CAPÍTULO 31

Gunugul había enviado a buscar gelatinosa carne fresca, porque estaba cansada de la aburrida dieta de carne en conserva que habían traído con ellas. Ahora masticaba un delicioso y bienvenido bocado. Vaintè había regresado a bordo hacía cierto tiempo, con su rígido cuerpo rechazando toda comunicación, y se había dirigido inmediatamente al interior del uruketo. Como cortesía, Gunugul ordenó a una tripulanta que le llevara algo de la carne.

Vaintè, aún rígida por la ira, vio los movimientos a la débil luz y se dio cuenta de que había alguien de pie frente a ella con carne fresca. Reconoció presencia y aceptó la carne, dio un mordisco…, luego envió la pata de ciervo volando en un furioso arco contra el costado del uruketo. No podía comer, apenas podía respirar, deseaba matar, no podía. El oscuro interior del uruketo la ahogaba, así que se puso en pie y trepó rígidamente a la parte superior de la aleta. Afortunadamente estaba sola, puesto que la comandanta se hallaba atareada con otras yilanè en el muelle. A través del velo de furia, Vaintè apenas fue consciente de la actividad abajo, las provisiones que eran apiladas allí, los enteesenat alimentados, las idas y venidas de las fargi atareadas en los asuntos de la ciudad. Cuando algo llamó su atención, tardó un largo momento en darse cuenta de lo que se trataba.

Era una recién llegada, una yilanè de cierto rango, porque daba ordenes a fargi cargadas ante ella. En dirección al uruketo. ¿Por qué estaba alterada aquella gorda yilanè? ¿Gorda? Por supuesto, era una a la que conocía bien. La científica Akotolp. Que alzó la vista y la vio…, y no hizo signo de reconocimiento. Se volvió y lanzó bruscas órdenes a obedecer inmediatamente.

Aquel era un asunto de gran interés, Vaintè pudo decirlo de inmediato. Akotolp servía ahora a la eistaa y a la ciudad…, pero también había jurado en una ocasión que Vaintè era su eistaa en tanto le quedara algún aliento. Ahora Akotolp estaba allí con algún propósito…, ¡e indudablemente sin el permiso de Lanèfenuu!

Vaintè permaneció a un lado mientras las fargi subían a la aleta con sus cargas y las llevaban abajo siguiendo las órdenes de Akotolp. Emergieron de nuevo, y fueron enviadas de vuelta a la ciudad. Sólo cuando estuvieron fuera de la vista entre la multitud ascendió Akotolp, entre jadeos y bufidos, a la aleta, para dejarse caer a su lado. Miró a su alrededor, echó un rápido vistazo al muelle,…, luego hizo signo de silencio y un imperativo ¡desciende!

Seguras fuera de la vista en el interior, se volvió hacia Vaintè con gran alegría de regreso/reunión de placer.

—Soy yo quien siente el placer, Akotolp —Vaintè tocó sus pulgares como haría con su efensele—. La que es eistaa, a la que mataría si pudiera, me ha ofendido y me ha enfurecido. Así que la vista/presencia de gruesa y familiar figura leal me reporta la mayor felicidad.

—El placer es mío de servirte, eistaa. Estaba allí, detrás de las otras, cuando te enfrentaste a la eistaa. Fui cobarde/juiciosa al no intervenir en aquel momento. Sentí que podía servirte mejor de otras formas. Conozco cosas que nadie más conoce, he llegado a conclusiones que otras nunca alcanzarán, te ofreceré información que no posee nadie. Escuché atentamente a la cazadora llamada Fafnepto cuando habló de vuestra misión. ¿La compartes con ella?

—Lo hago.

—Entonces tu búsqueda ha llegado a su fin. ¡Sé dónde está el uruketo!

—¿Lo has visto?

—No…, pero hay una lógica en muchos acontecimientos que conducen inescapablemente hasta allí. Tengo todas las evidencias aquí conmigo. Y una prueba de otra clase, de igual o mayor importancia para ti.

—Como bien dices, sólo hay una cosa de importancia para mí. Descubrimiento/muerte del ustuzou Kerrick.

—¡Por supuesto! —Los rollos de grasa de Akotolp se agitaron cuando se movió con placer de descubrimiento/ iluminación de importancia—. ¡Soy de la intensa opinión de que sé también dónde está!

Vaintè se agitó con emoción, aferró los brazos de Akotolp entre sus pulgares con tanta fuerza que la científica jadeó ante el repentino dolor. La soltó con disculpas, abrumada por la alegría, agradecida a la única en el mundo que la ayudaba.

—Tú eres mi efensele, Akotolp, como ninguna más lo es. Tú llenas una vida vacía, traes placer donde sólo había nulidad. Dime lo que sabes, pero primero de los ustuzou.

—Él está cerca, puedo asegurártelo, pero todo debe ser dicho en su propio orden para una completa comprensión.

—¡Entonces habla, te lo suplico!

—Ambalasi estuvo aquí. Llegó un día por uruketo, se marchó del mismo modo unos cuantos días más tarde de una forma muy repentina. Hice preguntas, y descubrí que el uruketo vino y se fue con ella. Nadie conocía al animal ni a su comandanta.

—Entonces, ¿es el que busco?

—Indudablemente. Y otros asuntos del mayor interés. Antes de que Ambalasi se fuera, algo extraño ocurrió aquí. Una yilanè fue descubierta y capturada en las playas del nacimiento. Parece ser que intentaba secuestrar a un macho recién salido del mar. Un crimen de gran importancia. Nadie la conocía, no habló, murió antes de poder ser interrogada. ¿Ves alguna relevancia?

Vaintè hizo signo de reconocimiento positivo.

—Por supuesto. Tiene que haber venido en el uruketo con Ambalasi. Lo cual a su vez significa…, ¡que era una Hija de la Muerte!

—¡Cierto! Me di cuenta de ello hoy cuando oí hablar a Fafnepto. Es el gran alcance de tu mente lo que te permite ver al instante lo que ha permanecido oculto para mí durante todo este tiempo. Ambalasi vino en el uruketo, se fue en él, regresó con esas Hijas del Mal a las que se ha unido. Y creo saber dónde fueron.

Vaintè sintió la calidad de la apreciación, hizo signo de petición de más datos, de la más baja a la más alta, una forma que nunca había usado antes en toda su vida. Akotolp, henchida de placentera autoestima, señaló los contenedores que las fargi habían subido a bordo.

—Han ido al sur. Ambalasi nos reveló que ha descubierto un continente enteramente nuevo allí. Pensando en ello ahora, parece evidente que debe de haber desembarcado a las Hijas en alguna parte de sus orillas. Nos mostró registros que había hecho, nos dio especímenes de gran deleite científico, nos reveló su viaje de descubrimiento a un río gigantesco de ese continente. Es mi creencia que ahora tiene que estar allí, en las orillas de ese río, o en el estuario donde se encuentra con el océano. No tenía otros registros de exploración del continente.

—Te creo, no puedes estar equivocada. Pero esto es sólo la mitad de lo que deseo oír.

—La otra mitad, entonces, concierne a los ustuzou que penetraron en esta ciudad, mataron yilanè, robaron hesotsan. Tenemos firmes pruebas de ello. He hecho volar los pájaros y tengo aquí imágenes de ustuzou al norte de esta ciudad, en una isla cerca de la costa. Uno de ellos puede ser la criatura que buscas.

—Todavía hay luz diurna…, debo ver esas imágenes.

Mientras hablaba, la luz de la abierta aleta se oscureció, como si una nube hubiera cruzado el cielo. Vaintè alzó la vista y vio que Fafnepto estaba descendiendo. Fafnepto empezó a hablar…, luego se detuvo cuando vio a Akotolp, hizo signo de interrogación.

—Esta es Akotolp —dijo Vaintè—. Me sirvió cuando yo era la eistaa aquí. Es una científica de gran valía que tiene información de mayor valía aún.

—He hablado con Akotolp antes, hoy mismo. Esta misma Akotolp fue mencionada recientemente en el ambesed por la científica Ukhereb. Dijo que ambas se habían reunido con la que buscamos, Ambalasi.

—Eso es cierto.

—Ukhereb dijo también que Ambalasi trajo pruebas de un continente al sur de este, de un río en él. Ukhereb cree que Ambalasi y el uruketo que buscamos se hallan allí ahora. ¿Eres tú de la misma opinión?

Akotolp fue tomada por sorpresa, intentó no demostrarlo, había creído que aquella teoría era sólo suya. Finalmente tuvo que hacer signo de admisión.

—Soy de la misma opinión, y además creo que aquellas a las que buscáis, así como el uruketo, se hallan en las orillas de este gran río del que ella nos habló con tanto detalle.

Fafnepto expresó asentimiento amplificado.

—Todo lo que ambas habéis dicho me conduce a la misma conclusión. Como cazadora, también tengo la sensación de que esto es correcto. Capto nuestra presa ahí fuera. La comandanta está cargando ahora carne fresca y agua. Por la mañana hablaré de nuevo con la eistaa, y luego partiremos. Iremos al sur hasta ese río.

Vaintè interrumpió con signos de importancia del habla.

—No escaparán. Seguramente las rastrearemos hasta allí. Pero antes de que vayamos, hay ustuzou a lo largo de la costa, muy cerca, que deben ser hallados y muertos. Vinieron a esta ciudad, mataron yilanè aquí. Debemos devolver el golpe y matarlos…

—No. Iremos al sur.

—Tomará muy poco tiempo. Es de importancia para mí…

—Pero no para mí. Iremos al sur.

—Hablaré con Gunugul. Estoy segura de que ella estará de acuerdo en que debemos hacer esto primero.

—El que ella esté de acuerdo o no carece de importancia. Yo soy la representante de Saagakel. Ordeno a Gunugul ir al sur. Se lo diré ahora a fin de que no haya malos entendidos mientras estoy en la ciudad.

Dijo aquello casi calmadamente, como si careciera de importancia, mirando directamente a Vaintè todo el rato. De la misma forma en que miraría a un animal antes de matarlo. Vaintè apartó la mirada casi con la misma carencia de emociones, sabiendo que la victoria era de Fafnepto esta vez. También sabía que no había nada que pudiera hacerla cambiar de opinión. El momento de justificada venganza de Vaintè tendría que ser pospuesto.

—Tú estás al mando, haremos como tú ordenes. Te informo también de que Akotolp se ha ofrecido a ir con nosotras, a fin de ayudarnos y guiarnos en nuestra búsqueda —mientras hablaba, la calma externa de Vaintè era equiparable a la de su antagonista. Fafnepto aceptó aquello, hizo signo de gratitud, se volvió y se marchó. Así no vio el llamear de color en las palmas de Vaintè, la curva de odio en sus dedos. Akotolp sí lo vio y retrocedió unos pasos, sacudida por la intensidad del sentimiento. Pasó rápidamente mientras Vaintè luchaba y controlaba sus emociones, habló calmadamente a Akotolp.

—Será un placer muchas veces aumentado para mí el ver las imágenes de los ustuzou. Las imágenes bastarán por ahora. He aguardado todo este tiempo para encontrarle…, puedo aguardar un poco más. Este no será un viaje en vano. Esas Hijas de la Muerte escaparon de mí cuando huimos de esta ciudad. Su existencia me ha turbado durante mucho tiempo. Será un gran placer para mí buscarlas ahora. Gratitud expresada/amplificada…, ¡las imágenes!

Vaintè pasó las láminas lentamente, con sus miembros agitados en emotiva respuesta mientras lo hacía. Odio, placer, descubrimiento. Cuando las hubo visto todas, volvió a pasarlas cuidadosamente una segunda vez, y halló una que atrajo su atención. Las otras cayeron de sus pulgares mientras alzaba esta a la luz de la aleta; Akotolp recogió las otras desechadas.

—Mira esta, Akotolp —dijo finalmente Vaintè—. Tienes los ojos y el cerebro de una científica. Dime lo que ves aquí. Mira esta figura.

Akotolp se giró hasta que la luz cayó directamente sobre la imagen, la examinó atentamente.

—Es uno de los ustuzou asesinos, probablemente un macho, puesto que las hembras tienen otros órganos ahí. Escuda sus ojos mientras mira hacia arriba, de modo que no puede verse claramente su rostro. Hay algo, un dibujo quizá, pintado en la parte superior de su tórax.

—¡Tú también lo ves! ¿Puede ser un diente de metal como el que tú sellaste en la vejiga hace mucho tiempo?

—La posibilidad está ahí/desgraciadamente detalles poco claros. Pero podría ser un artefacto de metal.

—Es casi demasiado para creerlo, este es el que busco, ahí fuera.

—Intensa creencia/probabilidad. Y hay otra cosa de gran interés que olvidé mencionar a la eistaa. Aquí, en esta otra lámina, verás una tosca estructura de algún tipo. Con dos figuras de pie ante ella.

Akotolp hizo signo de excitación y orgullo de descubrimiento cuando le pasó la lámina, tocó el lugar indicado con un pulgar, observó los movimientos de incredulidad de Vaintè.

—Esto es inexplicable. Una de ellas es yilanè…, la otra ustuzou. ¿Cómo es esto?

—Sólo podemos suponer. Quizá la yilanè fuera capturada, mantenida prisionera. No herida, porque aparece en otras imágenes. Y está muy cerca del lugar donde está localizado el cubil de los ustuzou.

Vaintè tembló de excitación.

—Entonces la criatura que hemos visto tiene que ser Kerrick, el que busco. Sólo él puede comunicarse con las yilanè. ¿A qué distancia están de aquí?

—A menos de un día en un uruketo.

—Y nosotras estamos en un uruketo… —El cuerpo de Vaintè se retorció cuando intensas emociones se apoderaron nuevamente de ella, y necesitó un momento para recuperar el control—. Pero no ahora. Ahora debemos ir al sur. Hay una llamada Enge a la que quiero ver de nuevo.

—Una vino a mí —dijo Enge—, trayéndome el mensaje de que deseabas verme, un asunto de urgencia.

—Urgencia evidentemente relativa tratándose de las Hijas de la Pereza —dijo Ambalasi, disgustada—. Ese mensaje fue enviado a primera hora de hoy, con la esperanza de que te llegara antes de que todas estuviéramos muertas de avanzada edad.

—¿Es urgente el asunto?

—Sólo para mí. Mis investigaciones están completas. Hay todo un continente por explorar…, pero otras pueden hacerlo. Tengo registros y especímenes para ellas ante los que maravillarse. He abierto el camino que otras pueden seguir. Regreso ahora a Entoban‹.

—¡Brusquedad de decisión inesperada/infeliz, información no deseada!

—Sólo para ti, Enge. Todas las demás aquí se sentirán alegres de verme marchar. Tan complacidas como yo de volverles la espalda a ellas. Todos mis registros se hallan sellados y cargados a bordo del uruketo. Setessei vendrá conmigo, pero me asegura que ha entrenado a dos Hijas en el uso del nefmakel, medidas sanitarias y reparación de heridas. Así que no todas moriréis inmediatamente cuando nos hayamos ido.

—Lo repentino de todo esto me confunde/entristece. Sabía que el día llegaría. El placer de tu presencia es profundo. La ausencia producirá vacío.

—Llénalo con los pensamientos de Ugunenapsa, como todas las demás aquí.

—Lo haré, por supuesto. Y sentiré placer de que el uruketo sea devuelto ahora a Yebeisk.

—Ese placer tendrá que aguardar, puesto que voy a permanecer alejada de Yebeisk y de la indudablemente furiosa eistaa. Cuando alcance Entoban‹, el uruketo regresará aquí y se convertirá en tu responsabilidad.

—Agradecida aceptación de responsabilidad.

—Hay otra responsabilidad de la que debemos hablar. Acompáñame.

En vez de abordar el uruketo, Ambalasi abrió camino hacia el bote que flotaba a su lado. Estaba mejor entrenado ahora, y respondió a los pulgares de Ambalasi sobre sus terminaciones nerviosas avanzando suavemente por el río. Lo guio a la orilla más allá de la ciudad, luego lo aseguró a un árbol con el tentáculo sorbedor de su caparazón.

—¿Conoces este lugar? —preguntó.

—Inolvidable. Vimos a los primeros sorogetso precisamente aquí. Vine muchas veces mientras aprendía su habla. Ahora ya no están. —Había armónicos de tristeza, no de pesar, en su significado.

—Exacto…, por su bien. Su independencia está asegurada, su cultura única no mancillada por las seguidoras de Ugunenapsa. Ven por aquí.

El árbol flotante estaba permanentemente en su lugar ahora, con sus ramas profundamente hundidas en el barro. Lo cruzaron y se abrieron camino por el en su tiempo hollado sendero, ahora lleno de altos hierbajos. Cuando llegaron al claro invadido ya por la maleza, Ambalasi indicó los empapados y derrumbados refugios que los sorogetso habían construido.

—Los sorogetso fueron alejados de la interferencia de tus argumentativas asociadas. Su cultura estaba en peligro. Se hallan en la línea fronteriza entre la manipulación material y la manipulación de la vida. Una maravillosa oportunidad de observación/conocimiento para las científicas. No para mí, sin embargo. Daré instrucciones a otras, las enviaré al lugar en este río donde moran ahora. Para completar mí trabajo. Lo cual me lleva a mi última contribución al servicio de Ugunenapsa. Una solución a un problema que ha ocupado parte de mi atención. Una proposición intrigante. La continuidad.

—La comprensión se me escapa.

—No debería. Planteado simplemente: cuando todas vosotras muráis, lo mismo les ocurrirá a las teorías de Ugunenapsa.

—Esto es enteramente cierto y me abruma grandemente.

—Entonces deja de abrumarte. Hay una solución a mano.

Emergieron de los árboles para detenerse en la vacía playa de la orilla del lago. Ambalasi miró a su alrededor, luego llamó con los sonidos más simples de atención, al habla. Después de esto, se aposentó sobre su cola con un cansado suspiro. Enge sólo pudo hacer signo de desconcierto y falta de comprensión.

Hubo una agitación entre los matorrales cuando un grupo de pequeñas e inmaduras fargi apareció.

—Juntas —hizo signo Ambalasi con cambios de color de sus palmas.

—Juntas —respondieron las fargi, luego avanzaron vacilantes a la vista de Enge, temblorosas, y se detuvieron.

—Venid sin miedo —dijo Ambalasi, lenta y claramente—. Traed a los otros.

Enge sólo podía mirar a las fargi, con su cuerpo modelado en confusión y loca esperanza.

—¿Fargi…, aquí? —dijo—. Y tan pequeñas. ¿Pueden ser sorogetso?

—Evidentemente. Extraje de aquí, como bien sabes, a todos los ejemplares maduros y yilanè. Pero observé efenburu juveniles en el lago, y me sentí profundamente preocupada. Mi temor era que emergieran y no descubrieran a nadie con quien hablar, se enfrentaran tan sólo a una muerte cierta. Al principio pensé poder llevarlos a reunirse con los demás, pero esto representaba ciertos problemas. Hay otros efenburu más jóvenes en el lago que emergerán más tarde para reunirse con los mayores. Esto es un proceso natural con el que no deseaba interferir demasiado. Entonces vi la única respuesta obvia a dos problemas al mismo tiempo. ¿Puedes decirme cuál es?

Enge se atragantó con la emoción, apenas pudo hablar.

—La salvación. Nosotras estaremos aquí cuando emerjan, aprenderán a hablar, se unirán a nosotras, y a su vez hablarán con los otros cuando ellos salgan también a las playas.

—Esto resuelve su problema. ¿Y el otro?

—Eres la salvación de las Hijas de la Vida. Aseguras por toda la eternidad la continuidad de la sabiduría de Ugunenapsa.

—No estoy segura acerca de la eternidad, pero por un tiempo al menos sí. Te das cuenta de que no podréis procrear con ellos, ¿verdad? Sus cambios natales metabólicos son demasiado distintos de los nuestros. Cuando alcancen la madurez, debéis aseguraros absolutamente de que los sorogetso se aparean solamente con los sorogetso. ¿Podrás controlar la lujuria de tus Hijas?

—Nuestra lujuria apunta tan sólo a la sabiduría…, no necesitas temer nada.

—Bien. También debes de darte cuenta de que sólo dispondréis de continuidad cultural, no genética. Un día, la última de la actual cosecha de Hijas morirá de vejez. Entonces sólo quedarán sorogetso.

—Comprendo lo que quieres decir…, y te aseguro de nuevo que esto no tiene importancia. Los Ocho Principios de Ugunenapsa sobrevivirán, y eso es lo único que importa.

—Bien. Entonces ya es tiempo de que me vaya. Mis importantes trabajos han terminado aquí. Regreso a la adulación de las ciudades civilizadas, el respeto de las eistaa. Y al placer de olvidar completamente el aborrecido nombre de Ugunenapsa.