El intercambio se llevó la mayor parte del primer día, luego se extendió a lo largo de todo el día siguiente también. Los paramutanos disfrutaban demasiado con ello para terminarlo rápidamente. Hanath y Morgil se vieron pronto poseídos por el mismo entusiasmo, y sólo lamentaron no haber traído más cosas con las que comerciar. Luego alguien sugirió carne fresca. Todas las actividades fueron suspendidas mientras los dos cazadores agarraban sus arcos y corrían al bosque. Aunque los paramutanos eran los mejores cazadores en el mar, carecían de las habilidades de los tanu en tierra firme. Los cuatro ciervos recién cazados fueron acogidos con agudos gritos de aprobación.
Hubo un festín…, y el intercambio prosiguió. Luego hubo otro festín para celebrar el satisfactorio término de las negociaciones. Kerrick permaneció sentado apartado de los demás, en una de las dunas que miraban al mar› sumido en profundos pensamientos. Armun acudió a reunirse con él, y él cogió su mano y la hizo sentar a su lado.
—Se están enseñando canciones los unos al otro —dijo ella—. Aunque no tienen la menor idea de lo que significan.
—Hubiéramos debido elaborar algo de porro…, entonces hubiera sido realmente una celebración.
—¡Ni se te ocurra decirlo en voz alta! —Armun se echó a reír ante los dos cazadores, que estaban demostrando ahora cómo luchaban los tanu—. Tan sólo el pensamiento de los paramutanos bebiendo porro es suficiente para hacerme desear echar a correr.
Hubo más gritos y un fuerte resonar cuando Kalaleq les demostró que, pese a su tamaño, los paramutanos eran también unos espléndidos luchadores.
—He estado pensando en muchas cosas desde que llegamos aquí —dijo Kerrick—. He tomado algunas importantes decisiones. La primera decisión te hará feliz. Ella sujetó su brazo y se echó a reír.
—No puedo ser más feliz, estamos juntos.
—No completamente. Sé que hay una cosa que te preocupa…, así que te diré que ya ha terminado, está olvidada. Arnhweet tiene muchos amigos, pero yo lo he obligado a venir conmigo a hablar con el de la isla. Y tú odias eso.
La sonrisa de ella desapareció.
—Es cierto. Pero tú eres un cazador y yo no puedo decirte haz eso, no hagas aquello. Tú haces lo que debes hacer.
—Estaba equivocado. Cuando regresemos haré que el muchacho permanezca alejado del que tú llamas un marag. Aunque el marag es mi amigo, y siento placer hablando con él. Pero Arnhweet puede hacer lo que quiera. Si desea olvidar cómo hablan los murgu…, lo olvidará.
—Pero tú has dicho muchas veces lo importante que él supiera estas cosas.
—Ya no pienso así. No tienen importancia. He estado de ciego a lo que realmente el mundo. Tengo el aspecto de tanu pero pienso como un marag. No más. El mundo no ha cambiado. Sólo ha cambiado la forma en que lo veo.
Armun escuchó en silencio, sin comprender, pero sabiendo lo que Kerrick decía era terriblemente importante para él. Kerrick sonrió ante su atenta y silenciosa mirada, se llevó un dedo a los labios,
—Creo que no lo estoy expresando bien. La idea está clara en mi cabeza, pero no sale de la forma correcta. Mira aquí, mira a los paramutanos, a todas las cosas maravillosas que hacen. Su ikkergak, las velas que lo impulsan, la bomba para el agua, sus tallas, todo.
—Son muy buenos haciendo esas cosas.
—Lo son…, pero también lo somos nosotros. Nuestros cuchillos de pedernal, nuestros arcos, las lanzas, las tiendas donde dormimos, todo lo hacemos nosotros. Luego piensa en los sasku, con su cerámica y sus telares, sus ropas de tela, sus cosechas…
—Y su porro…, ¡no lo olvides!
Se echaron a reír juntos, mientras la lucha en la playa se hacía más intensa. Dos de los paramutanos estaban tan absortos en su forcejeo que fueron tragados por una ola…, lo cual desató tremendas carcajadas en todos los demás.
—Lo que he dicho acerca de hacer cosas es importante —indicó Kerrick—. Incluso el porro es importante. Porque son cosas que hacemos. Hacemos esas cosas con nuestras manos. Los artefactos que construimos no pueden morir…, porque nunca han vivido. Una lanza es tan buena en la nieve como en la jungla.
—Eso es cierto. Pero ¿es importante?
—Para mí… es el más importante de todos los descubrimientos. He pensado durante demasiado tiempo como un marag. Los murgu no construyen nada. La mayoría de ellos no hacen nada tampoco…, excepto vivir, comer, morir. Pero hay esas pocas de conocimiento de la ciencia que pueden controlar las cosas vivas. No sé cómo lo hacen… tengo la sensación de que nunca llegaré a saberlo. Pero he sido demasiado estúpido pensando sólo en las cosas que ellas hacen crecer. Cómo lo hacen, por qué lo hacen. Todo lo que he planeado, todo lo que he hecho, ha sido a la manera murgu. Siempre he intentado pensar como ellas. Eso fue un error, y ahora les doy la espalda. Soy todo tanu, no medio marag. Cuando digo esto veo la verdad. Dejemos que los palos de muerte mueran. No tienen importancia. Yo los he hecho importantes, y los demás me han creído. Pero no más.
Ella se mostró asustada.
—No digas eso. Sin los palos de muerte moriremos en el sur…, y en el norte sólo hay invierno. No puedes decir eso.
—Escucha y comprende. Soy un cazador. Puedo morir mañana. Hubiera podido morir ayer. Por mi causa utilizamos los palos de muerte. Cuando viví entre los murgu vi cómo los usaban para matar todo lo que les atacaba, no importaba el tamaño. Vi eso y me di cuenta de que, si nosotros también teníamos palos de muerte, podríamos sobrevivir en el sur. Y eso es lo que hemos hecho…, pero nuestras vidas dependen ahora de los palos de muerte, y esto no está bien. Debemos hallar una forma de sobrevivir sin ellos, una forma que sea natural para nosotros. Si nuestras vidas dependen de ellos, entonces somos medio murgu…, y todos son como yo. Pero ya no más. Yo y todos los demás tenemos que ser completamente tanu. La respuesta está delante de nosotros.
—No la veo —dijo ella, desconcertada.
—¿No recuerdas la isla murgu? ¿Cómo tú encendiste el fuego y Kalaleq mató las criaturas-nave en el mar?
—Sí, eso es lo que ocurrió.
—Entonces, él nos mostrará cómo matar murgu del mismo modo. Aprenderemos a hacer takkuuk. Es el veneno negro en las vejigas que te pone enfermo si hueles sólo un poco de él. Pero en las lanzas mata a los murgu más grandes. ¿No ves la diferencia? Las cosas que nosotros sabemos cómo hacer nunca mueren…, mientras que los palos de muerte enferman y mueren. El conocimiento de hacer esas cosas no puede morir nunca, porque muchos lo tienen. Aprenderemos a hacer el takkuuk y viviremos donde queramos.
—Creo que ahora te comprendo…, comprendo que esto es muy importante para ti. Pero quizá no seamos capaces de hacer el takkuuk. ¿Entonces qué?
Él la hizo ponerse en pie a su lado.
—Seremos capaces de comprender cómo se hace. Lo preguntaremos ahora. Porque lo que uno puede hacer otro puede hacerlo también. No somos murgu, recuérdalo. Y no debemos intentar ser como ellos. Quizás algún día poseamos su conocimiento de la forma en que están constituidas las cosas vivas. Algún día. Pero no necesitamos este conocimiento ahora. Preguntemos a Kalaleq.
El paramutano estaba tendido de espaldas en la arena, jadeando mientras masticaba un trozo de hígado crudo, con sangre en sus manos y rostro. Su estómago estaba distendido por el festín…, pero no tenía intención de dejarlo todavía.
—¡El más grande de todos los comedores entre los Paramutanos! —exclamó Kerrick.
—¡Cierto! Tú lo has dicho. Y también soy el mejor cazador…
—Entonces, ¿puedes hacer cualquier cosa?
—¡Cualquier cosa!
—¿Sabes cómo hacer el takkuuk?
—Kalaleq sabe todo lo que es conocido, sabe hacer el takkuuk que mata a los ularuaq más grandes.
—¿Querrá el peludo paramutano de sabiduría enseñar al simple tanu cómo hacerlo?
—¡Nunca! —gritó, luego lanzó una estentórea carcajada y se dejó caer débilmente sobre la arena. Ni Kerrick ni Armun pensaron que aquello fuera especialmente divertido. Sólo cuando su risa murió y hubo terminado de masticar y tragar el último trozo de hígado se explicó—: Es importante y muy difícil de hacer. Mi padre me enseñó. Yo se lo enseñaré a mi hijo Kukujuk cuando sea mayor. Vosotros ya sois lo bastante mayores para aprenderlo. Pero debemos comerciar el secreto de su conocimiento.
—Eso es justo. ¿Qué es lo que deseas?
—El precio es alto. Es…, un cuchillo de piedra con la hoja más afilada.
Kerrick tomó su cuchillo y se lo tendió. Kalaleq pasó su pulgar por el filo y murmuró algo con deleite.
—Ahora te lo diré, luego te lo mostraré. Pero no sólo debes mezclar la sangre y las entrañas de cierto pez, enterrarlas en un lugar cálido para que se pudran, desenterrarlas y sellarlas para que se pudran un poco más, sino que luego tienes que mezclar con ello el zumo exprimido de las raíces de las altas flores que sólo florecen en estas orillas. Esa es una de las razones por las que volvemos cada año aquí a comerciar. Comerciar y desenterrar esas raíces. Tienen que formar parte del takkuuk, siempre ha sido así. Ayudan a matar. ¿Pensáis pescar también con el takkuuk?
—Somos cazadores. Lo deseamos para las puntas de nuestras lanzas cuando nos enfrentemos a los grandes murgu en el bosque.
—Los matará fácilmente, no temáis.
—Hemos tenido mucho miedo —dijo Armun, luego sonrió—. Pero ahora ya no.
Y realmente ya no albergaba ninguno de sus más íntimos temores. Que Arnhweet se convirtiera en más murgu que tanu. Ese miedo había desaparecido ahora. Kerrick iría solo a ver al marag en la isla. Hablaría con la criatura del mismo modo que Armun hablaba con los paramutanos. Eso era todo. Y, un día, aquella cosa moriría, y eso sería el fin de todo. Ahora podía haber un final a todos sus temores.
—Tienes miedo de ir a la isla —dijo Dali, escupiendo al suelo para demostrar la fuerza de sus sentimientos.
—No tengo miedo —respondió Arnhweet—. Sólo que no quiero ir. Tú eres el que debería de tener miedo, tu padre te dio una paliza cuando fuiste. Te vi. llorar.
—¡No lloré!
—¡Yo también te vi! —gritó uno de los otros muchachos, y dio un salto hacia atrás cuando Dali giró en redondo e intentó lanzarle un puñetazo.
Arnhweet empezó a alejarse. Era más pequeño que Dali, y sabía que no podía ganarle en una pelea. Esperaba que olvidara todo el asunto. Pero no iba a ser así. Dali persiguió al otro muchacho, luego regresó, aún lleno de furia, clavó dolorosamente un dedo en el pecho de Arnhweet.
—Te vi ir a la isla con tu padre. Me escondí y os vi a ti y a él ir directamente al marag.
—No hables de mi padre.
—¿Por qué no? —Dali se echó a reír ahora, y todos los demás se pusieron de su lado—. ¿Quieres detenerme? Intenta detenerme. Tu padre es medio marag. Le vi hacer así y estremecerse y temblar. —Se retorció y danzó, agitando los brazos, y todos los chicos pensaron que era muy divertido.
—¡Cállate! —fue todo lo que Arnhweet consiguió decir.
—Y vi a Arnhweet hacer lo mismo también, así, ¡retorciéndose, retorciéndose, retorciéndose!
La demostración fue enormemente apreciada, y Dali giró en un círculo para que todos pudieran verlo bien. La furia de Arnhweet llameó, y empujó al más robusto muchacho hacia atrás y lo derribó, luego lo pateó fuertemente antes de que pudiera volver a ponerse en pie. Dali se puso a gritar, furioso: Arnhweet echó a correr.
Arnhweet era rápido, y el aullante Dali no pudo atraparlo al principio. Todos los demás chicos les siguieron, gritando también. Corrieron entre las tiendas, Arnhweet esquivándolas, luego saltando sobre el fuego. Pero Dali consiguió alcanzarle al fin, lo agarró por el brazo y le hizo dar la vuelta. Lo derribó al suelo y empezó a darle de puñetazos. Uno de sus golpes alcanzó a Arnhweet en la nariz, y empezó a manar abundante sangre…, los espectadores vitorearon. Dali se puso en pie y empezó a patear a su más pequeña víctima. Luego gritó cuando una dura mano agarró dolorosamente sus orejas.
—¡Golpear a un chico más pequeño! ¡Darle de patadas a un chico más pequeño! —gritó furiosa Merrith—. ¿Por qué no me das de patadas a mí, no te gustaría intentarlo? —Le dio otro fuerte tirón de las orejas antes de que pudiera soltarse y escapar—. ¿Alguien quiere también un poco de esto? —dijo, mirando furiosa a los muchachos, que desaparecieron tan rápido como el propio Dali.
Arnhweet se sentó en el suelo, sollozando, y sus lágrimas se mezclaron con la sangre de su nariz.
—Malditos chicos —murmuró Merrith para sí misma, y se sentó a su lado y le secó las lágrimas. Mojó un trozo de tela en agua fría y limpió su rostro, lo mantuvo contra su nariz hasta que dejó de manar sangre y los sollozos se detuvieron—. Ve a tu tienda, échate y quédate quieto, o te volverá a sangrar —dijo—. Y no te busques más líos.
Arnhweet se sintió muy desgraciado. Arrastró los pies por la tierra y pateó una rama en su camino. Los otros se burlaban de él…, y con razón. Ese era el aspecto que tenía cuando hablaba yilanè. Nunca más volvería a hacerlo. O quizá sí. Él podía hablarlo, mientras que ellos no. Todos eran unos estúpidos. Y él podía ir a la isla…, mientras que ellos no. Lo cual significaba que él era mejor que todos ellos. Ahora mismo podía ir allí, y ellos no podrían seguirle.
La tienda estaba vacía. Malagen estaba fuera con su hermana. Y tampoco estaban su madre y su padre, lejos desde hacía mucho tiempo. Nadie se preocupaba por él, nadie. Quizá sólo Nadaske. Tomó su arco y su carcaj de flechas, luego vio la lanza de pesca junto a la puerta. La tomaría también, le enseñaría a Nadaske cómo pescar con ella.
No vio a nadie cuando cruzó hacia la isla. El día era caluroso, él se sentía lleno de polvo y sediento. Y sería estupendo nadar en el canal hasta la pequeña isla junto al mar. Cuando llegó al otro lado, se sentó en la orilla y miró cuidadosamente hacia atrás, pero no había sido seguido. Luego echó a andar a lo largo de la orilla, y cuando vio el refugio delante de él llamó con voz fuerte atención al habla. Nadaske asomó su cabeza, luego salió e hizo signo de placer ante la vista.
—Placer de comer también —dijo Arnhweet, alzando la lanza de pescar—. Para ensartar/capturar peces. Te enseñaré cómo.
—Pequeño tiene sabiduría más allá de mi comprensión. ¡Ensartemos peces!
anbefeneleiaa akotkurusat, anbegass efeogaasat
Palabras de Ugunenapsa
Si aceptas la verdad de Efeneleiaa, aceptas la vida.