Ambalasi estaba sentada en un tronco caído en la orilla, parpadeando feliz a la luz del sol que la bañaba en cálidas olas. Era un placer desacostumbrado relajarse, sentir placer con el sol/entorno, y contemplar aquel admirable río. Tan amplio que la otra orilla apenas era visible, marrón con la tierra del continente que drenaba. Las herbosas islas en el río pasaban derivando. El cielo no mostraba ninguna nube allí, pero debía de haber habido una fuerte lluvia y alguna que otra inundación en alguna parte río arriba, porque árbol tras árbol flotaban enormes y mayestáticos río abajo. Uno derivó en los bajíos y se encalló poderosamente en la orilla cerca de ella: pequeños y charloteantes ustuzou saltaron de él a la seguridad de la orilla. Uno de ellos pasó cerca, se giró para huir cuando Ambalasi se movió, cayó muerto cuando el hesotsan restalló. Piel amarronada, cola prensil; le dio la vuelta con sus garras y captó un movimiento en su parte media; una diminuta cabecita apareció. Un marsupial con una cría. Excelente. Setessei conservaría el espécimen para estudio. Ambalasi se sentó de nuevo en el tronco y suspiró con placer.
Una verdeante nueva tierra para explorar. Placeres del raciocinio amplificados muchas veces en ausencia de las disputas de las Hijas. La armonía de su trabajo no se veía alterada por la constante interrupción de su existencia: ahora sólo pensaba en ellas para gozar de su ausencia. La comandanta del uruketo, Elem, era diferente, se trataba de una yilanè de ciencia. Sabía cómo monitorizar su habla sin necesidad de decírselo. El odiado nombre de Ugunenapsa no había cruzado sus dientes o coloreado sus palmas en los muchos días de su viaje.
Los pensamientos de Ambalasi se vieron interrumpidos por un fuerte chasquido procedente del bosque a sus espaldas: volvió ligeramente su cabeza para poder vigilar al mismo tiempo tanto el río como la jungla. Su hesotsan estaba preparado, pero lo bajó cuando apareció una de las componentes de su tripulación. Llevaba un largo cuchillo cuerda que utilizaba para abrirse camino por entre la maleza y las lianas. Era un trabajo duro, y la boca de la yilanè estaba muy abierta; se tambaleó y estuvo a punto de caer.
—¡Cese de trabajo! —ordenó con voz fuerte Ambalasi—. Al agua antes de que perezcas por sobrecalentamiento.
La tripulanta dejó caer el cuchillo cuerda, se tambaleó hasta la orilla del río y se dejó caer cuan larga era en el agua. Cuando salió de nuevo a la superficie, alzó una palma a Ambalasi e hizo signo de gratitud por ayuda.
—Gratitud, por supuesto. No sólo debo ordenar y guiar a incompetentes, sino que también debo pensar por ellas. Quédate aquí hasta que puedas cerrar la boca.
Miró de nuevo hacia el río, pero el uruketo todavía no estaba a la vista. No importaba, sólo era media tarde, y Ambalasi le había dado todo el día para que los enteesenat hicieran ejercicio y recogieran comida para el uruketo. Ahora hubo un movimiento en la otra dirección cuando Setessei y otras dos tripulantas emergieron del bosque enormemente cargadas. Las tripulantas dejaron caer sus fardos y se unieron a su compañera en el agua. Setessei tenía también la boca abierta, pero no parecía estar tan sobrecalentada como las otras.
—Descubrimiento exacto tal como Ambalasi predijo —murmuró.
—Excelente. Por los contornos del territorio y la configuración del tributario, sabía que tenía que haber un lago ahí.
—Uno cálido; lleno de peces, bordeado por soleadas playas.
—¿Y deshabitado?
—Animales de todos tipos. Excepto sorogetso.
—De nuevo como predije, lo mismo que en los otros emplazamientos. Y, de todos los lagos que hemos examinado, este es el más cercano a la ciudad. Me veo forzada a la reluctante conclusión de que el pequeño grupo de sorogetso que descubrí es el único que existe. Evidentemente, el único en este río. ¿Sabes lo que significa esto?
—Ignorancia de significado/deseo de iluminación.
—Significa, fiel Setessei, que nuestros sorogetso no son nativos de estas orillas. Fueron traídos aquí, plantados aquí, dejados aquí, como yo había supuesto. Una sola colonia, fruto de oscuros experimentos de una científica desconocida. ¿Descubriste algo más digno de ser mencionado en tu expedición?
—Especímenes de interés, animales voladores sin plumas/sin pelaje y otros de posible valor.
Las tripulantas estaban emergiendo ahora del río, y Setessei ordenó que los fardos arrojados al suelo fueran traídos hacia ellas. Abrió uno y extrajo el cuerpo de un pequeño lagarto picudo, no más largo que un antebrazo. Ambalasi lo examinó con interés, extendió la larga cola.
—Ágil, es evidente que pasta sobre sus cuatro patas…, pero puede huir del peligro utilizando tan sólo las de atrás. También puede alimentarse de cualquier cosa con su afilado pico, comer tallos leñosos, hojas correosas.
—También tiene buen sabor. Establecen sus nidos en el sotobosque. Admito desagrado ante dieta repetitiva. He consumido ya bastante carne en conserva. Maté dos, comí uno…
—Únicamente en interés de la ciencia.
—Únicamente. Pero mi considerada opinión fue que la carne era lo bastante buena como para recoger los huevos.
—Y, por supuesto, lo hiciste. Te estás convirtiendo en una auténtica científica, Setessei. Una nueva fuente de comida es siempre apreciada. Y yo también me siento un poco cansada de anguila.
Los labios de Ambalasi se echaron inconscientemente hacia atrás, revelando sus dientes, mientras examinaba el espécimen. Su boca se abrió. Luego se cerró bruscamente con un chasquido, puesto que, en nombre de la ciencia, necesitaba aquel espécimen intacto para disección.
—Lo llamaremos naebak por su pico. Ahora…, muéstrame qué más cosas has traído.
Ambalasi nunca cesaba de sorprenderse ante la cantidad de nuevas especies que albergaba aquel continente. Era de esperar, pero seguía siendo un placer aumentado varios grados. Un escarabajo más grande que su mano, pequeños ustuzou, una sorprendente variedad de mariposas.
—De lo más satisfactorio. Mételo todo en los contenedores de conservación…, ya han estado expuestos al aire demasiado tiempo. Tendremos un festín de descubrimiento cuando regresemos. Que será demasiado pronto.
Setessei captó los armónicos de Hijas/depresión tras sus palabras, y rápidamente fue en busca de un fruto de agua que había estado refrescándose en el río. Ambalasi bebió agradecida, pero no consiguió desprenderse de sus morbosas preocupaciones.
—Exploración y placeres en un extremo: deprimentes confrontaciones en el otro. Me he contenido de pensar en lo que encontraremos cuando regresemos. Ahora debo hacerlo, puesto que, cuando el uruketo regrese…, nosotras regresaremos también.
—Intereses de ciencia/exploración completos —dijo tentadoramente Setessei.
Ambalasi hizo signo de triste negativa.
—Nada me proporcionaría mayor placer que proseguir nuestras investigaciones científicas. Pero temo por la ciudad que he desarrollado, y que ahora ha sido dejada en manos de esas incompetentes totales. Forcé realidades sobre ellas…, luego las dejé para ver si podían resolver a su propia manera los problemas en mi ausencia. ¿Crees que habrán hecho eso? Admito que es muy improbable. Ahora, ¿me están engañando mis ojos con la edad, o eso es el uruketo que regresa?
—La visión de la gran Ambalasi es tan aguda como la de una joven fargi. El uruketo regresa.
—Excelente. Prepara tus muestras ahora mismo para que puedan ser cargadas a bordo antes de que se haga oscuro. He mantenido la cuenta de los días y las señales guía. Ahora iremos corriente abajo, aprovechando su impulso. Si partimos al amanecer, estaremos en Ambalasokei antes de que se apague la luz de mañana.
—¿Tan cerca estamos?
—No…, pero el río fluye rápido.
Como correspondía a su status, Ambalasi permaneció descansando mientras las otras trabajaban para conservar los especímenes. Los enteesenat se dirigieron hacia la orilla del río, saltando muy por encima del agua. Eran unos animales espléndidos e inteligentes, un placer para la vista. El uruketo avanzó majestuosamente tras ellos, retuvo su marcha y se detuvo con su pico descansando en la orilla. La propia Elem bajó de la alta aleta para ayudar a Ambalasi a embarcar. La piel del animal era resbaladiza y daba poco asidero a sus garras. Una vez segura en el amplio lomo, descansó antes de empezar a subir a la parte superior de la aleta.
—¿Ha sido alimentado el animal? —preguntó.
—Más que adecuadamente. Los enteesenat hallaron muchas anguilas grandes, no tan grandes como las que cogemos, pero de un tamaño apreciable. Al uruketo parecieron gustarle enormemente.
—¿Puedes comprender realmente las respuestas de esa criatura sin cerebro?
—Una aprende a través de la larga asociación y observación. Hay una gran satisfacción y habilidad en hacer esto, una satisfacción del tipo que a veces siento…
Elem se detuvo, confusa, registró disculpas, y su cresta llameó naranja, luego roja. Ambalasi hizo signo de aceptado/comprendido.
—Te viste abrumada por los placeres del mando/comprensión. No me ofendo por ello. Tomo nota del hecho de que en los muchos días que hemos estado lejos de la ciudad este es tu primer lapso, la primera vez que has considerado mencionar a la inmencionable en mi presencia. Pero ahora…, pronuncia el nombre en voz alta. ¡Ugunenapsa!
—Mi agradecimiento, es un placer oírlo…
—No para mí. Sólo lo pronuncio ahora para acostumbrar mi oído a su tosco sonido. Ugunenapsa. Cómo raspa contra mis terminaciones nerviosas. Partiremos por la mañana, alcanzaremos la ciudad el mismo día. Por eso permito el lapso. Una pequeña abominación comparada con las que oiré mañana.
Elem hizo signo de esperanza.
—Quizá todo esté bien.
Ambalasi respondió con un rudo sonido.
—Conociendo a tus hijas compañeras como las conoces…, ¿crees realmente que puede haber ocurrido eso?
Elem era demasiado juiciosa para responder a una pregunta como aquella, de modo que en vez de ello pidió permiso para iniciar la carga. Agitada por su justa ira, Ambalasi halló ahora la fuerza necesaria para trepar a la aleta y descender al fresco interior del uruketo. Se durmió de inmediato, sabedora de que iba a necesitar todas sus fuerzas en los próximos días. Durmió hasta que Setessei la despertó con sonidos de imperativa atención.
—La ciudad está a la vista, gran Ambalasi. Pensé que desearías prepararte para la llegada. ¿Quizá pintar tus brazos con fuerza y victoria?
—No tengo intención de malgastar pigmentos para impresionar a esas criaturas. En vez de eso, tráeme carne a fin de tener la fortaleza necesaria para escuchar sus estupideces.
El uruketo debía de haber sido divisado, porque Enge aguardaba sola en el muelle. Ambalasi hizo signo de apreciación.
—Sabe que puedo soportar su presencia, pero me ahorra la visión de sus disputantes compañeras tanto tiempo como sea posible. Setessei, lleva los especímenes a la cámara de examinación. Me reuniré contigo allí tan pronto como averigüe lo que ha ocurrido en nuestra ausencia. Espero lo mejor, pero me temo lo peor.
Ambalasi bufaba y resoplaba por el esfuerzo cuando pisó el muelle: Enge hizo signo de saludo y bienvenida, con modificadores de felicidad.
—¿Es el placer de mi regreso sana y salva lo que causa que expreses tanta alegría…, o eres portadora de buenas noticias?
—Ambas cosas, gran Ambalasi. Largos estudios de los Ocho Principios de Ugunenapsa me han conducido infaliblemente al séptimo principio. Cuando te dije que la respuesta a nuestros problemas se hallaba en las palabras de Ugunenapsa, lo creía realmente. Pero aún quedaban dudas…
—Ahórrame todo esto, Enge. Los resultados serán suficientes, no es necesaria una explicación detallada de la ruta tomada. ¿Me estás informando sinceramente de que vuestros problemas han sido solucionados durante mi ausencia mediante la aplicación de principios filosóficos? ¡Si eso es así, entonces estoy dispuesta a enrolarme inmediatamente en las filas de las Hijas!
—Te recibiríamos con gran alegría. Aunque las soluciones son ahora posibles, sigue existiendo un problema…
Ambalasi suspiró espectacularmente.
—No es totalmente inesperado. Plantea el problema.
—Se trata de Far‹ y de aquellas que escuchan y siguen su línea de pensamiento.
—Eso tampoco es inesperado. ¿Qué ha hecho ahora esa criatura repulsiva?
—Ha tomado a sus compañeras y se han ido a reunirse con los sorogetso.
—¿Que ha hecho qué?
Todas las zonas pigmentadas del cuerpo de Ambalasi llamearon escarlatas, pulsando con color como un corazón latiendo a punto de estallar. Enge retrocedió, alarmada, haciendo débilmente signo de peligro-para-la-salud. Ambalasi hizo chasquear sus mandíbulas con un tremendo sonido.
—Di instrucciones, emití órdenes categóricas. Los sorogetso debían abandonar la ciudad y no regresar. Y no debían ser contactados por nadie. Prometí mi inmediata retirada de la ciudad y su destrucción si no era obedecida. ¡Y ahora esto!
Enge se tambaleó ante la oleada de emoción, luchó por hablar, finalmente recibió signo de permiso para hacerlo por parte de Ambalasi, que estaba demasiado furiosa para hablar coherentemente.
—Esto todas lo comprendimos y apreciamos y obedecimos. Pero Far‹ se negó a aceptar tus órdenes, dijo que, puesto que habíamos rechazado el gobierno de la eistaa, también debíamos rechazarte a ti. Si conservar la ciudad era el precio de la obediencia, dijo, entonces la ciudad debía ser abandonada. Se llevó a sus seguidoras con ella. Han ido todas con los sorogetso. Tienen intención de vivir con ellos, vivir como ellos, y convertirlos a las auténticas creencias de Ugunenapsa y construir la auténtica ciudad de Ugunenapsa en la jungla.
—¿Y eso ha ocurrido ya? —preguntó Ambalasi, recuperando parte de su control, segura de conocer la respuesta por anticipado.
—No. Far‹ resultó herida, pero no regresará. Algunas se han quedado con ella, el resto ha vuelto.
—Pon a esas criaturas desobedientes a trabajar de inmediato sacrificando/limpiando/conservando anguilas hasta que yo dé permiso para que cese su trabajo. Lo cual tengo intención de que no se produzca nunca. Yo iré con los sorogetso.
—Hay peligro ahora.
—¡No temo nada!
—Pero deseo hablarte de nuestros logros.
—Sólo cuando este abrumador asunto haya quedado cerrado. Ordena a Setessei que se reúna conmigo y que traiga el contenedor sanador. De inmediato.
Uno de los botes jóvenes había crecido ya lo bastante como para llevar a dos pasajeras. Eso hubiera debido hacer el viaje mucho más fácil, excepto por el hecho de que el entrenamiento del bote apenas se había iniciado. No dejó de agitar sus tentáculos y escupir agua, haciendo girar sus ojos hacia Setessei mientras esta martilleaba despiadadamente las terminaciones nerviosas de la criatura. Avanzaron erráticamente istmo abajo y más allá del muro protector. La furia de Ambalasi cedió lentamente, y apreció aquel intervalo que le permitía recobrar su compostura. Ahora era necesario el pensamiento frío, no la ardiente ira. Sin embargo, sostenía su hesotsan tan apretadamente que la criatura se agitó en su presa. Era sólo una protección contra los animales merodeadores…, pero ¡cómo le hubiera gustado usarlo contra Far‹! Desobediencia a órdenes estrictas, disrupción de observaciones científicas. Esta vez, realmente, había ido demasiado lejos. Y estaba herida, eso era lo que había dicho Enge. Mortalmente, esperaba Ambalasi. Quizás unas cuantas toxinas inyectadas en su riego sanguíneo, en vez de anestésicos, ayudaran a rematar el proceso.
Había un silencio ominoso en el bosque. Tras asegurar el aún alterado bote a la orilla, Setessei abrió camino a lo largo del sendero, con el arma preparada. Antes de alcanzar el tronco flotante que daba acceso a los sorogetso, en un rincón de playa en sombras junto al lago, tropezaron con un pequeño grupo de yilanè. Tres de ellas estaban inclinadas sobre algo que había en el suelo, y reaccionaron con miedo cuando Ambalasi llamó con voz fuerte atención al habla. La miraron, temblorosas, los ojos muy abiertos por el temor.
—Merecéis la muerte, la destrucción, el desmembramiento por desobedecer mis órdenes y venir aquí. Sois criaturas de retorcida estupidez, y ahora me diréis dónde está la más retorcida y estúpida de todas, la conocida como Far‹, pero que debería ser conocida como Ninperedapsa, la gran desobedecedora/destructora.
Temblaron mientras se apartaban a un lado para revelar el cuerpo de Far‹ tendido en el suelo a su lado. Tenía un manchado nefmakel enrollado en un brazo, y sus ojos estaban cerrados. Ambalasi sintió un gran estallido de placer ante el pensamiento de que quizás estuviera muerta.
No lo estaba. Far‹ se agitó y sus grandes ojos temblaron y se abrieron, miraron a Ambalasi. Que se inclinó sobre ella y habló con los armónicos más venenosos que pudo conseguir.
—Esperaba que hubieras muerto.
—Hablas como hablaría una eistaa. En nombre de Ugunenapsa, te rechazo como rechazaría a cualquier eistaa.
—¿Es por eso por lo que desobedeciste mis órdenes?
—Sólo el espíritu de Ugunenapsa ordena mi vida.
Ambalasi retiró el nefmakel, lenta y dolorosamente, y se complació con el incontrolable gemido de Far‹.
—¿Y por qué razón te envió Ugunenapsa aquí con los sorogetso?
—Para hablar de sus verdades a esas simples criaturas. Para conducirlas a Ugunenapsa y asegurar su futuro. Para que, cuando sus jóvenes fargi salgan del agua, aprendan también de Ugunenapsa y sigan su camino.
—¿Lo harán? Alguna criatura de sucios dientes te ha mordido, y la herida está infectada. Así que tienes intención de hablarles de Ugunenapsa. ¿Significa eso que hablas su lenguaje?
—Algunas palabras. Aprenderé más.
—No si yo tengo algo que decir al respecto. ¿Qué te mordió?
Far‹ desvió la vista ante esta pregunta, dudó antes de hablar.
—Fue el macho, ese cuyo nombre creo que es Asiwassi…
—¡Easassiwi, Hija de la Torpeza! —rugió Ambalasi, disfrutando enormemente—. Ni siquiera puedes pronunciar correctamente su nombre…, ¿y vas a predicarles sobre Ugunenapsa? Cuchillo cuerda, nefmakel, antiséptico —ordenó a Setessei—. Y veo, por esta reacción, que él no se sintió muy impresionado por tus prédicas. Una criatura sensata: mi estimación sobre su inteligencia ha aumentado. Curaré y vendaré esta herida, te trataré con antibióticos…, luego te alejaré de este lugar antes de que causes un daño irreversible.
—Me quedaré. No puedes obligarme…
—¿No puedo? —Ambalasi se inclinó tan cerca de ella que su furioso aliento barrió el rostro de Far‹—. Observa. Tus seguidoras van a recogerte y te llevarán de vuelta a la ciudad. Si se niegan, tomaré mi hesotsan y las mataré. Luego te mataré a ti. ¿Tienes la más ligera duda de que lo haré?
Si Far‹ tenía alguna duda, sus compañeras evidentemente no. No le dieron tiempo a responder, sino que la cogieron con tanta suavidad como les fue posible y la transportaron, protestando débilmente, sendero abajo y fuera de la vista.
—Parece que este va a resultar un buen día después de todo —dijo alegremente Ambalasi, y adelantó las manos para que la admirativa Setessei pudiera limpiarlas con un gran nefmakel.
El bote resultó un poco más obediente cuando regresaron a la ciudad, así que Setessei le dio algunos peces como recompensa. Al igual que antes, Enge aguardaba su llegada.
—Far‹ ha regresado y me ha hablado de tu amenaza de violencia. ¿La hubieras matado realmente? —Enge estaba trastornada por el incidente, y Ambalasi interpretó mal su preocupación.
—¿Sitúas la supervivencia de tus deprimentes Hijas por delante de la supervivencia racial de los sorogetso?
—No es esta mi preocupación, ni la de ellas ni la de Far‹. Simplemente estoy preocupada de que una notable científica, una yilanè de grandes logros, considere el asesinato de una inferior.
—Mi furia era tan grande que muy bien le hubiera podido arrancar la cabeza de un mordisco. Pero, cuando la furia se desvanece, el buen sentido regresa. Ciencia en vez de violencia. Quizá no hubiera herido a ninguna de ellas. Pero la perspectiva de la muerte estuvo muy cerca. Ahora permíteme olvidar a esa Hija de la Destrucción y escuchemos eso de importancia y felicidad que tenías que decirme.
—Mío es el placer de revelarlo. En primer lugar, debes comprender los Ocho Principios de Ugunenapsa…
—¿Debo realmente?
—Por supuesto. ¿No intentarías comprender la ciencia del cuerpo antes de comprender la ciencia de las células?
—Reprimenda aceptada —suspiró Ambalasi, aposentándose sobre su cola y olisqueando la brisa del río—. Escucho/aprendo.
—El primer principio deriva de la intuición de Ugunenapsa y de su comprensión de una verdad que siempre ha existido. Esta verdad es que existimos entre los pulgares del espíritu de la vida, Efeneleiaa.
—Los ojos de Ugunenapsa debieron ser superiores a los míos. En toda mi investigación biológica nunca he visto ningún Efeneleiaa.
—Esto es porque buscaste en los lugares equivocados —dijo Enge con gran entusiasmo—. El espíritu de la vida está dentro de ti, porque estás viva. Y dentro de todas las yilanè también. La mayor parte de las criaturas no poseen la capacidad de comprender la realidad de su propia existencia. Pero, una vez ha sido captada la realidad de Efeneleiaa, todo lo demás se deriva fácilmente. Así, el segundo principio…
—Quédate todavía en el primero. Aún no tengo la menor idea de lo que estás hablando. Requiero definición de nuevo concepto introducido, nuevo término nunca oído antes. ¿Espíritu?
—Ugunenapsa creó el término espíritu para describir algo inherente a lo yilanè, describible pero invisible. Da el ejemplo de veinte fargi, diez de ellas yileibe e incapaces de hablar, diez yilanè. Si no intentan comunicarse, son indistinguibles. Si están todas muertas, no hay ningún tipo de disección física que pueda separar un grupo del otro. En consecuencia, Ugunenapsa, que lo comprendía todo, utilizó el nuevo término espíritu para describir la diferencia, en este caso el espíritu de la comunicación.
En el caso de la vida usó a Efeneleiaa, vida-eternidad-residencia. ¿Está claro ahora?
—Sí y no. Sí, oigo lo que dices y sigo tus argumentos. Y no, rechazo el concepto de espíritu como algo artificial, no existente y nocivo al claro pensamiento. Pero, por el momento, dejo esto a un lado y vuelvo al sí. Aunque rechazo el concepto básico, no me sumiré en la discusión a fin de poder ver lo que se deriva del concepto.
—Tus reservas son anotadas, y quizás en otra ocasión intente aclarar el concepto de espíritu. Admito que es difícil…
—No difícil. Equivocado e inaceptable. Pero sí, termina esta agotadora discusión antes de que descienda la oscuridad. Por el momento no aceptaré la verdad de que tu Efeneleiaa existe, pero lo toleraré como una teoría. Continúa. ¿Ibas a hablar del segundo principio?
Enge hizo signo de aceptación de términos-de-discusión.
—Sea como dices. Cuando reconocemos a Efeneleiaa, comprendemos que todos moramos en la ciudad de la vida, que es más grande que cualquier ciudad yilanè. ¿No ves la verdad y la simplicidad de esto?
—No. Pero es tu argumentación. Síguela hasta el final. —A continuación viene el tercer principio…, que el espíritu de la vida, Efeneleiaa, es la suprema eistaa de la ciudad de la vida, y que nosotras somos ciudadanas y seres en esta ciudad.
Ambalasi abrió sus membranas nictitantes, que había dejado deslizar sobre sus ojos ante la acumulación de teorización.
—¿Y vosotras, las Hijas, creéis en estos argumentos? —No creemos…, ¡vivimos en ellos! Porque hacen la vida posible para nosotras.
—Entonces continúa. Tú al menos aceptas que sois ciudadanas de una ciudad, y eso ya es algo.
Enge hizo signo de reconocimiento de gran inteligencia.
—¡Tu mente detecta mis argumentos antes de que yo los formule!
—Naturalmente.
—Entonces escucha el cuarto principio. Cuando conocemos la Gran Verdad somos poseídas por una nueva fuerza, porque entonces disponemos de un mayor y más alto centro de identidad y lealtad.
—No es extraño que seáis odiadas por la eistaa de todas las ciudades. El siguiente.
—El quinto principio nos enseña que el poder de la verdad requiere una nueva visión de la mente. Esta visión permite a la que mira ver las cosas que ven todas las cosas vivas, pero mirar más allá de la superficie al invisible aunque presente orden auténtico de la existencia.
—Discutible. Pero mi cerebro está lleno de fatiga. ¿No dijiste que la solución reside en vuestro séptimo principio? ¿No puedes saltar directamente a él?
—Deriva del sexto principio.
—Entonces oigámoslo de una vez. —Ambalasi cambió de posición porque se le estaba entumeciendo la cola. Enge mostró la luz de la conversión en sus ojos mientras alzaba alegremente los pulgares.
—En su sexto principio, Ugunenapsa nos enseña que hay un orden de interdependencia dentro y sosteniendo todas las cosas vivas, un Orden que es más que esas propias cosas vivas, pero también un Orden en el que participan todas las cosas vivas, lo sepan o no…, ¡un Orden que ha existido desde el Huevo del Tiempo!
Ambalasi hizo signo de falta de necesidad.
—No necesitamos a vuestra Ugunenapsa para que nos diga eso. Es una simple descripción de la ecología…
—¡Siete! —dijo Enge con un entusiasmo tan grande que ni siquiera se dio cuenta de que Ambalasi había hablado—. Las Hijas de la Vida son autorizadas y obligadas, por el reconocimiento y la comprensión de ese Orden, y en lealtad al Espíritu de la Vida, a vivir para la paz y la afirmación de la vida. Ahí reside la solución al problema de la ciudad.
—Ciertamente, y te tomó bastante tiempo llegar a ello. ¿Me estás diciendo que tus Hijas, que están de acuerdo con las argumentaciones y las palabras de Ugunenapsa, no tenían la convicción de que deben vivir pacíficamente juntas en armonía cooperativa para afirmar la vida?
—Eso es lo que creemos, lo que sabemos… ¡Lo que haremos! Del mismo modo que seguimos el octavo y último principio…
—Ahórrame este al menos. Resérvalo como un placer que ofrecerme algún día, cuando me sienta apagada y necesite inspiración. Será mejor que me expliques cómo la obediencia al séptimo mandamiento salvará la ciudad.
—Te llevaré allí y te lo mostraré. Cuando comprendimos cómo nos estaba guiando Ugunenapsa, buscamos formas de mostrar nuestra apreciación. Ahora todas desean trabajar en la ciudad de la vida, y se apresuran a presentarse voluntarias. Aquellas con los mejores talentos, como la pesca y la horticultura, son las primeras. Buscan tu guía en asuntos en los que no están seguras y celebran tu regreso sana y salva.
Ambalasi se enderezó y recorrió la longitud del muelle, luego volvió hacia atrás. La brisa del atardecer era fría y pronto sería la hora de dormir. Se volvió a Enge y alzó sus pulgares apretados para indicar que una importante cuestión había quedado pendiente entre ellas.
—Todo esto me complace enormemente, como muy bien has dicho. Aunque me sentiré mucho más complacida aún cuando vea el sistema en operación. Pero ¿te ha revelado Ugunenapsa en su sabiduría la respuesta a la otra pregunta vital que te formulé?
Ahora fue el turno de Enge de hacer signo de preocupada negativa.
—Si tan sólo pudiera. El placer que he conseguido en la salvación de la ciudad se ha perdido en la realidad de que no veo salvación para las Hijas de la Vida. Permaneceremos aquí, estudiando la sabiduría de Ugunenapsa, y envejeceremos en nuestros estudios.
—Envejeceréis y moriréis, y eso será el fin de todo.
—De todo —hizo eco Enge, con tonos y armónicos lúgubres como la propia muerte. Se estremeció como si la hubiera rozado un frío viento, tendió las manos y las indujo a volverse del oscuro verde del pesar al rosado de la esperanza—. Pero no dejaré de buscar una respuesta a eso. Tiene que existir alguna. Es en mi propia e inferior incapacidad de reconocerla donde reside el problema.
—Crees que hay una respuesta, ¿verdad, gran Ambalasi?
Ambalasi no respondió. Eso era lo más considerado. Se dio la vuelta y dirigió su atención al agua y al cielo. Pero la menguante luz le hizo pensar en la muerte.
La muerte era algo que Vaintè nunca había considerado. Ni tampoco la vida. Simplemente existía. Pesca cuando tenía hambre, bebía en el manantial cuando sentía sed. Era una existencia vacía y sin mente que ahora le encajaba perfectamente. De tanto en tanto, cuando pensaba en las cosas que habían ocurrido, se sentía inquieta e incómoda y hacía chasquear sus dientes, presa de intensas emociones. No le gustaba eso.
Era mejor no recrearse en esos asuntos tan trastornantes, era mejor no pensar en absoluto.
Fanasso to tundri hugalatta, ensi to tharmanni — foa er suas tharm, so et hola likiz modia.
Dicho tanu
Mantén tu mirada en el bosque y no en las estrellas — o puede que veas a tu propio tharm ahí arriba.