo instaban a centrarse en otras cosas y de que poco a poco fue perdiendo contacto con cualquier realidad que no fuera la calidez de ese cuerpo que lo rodeaba con su maravillosa humedad y lo acogía con abandono, tan ansioso como él por alcanzar el clímax.
Se prometió que algún día los vería.
Que le haría el amor a plena luz del día para poder verla mientras la hacía suya.
Sus ojos y todo lo demás.
Quería ver su piel. Tan blanca e inmaculada que brillaba como la más fina de las perlas. En la penumbra, el sonrojo del deseo apenas era visible. Quería verlo. Necesitaba ver la evidencia física de lo que la hacía sentir.
Quería ver el color de sus rugosos pezones, de sus labios hinchados, de los húmedos pliegues de su sexo.
Era consciente de que Portia acompasaba sus movimientos. Se percató del vínculo que los complementaba, que los unía y que parecía fundirlos.
Y que los llevó a la par a la gloriosa cúspide donde sus sentidos se fragmentaron en una brillante lluvia de placer que se transformó en el éxtasis más sublime.
Lo que experimentaba con Portia era mucho más que la simple satisfacción sexual. Salió de ella y se dejó caer a su lado mientras el placer seguía corriéndole por las venas. La acercó y la abrazó. Quería tenerla cerca de su corazón.
Donde más la necesitaba.
Un inefable bienestar se adueñó de él y se dejó arrastrar por el sueño.