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A bordo del crucero acorazado New York

2 de julio de 1898, S/P

La papeleta que se le presentaba al almirante Sampson no era fácil. Su entrevista con el general Shafter le permitió hacerse una idea del estado del Cuerpo Expedicionario; le había visto a primera hora de la tarde y quedó impresionado por el abatimiento físico y moral en que le encontró.

Un fracaso en la toma de la ciudad de Santiago se estaba convirtiendo en una trampa mortal muy rápidamente. El clima del Oriente cubano y las enfermedades tropicales comenzaban a causar más bajas que las operaciones militares. Y estas ya eran muy altas. Una nueva derrota ante las defensas terrestres de Santiago y podría ocurrir cualquier cosa. El gabinete de guerra del presidente Mackinley evaluaba de igual forma la situación. En Washington la primera noticia del revés de San Juan fue a través de la prensa, la muerte del antiguo secretario de Marina, Roosevelt (Pobre bastardo, murió en su experimento…, pensó Sampson), causó conmoción, les avisó de la horripilante posibilidad de un desastre.

Le tocaba a la U. S. Navy lograr salvar la situación. El gobierno le transmitió un mensaje inequívoco. Con las fuerzas navales a su mando deberá neutralizar o destruir la escuadra enemiga de inmediato, pero esto era sencillo de formular y complicado de realizar. El enemigo ya estaba neutralizado desde hacía semanas al único precio de situar la propia flota a la entrada de la bahía de Santiago en un efectivo bloqueo cercano. El peligro de destrucción que sufría el Cuerpo Expedicionario era lo único que podría llevar a cambiar esa segura estrategia por una acción más arriesgada.

Sampson estaba siendo obligado a actuar impulsivamente para salvar al ejército desembarcado y con ello la campaña.

En vez de apostarse en la boca, a una distancia prudente y fusilar a los que fueran saliendo, ¡le exigían que entrara en una ratonera! Llena de ratones, por otra parte.

La mesa de derrotas del puente del New York estaba cubierta por una gran carta de la costa del área de Santiago. La bahía de esta ciudad era muy especial. Las estribaciones de Sierra Maestra se internaban al llegar a ella en el mar Caribe. La boca era muy estrecha, no llegaba a un kilómetro de ancho, flanqueada a ambos lados por imponentes masas rocosas. El canal de entrada serpenteaba varios kilómetros entre montañas e islas hasta desembocar en el amplio seno interior. Guardando la entrada, en el morro mismo de la bahía, una antigua fortaleza colonial con metros de espesor en sus muros. Las escasas piezas que la guarnecían no habían podido ser desmontadas pese a las toneladas de proyectiles que se les habían disparado. Las costas interiores del canal de acceso estaban protegidas por diversas baterías dispuestas con sus fuegos cruzados; se suponía, asimismo la existencia de varias líneas de torpedos o de minas.

Si se lograba sortear esa red de peligros, quienes entraran lo tendrían que hacer de uno en uno, con lo que la flota enemiga podría concentrar su fuego y… ¡Todo aquello era ridículo!

—Caballeros, incluso las estupideces tienen que ser previstas con antelación. Veamos el plan de entrada… —dijo el almirante Sampson a su Estado Mayor.

El encargado de operaciones del reducido gabinete de mando sacó unas hojas escritas y una serie de esquemas.

—Desde el inicio del bloqueo se elaboró un plan alternativo que incluía el entrar por la fuerza —dijo.

—Como una hipótesis no deseable, supongo —farfulló el comandante del Texas.

—Como paso previo se contemplaba el asalto por tierra de las fortalezas que guarnecen la boca, pero ya se nos ha indicado que en este momento eso es inviable.

Sampson tomó la palabra. Aquello tenía que aclararse cuanto antes.

—Vamos a ver. Como esa parte no es posible, realizaremos fuego contra la fortaleza hasta callar sus defensas. Intentaremos también alcanzar la ciudad y los muelles disparando por encima de las alturas. Durante esta noche aprovisionaremos los pañoles de nuestros buques al máximo y antes del amanecer comenzaremos el bombardeo. Continuaremos todo el día de mañana, turnándonos para mantener el fuego. Se trata de impedir que reparen o sustituyan las baterías dañadas. Si se hiciera factible un desembarco en algún punto de la boca lo haríamos con nuestras propias fuerzas. Mañana por la noche, víspera del 4 de julio, los barcos de menor calado atravesarán el canal de acceso y darán batalla a los que están en el interior, de forma que las unidades más lentas puedan tener cierta cobertura en su paso.

»Los buques que por calado no puedan entrar, se acercarán a la boca lo más posible para apoyar con sus piezas pesadas la acción.

»¿Alguna pregunta?

Hubo muchas. El plan de entrada no era tal. No se puede entrar en un sitio si no cabes por la puerta. El Bajo del Diamante, a unos centenares de metros de la boca, era una laja de granito situada a unos ocho metros y medio de profundidad, calado máximo de quien desee entrar en la bahía. La mayoría de los buques americanos del escuadrón bloqueador superaban esa cifra.

En realidad, Sampson proponía aniquilar las defensas con un bombardeo como nunca antes se viera; aterrorizar e incendiar la ciudad, hostigar a los buques ante ella fondeados con tiro indirecto y, cuando no quedara piedra sobre piedra en la entrada, sacrificar un par de buques ligeros haciéndoles entrar por el canal. Si lo lograban, perfecto 4 de julio. Si no, el hundimiento más que seguro de los valientes que forzaran la entrada taponaría la salida; la flota española quedaría embotellada por semanas y el escuadrón de Sampson tendría las manos libres para moverse por la costa de Cuba para reforzar el bloqueo, atacar La Habana o lo que fuera.

Cuando concretaron los detalles, las órdenes y los horarios, los comandantes retornaron a sus buques. Si Cervera saliera de Santiago todo sería más sencillo, se le destruiría con relativa facilidad; pero si no salió cuando la ciudad fue sitiada, ¿iba a hacerlo ahora cuando sus armas triunfaban en la batalla defensiva?

***

A las 05.30 de la madrugada del día 3 de julio comenzó un bombardeo sobre la fortaleza del Morro. Los tiros alcanzaban también la batería de la Socapa en la otra vertiente del canal de acceso. Durante varias horas los barcos de Sampson concentraron su fuego en las defensas, sin que las escasas piezas enemigas lograran neutralizarlo.

Sobre las 07.30, un pequeño cañonero español, el Alvarado, realizó una exploración del canal. Víctor Concas, segundo en el mando de la escuadra, pudo comprobar la gran concentración de buques enemigos y los efectos del tiro sobre las defensas. Pronto el bombardeo alcanzó también la costa interior de la bahía, al disparar los cruceros acorazados por encima de las montañas que la separaban del mar abierto.

Concas informó de ello al contraalmirante Cervera. Todo estaba dispuesto para la inmediata salida de la flota, pero el impetuoso ataque yankee había alterado el escenario. Reunido de urgencia el Estado Mayor, Cervera consultó a sus oficiales sobre la mejor estrategia a seguir. Era partidario claro de la salida inmediata, si acaso aceptaría un retraso de unas horas; las órdenes de Madrid las interpretaba en ese sentido y parecía resignado a la destrucción de la escuadra.

Bustamante estuvo muy convincente en la reunión. Si el enemigo destruía las defensas exteriores se confiaría y trataría de forzar el paso con buques menores. Si esto hacían podrían destruirles en el interior de la bahía; el plan de fuegos que protegía la salida interna del canal así lo aseguraba. El único riesgo sería que este quedara bloqueado. Pero si el canal quedaba libre…

En primer lugar, propuso resistir durante el día y hacer frente a lo que viniera. ¡Qué remedio!

En segundo lugar, la noche siguiente, una hora antes del amanecer, los destructores Furor y Plutón saldrían aprovechando la oscuridad y atacarían con sus torpedos los buques pesados enemigos, buscando crear el caos en la línea enemiga: el crucero Cristóbal Colón, el más rápido de las dos escuadras, saldría después en dirección este hacia Guantánamo, donde fondeaban decenas de transportes y barcos auxiliares yankees; esto —se esperaba— provocaría que buena parte de la flota bloqueadora acudiera en su persecución de forma desesperada. El insignia Infanta María Teresa más los cruceros gemelos Vizcaya y Oquendo tomarían rumbo oeste, el camino más corto para llegar a La Habana.

El plan era una síntesis del realizado por Cervera y por Villaamil. Contaba con la oscuridad para facilitar el ataque de los frágiles destructores y buscaba dividir la flota contraria.

Su objetivo era impedir la aniquilación, lograr que alguno de los barcos lograra salvarse llegando a La Habana. Agotado, Cervera lo aceptó, pero haciendo que todos siguieran la estela del Colón. Bustamante visitó cada buque y revisó personalmente las cabezas de los torpedos, un material que él mismo había contribuido a diseñar, impartiendo órdenes que aseguraran su uso.

Villaamil y Bustamante asumirían el mando de los dos destructores. Ambos sabían que marcharían en una cabalgada suicida hacia los cañones enemigos, pero no habiendo otra opción que diera oportunidades a los barcos grandes, lo afrontaron con valor y voluntariamente.

Durante todo el día 3 continuó el bombardeo enemigo. Los daños infligidos en El Morro y la Socapa fueron considerables, pero en la obra muerta; las baterías sólo sufrieron algunas bajas. Al anochecer, el buque auxiliar Gloucester, un yate artillado, fue enviado a reconocer la entrada del canal sin que se le hiciera fuego. Desobedeciendo órdenes, el Gloucester penetró camino de la bahía. Ni una sola batería abrió fuego, pero tras pasar el Bajo del Diamante y virar en Punta Gorda, se encontró de frente con el crucero Cristóbal Colón. Sus piezas de 150 mm lo destruyeron rápidamente, embarrancando fuera del acceso. La estratagema de Bustamante dio resultado.