Era el río más amplio que Fafnepto había visto nunca, más amplio incluso que los que conocía en Entoban‹. El limo que arrastraban sus aguas se extendía hasta muy lejos en el mar, formaba orillas e islas que cegaban la desembocadura. Les tomó varios días simplemente descubrir los canales principales a través de las islas, antes de poder entrar al río en sí allá donde fluía entre altos farallones. Hicieron que el uruketo nadara corriente arriba durante todo un día, y el río seguía siendo tan amplio como siempre. Aquella noche derivaron en los suaves remolinos de los bajíos, y por la mañana estuvieron preparadas para seguir adelante. Fafnepto vio que Gunugul y Vaintè estaban ya en la aleta y subió a reunirse con ellas. Tenían que agarrarse fuertemente al borde de la aleta que se agitaba de un lado hacia uno y otro lado mientras el uruketo luchaba por liberarse de las poco profundas aguas cuando estuvieron de nuevo en el canal profundo, Fafnepto hizo signo de atención.
Este es un gran rio —dijo—. Su tamaño, y los muchos días que hemos pasado en esta búsqueda, me fuerzan a una simple conclusión. He llegado al convencimiento de que Gendasi no es Entoban‹, y que las cosas no pueden hacerse del mismo modo aquí. La tierra es rica, pero está vacía. No vacía de vida tal como nosotros la conocemos, sino vacía de yilanè. No deja de parecerme extraño ver la boca de un río como este sin una espléndida ciudad en sus orillas. Entonces recuerdo que todavía hay ciudades en Entoban‹ que se vuelven cada vez más frías a medida que se acerca el invierno. Cuando regrese iré a ellas y les diré que no teman. Aquí hay un amplio mundo que está esperando ser llenado. Tú lo sabes bien, Vaintè, porque, ¿acaso no hiciste crecer la primera ciudad en estas orillas?
—Alpèasak. Sí, lo hice. Tienes razón en todo lo que dices.
—Eso me tranquiliza. Ahora debéis seguir de nuevo mis pensamientos. La eistaa Saagakel ha confiado en mí para esta misión. Me ha ordenado que encuentre el uruketo que le fue robado, que halle a Ambalasi que ordenó llevárselo. ¿No es eso lo que acepté hacer?
—Lo es —dijo Vaintè, preguntándose adónde llevaría todo aquello. Fafnepto era tan tortuosa con su lenguaje y sus procesos de pensamiento como directa y decisiva en el bosque. Quizá se debía a su vida solitaria. Vaintè ocultó su impaciencia en una postura de rígida atención a la escucha.
—Entonces comprenderéis mi preocupación ahora que he llegado al convencimiento de que no estoy cumpliendo con la confianza de la eistaa ni siguiendo sus órdenes, si seguimos como lo estamos haciendo. He llegado a la conclusión de que nunca encontraremos lo que buscamos si confiamos en el azar. Necesitamos ayuda.
—¿Y qué es lo que propones? —dijo Vaintè, con una buena idea ya de lo que iba a venir a continuación.
—Debemos regresar a lo largo de la costa, a la ciudad de Alpèasak, y hablar con las de allí. Puede que ellas posean algún conocimiento del uruketo que buscamos.
—Y puede que no —dijo Gunugul.
—Entonces no habremos perdido nada, porque nuestra búsqueda continuará. Pero es mi conclusión, ahora, que debemos ir allá. Vaintè, ¿cuáles son tus pensamientos?
Vaintè contempló la anchura del río e hizo signo de igualdad de elección.
—La decisión tiene que ser tuya, Fafnepto, porque el mando final es tuyo. Puede que haya conocimiento de aquellas a quienes buscamos en Alpèasak. Pero tienes que saber una cosa antes de que vayamos. La eistaa allí es Lanèfenuu, la que era eistaa de Ikhalmenets antes de que Ikhalmenets fuera a Alpèasak. Fui yo, como sabes, quien liberó Alpèasak de los ustuzou para que ella pudiera traer su propia ciudad aquí. En su nombre perseguí y maté a los ustuzou, y luego en su nombre cesé la guerra contra ellos. No he hablado de ello antes, pero te lo diré ahora. Hubo un tiempo en el que estuvimos unidas por la amistad; ahora ya no estamos juntas. La serví en una ocasión; ella rechaza ahora mi presencia. ¿Comprendes?
Los pulgares de Fafnepto se agitaron en comprensión amplificada.
—He servido a muchas eistaa en muchas ciudades y conozco sus formas de actuar. Puesto que gobiernan, sólo emiten órdenes y no escuchan atentamente. Oyen lo que desean oír, dicen lo que desean decir. Lo que haya entre tú y Lanèfenuu es algo entre vosotras. Yo sirvo a Saagakel y voy a esta ciudad como su mensajera. Es mi pensamiento que abandonemos este río y regresemos al océano. Luego sigamos hacia Alpèasak. ¿Harás eso, Gunugul?
—Tú hablas por mi eistaa. Iremos a Alpèasak.
Los enteesenat, a quienes en ningún momento había gustado la lodosa agua del río, saltaron alegremente y levantaron surtidores de espuma cuando dieron media vuelta y se encaminaron corriente abajo. Una vez fuera en el océano, se dirigieron hacia el este a lo largo de la costa. Aunque siempre había vigilancia apostada en la aleta, ahora avanzaron mucho más rápidamente. Pasaron las calas y las bahías que habían examinado antes, pero ahora permanecían en aguas profundas. Gunugul había cartografiado las corrientes y, cuando el uruketo las siguió, alejándose de la orilla, no cambió el rumbo. Una vez estuvieron fuera de la vista de la costa permanecieron tres días en esta situación mientras seguían una corriente profunda. Cuando vieron de nuevo la orilla fue delante de ellas, con el verde de los árboles tropicales. Fafnepto se unió a Vaintè en la aleta, y los colores de sus palmas hicieron signo de reconocimiento.
—Conozco esta costa. Primero fuimos al norte a lo largo de ella tras abandonar las islas.
Vaintè expresó asentimiento.
—Creo que tienes razón…, y si es así estamos muy cerca de Alpèasak.
—¿Se halla la ciudad en el océano? —En el océano y también en el río. Las playas son amplias, el agua cálida, la caza abundante. Puede que no sea tan antigua como otras ciudades yilanè, pero en su juventud tiene un atractivo/nuevo del que muchas ciudades carecen.
La tripulanta de guardia había sido enviada abajo. Nadie podía oír ahora su conversación. Había algunas cuestiones que Fafnepto deseaba conocer.
—Nunca he visitado Ikhalmenets cercada por el mar. —Ni lo harás nunca. La nieve del invierno está allí, todas se han ido.
—Y todas están en Alpèasak ahora. Lanèfenuu es la eistaa de aquí, del mismo modo que tú lo fuiste antes. —Vaintè hizo signo de asentimiento—. Hablaré con Lanèfenuu y ella sabrá de tu presencia. Antes de que esto ocurra, me gustaría tener un mayor conocimiento de ella, y de ti y ella, y de lo que ocurrirá cuando os encontréis de nuevo.
Vaintè hizo signo de comprensión.
—En cuanto a lo último…, no lo sé. Por mi parte no haré nada, no diré nada. Pero estoy segura de que ella tendrá mucho que decir. Tú misma me has dicho que una eistaa no respeta más reglas que las suyas. Esta eistaa me ordenó que limpiara la ciudad de los ustuzou que la infestaban. Lo hice. Los perseguí y los maté cuando huyeron. Los tenía a todos ellos entre mis pulgares, iba a matarlos a todos…, cuando la eistaa me detuvo. Obedecí sus órdenes, pero no me sentí complacida. Y sería correcto decir que ella no se sintió complacida de que yo no me sintiera complacida.
—Delicadeza de relación comprendida. La relación de una eistaa con una eistaa es algo difícil. No hablaré del asunto de nuevo —fue a añadir algo más, pero una tripulanta subió de abajo y su conversación se cortó. En el corto tiempo hasta que alcanzaron Alpèasak no hubo oportunidad de reanudarla.
Vaintè no deseaba ver Alpèasak de nuevo: pero no tenía otra elección. Permaneció en la aleta mientras el paisaje familiar avanzaba lentamente hacia ella. Allí estaba la arenosa playa donde el uruketo las había recogido cuando huyeron tras la destrucción de la ciudad por el fuego, con los árboles de atrás recién crecidos allá donde los otros habían ardido. Aquí era donde había abandonado Alpèasak, donde había visto a Stallan morir. Donde había visto su ciudad morir. Ahí estaba el río…, y la desgastada madera de los muelles y las oscuras formas de los uruketo. Había partido de allí la segunda vez, nunca había pensado que fuera a volver. Ahora lo había hecho…, aunque no por elección propia. No expresó nada del torbellino de sus pensamientos, sino que permaneció rígida e inmóvil. Estaba así cuando Fafnepto se reunió con ella, mientras Gunugul dirigía su aproximación. Hasta que el uruketo golpeó el muelle mientras la criatura buscaba la comida puesta allí para ella.
Fafnepto estaba por primera vez sin su hesotsan, porque no tenía derecho a ir armada en la ciudad de otra. Normalmente iba sin ningún adorno, pero ahora, como la representante de su eistaa, sus brazos estaban pintados con dibujos alusivos de los puentes de metal de Yebeisk.
—Por el momento, Gunugul —dijo—, me gustaría que permanecieras en el uruketo. —Gunugul hizo signo de obediencia al mando mientras Fafnepto giraba un ojo para mirar a Vaintè—. ¿Tú también permanecerás aquí?
Vaintè hizo signo de brusca negativa.
—No me ampararé en la oscuridad. No tengo miedo. Iré contigo al ambesed, porque yo también soy representante de Saagakel.
Fafnepto reconoció y aceptó.
—Entonces tú abrirás la marcha, porque estoy segura de que sabes dónde ir.
Bajaron de la aleta y pisaron la arañada madera del muelle. La comandanta del siguiente uruketo estaba allí también, una yilanè con la que Vaintè había navegado. Mostró shock y confusión ante la presencia de Vaintè y no la saludó. Vaintè se alejó de ella con frío desdén y mantuvo sus brazos modelados de este modo mientras abría camino al interior de la ciudad. Las fargi, con las bocas abiertas, se echaron hacia atrás para dejarlas pasar, se apiñaron tras ellas para seguirlas. Vaintè vio algunas yilanè a las que reconoció, pero no expresó ningún signo de ello. Como tampoco lo hicieron ellas, porque todas sabían de sus diferencias con la eistaa. Ahora, tanto yilanè como fargi pisaban sus talones.
La ciudad estaba tal como la había conocido, porque las ciudades no cambian. El custodiado hanale estaba allí, más allá la primera de las cubas de carne. Y allí estaba el soleado camino que terminaba en el ambesed. Donde sí había un cambio, puesto que Lanèfenuu no quería olvidar la ahora abandonada Ikhalmenets. Dos machos, rodeados y protegidos por guardias, estaban tallando el grueso tronco del árbol de la ciudad. El pico de la montaña central de la isla que habían abandonado era ya claramente visible. La propia Lanèfenuu estaba supervisando el trabajo, y no se volvió hasta que estuvieron muy cerca. Hasta que Fafnepto se detuvo e hizo el más educado de los sonidos de atención al habla.
—Mis saludos a una extranjera —dijo Lanèfenuu…, y entonces se detuvo cuando reconoció a Vaintè al lado de Fafnepto. Un ramalazo carmesí barrió su cresta mientras sus labios se fruncían, dejando al descubierto sus dientes en la posición que significaba preparada-para-devorar—. Has venido aquí, Vaintè…, ¡te atreves a entrar en mi ambesed!
—Vengo siguiendo las órdenes de Saagakel, eistaa de Yebeisk. Ella es quien me manda ahora.
—Entonces evidentemente has olvidado lo que yo te ordené una vez. Te expulsé de Gendasi y de Alpèasak…, y de mi presencia, para siempre. Y, sin embargo, regresas.
El color había desaparecido de su cresta, su mandíbula estaba apretadamente encajada, había una fría cólera en cada arco de su cuerpo. Vaintè no dijo nada, y fue Fafnepto quien valientemente rompió el silencio.
—Soy Fafnepto, enviada a Gendasi en misión por Saagakel, eistaa de Yebeisk. Te traigo sus saludos.
Lanèfenuu miró brevemente a Fafnepto, luego desvió la vista.
—Te saludaré y hablaré contigo dentro de un momento, Fafnepto. Tan pronto como disponga que esta sea rechazada/expulsada.
—No soy una a la que pueda echarse. Deseaba sólo que mi presencia aquí fuera conocida. Regreso ahora al uruketo de Yebeisk. Te aguardaré allí, Fafnepto.
Hubo gemidos por todas partes mientras las más cercanas fargi huían de las frías voces y las venenosas posturas de las dos antagonistas. Vaintè permaneció uno® momentos inmóvil tras terminar de hablar, radiando tata de miedo/firmeza de resolución, luego se dio la vuelta y se alejó lentamente. Vio a aquellas a las que conocía entre las yilanè reunidas, pero no les dedicó ningún signo. Expresando fuerza y odio a partes iguales, caminó lentamente toda la longitud del ambesed y desapareció.
Fafnepto permaneció inmóvil y rígida durante todo esto, permaneció así hasta que Lanèfenuu pudo controlar su humeante rabia. Antes de que pudiera hablar, la eistaa hizo signo pidiendo un fruto de agua, lo apuró y lo arrojó a un lado. Sólo entonces volvió un ojo hacia su visitante…, el otro aún firmemente fijo en la salida del ambesed.
—Te saludo, Fafnepto —dijo finalmente—, y eres bienvenida en nombre de Saagakel, eistaa de Yebeisk. ¿Qué misión suya te trae a través del océano hasta mi ciudad?
—Un asunto de grave preocupación, de robo y traición, y de aquellas que hablan de la vida pero forman parte de la muerte.
Lanèfenuu hizo signo de cortés silencio temporal. Aquellos eran asuntos graves y no adecuados para que todas las fargi los oyeran o incluso supieran de ellos. Su pulgar se retorció en dirección a Muruspe; cuando su efensele avanzó, le dio rápidas órdenes.
—Todas menos las más altas son despedidas —ordenó Muruspe con secos movimientos de urgencia—. Este ambesed quedará vacío.
Sólo después de que la última aterrada fargi hubiera cruzado tambaleante la salida habló Lanèfenuu de nuevo.
—¿Son aquellas de quienes hablas las que se hacen llamar Hijas de la Vida?
—Lo son.
—Háblame del asunto entonces. Pero debes de saber que no hay ninguna de ellas aquí, ni nunca será permitida ninguna en mi ciudad.
—Como nunca se les permitirá regresar a Yebeisk. Estaban allí y huyeron, y es por eso por lo que debo hablar contigo y solicitar tu ayuda.
Lanèfenuu escuchó impasible, agitada aún por el odio de la presencia de Vaintè, fascinada e impresionada también por lo que estaba oyendo. Cuando Fafnepto hubo terminado, hubo un horrorizado zumbar de comentarios de todas aquellas que la habían escuchado, y que murió inmediatamente cuando Lanèfenuu hizo signo de silencio.
—Lo que me dices es terrible realmente. Doblemente terrible para mí, puesto que comandé/aún comando un uruketo, y la pérdida de una de esas grandes criaturas es una pérdida de parte de la vida de una misma. Haré todo lo que pueda por ayudarte. ¿Qué es lo que tu eistaa desea de mí?
—Simplemente información. ¿Tiene alguien en esta ciudad conocimiento de este uruketo? ¿Es posible que alguna de las comandantas de tus uruketo haya podido verlo? Lo hemos buscado pero no hemos hallado ningún rastro de él.
—No tengo conocimiento de él, pero se harán averiguaciones. Muruspe, manda llamar a todas mis comandantas. Envía también a buscar a Ukhereb, que puede que haya visto una imagen de este uruketo desaparecido entre todas las imágenes que le traen sus pájaros. Mientras se hace esto, ven, siéntate aquí, Fafnepto, y háblame de cosas de Entoban‹ y de cómo se desarrollan las ciudades allí, porque el tuyo es el primer uruketo que llega aquí en mucho tiempo.
Akotolp avanzó e hizo signo de asuntos de importancia/petición de habla. Lanèfenuu hizo signo de que se acercara.
—Esta es Akotolp, una yilanè de ciencia que es sabia en muchos aspectos. ¿Tienes información para nosotras?
—Negativa por el momento. He ayudado en la preparación de las imágenes. Las únicas imágenes de uruketo que aparecen son las de los uruketo de esta ciudad. Esta era mi creencia hasta ahora. Revisaré yo misma esas imágenes, haré que sean traídas aquí inmediatamente a fin de que podáis examinarlas para consideración de identidad.
Lanèfenuu hizo gesto de entusiasta afirmación.
—Miraré esas imágenes y decidiré, porque para mi cada uruketo tiene rasgos propios tan familiares como los de mi propio efensele.
—Así se hará, eistaa. Solicito primero permiso para formular unas preguntas a invitada.
—Permiso concedido.
Akotolp se volvió hacia la cazadora, su tensión oculta por los rollos de grasa que oscilaban cuando se movía.
—Es sabido que yo fui una de las que abandonó es ciudad cuando fue tomada por los ustuzou. Dices que aquellas que huyeron de tu ciudad tenían conocimiento de Gendasi, y que es tu opinión que el uruketo ha cruzado el océano.
—Eso dije. Tengo también razones para creer que el uruketo ya no está en el lado de Entoban‹ del océano.
—Hay una que huyó con nosotras, y que era líder de las Hijas de la Vida, que era de inteligencia y tenía conocimientos. Su nombre era Enge. ¿Conoces el nombre?
—Lo conozco. Está con ellas. Fueron ayudadas en su escapatoria por una de ciencia llamada Ambalasi.
Akotolp se sintió terriblemente impresionada, apenas pudo hablar.
—¡Ambalasi! La que fue mi maestra.
—No sólo tu maestra…, ¡sino una reciente visitante a mi ciudad! —dijo hoscamente Lanèfenuu—. No habló de estos asuntos cuando estuvo aquí. Ve, Akotolp, busca las imágenes y tráelas de inmediato. Y tú, Fafnepto, fuiste acertada en acudir a buscar información aquí, fuiste acertada en suponer que el uruketo desaparecido estaba ahora en Gendasi. Tienes toda mi ayuda, porque estoy tan ansiosa como tu propia eistaa por ver que esas criaturas de muerte sean localizadas y castigadas. Eso se hará.