CAPÍTULO 12

—La pesca es buena aquí —dijo el sammadar Kellimans, removiendo el fuego con un palo.

—Y la pesca es buena en el océano en cualquier parte…, porque hay peces en cualquier parte —respondió secamente Herilak, intentando controlar su irritación—. ¿Y podrás seguir pescando aquí en el invierno, cuando haga tanto frío que los palos de muerte mueran? Entonces tendrás que marcharte. Puedes hacerlo ahora.

—Cuando llegue el frío, entonces nos marcharemos —dijo Har-Havola—. En esto estoy de acuerdo con Kellimans. Y la pesca es buena también en el río, no sólo en el mar.

—Si te gustan tanto los peces…, ¡deberías vivir en el océano con ellos! —restalló Herilak—. Somos cazadores, eso es lo que somos, no comedores de pescado…

—Pero la caza también es buena aquí.

—Creo que podemos cazar mejor al sur —señaló Hanath—. Herilak ha hecho algo importante para nosotros.

—Como mantenernos con vida —remachó Morgil—. Nosotros vamos con Herilak si él quiere encontrarlo.

—¡Iros! ¿Quién os necesita? —dijo Kellimans con indignación—. Vosotros robasteis el porro de los manduk tos, nos causasteis problemas a todos. Hay muchos entre nosotros que se sentirán complacidos de ver vuestras espaldas. Marchaos con Herilak. Pero yo soy de los que se quedan. No hay ninguna razón para marcharse ahora.

—La hay —Herilak saltó en pie y señaló hacia el sur en la oscuridad—. ¿Negará alguien aquí que Kerrick, en alguna parte ahí fuera, salvó nuestras vidas, todas nuestras vidas? —dio un fuerte tirón al cuchillo que llevaba al cuello, y la cuerda restalló y se partió: lo arrojó a sus pies—. Los murgu nos devolvieron esto. El cuchillo de metal celeste que Kerrick llevaba siempre. Esto es un mensaje para todos nosotros. Nos dice que les hizo detener la guerra. Les hizo enviarnos esto para demostrar que había vencido. El ataque terminó y los murgu se fueron. Él les obligó a hacerlo. ¿Alguien de aquí dirá que no estoy contando la verdad? —miró furioso a través del fuego a todos los sammadars, que asintieron. Alzó la vista a los cazadores y mujeres a sus espaldas que estaban escuchando en silencio—. Todos nosotros sabemos que esto es cierto. Digo que debemos ir al sur para ver si Kerrick está allí, si aún está vivo, si podemos ayudarle.

—Si está vivo no necesitará ayuda —dijo Kellimans, y hubo un murmullo de asentimiento—. Herilak, él es de tu sammad, y si tú quieres buscarle, debes hacerlo. Pero nosotros haremos lo que creamos mejor.

—Y deseamos quedarnos aquí —añadió Har-Havola.

—Tenéis espinas dorsales como medusas, mentes de barro mojado.

Herilak recogió el cuchillo de metal celeste, y entonces Merrith avanzó hasta el centro del fuego. Les miró a todos con las manos en las caderas y las llamas refleja das en sus ojos.

—Sois todos niñitos pequeños que habláis con bocas grandes…, luego os meáis de miedo. ¿Por qué no decís lo que pensáis realmente? Tenéis miedo de ir cerca de donde están los murgu. Así que olvidáis a Kerrick y coméis vuestro pescado. ¡Ojalá vuestros taras se ahoguen en el océano y nunca vean las estrellas!

Hugo gritos aún más furiosos ante aquello.

—No debes hablar de este modo. No acerca de tharms —dijo Herilak.

—Así lo he dicho, y no retiraré mis palabras que vosotros los cazadores creéis que nosotras, estúpidas mujeres, no tenemos tharms…, no veo ninguna razón preocuparme por los vuestros. ¿Te vas por la mañana?

—Si.

—¿Se marcha tu sammad contigo?

—Lo hace. Hemos hablado al respecto, y todos irán al sur.

—Incluso tus mastodontes son más sabios que esos sammadars. Viajaré contigo.

Herilak asintió, agradecido.

—Vendrás con nosotros —sonrió—. Siempre me será útil otro fuerte cazador a mi lado.

—Cazador y mujer a la vez, sammadar. No olvides nunca eso.

Todo lo que podía decirse alrededor del fuego ya había sido dicho. Merrith se marchó y se dirigió más allá de las oscuras masas de las tiendas, hasta el prado donde estaban atados los mastodontes. Su vieja hembra, Dooha, alzó su trompa y olisqueó el aire, retumbó una bienvenida hacia ella y adelantó la trompa para acariciarla con su delicada punta. Merrith palmeó su peluda superficie.

—Ya sé que no te gusta caminar después de anochecer, pero no es lejos. Ahora…, no te muevas.

Merrith había tomado su decisión mucho antes de que empezara la reunión en torno al fuego. Había abatido su tienda, la había plegado y había colocado todos sus fardos sobre la rastra, que ahora aseguró al mastodonte. Dooha retumbó sus quejas pero permitió ser cargada. Tan pronto como Merrith supo que Herilak se marchaba, había hecho sus preparativos. Él resto de los sammads podían quedarse allí junto al río y ponerse gordos y aceitosos comiendo pescado. Ella iría al sur con el sammad de Herilak. Sería bueno moverse un poco…, y se sentía encariñada con Malagen. No había allí nadie más que le importara…, o a quien ella le importara. Cuando dejó caer la rastra detrás de las tiendas y ató a Dooha a un árbol, se dirigió al fuego de Herilak. Malagen alzó la vista y la miró, y sonrió con placer.

—¡Vienes con nosotros!

—Por supuesto. Este lugar huele demasiado a pescado.

Malagen se inclinó hacia delante y susurró:

—No eres sólo tú… Fraken, el alladjex, también viene. Eso será muy bueno para nosotros.

Merrith resopló ruidosamente.

—El viejo Fraken es una carga. Come todo lo que puede de la comida de los demás.

Malagen se mostró sorprendida.

—Pero es el alladjex. Le necesitamos.

—No ese viejo saco de viento. He olvidado más emplastos curativos de los que nunca ha llegado a saber hacer él. No lo confundas con tus manduktos sasku. Ellos al menos son poseedores de una cierta sabiduría y dotes de liderazgo. Este es demasiado viejo y estúpido. Pronto estará muerto, y el chico-sin-nombre ocupará su lugar.

—¿No es cierto que Fraken puede ver el futuro en el buche del búho?

—Algunos dicen que sí. Yo tengo poca fe en las pieles y los huesos de ratones regurgitados. Puedo leer el futuro sin su ayuda.

—¿Puedes de veras?

—Te lo mostraré. Él aún no lo ha dicho…, pero Nivoth abandonará este sammad antes del amanecer.

—¡Que Kadair te guíe siempre! —Los ojos de Malagen estaban muy abiertos a la luz del fuego—. Tú no estabas aquí, no pudiste verlo, pero Nivoth acaba de desmontar y cargar su tienda.

Merrith se echó a reír a carcajadas y se dio una palmada en el muslo.

—Lo sabía. Pero se necesitó poca inteligencia para predecir eso. Si vamos en busca de Kerrick y lo encontramos, entonces es probable que encontremos también a Armun, que partió a reunirse con él. En una ocasión el a derribó a Nivoth al suelo de un puñetazo, le partió la nariz, por eso la tiene tan torcida ahora. Él no siente ningún deseo de encontrarse de nuevo con ella. Es una buena cosa ver su espalda.

—Tú lo sabes todo de los sammads. Deberías contármelo.

—No todo, pero sí lo suficiente.

—¿Plantarás tu tienda aquí?

—No esta noche. Ya está enrollada y en la rastra, lista para partir por la mañana.

—Entonces duerme en mi tienda.

—No, es la tienda de tu cazador, Newasfar. Sólo puede haber una mujer en una tienda. Me acostaré junto fuego. No será la primera vez.

El fuego no era más que frías brasas por la pero la noche había sido cálida. Merrith permanecía tendida, envuelta aún en sus ropas, cuando la estrella matutina se desvaneció sobre el océano al primer toque rojizo del amanecer. Se levantó, y tenía atadas las varas de la rastra en su lugar mucho antes de que los otros salieran.

—Si duermes hasta el mediodía no llegarás muy lejos hoy, Herilak —dijo cuando este salió de su tienda y olisqueó el aire. Frunció el ceño.

—Que tu lengua sea lo primero que oigo por la mañana no es ningún placer.

—Mi lengua sólo habla la verdad, gran sammadar. ¿Es cierto que el viejo Fraken va con nosotros? Su amor por Kerrick nunca fue tan grande.

—Pero su amor al calor sí. Teme el invierno de ahí arriba.

—Eso puedo entenderlo. ¿Hasta dónde iremos?

—Hoy, hasta acampar junto a un pequeño río en el que nos hemos parado antes. Si te refieres hasta dónde iremos en busca de Kerrick, hasta tan lejos como sea necesario.

—¿Hasta la ciudad murgu?

—Si no hay otro remedio. Sé que está ahí fuera, en alguna parte.

—Hace muchos días que no he ido allí —dijo Kerrick, intentando mantener la voz tranquila para que no se reflejara su irritación.

—Eso no tiene importancia —dijo Armun—. Eres un cazador. Un cazador va allá donde quiere. Puedes ir allí todos los días. Pero Arnhweet se queda conmigo.

Desde donde estaba sentado, a la sombra del gran roble, Kerrick podía ver a través del prado hasta el agua. Aquella isla era un buen lugar donde estar. Las dos tiendas estaban ocultas bajo los árboles. La caza era buena, el agua dulce estaba cerca. Había patos, peces, bayas por todas partes. Armun y Darras habían traído cestos llenos de raíces y setas. Y todos estaban bien de salud, y la niña crecía sana. Incluso Ortnar, aunque no dejaba de gruñir, estaba tan bien como podía esperarse de él. Sólo la presencia de Nadaske causaba infelicidad en Armun; no podía apartar aquello de su cabeza. No se le veía nunca…, pero ella lo veía siempre. Era como una llaga que no dejaba de rascarse y sangraba una y otra vez.

—No le hará ningún daño al chico —explicó pacientemente Kerrick, no por primera vez—. Y él quiere ir. —Miró hacia donde estaba Arnhweet, sentado junto a Harl, después de huir cuando se dio cuenta de que sus padres se ponían a discutir una vez más sobre lo mismo. Armun siguió su mirada, intentó ser razonable.

—Piensa en lo que siento yo, no en lo que siente él. Crecerá diferente de algún modo, medio murgu, medio tanu. Como…

—¿Como yo? —Había amargura en su voz—. Medio de algo, medio de nada.

—No es eso lo que quería decir…, o quizá sí. Tú has dicho que no eres ni un buen murgu ni un buen cazador. Deja que él sea un buen cazador, eso es todo lo que pido.

—Crecerá para ser un buen cazador porque no está siendo educado por los murgu…, como yo lo fui. No tienes que temer esto. Pero saber hablar como ellos, conocer sus costumbres, es algo de gran importancia. Compartimos nuestro mundo con ellos, y yo soy el único que sabe algo de ellos. Cuando él crezca, sea capaz de hablar con ellos, entonces seremos dos.

Kerrick se dio cuenta de que la discusión era inútil. Aquella no era la primera vez que había intentado explicárselo, hacerle comprender sus sentimientos, a fin de que aquel problema no se interpusiera siempre entre ellos. Pero ella no comprendía, quizá no pudiera. Cogió su hesotsan y se puso en pie.

—Voy a ir a ver a Nadaske. Volveré antes de oscurecer. —Ella alzó la vista hacia él, su rostro tan tenso como el suyo—. Arnhweet vendrá conmigo. No hay nada más que hablar. —Se volvió y se alejó rápidamente, sin desear oír nada más de lo que ella pudiera decir.

—¿Puede venir Harl? —preguntó Arnhweet alegremente, agitando excitado su lanza.

—¿Qué dices tú, Harl?

—¿Pescaréis o cazaréis?

—Quizá. Pero primero iremos a hablar con Nadaske—

—Vosotros no habláis, sólo os agitáis y gorgoteáis —dijo el muchacho con orgullo—. Iré a cazar por mi mismo.

Kerrick lo observó alejarse a largas zancadas. Cada día era menos un muchacho y más un cazador. Y escuchaba demasiado a Ortnar, que le llenaba la cabeza con sus propias amarguras. Debería de tener a alguien más con quien hablar, no sólo Ortnar. Este era un buen campamento, había poco peligro y disponían de toda la comida que necesitaban. Sin embargo, también había infelicidad. Era culpa suya…, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

—Vámonos a ver a Nadaske. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos con él.

El cielo estaba empezando a nublarse, y había olor a lluvia en el aire. Pronto, las hojas empezarían a caer en el norte, las primeras nieves estaban de camino. Aquí las noches podían ser algo más frías, pero poco más cambiaba. El sendero conducía hasta los pantanos. En algunos lugares era profundo, de modo que Kerrick llevó a Arnhweet sobre sus hombros a través de la verdosa agua. Cruzaron a nado la calita hasta la isla al otro lado. Arnhweet llamó atención al habla con voz aguda, y Nadaske emergió de su refugio para recibirles. Había placer de hablar en sus movimientos.

—Para alguien que sólo oye las olas, las voces de los amigos son como canciones.

—¿Qué son canciones? —preguntó Arnhweet, imitando los movimientos y los sonidos de Nadaske para la nueva palabra. Kerrick empezó a explicárselo, luego se detuvo. Arnhweet estaba allí para escuchar y aprender; no iba a interferir.

—¿Nunca has oído una canción? Quizá sea porque nunca te he cantado ninguna. Recuerdo una que Esetta* acostumbraba a cantar.

Cantó roncamente, alterado por los recuerdos:

Joven voy, la primera vez a la playa, y regreso.

Por segunda vez voy, ya no joven, ¿regresaré?

Pero no una tercera…

Su voz se quebró bruscamente, y permaneció sentado, mirando sin ver hacia el agua, contemplando sólo recuerdos.

Kerrick había oído la canción antes, en el hanale donde permanecían prisioneros los machos. Entonces no la había entendido. Ahora sí, ahora sabía todo lo que había que saber acerca de la muerte en las playas.

—¿Nadó alguien en la playa y se ahogó? —preguntó Arnhweet, consciente de la tristeza de la canción pero sin comprenderla. Nadaske giró un ojo en su dirección, pero no dijo nada.

—¿Comes bien? —preguntó Kerrick—. Si estás cansado del pescado, puedo traerte carne… —Guardó silencio cuando se dio cuenta de que Nadaske no estaba escuchando.

Arnhweet corrió hacia él y cogió a Nadaske por uno de sus pulgares y se lo sacudió.

—¿No vas a terminar la canción?

Nadaske bajó la mirada hacia el muchacho, luego hizo signo de incapacidad.

—Es una canción muy triste, y una que no hubiera debido cantar. —Liberó cuidadosamente su pulgar y miró a Kerrick—. Pero este sentimiento no ha dejado de crecer desde que estoy aquí. ¿Qué va a ser de mí? ¿Por qué estoy aquí? —La amargura de sus palabras ahogó sus movimientos, pero su significado era claro.

—Estás aquí porque somos efensele y yo te traje aquí —dijo Kerrick, preocupado—. No podía dejarte solo ahí atrás.

—Quizás hubieras debido hacerlo. Quizás yo hubiera debido morir cuando lo hizo Imehei. Para dos era algo. Para uno no es nada.

—Estamos aquí, Nadaske. Ahora somos tu efenburu. Arnhweet tiene muchas cosas que aprender que sólo tú puedes enseñarle.

Nadaske se agitó y pensó en ello y, cuando respondió, algo de su enorme tristeza había desaparecido.

—Quizá sea cierto lo que dices. Este es un efenburu muy pequeño, de sólo tres, pero que es superior/más grande que estar solo. Pensaré intensamente en ello y recordaré una canción mejor. Tiene que haber alguna —su cuerpo se agitó mientras pensaba en las canciones que sabía, buscando una apropiada.

efendasi'esekeistaa belekefeneleiaa, deenké deedasorog beleksorop eedeninsu*

Tercer principio de Ugunenapsa

El espíritu de la vida, Efeneleiaa, es la suprema Eistaa de la Ciudad de la Vida, y nosotras somos ciudadanas y seres en esta ciudad.