CAPÍTULO 24

Enge oyó los gritos y salió del umbrío camino, pero no tenían ningún significado hasta que pudo ver a Ambalasi además de oír su voz. La vieja científica estaba reclinada en una tabla de descanso y daba instrucciones a su ayudante.

—Aguijonéalo…, pero no le hagas daño. Haz que ataque el palo.

Hubo un temible sisear y chirriar desde el extremo del claro. Enge miró con asombro a Setessei, que mantenía a raya un pájaro con un largo palo. El animal aleteaba alocadamente, perdiendo plumas, mordía el palo con sus dientes. No podía ser un pájaro, no con dientes. Otras cuatro criaturas semejantes estaban atadas cerca, siseando y aleteando con miedo.

—Ahora… —dijo Ambalasi—. Suéltalo.

Un animal retenedor estaba enrollado en torno a sus patas. Setessei lo golpeó con el palo hasta alcanzar el ganglio nervioso que abría su boca. Tan pronto como se sintió libre, la criatura echó a correr, chillando, hacia los árboles. Agitaba sus alas extendidas y daba pequeños saltos flotantes en el aire. Desapareció con un último grito entre la maleza.

—Excelente —dijo Ambalasi, haciendo gestos de éxito intento con su mano derecha. Esto se convirtió inmediatamente en un modificador de desagrado/furia cuando un agudo dolor envió lanzazos desde su vendado pulgar.

—Placer de presencia —dijo Enge—. Tristeza ante herida, deseo de rápida curación.

—Una esperanza que comparto. Infección por corte accidental de cuchillo cuerda durante disección. Lentitud de curación indicativo de edad avanzada del organismo.

—Ambalasi está cargada con años de sabiduría.

—Y cargada también con años de años, Enge. No pueden negarse los signos de la edad. Pero pueden ser olvidados en placeres de investigación/descubrimiento. ¿Has visto correr a esa criatura?

—Lo he visto. Aunque las razones de cautividad/liberación no son claras, la propia criatura no clara. Tiene las plumas de un pájaro, pero también dientes, no pico.

Ambalasi hizo signo de apreciación de observación.

—Abandona tu persecución de las teorizaciones invisibles sobre Ugunenapsa y te convertiré en una auténtica científica. ¿No? Lo suponía. Completa pérdida de inteligencia. Como has observado, lo pertinente en el ninkulileb son sus dientes, por eso es llamado así. Esa criatura es un fósil viviente. He visto animales así en rocas de hace muchísimos años. Sin embargo, en este continente aislado, tan lejos de Inegban*, sus descendientes aún viven. Viste los clientes y las plumas. Es un eslabón entre los saurios primitivos y los estekel* que vuelan tan bien. Aunque quizá no. Evolución paralela, creo. Esas criaturas están más relacionadas con los pájaros modernos. Alas y plumas, aunque incapaces de elevarse en el aire todavía, has podido verlo. Pero rápidas corredoras, ayudadas por las alas, para capturar insectos y escapar de los predadores. Este continente es una revelación, la flora y la fauna merecen vidas enteras de estudio.

Ambalasi retiró el nefmakel de su mano mientras hablaba, miró furiosa la herida medio curada, hizo signo a Setessei de una nueva envoltura. Mientras su ayudante se la colocaba en su sitio, Ambalasi indicó el motivo de la presencia de Enge.

—Preocupación por tu herida, deseo de ayudar.

—La herida cura, pero duele. ¿Ayuda en qué?

—Omal informa de desventura en contenedores, carne se pudre.

—Fallo en las enzimas. Setessei se ocupará de como hace siempre. ¿Y por qué transmite Enge un mensaje que la propia Omal puede traer? O cualquier fargi yilanè, por cierto.

—Ambalasi siempre penetra en los pensamientos de las demás incluso antes de que hablen. Aunque el asunto no es de importancia para ti. Veo claridad de pensamiento hacia aspectos de la verdad que se me escapan.

—Hay veces en que tengo la sensación de ser la única yilanè entre fargi yileibe. ¿Dónde estaría este mundo sin mi inteligencia?

Aunque la pregunta era retórica, Enge respondió con solemne seguridad:

—No hablo por el mundo, sino sólo por mí misma y mis compañeras. Estaríamos muertas. En la plenitud del tiempo, esto no será olvidado. —Hizo signo de servidumbre, la más baja a la más alta.

—Bien hablado. Halagador pero completamente cierto. Ahora, ¿cuál es la última aplicación necesaria de mi alta sabiduría?

—He recibido preguntas de muchas, la misma pregunta expresada de diferentes formas, sin embargo la misma pregunta y la misma preocupación por parte de todas.

—Esas perezosas criaturas deberían trabajar más, pensar menos. Tus nuevas fargi llamadas Hijas de la Vida, Pero aún fargi de inmensa e irrazonable estupidez, hacen la mayor parte del trabajo de esta ciudad. Proporcionando a las demás demasiado tiempo para hablar y discutir.

—Ambalasi está en lo cierto, como siempre. Pero la Pregunta es una que siento también dentro de mí misma. Un miedo al futuro que no puede ser aplacado. El miedo final. El miedo a la muerte de esta ciudad.

Ambalasi bufó furiosa.

—Pensamientos abstractos alimentan miedos abstractos. Todas estáis sanas, la ciudad crece bien, hay pocos Pengros y cantidad más que suficiente de comida. Una yilanè de auténtica inteligencia extraería placer de esto y no buscaría distante dolor. Todas sois jóvenes y al inicio mismo de lo que pueden ser largas y productivas vidas, ¿por qué preocuparos ahora por el distante futuro? No te molestes en contestar porque puedo contestar fácilmente por ti a eso. Todas sois hijas de la Pugnacidad, y nunca hallaréis la auténtica sabiduría ni el auténtico placer.

Vuestras constantes discusiones acerca de conseguir un fin constituyen un fin en sí mismas.

—Pero el futuro estará aquí algún día…

—Bien, yo no. Vosotras habéis creado vuestros propios problemas. Ahora debéis buscar vuestras propias soluciones. Yo estoy alcanzando el final de mi trabajo aquí y, cuando ya esté todo hecho, me marcharé.

—Nunca pensé…

—Pero yo sí. Os he dado vuestras vidas y vuestra ciudad. Ambas son vuestras para que las disfrutéis. Después de que yo me haya ido. Estudiad los pensamientos de Ugunenapsa, extraed vuestras respuestas de ella y no de mí. Setessei, agita a otro de esos ninkulileb. Su vuelo que aún no es vuelo es de lo más revelador, como lo son sus plumas, más parecidas a escamas que a plumas. Hay que efectuar registros. La ciencia avanza a paso seguro, aunque vosotras, las Hijas de la Vida, no sois evidentemente conscientes de ello.

Saagakel miró a su atento círculo de consejeras, hizo signo de la más intensa atención, habló:

—Hijas de la Vida. Pronuncio su nombre y, aunque eso me enfurece, ya no siento la rabia destructiva que en su tiempo me poseyó, nos poseyó a todas. Pronuncio ese detestado nombre ahora porque hay un nuevo conocimiento traído hasta nosotras por Fafnepto, traído hasta nosotras por Vaintè. Ahora debemos hallar la forma de usar este nuevo conocimiento, tomar mi venganza sobre aquellas que engañaron a esta ciudad, engañaron a vuestra eistaa.

Hubo gritos de aceptación cuando Saagakel hubo terminado, furiosas promesas de venganza, acaloradas preguntas de aclaración. Todo era enormemente agradable. Vaintè permanecía sentada en profundo silencio a la derecha de Saagakel, habló solamente cuando la eistaa le hizo signo de permiso.

—Vuestra eistaa me ha hablado de lo que ocurrió aquí cuando esas criaturas fueron injustamente liberadas, luego huyeron en un orgulloso uruketo de esta ciudad. Este es un daño que debe ser reparado. Para reparar este gran daño hay que tomar en consideración dos cosas. Conduciendo a esa incivilizada manada de animales iba una llamada Enge. Sé mucho de Enge, y os hablaré de ello. El uruketo desapareció y nadie sabe dónde. Pero la fuerte Saagakel aquí tiene conocimiento de ello. Tiene el conocimiento de que el uruketo no fue visto en ninguna de las ciudades de Entoban‹. Cuando oigáis esto puede que penséis que han escapado de la justicia de vuestra eistaa. No es así. Creo que poseo el conocimiento que nos conducirá hasta ellas.

Hubo un interesado zumbido de sorpresa ante aquello, y placer ante los misterios aún por desvelar. Al otro lado del arroyo, las distantes espectadoras intentaban comprender lo que estaba ocurriendo en el lado de la eistaa del ambesed, no podían, se agitaban y observaban intensamente de todos modos. Era evidente que estaban siendo discutidos asuntos de gran importancia. Se apartaron a un lado a los gritos de atención cuando Gunugul se abrió paso entre ellas, con dos cargadas fargi siguiéndola. Vaintè señaló hacia la recién llegada.

—Todas vosotras conocéis a Gunugul, la mayor y la más antigua de las comandantas de uruketo que sirven a esta ciudad. Ha traído algo de importancia para mostrarnos. Revela tus mapas, sabia Gunugul, y háblanos de su significado a fin de que podamos comprender.

Con secas órdenes, Gunugul hizo bajar y abrir los contenedores, extraer un mapa y extenderlo sobre la hierba. Las fargi permanecieron de pie, una a cada lado, firmes e inmóviles, las garras de sus pies clavadas sobre el mapa Para mantenerlo en posición. Las espectadoras se agitaron y se empujaron unas a otras para ver. Aunque por supuesto no comprendían nada. Gunugul señaló la zona verde oscuro a un lado.

—Esto es Entoban‹, donde se halla esta gran ciudad. Y aquí, al borde del océano, está la propia ciudad de Yebeisk. —Hubo un murmullo de apreciación mientras todas miraban fijamente el dorado punto. Gunugul movió su pulgar desde la ciudad y a través del azul del mapa—. El océano se extiende desde Yebeisk. Hemos tenido el privilegio de oír a Vaintè decirnos cómo lo ha cruzado en el uruketo hasta la tierra al otro lado, hasta gendasi y la ciudad de Alpèasak. Retirad este, dadme el otro mapa.

Observaron expectantes mientras el segundo mapa era desenrollado y presentado para su inspección. Tan misterioso e indescifrable para ellas como el primero, pero quizá más fascinante a causa de ello. Gunugul señaló de nuevo.

—Gendasi. Un continente grande y vacío. Es decir, vacío de yilanè, aunque hormiguea con ustuzou, como Vaintè ha dicho. Ahora os he mostrado lo que Vaintè me pidió que os mostrara.

Gunugul se retiró unos pasos pero dejó el mapa desplegado ante sus fascinados ojos. La mayoría escucharon a Vaintè con sólo un ojo, sin dejar de mirar a aquel mapa de distantes misterios.

—Os he hablado de la ciudad de Alpèasak. Lo que no os he dicho, puesto que el asunto era de gran desagrado para vuestra eistaa, y en consecuencia no apto para discusión pública, es que había Hijas de la Vida en esa ciudad. Muchas de ellas murieron mientras la ciudad crecía, aunque no las suficientes. Más aún murieron cuando la ciudad fue destruida, pero, al contrario que las auténticas yilanè, no mueren en el correcto momento predestinado, sino que siguen viviendo de su veneno. No os hablaré más de esto, es demasiado repugnante, pero os diré lo suficiente para que sepáis cómo una de ellas vivió cuando tantas murieron. Cómo vivió una que debería haber muerto. Cómo vivió una para poder llegar a esta ciudad y huir de nuevo. Una llamada Enge.

El mapa fue olvidado entonces. Todos los ojos se clavaron en Vaintè. Todas las voces se acallaron a fin de poder oír claramente lo que tuviera que decir.

—Esa conocida como Enge, una Hija de la Vida, posee una gran aunque pervertida inteligencia. Tiene conocimiento del lejano Gendasi. Tiene conocimiento de cruzar el océano.

Vaintè miró a su alrededor, a las mandíbulas abiertas en atención. Tan inusual era todo aquello, que podía ver que ninguna excepto la eistaa sabía lo que iba a decir, dónde conduciría su conectado sendero de conocimiento. Se inclinaron hacia delante en silencio, la audiencia perfecta, cada curvada línea de sus cuerpos suplicando que hablara.

—Habéis oído que el uruketo que huyó de esta ciudad no ha podido ser hallado. Gunugul, ¿pudo ese uruketo cruzar el océano?

—Allá donde fluyen las corrientes del océano, el uruketo nada.

—¿Pudo haberlo cruzado hasta el distante Gendasi?

—Otros uruketo lo han hecho. Este uruketo pudo hacerlo también.

Vaintè se reclinó hacia atrás, se volvió hacia la eistaa, habló.

—Es mi creencia, Saagakel, eistaa de Yebeisk, que tu uruketo ha cruzado el océano y ha ido a Gendasi. No a la ciudad de Alpèasak, porque la eistaa de allí siente poco amor hacia las Hijas de la Muerte. El uruketo no está en esa ciudad, pero tiene que estar en alguna parte allí, a lo largo de la orilla. No hay ningún otro lugar donde pueda estar.

—¡Ido! —gimió angustiada una consejera—. ¡Ido! —Otras hicieron suyo el grito, pero la eistaa hizo signo de atención, y el silencio fue instantáneo.

—Sois yilanè de poca inteligencia y de menos ánimo. Por eso yo gobierno y vosotras obedecéis. ¿Por qué no habéis considerado ni siquiera por un momento que podemos ir realmente tras esas criaturas, agarrarlas, matarlas, tomar venganza, traer de vuelta el uruketo en triunfo?

Cuando el significado de aquello las alcanzó, su silencio se convirtió en gritos de placer y sorpresa, gratitud a la eistaa y seguridad de victoria. La eistaa aceptó el aplauso, que no era más que merecido, mientras Vaintè permanecía modesta e inmóvil tras ella. Vaintè no deseaba aclamaciones. Deseaba venganza.

Saagakel también deseaba esto, pero venganza atemperada por reticencia. Deseaba perseguir al uruketo, rastrearlo hasta el fin del mundo donde había huido. Apoderarse de él y matar a aquella vieja Ambalasi que le había causado tan gran dolor. Esto era lo que deseaba hacer.

Esto era lo que sabía que no se atrevería a hacer. Era eistaa y esta era su ciudad. Si se alejaba de allí, otra actuaría en su nombre, gobernaría en su nombre, y seguramente la reemplazaría. Cuando regresara, habría una nueva eistaa sentada en su lugar. Venganza o gobierno…, era una elección sencilla.

—Iros todas —ordenó, haciendo gesto de despedida instantánea a través del agua—. Vaintè se queda. Gunugul se queda. Fafnepto se queda.

No deseaba ni discusión ni consejo, ni siquiera de sus consejeras de mayor confianza. Había tomado una decisión, y lo que ordenara se haría. Ahora se reclinó hacia atrás en silencioso pensamiento mientras la multitud se dispersaba, aguardó hasta que las últimas hubieron cruzado los puentes antes de hablar.

—Gunugul, nos has dicho que tu uruketo puede cruzar el océano. ¿Cuándo puedes partir?

—Cuando tú lo ordenes, eistaa. Está bien alimentado y gordo, mi tripulación se halla preparada. Podemos cargar la carne en conserva y el agua en el tiempo entre la salida y la puesta del sol. Luego podemos partir. Has visto los mapas, el rumbo es claro.

—Bien. Comandarás tu uruketo como siempre has hecho. Encontrarás el camino al distante Gendasi. Cuando alcances sus orillas, Vaintè dirigirá la búsqueda. Ella os dirá la tierra y el océano de allí, y vosotras buscaréis allá donde ella os diga que debéis buscar. ¿Harás eso por mí, Vaintè?

—Haré lo que tú ordenes, eistaa. Será mi mayor placer hacer lo que tú ordenes, porque busco lo mismo que tú buscas. Y, cuando encontremos el uruketo…, ¿qué entonces? ¿Qué quieres que haga con aquellas que te lo robaron?

El entusiasmo de Vaintè se vio enormemente disminuido cuando Saagakel habló de nuevo, pero lo ocultó tras su postura de firme atención.

—Cuando sea hallado el uruketo, pasarás el mando a Fafnepto. Aunque no eres de esta ciudad, Fafnepto, ¿actuarás por esta ciudad? ¿Buscarás a aquellas que me hirieron y dejarás caer sobre ellas mi justicia? Eres una cazadora…, ¿cazarás ahora para mí?

Fafnepto adoptó una postura de firme obediencia.

—Haré como ordenas. Será un placer para mí. He cazado todo tipo de criaturas antes de ahora, pero nunca otras yilanè. Creo que constituirán un buen deporte y serán una excelente caza que perseguir.

—Bien hablado. Ahora quédate, mientras las otras se marchan, y escucha mis instrucciones.

Vaintè tuvo buen cuidado de no dejar que se reflejar nada de su desagrado. Hizo signo de gratitud y respeto antes de darse la vuelta, porque evidentemente sentía estas cosas hacia la eistaa que le estaba proporcionan su oportunidad. Sólo cuando hubo cruzado el puente de plata se movió con mayor amargura. Ella hubiera debido estar al mando, y la eistaa lo sabía.

Y era por eso precisamente por lo que no lo estaba. Nadie gobernaría nunca en el lugar de Saagakel mientras ella viviera. Ella tomaría todas las decisiones, y las otras obedecerían. Gunugul cruzaría el océano, Vaintè hallaría su presa. Y luego…, ¿qué?

Se volvió y miró a las dos distantes figuras. Vio moverse sus miembros, no pudo discernir nada de su conversación. ¿Cuáles eran las órdenes de Fafnepto? Vaintè no poseía nada. Pero si hubiera poseído algo, poder, posición, lo hubiera cedido todo alegremente a cambio de poder escuchar aquella distante conversación. Pero no podía. Se volvió de nuevo y se apresuró tras la comandanta del uruketo.

Además de comida y agua, debía ver que fueran cargados también hesotsan.