Arnhweet estaba sentado en las sombras, soplando fuertemente su silbato. Era uno que los paramutanos habían hecho para él, con una varilla móvil y el extremo exactamente igual que una de sus bombas. Pero, en vez de soplar agua, este silbato bombeaba un sonido agudo y tembloroso que hendía el calor de la tarde. Era pleno verano, y los días eran más largos y cálidos que nunca. Poco podía hacerse en la tórrida tarde, poco había que hacer. Tenían carne y frutos y todas las cosas verdes que crecían en la tierra, y también peces y aves. Habían pasado tres lunas llenas desde que Kerrick y Herilak regresaran de la ciudad con los nuevos palos de muerte. Habían regresado rápidamente y no habían sido seguidos. Desde entonces los murgu no habían salido de la ciudad, que ellos supieran. El sendero del sur era vigilado cuidadosamente, pero nadie vino por él. El incidente estaba olvidado. Si bien dos de los viejos palos de muerte habían enfermado y muerto, ninguno de los nuevos se había visto afectado. Los sammads estaban bien alimentados y en paz. Una paz que no habían conocido desde que habían empezado los largos inviernos…, El agudo y tembloroso sonido colgaba en el cálido aire: Kerrick se maravillaba ante la aplicación del muchacho. Los lados de la tienda habían sido enrollado hacia arriba para dejar pasar la poca brisa que soplaba. La niña estaba dormida, y Armun se desenredaba el pelo con un peine tallado de un cuerno. Kerrick la contempló con gran placer. El silbido se cortó bruscamente, luego empezó de nuevo de una forma más dura. Kerrick se volvió y vio que dos cazadores se habían unido a Arnhweet bajo el árbol y estaban examinando el silbato. Uno de ellos era Hanath. Kerrick vio que estaba intentando tocarlo, y que sus mejillas se ponían rojas con el esfuerzo. Se lo pasó a Morgil, que sopló y agitó la varilla y consiguió emitir el sonido de un mastodonte agonizante. Armun se echó a reír ante sus esfuerzos, Kerrick se levantó, se estiró y bostezó, salió parpadeando a la ampollante luz del sol. Morgil bufó y jadeó y devolvió el silbato al muchacho mientras Kerrick se reunía con ellos.
—¿Tan poco tenéis que hacer que venías a robarle el juguete a Arnhweet? —preguntó Kerrick.
—Hanath… me habló de él —jadeó Morgil—. Hace un ruido horrible. ¿Y fue hecho por los paramutanos de los que nos hablaste?
—Así es. Son muy hábiles, y tallan hueso y madera. Hacen otras cosas parecidas, sólo que mayores, y las utilizan para chupar el agua de sus botes.
—¿Y viven en el hielo y cazan peces en el frío y siempre hay nieve? —dijo Hanath con gran interés—. Tienes que hablarnos más acerca de ellos.
—Habéis oído las historias, sabéis tanto como yo. Pero ¿por qué os preocupáis por los paramutanos? ¿No os mantiene vuestra preparación del porro demasiado ocupados para cazar?
—Hay muchos otros que cazan. Intercambian toda la carne que necesitamos por porro.
—Y ya hemos bebido bastante porro por un tiempo —dijo Morgil—. Es bueno cuando es bueno, pero terrible cuando es malo. Creo que los manduktos hacen lo correcto, lo beben sólo cuando ocurre algo especial. Nos dijiste que los paramutanos vienen al sur a comerciar. ¿Llegan hasta tan lejos como este lugar?
—No, odian el calor, morirían aquí. Al final del verano, aquellos que quieren comerciar con ellos van a la orilla al norte, allá donde el gran río se encuentra con el océano. Es el único lugar al que van.
—¿Qué es lo que comercian?
—Traen pieles curtidas, a veces de abundante pelo, olorosa grasa comestible. Lo que quieren a cambio son cuchillos de pedernal, puntas de lanza, incluso puntas de flecha. Fabrican su propio tipo de anzuelos de hueso, algunas clases de puntas de lanza, pero necesitan nuestros cuchillos.
—Tengo la sensación de que yo necesito algunas pieles —dijo Hanath, secándose el sudor de su frente con el índice.
—Yo también —admitió Morgil—. Creemos que ha llegado el momento de comerciar.
Kerrick los miró a ambos con sorpresa.
—Creo que lo último que necesitáis son pieles. —El silbato lanzó un tembloroso y estridente sonido cuando Arnhweet lo hizo sonar para su audiencia. Kerrick pensó en lo que habían dicho y sonrió—. No creo que sean pieles lo que necesitáis, sino más bien un largo viaje, un poco de caza, clima frío y hielo.
Morgil dio una palmada e hizo girar los ojos hacia el cielo.
—El sammadar ve nuestros pensamientos secretos. Deberías ser alladjex, no Fraken, que es joven y estúpido.
—No tengo que ser alladjex para ver que vosotros dos no habéis pisado el sendero desde hace largo tiempo…, y queréis oler los bosques del norte de nuevo.
—¡Sí! —dijeron a una, y evidentemente Hanath habló por los dos—. Dinos dónde es este lugar donde aguardan los paramutanos. Haremos montones de cuchillos…
—Otros los harán, nosotros se los cambiaremos por porro —dijo Morgil—. Pero ¿vendrán esos paramutanos a comerciar? Nos dijiste que han cruzado el océano y que ahora cazan y pescan en una distante orilla.
—Vendrán, me dijeron que lo harían. Cruzar el océano no es nada para ellos. Hay esas cosas que necesitan y que sólo pueden conseguir comerciando con los tanu. Vendrán.
—Y nosotros estaremos allí para reunimos con ellos. ¿Puedes decirnos dónde exactamente podemos encontrar a los de la cara cubierta de pelo?
—Deberéis preguntárselo a Armun. Ella conoce el Jugar, porque es allí donde conoció por primera vez a los paramutanos.
Armun salió de la tienda cuando la llamó, se sentó al lado de Arnhweet y apartó el enmarañado pelo de su rostro. El muchacho sopló alegremente a su creciente audiencia.
—El lugar es muy fácil de localizar —dijo, cuando le hubieron explicado lo que deseaban—. Supongo que conocéis el sendero que va de las montañas al mar.
Kerrick sintió una repentina excitación mientras ella hablaba, casi pudo oler la helada bruma soplando del océano, el frio golpear de la nieve empujada por el viento. Había olvidado lo que era sentir frío. No era que deseara congelarse de nuevo, pero comer un bocado de nieve, caminar por entre los oscuros bosques de pinos…, eso era algo que valía la pena hacer. Bajo el ansioso interrogatorio, Armun habló más acerca de los paramutanos y la forma en que vivían en el hielo, las muchas cosas que hacían, el pescado podrido que les gustaba comer. Los dos cazadores escucharon atentamente sus palabras, jadeando fascinados ante sus extrañas costumbres. Cuando terminó, Hanath le dio a Morgil una palmada tan entusiasta en el hombro que lo derribó de lado.
—Lo haremos —exclamó—. Iremos, ahora es el momento de partir. Iremos al norte y comerciaremos con los peludos.
—Quizá yo vaya con vosotros —dijo Kerrick—. Para mostraros el camino.
Los ojos de Armun se abrieron mucho por la sorpresa. Antes de que pudiera expresar su furia, Kerrick le había cogido las manos entre las suyas.
—Ambos iremos, ¿por qué no? Tomaremos un mastodonte para llevar las cosas que deseemos comerciar.
—Eso será demasiado lento —objetó ella—. Y no iremos, no quiero ni oír hablar de ello. Los niños están aquí…
—Y los niños están seguros aquí. Ysel come ya comida blanda masticada, Arnhweet tiene sus amigos, hay sammads y muchos cazadores por todos lados.
—¡Yo también quiero ir! —exclamó Arnhweet, y Armun le hizo callar.
—Esto es una cosa de cazadores. Todavía no eres lo bastante cazador para ello. Algún día, pero no ahora.
Se llevó al muchacho de vuelta a la tienda con ella, dejando a los tres cazadores con las cabezas unidas, haciendo planes. Estaba inquieta, pero no preocupada. Pero ¿qué podía hacer si Kerrick había dicho que deseaba ir con ellos? Tenía que decidir antes de que él regresara. Kerrick deseaba mucho ir, eso estaba claro. Quizá la vida en esta isla era demasiado fácil. Ciertamente, era demasiado calurosa. Se echó a reír fuerte. A ella también le gustaría mucho ir. Cuando Kerrick regresó, ya había tomado su decisión.
—Creo que esos dos han tenido una buena idea —dijo él. Sus dedos se curvaron sobre el cuchillo de metal celeste mientras hablaba—. Por supuesto, no hay ninguna necesidad de pieles aquí, no en verano al menos. Pero los paramutanos tienen muchas otras cosas.
—¿Como qué, silbatos?
—No sólo silbatos —dijo él, furioso, luego vio que ella estaba sonriendo.
—Quieres hacer este viaje, ¿verdad?
—Sí, por supuesto.
—Bueno, yo también. Todo es demasiado tranquilo aquí, hace demasiado calor. A Malagen, la mujer sasku, le gusta cuidar de Ysel, lo hará muy contenta si yo voy contigo. Arnhweet tiene sus amigos y ni siquiera se dará cuenta de que nos hemos ido. Creo que será una muy buena cosa ir al norte por un tiempo. Hallaremos fría lluvia, quizá nieve, y cuando regresemos lo peor del calor ya habrá pasado.
Una sombra cruzó el claro ante la tienda, pasó. Kerrick salió y contempló el ardiente cuenco azul del cielo, escudando los ojos con una mano. Era un pájaro grande, un águila quizá, volando en lentos círculos, una silueta negra contra el cielo. Estaba demasiado alta para distinguir más detalles. Se alejó, y Kerrick volvió a la sombra. ¿Era un pájaro yilanè enviado a buscarles? No era que importase: Lanèfenuu nunca olvidaría aquellos uruketo muertos. La lucha había terminado.
Los días siguieron a los ardientes días mientras el uruketo nadaba lentamente hacia el oeste a lo largo de la costa. Avanzaba con firmeza mientras las olas rompían contra la arenosa orilla, con al menos tres yilanè en la aleta en todo momento, observando la costa. Sólo cuando había grandes ensenadas o bahías se frenaba su avance mientras efectuaban una cuidadosa inspección de la indentada línea costera. Se hizo más lenta aún cuando llegaron a una gran bahía con islas, que parecía ser la boca de un río y que tenía que ser cuidadosamente examinada. Fafnepto estaba en la aleta, parpadeando a la luz del sol mientras examinaba la fría oscuridad bajo los árboles cercanos. Cuando rodearon un promontorio rocoso, lo señaló a Vaintè.
—Curiosidad en forma de roca, memorable/inolvidable. Iré a tierra ahí y cazaré carne fresca.
—Apreciada por todas. Cuando hayamos terminado la búsqueda regresaremos y te recogeremos aquí. Buena caza.
—Para mí, siempre es buena caza. —Bajó de la aleta y se deslizó al agua.
Tomó casi todo el día examinar la bahía. Después de eso iniciaron el recorrido río arriba a través de amplios meandros. Por primera vez Vaintè empezó a preocuparse de que su búsqueda fuera en vano. Sabía que Gendasi era grande, pero nunca había apreciado en su totalidad el tamaño de aquel nuevo continente. Antes, siempre se había limitado a seguir las huellas de los ustuzou, yendo a donde estas le llevaban. Ahora estaba empezando a darse cuenta de que incluso algo tan grande como un uruketo podía ser difícil de hallar…, cuando una no tenía ni idea de dónde buscar. El río era aún amplio y profundo, y avanzaba tierra adentro en un perezoso serpenteo. El otro uruketo hubiera podido seguir perfectamente aquel mismo camino. ¿Debían seguir buscando más adentro? Fue un gran alivio descubrir que el canal estaba pronto bloqueado por bancos de arena y que tenían que regresar. No había necesidad de seguir más el río. Aquellas a las que buscaban debían estar todavía en algún lugar a lo largo de la orilla del océano.
Era última hora de la tarde antes de que regresaran al promontorio rocoso. Fafnepto no se veía por ninguna parte.
—¿Es este el lugar donde desembarcó? —preguntó Gunugul. Vaintè hizo signo de seguridad de localización—. Entonces todavía está cazando. Todas disfrutaremos del placer/satisfacción de tener carne fresca. Enviaré vejigas flotando hasta la orilla para que así podamos partir cuando regrese.
Vaintè observó a las tripulan tas subir las vejigas a la aleta y deslizarse al río con ellas. El agua parecía fresca, la boscosa orilla invitadora. Había permanecido demasiado tiempo confinada en el interior lleno de olores del uruketo. Un momento más tarde se deslizaba de su lomo y nadaba con fuertes brazadas hacia la orilla.
—Excitación de descubrimiento —llamó una de las tripulantas, señalando los cuerpos de cinco grandes ciervos tendidos en la alta hierba.
Vaintè los admiró, luego alzó la vista cuando la propia Fafnepto apareció por entre los árboles. Hizo signo de urgencia de habla cuando Vaintè empezó a felicitarla por su caza.
—Hay una cosa que quiero que veas, Vaintè. Por aquí.
—¿Tiene relación con las que buscamos?
—No. Pero creo que son los ustuzou de los que me hablaste. Están más allá de esos árboles.
—¡Pueden ser peligrosos!
—No ahora. Están todos muertos.
La tienda de piel había sido montada en el lado más alejado del pequeño prado cerca del arroyo. Dos grandes ustuzou estaban derrumbados en el suelo ante ella; uno tercero, más pequeño, yacía cerca.
—Los maté antes de que me vieran —dijo Fafnepto—• Dijiste que podían ser mortíferos.
—¿Registraste la estructura?
—Sí. No hay nadie en ella. Muchas pieles…, y un hesotsan.
Uno de los ustuzou yacía boca arriba. Vaintè giró el otro con uno de sus garrudos pies, esperanzada, pero no era Kerrick.
—Hiciste bien matándolos —dijo.
—¿Es esto el diente de piedra del que hablaste? —Preguntó Fafnepto, señalando la lanza en la mano del cazador muerto.
—Un tipo de ellos. Otro es enviado a través del aire, de una forma muy parecida al dardo de un hesotsan. No son venenosos, pero sí mucho más pesados. Son bestias muy peligrosas.
—Entonces podemos estar seguras de que el uruketo que buscamos no está cerca de aquí.
—Una sabía observación. Continuaremos la búsqueda.
Vaintè regresó a la orilla en forzado silencio, ondulando su cuerpo con la intensidad de sus pensamientos. Sabía que la búsqueda del uruketo y las Hijas de la Vida así como la científica renegada, seguiría. Le había dicho a Saagakel que lo haría. Y Fafnepto estaba allí para ayudarla en aquella búsqueda. Pero no podía proseguir eternamente. Ahora que pensaba en ello se daba cuenta de que le importaba poco si Enge y sus cómplices vivían o morían. No ahora, no después de haber visto los cuerpos en el claro. La vista de aquellos ustuzou muertos había apartado de sus pensamientos la búsqueda actual. No era importante. Lo que era de primaria importancia, lo que realmente necesitaba hacer, era encontrar a Kerrick.
Encontrarle, y matarle.
—Mensaje de urgencia/importancia para la eistaa —dijo la fargi, temblando con el esfuerzo de recordar lo que había recibido instrucciones de decir, con indicación de ser clara y comprensible en su habla.
Lanèfenuu se inclinó hacia atrás en su tabla, con su boca trabajando duramente en una gran porción de gelatinosa carne. Sus consejeras se sentaban formando un círculo a su alrededor, con actitudes apreciativas hacia su maravilloso apetito. Arrojó el hueso a un lado e hizo un gesto de prosecución del habla interrumpida a la fargi. La criatura jadeó su ignorancia.
Muruspe captó la atención de la fargi.
—Se te ordena que hables. Termina de decir lo que se te comunicó que dijeras.
La fargi jadeó de nuevo con repentina comprensión cuando entendió las simplificadas órdenes, y habló rápidamente antes de olvidarlo todo:
—Ukhereb informa de descubrimientos de importancia. Solicita presencia de la eistaa para revelación.
Lanèfenuu hizo gesto a la fargi de que se marchara, se puso en pie, hizo signo reclamando un fruto de agua y lo utilizó para lavarse las manos.
—Una petición de mi presencia significa asuntos de importancia —murmuró—. Iremos de inmediato. Mientras abandonaban el ambesed, dos de sus consejeras se apresuraron a adelantarse para asegurarse de que el camino estaba despejado, las demás siguieron detrás. Muruspe, que era su efensele además de su primera consejera, caminaba a su lado.
—¿Tienes idea de lo que puede ser, Muruspe? —preguntó Lanèfenuu.
—No sé más de lo que puedas saber tú, eistaa. Pero mi esperanza es que esas yilanè de ciencia hayan descubierto algo importante sobre los ustuzou que matan.
—Esa es también mi esperanza. Un asunto de menor importancia hubiera llevado a la propia Ukhereb al ambesed.
Akotolp aguardaba junto a la dilatada abertura en la pared para recibirlas, e hizo signo de placer y alegre anticipación.
—Disculpas por presencia solicitada por Ukhereb. Lo que deseamos mostrarte no podía ser traído fácil/rápidamente.
—Muéstramelo de inmediato…, la expectación es insostenible.
Akotolp abrió camino al penumbroso interior, luego a través de otra partición a una cámara oscura. Sólo cuando hubo sido sellada la entrada fue posible ver al débil resplandor rojo emitido por una jaula de insectos. Ukhereb alzó una mojada lámina de alguna sustancia blanca con manchas negras en ella.
—Esta imagen se desvanecería si fuera expuesta a la luz del día en este momento. Deseaba que la eistaa la viera de inmediato.
—Explicación de significado, comprensión no clara. —Se inclinó, siguiendo el pulgar de Ukhereb hacia lo que señalaba.
—Imagen obtenida desde mucha altura en el aire. Eso son árboles en torno a un claro. Esto y esto son las estructuras hechas de pieles de animales que erigen los ustuzou asesinos. Aquí un grupo de tres ustuzou, aquí más. Y aquí y aquí.
—¡Ahora los veo! Son tan horribles. ¿Son del mismo tipo que el que resultó muerto aquí en la ciudad?
—Lo son. Observa el pelaje claro en sus cabezas, las pieles que llevan sobre sus cuerpos. —¿Dónde están ahora?
—Al norte de la ciudad. No cerca, pero al norte de nosotros, en una isla junto a la orilla. Pronto tendré otras imágenes para que puedas verlas, están siendo procesadas en este momento. En una de ellas creo que se ve un hesotsan.
—Uno de nuestros hesotsan —dijo Lanèfenuu, furiosa—. Esto tiene que terminar. Dos veces vinieron aquí, mataron yilanè, se llevaron hesotsan con ellos. Esto no debe ocurrir una tercera vez.