CAPÍTULO 15

Cuando Ambalasi bajó del lomo del uruketo a la roída madera del muelle, sintió una gran satisfacción. Observó con un ojo al uruketo nadar de vuelta a mar abierto, perderse rápidamente entre la agitación del puerto. Ante ella se abría una hermosa vista de amplias calles, apresuradas fargi llevando pescado recién cogido, trozos de carne, bultos desconocidos. El aire estaba impregnado de olores, gritos de mando y órdenes de todo tipo.

—Una gran ciudad, una ciudad ajetreada, una ciudad donde durante diez días podré comer bien, hablar inteligentemente…, y no oír en absoluto el nombre de Ugunenapsa. Casi increíble. —Arrojó el pequeño contenedor al muelle al lado de sus pies y miró a su alrededor, a las fargi de abiertas bocas. Una de ellas estaba de pie muy cerca, con la boca casi cerrada y lo que podía ser un destello de inteligencia en sus ojos.

—¿Entiendes/comprendes? —dijo Ambalasi, de una forma muy lenta y clara.

La fargi alzó la mano e hizo signo de comprensión sólo con colores, luego añadió modificadores verbales.

—Comprensión y busca de guía.

—La tendrás. Coge esto. Sígueme. —Tuvo que repetirlo dos veces antes de que la fargi hiciera signo de comprensión con sus colores y se apresurara a obedecer.

Ambalasi, con la fargi alegremente a sus talones, echó a andar por la amplia calle, disfrutando enormemente de la agitación de la ciudad. Llevó a una hilera de fargi que avanzaban con lentitud, cada una cargada con un ensangrentado trozo de carne fresca. Se volvió para seguirlas, haciendo chasquear placenteramente sus mandíbulas, dándose cuenta de pronto de lo monótona que había llegado a ser la dieta constante de anguila. Fría carne como jalea: ¡carne fresca y aún caliente!

La calle se amplió a una larga zona comedor. Pasó la interesante exhibición de peces, más tarde quizá, y se dirigió hacia las resguardadas cubas donde se curaba la carne fresca. Alzó la tapa de la primera y tomó la pata de un pequeño animal, la admiró por un momento…, luego mordió un gran y jugoso bocado.

—Atención al habla —dijo una voz dura, y Ambalasi alzó la vista, masticando alegremente. La yilanè ante ella tenía rollos de grasa en su cuello; la carne que colgaba de sus brazos estaba pintada en esquemas de elaboradas volutas—. Deja esta carne. No te conozco, vieja. Esto está reservado para la eistaa.

Al lado de Ambalasi, la fargi con su contenedor empezó a temblar de miedo ante la amenaza-en-el-habla que acababa de captar. Ambalasi le hizo signo de que permaneciera tranquila, protección de superior, nada que temer. Masticó lentamente, saboreando la dulce carne, modeló sus miembros en órdenes de la más alta a la más baja, tragó…, luego siseó con furia:

—¡Gorda cucaracha que sólo mereces ser aplastada! ¡Gusano descompuesto del más bajo pozo de excrementos! Ante ti tienes a Ambalasi, la más alta de las altas, eistaa de ciencia, inteligencia del mundo, poseedora de infinitos poderes. Debería sentenciarte a muerte por tu asquerosa forma de hablar. Me lo estoy pensando.

Tan poderosos eran sus movimientos, tan fuerte su voluntad y su desprecio, que las fargi gritaron y huyeron hacia todos lados a su alrededor, y la fargi que la acompañaba permaneció con los ojos cerrados, gimiendo y temblando. La rechoncha yilanè retrocedió un paso, jadeando, y los colores de su piel se desvanecieron ante el asalto. Fue incapaz de hablar, apenas podía pensar. Ambalasi se sintió muy complacida consigo misma y dio otro mordisco a la carne, masticó y tragó antes de hablar de nuevo.

—Aprobación de tu temeroso respeto —hizo signo—. Magnanimidad en grandeza, insulto olvidado. ¿Tu nombre?

—Muruspe… —consiguió jadear finalmente la criatura.

—Dime, Muruspe, ¿quién es la eistaa de esta gran ciudad que posee una tan espléndida carne?

—Es… Lanèfenuu, eistaa de Ikhalmenets antes de que Ikhalmenets viniera a Alpèasak.

—¿Ikhalmenets ceñida por el mar ha venido aquí? No había oído nada al respecto.

—Frío de invierno, nieves de frío, blancura descendiendo.

—Puedo entenderlo. Vuestra ciudad estaba demasiado al norte. Ahora condúceme a Lanèfenuu, porque he oído hablar de ella y deseo tener el placer de conocerla.

El ambesed era grande y lleno de sol. La eistaa, con los brazos brillando con pinturas multicolores, permanecía cómodamente sentada, dando órdenes a todas las reunidas a su alrededor. Era una escena agradable y civilizada, y llenó a Ambalasi de enorme placer mientras se acercaba y hablaba.

—Poderosa Lanèfenuu, eistaa de Ikhalmenets ceñida por el mar venida ahora a Alpèasak, acepta los saludos de Ambalasi, conocedora de todas las cosas, que ahora se halla ante ti.

Lanèfenuu curvó sus brazos en cálida bienvenida y admiración.

—Si tú eres la Ambalasi de quien he oído hablar desde que era una fargi con la piel aún mojada por el mar, eres bienvenida/muchas veces a mi ciudad.

—¿Acaso puede este mundo contener a dos yilanè de tan grandes logros? Imposibilidad. Admito ser la Ambalasi de la que hablas.

—¡Ambalasi! —resonó el nombre, con tonos que hicieron eco a los de ella, y se volvió para ver abrirse paso a una figura familiar—. Ambalasi, la que me enseñó toda la sabiduría de la ciencia. Es el mayor placer de mi vida ver tu presencia aquí.

—Indudablemente. ¿Eres tú, delgada Ukhereb, mi estudiante?

—Lo soy. Y mira, apresurándose hacia aquí, otra de tus estudiantes.

—Esa gordura…, sólo puede ser Akotolp. La grandeza de tu ciudad aumenta, Lanèfenuu, con científicas de su conocimiento sirviéndote, las cuales aprendieron de mí, por supuesto.

Apretaron pulgares en saludo, y Lanèfenuu ordenó que fuera traído un asiento confortable para la vieja científica. Las yilanè presentes se acercaron con placer porque todas habían oído hablar de Ambalasi, mientras los círculos de fargi tras ellas se agitaban con el conocimiento de que estaban pasando grandes acontecimientos. Hubo silencio mientras la eistaa hablaba.

—¿Por qué desconocido medio científico apareces en nuestra ciudad?

—Por la ciencia del uruketo. La comandanta lleva ahora al animal al norte a lo largo de la orilla para proseguir mis investigaciones oceánicas, que son importantes más allá de toda comprensión. —Hizo un gesto a la fargi que llevaba su contenedor, rebuscó en él y extrajo la criatura grabadora—. Los hechos están contenidos aquí, eistaa. Notables descubrimientos que cambian por completo el conocimiento del mundo. Nadie en ninguna de las ciudades yilanè conoce todavía nada de esto. Es placer mío compartir este conocimiento primero con Lanèfenuu. Incluso antes de ser impartido a científicas/amigas. Para una gran eistaa, que puede trasladar con seguridad su ciudad a través de todo un océano, es ofrecerle la más alta recompensa.

Lanèfenuu se limitó a hacer signo de gran placer en recibir. Aquel iba a convertirse en un día que sería recordado durante largo tiempo.

—Todas las demás atrás —ordenó—. Esta la más grande yilanè de ciencia hablará conmigo a solas.

Se apresuraron a retroceder entre tropezones y empujones, tan intensa fue la orden, tan grande era el acontecimiento. Retrocedieron diez, veinte, treinta pasos, hasta que Lanèfenuu y Ambalasi se hallaron en el centro de un enorme anillo de admiradoras yilanè, las cuales a su vez estaban rodeadas por fargi. El ambesed estaba lleno ahora hasta el límite de su capacidad, a medida que se difundía la noticia y todas en la ciudad se apresuraban a ser testigos de lo que estaba ocurriendo.

Vieron a Ambalasi tender la criatura grabadora a la eistaa, la vieron inclinarse hacia ella en íntima conversación, sus voces tan bajas que el significado de sus movimientos no podía ser comprendido. Pero todas comprendieron fácilmente cuando la eistaa se puso en pie y alzó la criatura grabadora por encima de su cabeza mientras movía su cuerpo en arcos de triunfo. Un gran rumor brotó de múltiples pies cuando se apresuraron a acercarse ante el signo de su orden.

—Un día del que se hablará en todas partes, que será siempre recordado. Esta la más grande yilanè de conocimiento me lo ha revelado…, y yo os lo revelo a vosotras. El mundo que conocemos ahora es incompleto. Nosotras las yilanè hemos venido aquí a Gendasi desde Entoban‹, hemos visto el tamaño del mundo conocido doblarse en el período de nuestras vidas. Sólo conocíamos un continente, y ahora hemos viajado a este segundo continente. Ahora escuchad y sorprendeos. La gran Ambalasi, en su sabiduría, ha descubierto un tercer continente, inmenso y cálido, al sur de nosotras. —Se volvió hacia la científica—. Has descrito esta nueva tierra, Ambalasi, pero no nos has dicho su nombre. ¿Lo harás ahora?

—Lo haré, puesto que es una petición de la eistaa y debe ser obedecida, pero la modestia me ha impedido hacerlo hasta ahora. Una que iba conmigo a bordo del uruketo dijo, cuando vimos por primera vez esa tierra, que, puesto que yo había adivinado su existencia y había conducido el uruketo hasta allí, puesto que había sabido de su existencia cuando nadie más lo sabía, sugirió, y vacilo en decirlo, sugirió que esa nueva tierra fuera llamada… Ambalasokei.

—¡Y así será! Yo, Lanèfenuu, lo proclamo, y así será conocida a partir de ahora. Ambalasokei, el lugar que descubrió Ambalasi. Es realmente una maravilla.

Una maravilla más grande aún, que posiblemente nunca llegaran a saber, fueron los silenciosos pensamientos de Ambalasi mientras contemplaba su júbilo. Permaneció sentada, inmóvil, con su cuerpo modelado en una silenciosa curva de aceptación de honor, sin revelar nada. Si decidía no hablar de algunos asuntos, de la nueva ciudad que había hecho crecer, de los nuevos yilanè descubiertos, y no poseían el conocimiento para hacer preguntas sobre este asunto, entonces ese conocimiento no sería transmitido. Ya era suficiente entregarles todo un continente nuevo. Suficiente satisfacción para un solo día.

Akotolp anadeó hacia ellas y tomó la criatura grabadora de manos de la eistaa cuando esta se lo indicó, la sujetó cuidadosamente entre sus pulgares. Cuando Lanèfenuu concedió su permiso, se apresuró con Ukhereb hacia el laboratorio. Ambalasi la observó alejarse con una sensación de gran alivio; su lugar en la historia estaba asegurado. El conocimiento de sus descubrimientos se difundiría lentamente de científica a científica, de ciudad en ciudad. No rápidamente, porque esta no era la forma yilanè, pero sí con seguridad. Un día otras científicas acudirían allí, oirían la grabación, transmitirían la noticia a otras científicas en Entoban‹. El interés se incrementaría en aquellas ciudades amenazadas por la proximidad del invierno, y se organizarían expediciones. Algún día su ciudad de Ambalasokei sería contactada, pero no en un futuro previsible, no en lo que le quedaba de vida. Eso al menos se lo debía a las disputadoras hijas. Les daría el tiempo suficiente para resolver sus problemas y, a ser posible, asegurar el futuro de su ciudad.

Los sorogetso eran otro asunto completamente distinto. Su futuro se hallaba entre sus pulgares, y esa era una grave responsabilidad. Qué afortunados eran de que hubiera sido ella quien los hubiera descubierto y al mismo tiempo asegurado su existencia sin que fueran molestados. ¡Qué responsabilidades pesaban sobre sus amplios hombros! Ambalasi sonrió con felicidad e hizo signo a una fargi para que le trajera un fruto de agua.

Siguieron días placenteros. La eistaa se preocupó de su comodidad y la regaló con la historia de su heroico traslado desde Ikhalmenets. Habló muy brevemente de las batallas para alejar a los ustuzou de su ciudad y de la larga guerra que siguió. Cuando hizo una breve mención del nombre de Vaintè, la furia de Lanèfenuu fue tan grande que Ambalasi tuvo buen cuidado de no volver a pronunciar nunca el nombre en su presencia. Pero interrogó a las dos científicas al respecto, y expresó su aprobación ante el éxito de la guerra biológica que habían emprendido contra el enemigo.

—Lo que hicisteis fue perfectamente correcto. Esta es una ciudad yilanè, en consecuencia era vuestro deber destruir a los intrusos que la ocupaban, empujarlos de vuelta a sus cuevas y sus madrigueras. Pero, así como vosotras estabais en lo cierto, esa Vaintè estaba equivocada persiguiendo e intentando aniquilarlos. Parecen una especie venenosa y mortífera, pero pese a todo son una especie que, como todas las demás, debe ser preservada. Como cualquier animal atrapado, lucharon viciosamente por sus vidas. Dos uruketo muertos antes de que terminara la lucha. ¡Vaintè expulsada en desgracia! Terrible. Pero pese a todo una lección que aprender, y que afortunadamente ha sido aprendida. El intento de destruir otras especies es la semilla de la autodestrucción.

Las dos científicas hicieron signo de completo acuerdo, junto con modificadores de gran intensidad. Este asunto era tan desagradable que se sintieron felices de desviar sus pensamientos a otros temas de más agradable discusión referidos a los descubrimientos biológicos de Ambalasi y a cómo algunas de las especies descritas por ella parecían relacionadas con otras aquí en Gendasi. Fue una discusión deliciosa y fructífera.

Los días pasaron rápidamente después de esto. Espléndida comida para el cuerpo, espléndido alimento para la mente. Lanèfenuu la invitó a quedarse, lo mismo que Ukhereb y Akotolp, pero Ambalasi se mostró firme.

—He disfrutado aquí de grandes placeres. Pero mi trabajo aún no ha sido completado. Cada día que envejezco es un día menos para terminar mi labor. Debo seguir. El uruketo está tomando temperaturas del agua, y regresará pronto. Cuando llegue, debo marcharme. —Estaba volviéndose adepta a la vaguedad que sugería falta de conocimiento. Aquel era el noveno día, y el uruketo estaría de vuelta a la mañana siguiente, y ella se marcharía. Pero había sido una estancia muy agradable.

Pero su placer no iba a durar. Mientras las tres científicas permanecían agradablemente sentadas, oyeron gritos y una gran agitación en el ambesed. Antes de que pudieran preguntar, llegó una mensajera. No una fargi, sino la propia Muruspe, la efensele de Lanèfenuu, jadeando en busca de aliento.

—Presencia requerida…, urgencia de movimiento…, intenso deseo.

Las fargi fueron empujadas hacia atrás para abrirles camino, hasta que alcanzaron el centro del ambesed y el grupo que rodeaba a la eistaa. Había allí una alta yilanè, aferrando los brazos de otra más pequeña. Una delgada figura horriblemente familiar para Ambalasi.

—¡Mirad esto! —exclamó Lanèfenuu—. Mirad lo que ha sido descubierto en nuestra playa.

Ambalasi se vio paralizada por el shock, incapaz de hablar por primera vez en su vida.

Era Far‹.