El acto asesino había ocurrido muy rápidamente…, sin duda había sido planeado para que ocurriera exactamente de aquel modo. Todo muy obvio en retrospectiva, se dio cuenta Ambalasi. Fafnepto se había erguido ante ellas, con el orgullo de sus habilidades de cazadora muy patente, apoyada por su fuerza y su arma. Sin darse cuenta de que había cazadoras en las ciudades que podían superar a cualquier moradora de los bosques en astucia y rapacidad. Vaintè la primera de ellas, y aquella gorda idiota de Akotolp siguiendo sus instrucciones. Tenía que ser ella la que proporcionara el hesotsan, facilitara el material para el mortífero engaño…, ¡incluso había tenido la desfachatez de usar los registros científicos de Ambalasi para ocultar la presencia del arma! Ambalasi se volvió hacia Akotolp, con furia y aborrecimiento en cada línea de su cuerpo.
—Gorda antigua estudiante, ahora corpulenta criatura de mortífera conspiración. Devuélveme de inmediato mis registros científicos, porque no eres digna de poseerlos.
Akotolp se tambaleó ante la oleada de furia, el hesotsan olvidado en sus manos, intentando hablar e incapaz de hacerlo. Vaintè acudió a su rescate.
—Gran Ambalasi, te muestras demasiado furiosa con la leal Akotolp. Hace mucho tiempo juró servirme, y lo ha hecho fielmente desde entonces. Por supuesto, ella no tiene intención de hacerte ningún daño, eres su maestra. Tanto ella como yo te respetamos y reconocemos tu gran sabiduría. También me siento agradecida por tus investigaciones sobre este nuevo continente, que me han permitido llegar hasta aquí y completar la misión que había emprendido.
—¿Fuiste comisionada para matar a Fafnepto? —dijo Ambalasi, con su cresta llameando color.
—La muerte de Fafnepto fue algo desafortunado pero necesario. Ambas servimos a Saagakel y estamos aquí a petición suya. Desgraciadamente, Fafnepto se mostró en desacuerdo conmigo en asuntos de prioridad. Puesto que no puede razonarse con una yilanè de su clase, tuvo que sufrir desgraciadamente de forma desproporcionada por sus opiniones. Akotolp, déjame coger su hesotsan antes de que alguna resulte muerta por error. No tiembles tanto, no has hecho nada malo. Sólo has cumplido con tu deber y me has servido, a mí, tu eistaa, por lo cual me siento agradecida. Y, por supuesto, le devolverás a Ambalasi todos sus registros.
—Si este es tu deseo, Vaintè.
—No es mi deseo, sino el de esta gran científica cuyas órdenes debemos obedecer.
Ambalasi hizo signo de incredulidad mientras Akotolp llevaba el contenedor hasta su lado, luego se apresuraba a alejarse de nuevo.
—¿Obedeces todos mis deseos, Vaintè? ¿Y si deseo quedarme aquí en esta nueva ciudad?
Vaintè modeló sus brazos en signo de pesar.
—Desgraciadamente, eso no es posible. Fui enviada Por Saagakel, eistaa de Yebeisk, para devolverte a esa ciudad. Debo cumplir con ello. Todos tus registros que Akotolp trajo con ella desde Alpèasak están ahora en el uruketo, y allí permanecerán. Tú te reunirás con ellos. —Se volvió hacia Gunugul, que había bajado de la aleta y estaba ahora de pie tan rígida como las demás, entumecida por la rapidez y la impresión de los acontecimientos—. Debe de haber carne y agua suficientes para regresar a Yebeisk. ¿Es así?
—Sí, suficiente si muchas duermen durante el viaje.
—Excelente. Regresaréis de inmediato con Ambalasi.
—¿Y el otro uruketo? Fue tomado por Ambalasi, debe volver también…
—Ha sido recuperado sin daño, como puedes ver por ti misma. Asegura a la gran Saagakel que será devuelto algún día a su ciudad. Pero necesito utilizarlo durante un periodo de tiempo. Esta utilización es toda la recompensa que solicito por mi trabajo, por hallar el uruketo, por hallar y devolver a aquella que lo robó.
—Por matar a Fafnepto —dijo Ambalasi con fría furia—. Enge habló correctamente…, eres una criatura venenosa y mortífera, Vaintè. Tengo trabajo, posesiones, mi ayudante Setessei, en el uruketo robado, ahora doblemente robado. ¿Qué pasa con ello?
—Ofrezco toda la ayuda necesaria. Regresarán contigo a Yebeisk, por supuesto. Trasladadlo todo ahora. Y partid.
—Y tú te quedarás. ¿Qué trabajos de enorme negatividad planeas hacer aquí?
—Lo que planee no es asunto tuyo, vieja. Márchate…, y disfruta de las atenciones de la eistaa.
Ambalasi hizo signo de desdén.
—Si crees que la eistaa va a castigarme, abandona esa esperanza. No presentará ningún problema para mí. Cuando revele los registros de mis descubrimientos a Saagakel, olvidará todo pensamiento de venganza. Su ciudad será el centro de la nueva erudición, y recibirá a científicas de todo Entoban‹. Como cualquier otra eistaa, ella recibirá todo el crédito. En cuanto a mí, una ciudad es tan buena como cualquier otra ciudad. Será suficiente. Setessei, supervisa el traslado de mis posesiones. Ahora iré a descansar. —Dio unos cuantos agotados pasos, luego se volvió hacia Enge e hizo signo de partida inmediata/definitiva—. Lamento ver a esas criaturas del mal en tu ciudad, Enge.
—No te preocupes. Los Principios de Ugunenapsa sobrevivirán.
—Bien. Me siento particularmente orgullosa del noveno.
Se volvió, subió a la aleta del uruketo y desapareció de la vista.
Elena empezó a hablar, pero Vaintè apuntó el hesotsan hacia ella e hizo signo de silencio bajo amenaza de muerte.
Hubo un largo silencio que se prolongó mientras los contenedores de Ambalasi eran sacados de un uruketo y trasladados al otro. Akotolp, desaparecido su miedo con la partida de Ambalasi, tomó de nuevo el hesotsan de Fafnepto y se sentó sobre su cola. Sirviendo a su eistaa. La comandanta, Gunugul, fue la última en embarcar, cuando el uruketo estuvo listo para partir. Se volvió y habló fríamente a Vaintè.
—La eistaa oirá exactamente lo que ocurrió aquí. Cómo murió Fafnepto. Todo.
—Habla de ello —dijo Vaintè, con signo de desdeñoso despido—. Hice lo que le prometí, luego hice lo que tenía que hacer por mí misma. Ahora…, parte.
Guardó silencio hasta que se abrió una franja de agua entre el uruketo y el muelle. Sólo entonces se volvió hacia Enge.
—Ya hemos terminado con esto. Ahora miremos al futuro. Admiro enormemente esta espléndida, fresca, nueva ciudad que tienes aquí. Tienes que hablarme de ella.
—No te diré nada, no hablaré contigo, te rechazo ahora como te rechacé antes. Nadie aquí reconocerá tu existencia.
—¿Te das cuenta de lo difícil que estás siendo? ¿No puedes comprender que ahora soy yo quien da las órdenes? Tus años de liderazgo han terminado al fin. Lo que ambas siempre hemos deseado es poder, ¿no? Tienes que admitirte esto…, ahora que tus días de poder han terminado. Lideraste a esas confundidas criaturas, y muchas murieron a causa de tu liderazgo. Pero, como yo, tú eres muy fuerte, Enge. Al final tu liderazgo las llevó al otro lado del océano e hizo crecer aquí esta ciudad para ellas. Pero esos días han terminado. Ahora gobierno yo. Y no hay absolutamente nada que tú puedas hacer al respecto. Ahora soy yo quien hablará y será obedecida. —Alzó y apuntó su hesotsan—. Y, si no soy obedecida, entonces esto hablará por mí. ¿Lo crees?
—Lo creo. Posiblemente de ninguna otra. Pero, de ti, lo creo.
—Bien. Entonces quiero oírte hablar de esta ciudad, tan obviamente nueva y recién crecida. Porque, ahora que miro con atención, resulta evidente lo que ha ocurrido aquí. Vinisteis a este lugar, y esa sabia científica, Ambalasi, hizo crecer una ciudad para vosotras donde antes no había habido nada. Puesto que no hay eistaa aquí, creísteis estúpidamente que era vuestra ciudad, la ciudad de las Hijas de la Muerte. Ya no es ese el caso. Yo soy la eistaa ahora. Y si esta ciudad tuvo alguna vez otro nombre, no quiero oírlo. Puesto que soy Vaintè, la gran cazadora, deseo un muru de permanencia a mi ciudad, un tesi que recoja y mantenga esa grandeza. Esta ciudad será llamada a partir de ahora Muruvantesi, el lugar donde la grandeza de la caza es exhibida eternamente. ¿No es un nombre muy adecuado?
—Es tan inadecuado que lo rechazo al instante…, junto con todas las demás. Déjanos.
—¡No! Es mía…, y tú no te resistirás. O quizá debieras hacerlo. Te resultaría bastante fácil. Esta es tu última oportunidad, Enge. ¡Lucha conmigo y recupera el control! Mátame. Enge…, y la ciudad será tuya de nuevo. ¡Pero, por supuesto, si haces eso perderás todo aquello en lo que profesas creer! Observa, Enge, lo bien que te conozco. Cómo te sitúo en una posición ineludible. O pierdes…, o pierdes también.
Enge se sintió llamear, sintió sus pulgares abrirse por completo, sintió el abrumador deseo de adelantar las manos y matar a aquella saqueadora dispuesta a destruir todo aquello en lo que ella creía, todo aquello a lo que había dedicado su vida.
Supo que, si cedía a aquellos abrumadores deseos, se destruiría a sí misma.
La furia estaba allí, pero la enterró profundamente dentro de sí, dejó que sus brazos cayeran a sus costados, se dio la vuelta.
—Decides sabiamente —dijo Vaintè, y arqueó su victoria—. Ahora habla a tus Hijas y diles que cuiden esta ciudad y la mantengan en funcionamiento mientras tú estás lejos. No tienen otra elección, ¿verdad? Trabajarán como siempre han trabajado, pero será para mi ciudad para la que trabajarán, no para la suya. Recuérdales que, si se niegan y se resisten, morirán. No me costará nada traer fargi aquí para ocupar sus lugares. Ve y díselo y luego regresa aquí. Partiremos hoy hacia Gendasi, porque tengo una última tarea que realizar antes de remodelar esta ciudad. Deseo mucho que estés conmigo cuando encuentre y mate al ustuzou Kerrick. Desearás estar allí ¿verdad?
La furia y el odio habían ardido hasta muy profundo, ahora sólo se reflejaban en los ojos de Enge. Dejó que su mirada se posara en Vaintè durante un largo momento, luego se dio la vuelta y se alejó lentamente. Vaintè hizo signo de atención a las tripulantas del uruketo.
—¿Quién manda aquí? —preguntó.
—Yo —dijo Elem—. Pero sirvo a Ugunenapsa y no a ti. El uruketo permanece aquí. Ahora puedes matarme.
—No escaparás tan fácilmente, comandanta. No eres tú quien morirá…, sino tus estúpidas compañeras. Cada vez que rechaces una de mis órdenes mataré a una de ellas. ¿Queda comprendido?
Elem hizo signo de confusión e incredulidad, imposibilidad de acción.
—No lo dudes —dijo Vaintè—. Akotolp, dispara contra una de esas despreciables criaturas para demostrar a las supervivientes la fuerza de mi resolución.
—¡No! —gritó Elem, avanzando un paso y deteniéndose delante de la alzada arma de Akotolp—. El uruketo partirá como ordenas, no deben morir más. —Contempló el cadáver de Fafnepto justo a su lado—. Una ya es suficiente.
Enge se dirigió rígidamente al interior de la ciudad, sin haber acabado de asimilar todavía el shock de la llegada de Vaintè. Este día había descendido de las más altas esperanzas a la mayor desesperación. Se cruzó con dos Hijas por el camino, y retrocedieron ante el dolor en sus movimientos. Se detuvo y ordenó sus pensamientos.
—Decidle a todas que acudan al ambesed de inmediato. Acontecimientos de naturaleza desastrosa.
La noticia se difundió rápidamente y ella avanzó con lentitud, sumida en profundos pensamientos. Se estaban reuniendo antes incluso de que ella llegara, y cuando les habló el silencio fue absoluto. Hubo murmullos de dolor cuando les dijo lo que había ocurrido, gritos de desesperación cuando describió lo que iba a ocurrir.
—Desearía deciros que tengáis esperanzas. Pero en estos momentos no puedo.
—Debemos abandonar la ciudad —dijo Satsat—. Recuerdo a esta Vaintè…, ¿cómo podría olvidarla nunca? Del mismo modo que Ugunenapsa es la encarnación de la vida, ella lo es de la muerte. Debemos abandonar la ciudad. De otro modo moriremos.
Enge hizo signo de comprensión.
—Hablas movida por el miedo. Terrible como es, Vaintè es sólo una yilanè aislada. No hemos venido hasta tan lejos para morir a la menor dificultad. Esta es nuestra ciudad. Ella intentará hacerla suya, pero nos resistiremos con silencio y trabajo. Cuando hablemos, no será a ella, sino a cualquier fargi que ella pueda traer aquí. Si comprenden las palabras de Ugunenapsa, se convertirán como nosotras…, y habremos vencido. Solamente os pido que tengáis fe en lo que hemos hecho y en lo que todavía nos falta por hacer. Quedaos aquí. Trabajad duro. Puede que tengáis que trabajar aún más duro cuando regresemos. Pero no tenemos otra elección. Si seguimos realmente las enseñanzas de Ugunenapsa, no podemos hacer ninguna otra cosa.
Satsat y Omal y Efen sabían lo que les aguardaba. Conocían a Vaintè de cuando había sido eistaa de Alpèasak, antes de que la ciudad fuera destruida. Sabían que lo que era capaz. Avanzaron y tocaron los pulgares de Enge como efensele, y las demás observaron en silencio. Lo que todas habían compartido, lo lejos que habían llegado desde que se habían unido por primera vez para seguir la voluntad de Ugunenapsa, afirmó a Enge y le dio la fuerza para seguir adelante.
—Os doy las gracias por vuestra ayuda. Os doy las gracias por la nueva cosa que he oído hoy llamada compasión. Es un término que la sabia Ambalasi usaba para describir algo nuevo que Ugunenapsa ha traído a las yilanè. Recordaré eso y os recordaré a vosotras cuando partamos de aquí. Aunque parece no existir esperanza…, todavía sigo albergándola. Puede que tengamos éxito.
Con esto las dejó y cruzó la ciudad hasta la orilla del río. Todas las demás estaban dentro del uruketo excepto Vaintè, que aguardaba en el muelle, esperando su vuelta.
Enge no tenía nada que decir, apenas fue consciente a. Subió a la aleta y habló a Elem, que
—Puedes partir cuando estés dispuesta. Haz lo que se te ha ordenado hacer, porque esas son criaturas de gran violencia y muerte.
—Será como tú dices, Enge. —La sombra de Vaintè se cernió sobre ellas, y Elem la ignoró tanto como la propia Enge—. Allá donde caminemos hoy no es importante, siempre que mañana y el mañana de mañana sigamos e camino de Ugunenapsa.