CAPÍTULO 23

La ladera sobre el arroyo era empinada, la hierba resbaladiza a la lluvia vespertina. Kerrick perdió pie, resbaló y cayó, descendió impotente por la ladera hasta unos matorrales espinosos. Las espinas se clavaron en él mientras utilizaba el mango de su lanza para ponerse en pie, desgarraron su piel mientras se libraba. Sus pensamientos estaban centrados en Nadaske antes de caer, en que debía ir a visitarle a su solitaria isla…, pensamientos en yilanè, por supuesto. Era mucho mejor que el marbak para expresar insatisfacción, de modo que ahora se agitó y verbalizó obscenas descripciones de los matorrales espinosos mientras se extirpaba de ellos. Era un final adecuado para un día deprimente. La pesada lluvia había interrumpido la caza, empujado a los animales a cubierto. Los pocos que habían levantado habían evitado fácilmente sus flechas…, para ser muertos por otras criaturas. Una vez libre de las espinas, acabó de bajar cuidadosamente hasta el arroyo, dejó caer su lanza y su arco sobre el frío musgo, se arrodilló a su lado y se echó agua sobre los arañazos en su piel. Hubo un crujido en la maleza, y recogió rápidamente su lanza.

—Soy tanu, no murgu —dijo Hanath cuando vio la punta de la lanza—. Ahorra mi vida, bravo sammadar, y responderé con gran amabilidad.

Kerrick gruñó una respuesta inconcreta y bebió con la mano. Normalmente le gustaba el buen humor de Hanath…, pero no hoy. Observó mientras el cazador sumergía su gran pote de arcilla en el agua para llenarlo.

—Las mujeres llevan el agua, los cazadores llevan la carne —dijo Kerrick con mal humor.

—Así es —respondió Hanath mientras llenaba el pote, alegremente inmune a cualquier insulto—. Y este cazador trajo a Malagen toda la carne que necesitaba antes de que ella cociera este pote. Sólo ella puede hacerlos tan grandes, tan fuertes.

—Un cazador no necesita potes.

—Este cazador sí. Un buen pote para este cazador vale una manada de ciervos.

El mal humor de Kerrick fue olvidado mientras consideraba aquel nuevo pensamiento.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Tú que te has emborrachado con los manduktos sasku y has probado su porro, ¿me preguntas por qué? El porro que sabe mejor que el hígado de un ciervo joven, mejor que tener a una mujer, es mucho mejor que comer el hígado de un ciervo joven mientras se tiene a una mujer…

—Lo recuerdo…, Herilak me lo dijo. Tú y Morgil tuvisteis problemas con los manduktos en el valle. Me dijo que robasteis y bebisteis su porro.

—¡Nunca! —Hanath se puso en pie, se dio un fuerte golpe en el pecho—. No somos ladrones nocturnos que roban a los demás. Sí, probamos un poco del suyo, una fardad muy pequeña. Luego observamos, vimos cómo hacían. Es un secreto muy pequeño. Después de esto hicimos el nuestro, lo bebimos.

—Y os pusisteis enfermos.

—Cierto —Hanath se sentó en la orilla, se inclinó y bebió profundamente del lleno pote ante el recuerdo.

Hacer el porro es un secreto pequeño, pero es un gran secreto conseguir la mezcla adecuada. Todavía estamos aprendiendo ese secreto.

—¿Todavía? ¿Para eso es el pote? ¿Más porro?

—Lo es y no lo es. Los manduktos hacen su porro del tagaso, pero todo el tagaso que trajimos con nosotros ha sido usado. Así que ahora debemos intentar otras formas hacerlo. Es una cosa muy difícil de conseguir.

—Más difícil todavía es comprender de qué estás hablando.

—Te lo diré. Tú has bebido porro, sabes lo bueno que es. —El entusiasmo de Hanath murió. Suspiró—. Pero también puede ser muy malo, cuando lo haces mal. Es tan sencillo. Ponemos los granos secos de porro a remojar en agua, igual que cuando hacemos gachas. Los removemos. Añadimos el moho, tapamos el pote, lo mantenemos caliente, y al cabo de unos pocos días…, ¡porro! A veces. —Suspiró de nuevo.

—¿Qué es lo que hace el moho?

—No lo sabemos…, pero no ocurre nada si no es incluido y removido. Sin él, lo único que obtienes son unas gachas rancias. Pero, con él, la mezcla hierve, hace ruidos como si estuviera viva, envía burbujas a la superficie como un pantano…

—Eso suena horrible.

—No, es algo excelente. Las burbujas en el agua del pantano apestan, pero las burbujas del porro hacen cosquillas en la nariz, son muy buenas. Pero son mejores con el tagaso. Algunas de las semillas que empleamos nos pusieron muy enfermos. —El fruncimiento de su ceño desapareció cuando alzó el pote lleno y se puso en pie—• Pero hoy tenemos uno nuevo. Creo que ya está listo. Tienes que venir y probarlo.

—Sólo después de ti —dijo juiciosamente Kerrick. Recogió sus armas y siguió al otro cazador, cuyo entusiasmo había vuelto con el recuerdo de su nueva mezcla.

—Eso es lo que hemos pensado, eso es lo que hicimos. Las gachas de tagaso son muy parecidas a las gachas que hacemos con otras semillas. Una semilla es una semilla…, ¿correcto? Esta vez hemos cortado las puntas de las hierbas de las que las mujeres hacen las gachas. Luego aventamos el grano. Lo remojamos y lo tapamos, usamos el moho adecuado, lo mantuvimos todo al sol. Esta mañana, cuando acerqué mi oído al pote, ya no pude oír el alegre burbujeo. Ese pote ha descansado en la sombra todo el día. Morgil le ha echado agua encima para enfriarlo. ¡Ahora lo probaremos!

Kerrick no había estado allí antes, no se había dado cuenta del gran esfuerzo que los dos cazadores habían puesto en su nuevo entusiasmo. Habían levantado su tienda en un valle abierto lejos de los otros sammads, donde pudieran tener el sol y la sombra que necesitaban para sus burbujeantes trabajos. Había grandes potes al sol, enfriándose en la sombra, otros rotos y desechados allá donde pote o mezcla no habían cumplido con las expectativas. Morgil estaba echado de costado, con los brazos rodeando un pote, la cabeza apretada contra él.

—Ni un sonido —exclamó alegremente, luego derramó un poco más de agua sobre la aún mojada arcilla—. ¿Lo probamos ahora?

—Kerrick ha venido para ayudar.

—Es un valiente cazador…, él lo probará primero.

—No tan valiente —dijo Kerrick, dando un paso atrás—. Vosotros habéis capturado el porro, vosotros tenéis que beberlo primero.

Morgil cortó las cañas trenzadas que habían mantenido la tapa de hojas en su lugar: Hanath rompió las hojas y las arrojó a un lado. Se inclinó sobre la abierta boca del pote y olió, se volvió, sonrió.

—Es el que mejor huele de todos.

—Olía bien la última vez —dijo Morgil, con lúgubre sentido práctico—. Estuvimos enfermos dos días.

Con este pensamiento, tomaron dos tazones de arcilla y los hundieron vacilantes en el pote. Morgil parecía deprimido y no bebió, sino que observó mientras Hanath olía, daba un sorbo, tragaba. Hizo una mueca…, luego sonrió ampliamente.

—¡El mejor que hemos hecho nunca! Tan bueno como el que hace el mandukto, mejor incluso. —Vació el resto de la taza, suspiró y eructó alegremente. Morgil apuró entusiásticamente el suyo. Kerrick probó un sorbo, vacilante.

—Tan bueno como el que hacen los sasku —admitió—. Mejor que el suyo…, porque este porro está aquí y no en el valle, tan lejos.

^ única respuesta que dieron los otros dos fue beber rápidamente.

Después de su tercera taza, Kerrick descubrió que le gustaba oír a Hanath hacer chistes estúpidos…, después de todo, no eran tan estúpidos. En realidad eran muy divertidos. Estaba riendo tan fuerte que derramó la mayor parte de su cuarta taza y tuvo que volver a llenarla. Morgil, que había estado bebiendo dos veces más rápido que los otros, se echó en el suelo, cerró los ojos y empezó a roncar. Kerrick bebió un poco más, luego dejó la taza a un lado. Estaba empezando a comprender por qué los manduktos solamente bebían aquello en ocasiones especiales. Hanath murmuraba algo para sí mismo, riendo fuertemente de su propio ingenio, tanto que ni siquiera se dio cuenta cuando Kerrick se puso tambaleante en pie y se marchó. Estaba lloviendo de nuevo, pero eso no le importó.

Caminó despacio entre las dispersas tiendas, disfrutando ampliamente del ruido y la actividad. Grises volutas de humo de alzaban de los humeros para mezclarse con la brumosa lluvia. Una mujer llamó a otra, y hubo el sonido de risas repentinas. Cerca había un pequeño prado donde el suelo había sido removido, la hierba arrancada y amontonada a un lado. Las mujeres habían hecho todo aquello solas, puesto que no era un trabajo adecuado para los cazadores, y habían plantado cuidadosamente las semillas de charadis que Malagen había traído consigo del valle de los sasku. A todas las mujeres les gustaba la suavidad de las telas tejidas con la fibra del charadis, y estaban más que dispuestas a cultivar las plantas. Puesto que la caza había sido tan buena, ahora había comida más que suficiente para todos. Podía hallarse tiempo para las labores necesarias para hacer crecer el charadis. Ropas y cerámica fuerte; era bueno ver esos secretos sasku ser usados ahora por los tanu. Herilak salió de su tienda cuando Kerrick pasó junto a ella, y le saludó.

—¿Fue buena la caza? —preguntó Herilak.

—¿No estuviste allí?

—Hallé las huellas de grandes murgu al norte, dos de ellos. Los seguí con el palo de muerte.

—¿No está enfermo?

—Lo vigilo, lo mantengo donde nadie pueda verlo, está bien alimentado. Maté dos murgu. Los carroñeros estaban ya sobre los cuerpos antes de que me fuera.

—Llovía demasiado para cazar. No traje nada de vuelta. Otros tuvieron más suerte. Todos los palos de muerte están bien, hablé con los demás.

El miedo estaba siempre con ellos ahora, tenía que ser aliviado constantemente. Los palos de muerte eran sus vidas. Kerrick se volvió demasiado rápidamente y tuvo que agarrarse a un árbol en busca de apoyo. Herilak frunció el ceño.

—¿Estás enfermo?

—No…, pero he estado bebiendo un poco del nuevo porro.

—Entonces comprendo. Yo también me he emborrachado. Esos dos estarán pronto muertos si no saben contenerse.

—Su nuevo pote es muy bueno.

Una mujer llamó sus nombres, y se volvieron hacia Merrith, que se acercaba con un fardo envuelto en hojas. Lo abrió para mostrar los aún humeantes tubérculos que contenía.

—Asados en el fuego —dijo—. Los desenterré ayer.

Rompieron las ennegrecidas pieles, se soplaron los dedos, comieron el dulce y blando interior. Merrith asintió aprobadoramente ante sus murmullos apreciativos. Kerrick sintió un calor de placer ante aquello, algo que los demás daban por sentado. Para ellos el sammad era algo normal, para él una novedad que era enormemente apreciada. Cuando los sammads estaban juntos de aquel modo, había cosas buenas que comer —¡y beber!—, mucha charla, compartir. Era una vida que él nunca había conocido en su soledad, que era más apreciada a causa de esto.

Pronto iría a ver a Nadaske: había transcurrido mucho tiempo desde su última visita. El pensamiento le llegó sin ser deseado ni apreciado. ¿Por qué, cuando todo era tan bueno, por qué pensar en la infelicidad de su amigo? ¿Por qué no disfrutar de lo que él tenía? Iba a convertirse en algo muy parecido al viejo Fraken, que parecía gozar más con sus quejas que con sus placeres. No, no era eso. Era porque estaba ligado al macho yilanè, comprendía demasiado bien su soledad. Estaba solo entre extraños, del mismo modo que Kerrick lo había estado entre las yilanè. Tenía que ir a visitarle. Pronto.

—Toma otro —dijo Merrith.

—Sí, por supuesto. —Comió con hambre, olvidando inmediatamente a Nadaske. La vida en los sammads era muy buena.

Mientras los palos de muerte siguieran sanos. Esa pequeña preocupación estaba siempre presente, estaba siempre allí.

Herilak se volvió cuando oyó llamar su nombre, sacudiéndose los ennegrecidos pedacitos del tubérculo de sus dedos. Era el muchacho-sin-nombre, solemne como siempre.

—El alladjex está muy enfermo, respira con gran dificultad. Temo que se esté muriendo.

Había aprendido a controlar muy bien sus sentimientos. Cuando Fraken muriera, él adoptaría su nombre, se convertiría en el nuevo alladjex. Indudablemente esto era lo que más deseaba, el fin de su entrenamiento y servidumbre, pero no mostraba nada de esto ahora.

—Él hablará, nosotros debemos escuchar —dijo Merrith en voz muy baja. No sentía gran cariño hacia Fraken, sus emplastos y sus predicciones. Pero todo el mundo sabía que las palabras de una persona agonizante eran lo más importante que podía llegar a decir en su vida. Con la muerte tan cerca, no podía haber mentiras. Había cosas en la muerte desconocidas en la vida, y muchas veces las personas en trance de morir podían verlas. Las palabras-de-muerte eran muy importantes. Cuando el muchacho se dio la vuelta, todos se apresuraron tras él.

Otros del sammad habían llegado antes que ellos, más aún estaban llegando a medida que se difundía la noticia. Junto al fuego había un montón de pieles. Fraken tosió débilmente cuando entraron, su rostro pálido y demacrado. Tenía los ojos cerrados, de modo que tal vez no hubiera palabras-de-muerte después de todo. Pero el muchacho-sin-nombre se inclinó y susurró algo en su oído. Fraken murmuró algo, luego sus ojos se abrieron y miro a los silenciosos espectadores a su alrededor. Tosió de nuevo antes de poder hablar, y el muchacho secó un hilillo de sangre de sus labios.

—Estáis aquí porque me estoy muriendo. Os he dicho cosas antes y no habéis escuchado. Ahora me muero y ahora escucharéis. Este muchacho que será Fraken conoce cómo leer el futuro en los excrementos del búho. Escuchadle, porque le he enseñado bien. Escuchadme ahora a mí, porque veo claramente lo que nunca había visto antes…

Se interrumpió, tosió de nuevo una y otra vez, y permaneció echado hacia atrás hasta que recobró un poco de fuerza.

—Alzadme —dijo, y ahora había sangre en su barbilla.

El muchacho sostuvo su cabeza para que pudiera ver a través del fuego al silencioso círculo que le observaba. Sus ojos se dirigieron a Herilak, se posaron en Kerrick, y su rostro se crispó con débil ira.

—Estamos aquí en la tierra de los murgu, y eso es un error. Deberíamos estar en las montañas, en la nieve. Así es como tendría que ser. Lejos de los murgu, lejos de los pensamientos de los murgu, los actos de los murgu, la vista de los murgu, los que actúan como murgu.

Algunos de los reunidos miraron a Kerrick, luego apartaron rápidamente la vista. Kerrick mantuvo su rostro inmóvil e inexpresivo. El viejo siempre lo había odiado, lo sabía muy bien. Aquellas no eran palabras de verdad en la muerte, sino simplemente una amarga venganza. Muere rápido, pensó Kerrick. No serás echado en falta.

—Si vivimos entre los murgu nos convertiremos como los murgu. Somos tanu. Regresad a las montañas, regresad al antiguo camino.

Sus ojos se cerraron con dolor, y tosió una y otra vez. No volvieron a abrirse, aunque no murió en seguida. Kerrick aguardó con los otros, aunque odiaba al viejo, pero sabía que no podía atreverse a expresarlo ahora. Se estaba haciendo oscuro, y el muchacho-sin-nombre avivó el fuego. El humo sopló sobre Fraken, pero ya había dejado de toser. Herilak se inclinó y tocó el cuello del viejo, luego le abrió un ojo con los dedos, lo cerró de nuevo, se puso en pie.

—Está muerto. Este es ahora Fraken.

Kerrick se marchó entonces y caminó lentamente de vuelta a su tienda en la oscuridad. No se sentía alterado por el odio del viejo agonizante; se había librado al fin de él. Fraken había sido una criatura venenosa, mejor muerta. Deseaba que todos ellos regresaran a las montañas y a la nieve…, pero se había sentido más que feliz de ir con ellos al calor del sur.

No había nada que cazar ahora en aquellas distantes montañas…, y en cambio había demasiada nieve. Ya no había camino de vuelta allá para los sammads. Tendrían que quedarse donde estaban ahora, aquí en el calor del sur, donde la caza era buena.

Mientras los palos de muerte mantuvieran a los murgu asesinos a raya. Siempre había que volver a esto.

essekakhesi essawalenot, essentonindedei uruketobele

Apotegma yilanè

Allá donde fluyen las corrientes del océano, el uruketo nada.