Herilak recorría el sendero por delante de los sammads, sin dejar de mover los ojos. No sólo escrutaba el bosque a ambos lados, sino también las ramas de arriba. Pasó por encima del tronco de un árbol que había caído cruzando el camino; hacía largo tiempo desde que un sammad había pasado por allí la última vez. Algo se agitó en el sotobosque y se detuvo y miró, pero no pudo ver nada. Los gritos de los pájaros sonaban entre las ramas…, y de pronto oyó el repentino y distante restallar de un palo de muerte.
Se volvió en redondo y escuchó, oyó gritos y los chillidos de los mastodontes. Con su propio palo de muerte preparado, corrió de vuelta sobre sus pasos a lo largo del sendero del sammad. Nadris estaba empujando con su pie una enorme forma inmóvil, el marag al que llamaban lomo espinoso.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Herilak.
—Esta cosa salió de entre los árboles, se lanzó contra los mastodontes. Tuve que matarla.
Los diminutos ojillos estaban velados por la muerte. Estaba cubierto de placas acorazadas, y tenía hileras de espinas abajo en sus costados y a todo lo largo de su cola. Había sido un buen disparo, que había acertado a la criatura en la boca.
—Son buenos para comer —dijo Nadris.
—Pero difíciles de despellejar —observó Herilak—. Si le damos la vuelta podremos cortar sus patas traseras. Pero tendremos que detenernos pronto para la noche, y no nos queda mucho tiempo. Quedaos aquí y hacedlo…, enviaré a Newasfar para que os ayude. Utilizad este mastodonte para transportar la carne, y aseguraos de que os marcháis antes del anochecer.
Siguieron adelante, con los mastodontes haciendo girar sus ojos y trompeteando de miedo cuando pasaron junto al inmenso cadáver. Herilak se situó de nuevo en cabeza, en busca de un claro donde pudieran detenerse y encender sus fuegos. Necesitarían madera seca, mucha, para asar toda aquella carne. Se estropearía en el calor si no lo hacían, una auténtica pérdida.
Un angosto sendero abierto por los animales cruzaba la senda más amplia, adentrándose en ángulo en el bosque. Se detuvo para ver si los árboles eran más espaciados allí, y algo llamó su atención; se inclinó y miró desde más cerca. Era una marca en la corteza de un árbol, una señal hecha arrancando la corteza con un cuchillo o algo cortante. Aunque la corteza había vuelto a crecer parcialmente sobre ella, la marca era de aquella estación. Y allí, un poco más arriba, había una rama que había sido partida y dejada colgar. Este sendero había sido marcado por tanu.
Merrith dirigía su mastodonte en cabeza, con los demás siguiéndola en línea, cuando vio a Herilak aguardando allá delante en el sendero. Al acercarse más vio que estaba sonriendo y señalaba el bosque hacia el este.
—He encontrado algo, un sendero marcado que conduce a la orilla. Marcado más de una vez.
—¿Puede ser Kerrick?
—No lo sé, pero es algo, otro sammad quizá. Si no es él, puede que sepan su paradero. Nos detendremos aquí. Díselo a los demás…, quiero ver dónde conduce este sendero.
Era casi oscuro cuando Herilak llegó al agua y miró hacia la isla. Demasiado oscuro para seguir. Olisqueó el aire. ¿Había rastros de humo de leña? No podía estar seguro. Lo descubriría por la mañana.
Comieron bien aquella noche, se atiborraron porque había mucha más carne de la que podían comer o conservar. Sólo el viejo Fraken se quejó de lo dura que era, pero eso se debía a que ya le quedaban muy pocos dientes. El muchacho-sin-nombre tenía que cortar la comida de Fraken en trozos pequeños para el viejo, tenía órdenes de hacerlo antes de comer él. Aunque deslizaba algunos de los trozos en su propia boca cuando Fraken miraba en otra dirección. Herilak masticó la comida sin pensar en ella, preguntándose qué encontraría en la isla por la mañana. Permaneció largo tiempo despierto aquella noche, y durmió intranquilo, luego despertó cuando aún había estrellas en el cielo. Tomó algo de carne fría de entre las brasas del fuego y mordió un pedazo, luego fue a despertar a Hanath.
—Quiero que vengas conmigo. Necesitaré ayuda para cruzar hasta la isla.
Morgil despertó al oír la voz de Herilak.
—¿Y qué hay conmigo? —preguntó.
—Quédate con el sammad. Ahumad tanta carne como podáis. Volveremos tan pronto como comprobemos si hay tanu ahí fuera. Si hay un sammad, Hanath volverá y os lo dirá.
Era una fría mañana, y recorrieron rápidamente el sendero hasta el borde del agua. Hanath alzó la cabeza y olió el aire.
—Humo —dijo, señalando hacia la isla—. Y viene de ahí.
—Creí olerlo por la noche…, y mira estas marcas. Han arrastrado un bote o una balsa por el lodo. Hay alguien en la isla, seguro.
—¿Cómo cruzaremos?
—De la misma forma.
—Mira…, algo se mueve ahí, entre los árboles.
Ambos cazadores permanecieron inmóviles y en silencio, observando las sombras bajo los distantes árboles. Una rama fue empujada a un lado, y alguien emergió a la luz del sol, luego alguien más.
—Un cazador y un muchacho —dijo Hanath.
—Dos muchachos, uno lo bastante grande como para ser un cazador.
Herilak hizo bocina con las manos delante de su boca y lanzó un grito ululante. Los dos muchachos se detuvieron y se volvieron…, luego agitaron la mano cuando vieron a los cazadores. Después, se dieron la vuelta y desaparecieron bajo los árboles.
Kerrick alzó la vista hacia ellos cuando los dos muchachos descendieron corriendo la ladera, gritando, tan sin aliento que apenas podían jadear las palabras.
—Cazadores, dos de ellos, al otro lado del agua.
—¿Tanu? —preguntó Ortnar, poniéndose dificultosamente en pie.
—Tenían, el pelo igual que el nuestro, y lanzas —dijo Harl—. Son cazadores tanu.
—Debo verles —dijo Kerrick, y tomó su hesotsan.
—¡Te indicaré dónde están! —Arnhweet daba saltos de excitación.
—De acuerdo.
Armun oyó todo aquello y salió de la tienda con la niña en brazos.
—Deja que el chico se quede aquí —dijo.
—No hay nada que temer. Son tanu. Ortnar se quedará aquí contigo. Arnhweet los vio primero, merece encontrarse también con ellos. Quizá puedan decirnos lo que ocurrió en el valle.
—Tráelos aquí.
Les miró alejarse, con los muchachos gritándose el uno al otro. ¿Era posible que fuera otro sammad? Habría otras mujeres con las que hablar, otros niños. Estaba tan excitada como los muchachos. Darras salió de la tienda, en silencio y temerosa como siempre. Sería bueno para ella estar con otras niñas. Sería maravilloso si realmente hubiera otro sammad cerca.
Los muchachos corrieron delante, gritando excitadamente, y estaban ya sacando la balsa de entre los arbustos cuando Kerrick alcanzó la orilla. Tenían razón, había un cazador al otro lado. Sólo uno, pensó, recio y vagamente familiar. Agitó su hesotsan y llamó.
Era Herilak, no podía ser otro. Kerrick le devolvió el saludo en silencio, recordando la última vez que se habían encontrado en la ciudad. El sammadar se había mostrado furioso con él por obligar a los sammads a quedarse y ayudar en la defensa de la ciudad. Desde entonces no se habían hablado porque Kerrick y Ortnar se habían marchado al norte a la mañana siguiente. Su ruta había sido elegida cuidadosamente para no pasar cerca de ninguno de los tanu. De otro modo, los dos machos yilanè que iban con ellos hubieran sido muertos a primera vista. Todo aquello había sido cosa de Herilak y…, ¿qué podían decirse ahora? Había habido muchas palabras duras entre ellos.
Kerrick aguardó en silencio en la balsa mientras los muchachos la empujaban con las pértigas. Sin dejar de observar al gran cazador, que también estaba en silencio ahora. Cuando la balsa encalló en la arena, Herilak depositó su arma sobre la hierba y avanzó.
—Te saludo, Kerrick —dijo—. Te saludo. —Sujetó el cuchillo de metal celeste que colgaba de su cuello, lo soltó de un tirón y lo tendió ante él. Kerrick adelantó lentamente una mano y lo cogió. Pudo ver que había sido pulido con arena y brillaba a la luz del sol—. Ellos lo trajeron —dijo Herilak—. Los murgu. Nos atacaban, estaban ganando. Luego se detuvieron. Y nos dieron esto.
—Se suponía que era un mensaje para alguien distinto —dijo Kerrick—. Pero es bueno que tú lo vieras también. ¿Comprendiste su significado?
El hosco rostro de Herilak se iluminó con una rara sonrisa.
—No comprendí en absoluto cómo había ocurrido. Pero supe que se había hecho algo, el ataque que nos estaba matando cesó, los murgu se fueron. Y todo tenía que haber sido obra tuya. Supe que tenías que haber sido tú cuando vi esto —el rostro de Herilak era hosco de nuevo, y se detuvo y cruzó los brazos—. Cuando nos encontramos la última vez dije muchas cosas duras, Kerrick. Eres de mi sammad, y sin embargo dije e hice cosas que no hubiera debido hacer. No hubiera debido hacerlas, ni contigo ni con tu mujer Armun. Siento una gran vergüenza por ello.
—Es el pasado, Kerrick. No volveremos a hablar de ello. Mira, este es mi hijo Arnhweet. Este es el sammadar, Herilak, primero entre todos los sammadars y cazadores.
—No primero, Arnhweet —dijo Herilak, bajando la vista hacia el muchacho—. Siéntete orgulloso de tu padre. Él es el primero entre todos nosotros. Y a este lo conozco también. Es el hijo de Nivoth. Se fue con Armun. ¿Está ella bien también?
—Está aquí. Y también Ortnar, de tu sammad.
—Hubo oscuridad en mi cabeza entonces. Traté a Ortnar como te traté a ti. Peor quizá. Le golpeé. Sólo puedo decir que la oscuridad ha desaparecido. Desearía no haber hecho las cosas que hice…, pero ya no puedo impedirlas.
—No hay necesidad de hablar de esto aquí. Los muchachos dijeron que había dos cazadores.
—El otro ha regresado al sammad, para traerlo aquí junto al agua. ¿Te unirás con nosotros, tú y tu sammad?
—¿Adónde vais?
—Adónde…, en tu busca.
Kerrick estalló en una carcajada ante la desconcertada expresión de Herilak…, y Herilak frunció el ceño al principio, luego se echó a reír también.
—Me has encontrado, así que el camino puede terminar aquí. Uníos a nosotros. La isla es segura, la caza buena. Hay ciervos y pequeños murgu comestibles. Es un lugar espléndido para acampar. —¿Murgu asesinos?
—Algunos, pero no muchos, cruzan el río desde tierra firme. Buscamos sus huellas en el barro aquí, los rastreamos y los matamos de inmediato.
Hablar de los murgu trajo algo importante a su cabeza.
—Tú y los sammads sois bienvenidos aquí —dijo Kerrick, luego dudó—. Pero debo decirte que uno de los machos de la ciudad está cerca de nosotros, en una isla propia.
—¿Uno de esos que sobrevivieron al fuego en la ciudad? —Frunció el ceño y alzó inconscientemente el arma.
—El mismo. Eran dos; el otro… murió. Sé que piensas que todo marag debería ser muerto, me lo dijiste una vez. Pero este es inofensivo.
—¿Estás diciendo que, si venimos a este lugar…, el marag no debe ser molestado? Eso es una cosa difícil de pedir.
—Difícil quizá, pero así es como tiene que ser. Yo hablo con él. Y, puesto que puedo hablar con los murgu, hice lo que había que hacer pasa salvar el valle, para hacer que detuvieran la guerra. Para traerte este cuchillo.
—No había pensado en estas cosas antes. Para mí, siempre, desde la muerte de mi sammad, los murgu eran algo que había que odiar y destruir. Todos ellos. Tú dices que algunos son diferentes, pero no puedo comprenderlo. —Este es inofensivo, un macho, que permaneció en cerrado con otros machos durante toda su vida. Son las hembras las que hacen la guerra. Quiero que este viva.
Herilak frunció el ceño, pero finalmente asintió con la cabeza.
—Será como dices. No me acercaré a la bestia.
—¿Y los demás?
—Cada uno de ellos deberá decir lo mismo…, o no podrá quedarse aquí. La isla donde se halla este marag será prohibida, esta es la mejor manera. Dinos qué isla es, a fin de que cada tanu haga el juramento de no acercarse a ella. Los niños también. No me gusta esto. Pero es a ti a quien debemos nuestras vidas, al menos podemos hacer esto por ti. La criatura estará a salvo.
Hubo un trompeteo procedente del bosque, y el primero de los mastodontes apareció a la vista. Los sammads habían llegado a la isla.