Sanone no aprobaba este tipo de reuniones. Entre los sasku arreglaban las cosas de forma distinta. Eran los manduktos quienes trabajaban con sus mentes y no con sus manos, quienes estudiaban a Kadair y sus efectos en este mundo, al igual que otras cosas importantes, eran ellos quienes se reunían y consideraban y decidían. Cuando eran necesarias consideraciones y decisiones. No de esta manera desorganizada, donde cualquiera podía dar una opinión. ¡Incluso las mujeres!
Ninguno de estos pensamientos se mostraba en el oscuro rostro lleno de arrugas de Sanone; sus rasgos eran tranquilos y no revelaban nada. Permanecía sentado con las piernas cruzadas junto al fuego; escuchaba y observaba, pero no hablaba. Todavía no. Tenía buenas razones para estar aquí, aunque era sasku y no tanu, y podía ver la razón para su presencia allí entre los cazadores sentados, entre las mujeres. Malagen notó sus ojos clavados en ella y se retiró inquieta de vuelta a la oscuridad. La expresión de Sanone no cambió al verla…, aunque las aletas de su nariz temblaron con irritación cuando una horda de chillantes niños corrió junto a él y le arrojó arena con los pies. Se la sacudió y volvió su atención a Herilak, que se puso en pie para hablar.
—Se ha hecho mucho. Hemos cortado nuevos palos para las rastras, hemos reparado los arneses de cuero. La carne ha sido ahumada y está dispuesta. Creo que se ha hecho todo lo que necesitaba ser hecho. Hablad si alguna cosa ha quedado por terminar.
Merrith se puso en pie, hizo gestos insultantes a los cazadores que intentaban hacer que se sentara. Tan robusta como un cazador —y tan fuerte como uno también—, había estado sola desde la muerte de Ulfadan.
—Habláis de abandonar este valle de los sasku. Yo digo que nos quedemos.
Las mujeres tras ella guardaron silencio, los cazadores se mostraron ruidosos en su desacuerdo. Aguardó hasta que los gritos murieron, luego habló de nuevo:
—Los cazadores tenéis la boca en el extremo equivocado…, cuando habláis sonáis como si os pedorrearais. Aquí tenemos buena comida, y hay buena caza en las colinas. ¿Por qué debemos marcharnos?
Algunas de las mujeres expresaron su acuerdo con esto, y la discusión empezó a volverse acalorada y confusa. Sanone escuchó, inexpresivo, guardando para sí sus pensamientos. Herilak aguardó hasta que vio que las cosas no terminarían fácilmente, entonces gritó reclamando silencio. Obedecieron, puesto que les había conducido en la guerra contra los murgu y habían sobrevivido.
—Este no es el lugar para discutir estas cosas. Los tanu no matan a los tanu. También es cierto que los tanu no pueden obligar a los tanu. Los cazadores que deseen venir cuando nos marchemos, vendrán. Aquellos que deseen quedarse, se quedarán.
—¿Sólo los cazadores? —dijo Merrith descaradamente—. ¿Es que las mujeres ya no tienen voz?
Herilak controló su temperamento y deseó que una mujer al menos perdiera el suyo.
—Una mujer puede hablar con su cazador, y entre los dos decidirán qué deben hacer. Estamos aquí ahora porque aquellos de nosotros que deseamos abandonar este valle tenemos que prepararnos…
—Bien, aquí hay una que no desea marcharse —dijo Merrith; se puso en pie y se abrió camino entre la multitud, luego se detuvo para mirar atrás—. A menos que no sea bienvenida a quedarme aquí. ¿Qué dices tú, Sanone, mandukto de los sasku?
Todos se volvieron ahora hacia Sanone con gran interés. Este alzó sus manos hasta la altura de sus hombros, con las palmas hacia fuera, y habló en buen marbak pese a su acento:
—Sasku y tanu lucharon como uno en la ciudad en la orilla, vinieron a este valle y lucharon lado a lado de nuevo. Los tanu son invitados a quedarse, también son libres de marcharse. Somos como hermanos.
—Y hermanas —añadió bruscamente Merrith—. Esta se queda. —Se volvió de espaldas y se alejó.
Si alguna de las demás mujeres sentía como ella, se guardó sus sentimientos en silencio. Eran libres, como lo eran todos los tanu, de vivir sus vidas tal y como desearan. Si un sammadar no les gustaba, podían marcharse a un nuevo sammad. Pero los lazos que las unían a un cazador que había engendrado a sus hijos no eran tan fáciles de romper. Y los cazadores ansiaban los bosques; no podía impedírseles que se marcharan.
La discusión prosiguió durante largo tiempo. Los fuegos murieron y los niños se quedaron dormidos. Sanone aguardó pacientemente y, cuando fue el momento, se puso en pie.
—Estoy aquí debido a dos asuntos…, ¿puedo hablar?
—No preguntes —dijo Herilak firmemente—. Los lazos de la batalla nos atan muy fuerte.
—Entonces tengo una petición que hacer. El mastodonte que nació aquí, que fue llamado Arnhweet y a través del cual Kadair habla con nosotros. ¿Queda claro que este mastodonte se quedará aquí cuando vosotros os marchéis?
—Nunca hubo ninguna duda al respecto.
—Entonces nos sentimos agradecidos. Ahora, otro asunto. Hay alguien aquí que no es tanu sino sasku. Malagen, la mujer del bravo guerrero llamado Simamacho…
—Que ahora está muerto —dijo Newasfar furiosamente. Sanone asintió con solemnidad.
—Que ahora está muerto, caído en la batalla contra los murgu. Pero su mujer Malagen vive y es sasku.
—Ella es mi mujer ahora, y esto es todo lo que hay —dijo Newasfar; avanzó un par de pasos, con los puños cerrados—. Se viene conmigo.
—Creía que entre los tanu cada cual decidía por sí mismo. ¿Hablas tú por Malagen? —Sanone alzó la vista con los ojos entrecerrados hacia el alto cazador, sin moverse. Newasfar tembló de furia. Herilak sujetó su brazo, le habló en voz baja.
—Un cazador siente respeto hacia la edad. Siéntate con los demás. —Aguardó hasta que Newasfar se volvió a regañadientes, luego señaló a la mujer sasku—. ¿Quieres hablar, Malagen?
Ella le lanzó una horrorizada mirada, luego ocultó el rostro entre sus brazos. Herilak no deseaba que aquello fuera más lejos y causara problemas. La mujer no iba a decir nada porque esa era la forma sasku. Pero él sabía que deseaba marcharse con Newasfar. También sabía que Sanone le estaba observando, aguardando una respuesta a su pregunta. Sólo podía haber una.
—No veo ningún problema aquí. Porque, ¿no es exactamente como Sanone dijo, que sasku y tanu por igual lucharon como uno en la ciudad en la orilla, luego vinieron a este valle donde lucharon lado a lado de nuevo? Él ha dicho, en su generosidad, que los tanu son invitados a quedarse aquí, libres de marcharse. Somos como hermanos, por supuesto…, y como hermanas también. Nosotros los tanu no podemos decir menos. Malagen puede venir con nosotros si es eso lo que desea.
Si Sanone sintió que había sido derrotado por sus propias palabras no dio la menor señal de ello; simplemente alzó su mano en aceptación, se puso en pie y se marchó. Herilak contempló alejarse su espalda y deseó que no hubiera más infelicidad, más dificultades ahora. Habían luchado juntos en la guerra; debían separarse en paz. Se volvió de nuevo hacia los sammads.
—Partiremos por la mañana. ¿Estamos de acuerdo respecto a nuestro rumbo? El norte es demasiado frío, y no es necesario seguir de nuevo la ruta de la nieve a través de las montañas. Yo digo que vayamos hacia el este, el camino por el que vinimos, hasta alcanzar el gran mar. Entonces podrán tomarse otras decisiones.
—Hay un gran río que debe ser cruzado —se quejó Fraken. Era viejo y frágil ahora, y tenía la sensación de que sus conocimientos ya no eran respetados. Pocos se preocupaban de lo que decía cuando exploraba los excrementos de búho para intentar hallar algún atisbo del futuro.
—Hemos cruzado el río antes, alladjex. Construiremos balsas, los mastodontes pueden nadar fácilmente en el lugar donde es más estrecho. No habrá ningún problema. ¿Alguien más desea hablar? Dejémoslo así entonces. Partiremos por la mañana.
Como siempre cuando los sammads emprendían la marcha, los mastodontes, protestando con chillidos ante la restricción de su libertad, fueron cargados y enjaezados antes del amanecer. Cuando el sol apareció por el horizonte, todo estaba preparado. Herilak permaneció a un lado para observar partir al primero de ellos: el camino era conocido por todos, y no había precedencia ni mando entre los sammadars. Sintió un gran alivio cuando vio que Sanone estaba entre los sasku que presenciaban la partida. Fue hacia él y apoyó las manos en sus hombros.
—Nos veremos de nuevo, amigo mío.
Sanone sacudió la cabeza en un solemne no.
—No lo creo, amigo mío. Ya no soy joven, y no deseo abandonar este valle de nuevo. He obedecido las órdenes de Kadair, he visto cosas que nunca soñé que existieran. Y ahora estoy cansado. ¿Y tú? Creo que tú tampoco volverás nunca por aquí.
Herilak asintió solemnemente.
—No habrá ninguna necesidad. Te buscaré en las estrellas.
—Todos seguimos el sendero de Kadair. Si Kerrick está vivo, y lo encuentras, dile que Sanone de los sasku le da las gracias por nuestras vidas.
—Lo haré —dijo Herilak; se volvió y se alejó sin más palabras, sin mirar atrás ni una sola vez al valle o a los sasku con quienes tantas cosas había compartido.
Avanzó por el sendero al lado del río, atrapó a los sammads que se movían lentamente, los pasó. El sammadar Kellimans tenía un solo mastodonte, y su sammad era pequeño. Pero ahora tenía un miembro más, vio Herilak mientras pasaba por su lado. Merrith conducía el mastodonte, guiándolo con tanta energía como cualquier guerrero.
—Veo aquí entre los tanu a alguien que eligió quedarse en el valle de los sasku —dijo Herilak.
Merrith siguió con su trabajo, masticando enérgicamente un bocado de carne ahumada. Extrajo de ella todo el alimento y escupió el resto antes de hablar.
—¿Quiere decir con esto el sammadar Herilak que no soy bienvenida aquí?
—Eres tanu.
—Por supuesto que lo soy. Y esta es la razón por la que no puedo quedarme en ese valle y trabajar en los campos y hablar estupideces con las mujeres. Un tanu no puede vivir sin el bosque, sin la libertad de ir a cualquier parte.
Herilak se sintió desconcertado.
—Entonces, ¿por qué todo eso acerca de quedarte? No veo ninguna razón… —Dudó, y vio que ella le estaba mirando de reojo y sonriendo. Herilak abrió mucho los ojos, luego se echó a reír. Y le dio una apreciativa palmada en la espalda.
—Actúas como un cazador, pero piensas como una mujer. Sabías que Sanone no quería que esa mujer sasku, Malagen, abandonara el valle. Así que invalidaste sus argumentos antes incluso de que él los formulara. ¡Nunca tuviste intención de quedarte en ese valle!
—Tú lo has dicho, bravo Herilak, no yo. Una débil mujer debe utilizar su mente para sobrevivir en este mundo de hombres fuertes.
Y, mientras decía esto, le dio una tal palmada en la espalda que Herilak se tambaleó hacia delante. Pero no dejó de reír.
Herilak se preguntó si Sanone se habría dado cuenta de que había sido vencido en sus argumentaciones. Puede que lo sospechara la noche antes…, pero seguramente había llegado a la certeza hoy, cuando Merrith no se quedó en el valle después de todo. Era bueno estar de nuevo de camino. Acarició el cuchillo de metal celeste de Kerrick allá donde colgaba en su cuello, se preguntó si este se hallaría en alguna parte ahí fuera, vivo todavía. Si así era…, lo encontraría.
Su camino les llevó hacia el norte a lo largo de la orilla del río, hasta el lugar donde los mastodontes podían cruzar. Hanath y Morgil, expulsados del valle por su robo del sagrado porro, habían montado su tienda allí, cerca del agua. Hanath agitó la mano y les llamó mientras pasaban, pero Morgil permaneció tendido en el suelo y ni siquiera se movió. Herilak se sintió preocupado. ¿Había sido un accidente…, o había murgu por allí? Mantuvo a la vez un palo de muerte y una lanza en sus manos mientras corría ladera abajo.
Hanath agitó de nuevo la mano cuando le vio acercarse, luego se sentó pesadamente al lado de su compañero.
—¿Qué ocurre? —preguntó Herilak, buscando heridas o sangre y no viendo nada.
—El porro —dijo Hanath roncamente, y señaló la jarra de cerámica junto a la abertura de su tienda—. No es bueno.
—Hubierais debido pensar en ello antes de robarlo.
—El porro robado fue muy bueno —dijo Hanath, haciendo chasquear los labios apreciativamente—. Es cuando lo elaboras tú que ocurre algo. Sabe bien, pero hace que el cazador se sienta enfermo al día siguiente.
—¿Habéis estado elaborándolo vosotros? ¿Cómo? —Herilak cogió la jarra y frunció la nariz ante el olor.
—Es bastante fácil de hacer. Observamos cómo lo hacían ellos, muchas veces, por la noche. No son buenos cazadores, nos arrastramos hasta encima de ellos sin que se dieran cuenta. Es fácil de hacer, simplemente coges esas cosas que crecen del suelo, el tagaso. Las pones en agua, las dejas al sol, les añades moho, eso es todo.
Morgil se agitó, abrió un ojo inyectado en sangre y gruñó.
—Debió de ser el moho. Creo que le pusimos demasiado.
Herilak ya estaba harto de sus estupideces.
—Los sammads se marchan —dijo.
—Os seguiremos. Quizá mañana. Estaremos bien.
—No si seguís bebiendo esto —dijo Herilak, y dio una patada a la jarra. El porro se derramó y empapó el suelo. Olía de forma horrible.
—Sólo puede haber sido el moho —dijo Morgil débilmente.
Kerrick miró a la niña y se sintió preocupado.
—¿Está enferma? Por fin ha abierto los ojos, pero no deja de girarlos y girarlos, y no creo que pueda ver.
Armun rio fuertemente ante aquello, un sonido limpio y feliz.
—¿No recuerdas cuando los ojos de Arnhweet eran exactamente iguales? Ocurre lo mismo con todos los bebés. Ysel verá muy bien. Sólo necesita un poco de tiempo.
—Y tú, ¿te ves con fuerzas para andar?
—Llevo días diciéndote que ya me siento fuerte. Y quiero abandonar este lago. —No miró hacia el otro campamento, pero él supo lo que estaba pensando. Sabía que él había estado demorando su partida, pero ya no podía seguir haciéndolo. Todo lo que iban a llevarse estaba empaquetado y asegurado a las dos rastras. Era una pequeña porción de la carga de un mastodonte…, pero no tenían ningún mastodonte. Lo que se llevaban estaba limitado a lo que podían arrastrar él y Harl. Armun y Darras se ocuparían de la niña. Arnhweet llevaría lanza y arco. Si Ortnar cargaba consigo mismo ya sería suficiente. Había llegado el momento de partir.
Las moscas zumbaban en los cuartos traseros de un ciervo recién sacrificado que era demasiado para que se lo llevaran. Los machos lo apreciarían. Apartó las moscas, lo levantó y se lo cargó al hombro.
—No vamos a dejar que se pudra. Tan pronto como vuelva nos iremos.
Cuando echó a andar por el claro, Arnhweet lo llamó y corrió tras él, caminó a su lado.
—No quiero abandonar a nuestros amigos —dijo en yilanè cuando vio que su madre no podía oírle. Nunca se le había dicho que hiciera eso, pero las instrucciones pueden ser presentadas de muchas maneras. Armun no hacía ningún secreto de su odio hacia los dos machos yilanè.
—Yo tampoco. Pero muchas veces en la vida emprendemos acciones que no deseamos hacer.
—¿Por qué?
—Porque a veces las cosas han de hacerse, nos gusten o no. Debemos marcharnos de aquí antes de que lleguen más cazadoras y nos encuentren. Debemos hacerlo tan pronto como sea posible. Imehei no puede venir con nosotros ahora…, y Nadaske no puede dejarlo solo.
—¿Está enfermo Imehei? Nadaske no me lo dijo.
—Es un tipo muy peculiar de enfermedad. Cuando termine, espero que sea capaz de viajar de nuevo.
—Cabe suponer que los dos vendrán y nos encontrarán. Entonces podremos hablar de nuevo.
—Entonces podremos hablar de nuevo —dijo Kerrick, ocultando todas sus reservas al respecto.
Nadaske estaba sentado a la orilla del agua, al lado de su inconsciente amigo. Alzó la vista pero no se movió cuando se acercaron. Se mostró más atento cuando Arnhweet le explicó con gran detalle todos sus preparativos para el viaje, lo bien que sabía disparar con su nuevo arco, y mira, comprueba el filo de la punta de mi lanza. Kerrick lo miró complacido, porque el muchacho era realmente yilanè. Pero ¿recordaría todo aquello cuando abandonaran el lago y sus amigos yilanè no estuvieran allí para hablar con ellos?
—Mojado-del-mar es un poderoso cazador —dijo Nadaske—. Cuando se haya ido echaremos en falta toda la carne que ha matado/traído.
Arnhweet arqueó orgullosamente la espalda, sin captar los sofisticados armónicos de tamaño de la carne y cantidad traída. En realidad sólo había conseguido atravesar un pequeño lagarto desde que había empezado a practicar con su arco. Kerrick apreció el esfuerzo que estaba haciendo Nadaske, porque también había armónicos de infelicidad y desesperación ocultos tras sus significados superficiales.
—Todo irá bien —dijo Kerrick—. Con vosotros, con nosotros.
—Todo irá bien —repitió Nadaske, pero sólo había oscuridad en sus modificadores. En el lago, Imehei burbujeó en su perpetuo sueño, y su mano derivó lentamente bajo el agua en una inconsciente parodia de adiós.
—Cuando hallemos un lugar seguro, os reuniréis con nosotros —dijo Kerrick, pero Nadaske había desviado la vista y no le oyó. Kerrick tomó a Arnhweet de la mano y fue a reunirse con los demás.
—Se hace tarde —dijo hoscamente Ortnar, arrastrando hacia delante su pierna mala—, y el camino es largo.
Kerrick se inclinó y cogió las varas de la rastra, mientras Harl hacía lo mismo con las suyas. Se adentraron en silencio en el bosque, y sólo Arnhweet miró hacia atrás. Pero los árboles se habían interpuesto en su camino, y sus dos amigos a la orilla del agua estaban ya fuera de su vista.
apsohesepaa anulonok elinepsuts kakhaato‹
Apotegma yilanè
Hay más hilos en la telaraña de la vida que gotas de agua en el mar.