—¡Detrás de ti! —advirtió Setessei—. ¡Ataque! Ambalasi giró en redondo para enfrentarse al macho que avanzaba corriendo hacia ella, gritando furioso. El hesotsan era certero sólo a corta distancia, así que aguardó calmadamente hasta que estuvo casi encima de ella. El arma restalló, y el macho cayó entre los arbustos.
—¿Es Easassiwi? —preguntó Ambalasi. Setessei se acercó rápidamente a él y volvió el cuerpo para que la otra pudiera verle el rostro.
—Lo es.
—Bien. Busquemos al resto. Es importante que no escape ninguno.
—Tengo mucho miedo…
—Bien, yo no. ¿Estás hablando ahora como fuerte/científica o como débil/fargi?
—Los efectos sobre el metabolismo. No hay seguridad.
—La hay. Viste el pie que desarrolló uno de ellos de una yema yilanè. Similitud genética probada. Eficacia y seguridad de la droga probadas también. ¿No te inyecté con ella cuando te presentaste voluntaria?
—Voluntaria reluctante…, para impedir que la probaras contigo.
—Ningún sacrificio es demasiado grande para el avance de la ciencia. Te recobraste, ellos se recobrarán. La glándula modificada en esta arma segrega inconsciencia, no muerte. Recobrarán la consciencia cuando la droga sea neutralizada, como hiciste tú. Ahora, coge el contenedor y sigamos, la tarea debe ser realizada con prontitud.
Encontraron a otros dos sorogetso, y los anestesiaron, antes de llegar a la isla. Cruzaron el árbol-puente y penetraron más entre los árboles de lo que nunca lo habían hecho antes. Dispararon a todos aquellos que vieron. Cuando intentaron huir, el arma siguió alcanzándolos y derribándolos. Ambalasi tuvo que detenerse para cargar más dardos en la criatura, luego siguieron adelante. Por primera vez ahora entraron en la zona que les había estado prohibida. Llegaron a otro árbol-puente que nunca antes habían visto, lo cruzaron y siguieron un bien marcado sendero. Desde el refugio de una pantalla de hojosos árboles contemplaron la arenosa playa y una escena de lo más interesante.
Un macho permanecía tendido aletargado en la cálida agua, con la cabeza sobre la arena. Una hembra más pequeña estaba sentada a su lado, sujetando en forma de copa una hoja verde llena con pequeños peces plateados. Evidentemente, una playa del nacimiento, con una ayudante cuidando a un inconsciente macho lleno de huevos. Con una sola diferencia. Cuando el macho hubo terminado su lenta masticación de un bocado de peces, abrió los ojos y alzó un brazo fuera del agua.
—Más —dijo.
Setessei hizo signo de sorpresa/confusión. No así Ambalasi, que se echó hacia atrás, sintiendo que el corazón se le paraba de la impresión. Aquello no era posible…, y sin embargo así era. Setessei la miró, aterrada.
—¡Algo de gran consecuencia! —exclamó—. ¿Necesita Ambalasi ayuda/asistencia?
Ambalasi se recobró con rapidez.
—Quieta, estúpida. Utiliza tu inteligencia y no tus ojos. ¿No te das cuenta de la importancia de lo que estás viendo? Todas las cuestiones biológicas acerca de los sorogetso quedan ahora explicadas. La fuerza de los machos y la aparente igualdad con las hembras. Está aquí, delante de tus ojos. ¿Un desarrollo natural? Lo dudo enormemente. La sospecha de una científica trabajando en secreto aparece ahora como correcta. Una mutación natural no hubiera conducido a esto y exactamente a esto.
—Humilde petición de clarificación.
—Mírate a ti misma. El macho está consciente, no aletargado. Lo cual significa unas expectativas de vida más extensas para todos los machos. Recordarás, si has llegado a saberlo alguna vez, que debido a la incapacidad de regresar del estado de aletargamiento, uno de cada tres machos por término medio muere después de que han nacido los pequeños. Ahora esto ya no es necesario, ya no es necesario…
Ambalasi se sumió en un inmóvil torpor de concentración, considerando todas las ramificaciones y posibilidades del nuevo estado de las cosas. Salió de él solamente cuando se produjo un movimiento, para ver que todos los peces habían sido ingeridos y la ayudante se marchaba. Cuando hubo cruzado la playa y se abría camino entre los árboles, Ambalasi disparó y la hembra cayó. Hubo sonidos de interrogación desde el agua, que pronto murieron.
—Atención a instrucciones —dijo Ambalasi—. Deja el contenedor aquí, puedes regresar luego a por él. Es imperativo que tan pronto como le dispare al macho tú te apresures hacia él para impedir que su cabeza se deslice debajo del agua. No queremos que se ahogue. Ahora…, adelante.
Cruzaron la playa tan silenciosamente como les fue posible y el macho, con los ojos cerrados, sólo gruñó una interrogación cuando estuvieron cerca. Ambalasi apuntó el dardo a su cresta, rica en sangre y circulación, y su cabeza cayó. Setessei estaba a su lado, y se apresuró a sujetarlo por los hombros. Era tan pesado que fue incapaz de moverlo, así que en vez de ello se sentó a su lado, manteniendo sujeta su cabeza fuera del agua.
—Sujétalo hasta que yo regrese —ordenó Ambalasi, y se dirigió al contenedor. Lo abrió y extrajo una de las capas vivientes. Era una de las grandes, cálida al tacto. Regresó con ella a la playa y ayudó a Setessei a arrastrar al macho arena arriba, luego lo envolvió cuidadosamente con la capa.
—Ya está hecho —dijo, poniéndose en pie y frotándose la dolorida espalda—. Los pequeños están a salvo. Variación de temperatura corporal contraindicada. En consecuencia, la capa en vez de la constante temperatura del agua. Ahora tomarás el hesotsan y buscarás cuidadosamente a cualquier sorogetso que hayamos podido no ver. Una vez hayas hecho esto, regresa aquí conmigo. Ve.
Ambalasi aguardó hasta que su ayudante estuvo fuera de la vista antes de inclinarse y abrir la capa por la parte de las piernas del macho. Con un ligero contacto palpó su hinchada bolsa, luego abrió cuidadosamente los flojos labios del saco y miró dentro.
—¡Ajá! —dijo, dejándose caer sobre su cola con sorpresa—. Explicación por observación. Cuatro pequeños aquí, posiblemente cinco como máximo. Normalmente son de quince a treinta huevos. Mucho pensamiento requerido para explicación de significado —hubo un repentino chapoteo desde el lago, y alzó la vista para ver una sucesión de pequeñas cabecitas respirando en la superficie antes de volver a hundirse rápidamente—. Y eso requerirá pensamiento también. Ya hay un efenburu de jóvenes en el agua. ¿Qué se hace con ellos?
Estaba aún sentada, inmóvil en sus pensamientos, cuando regresó Setessei, que tuvo dificultad en hacerla volver a la realidad, tan intensa era su concentración. Finalmente parpadeó en reconocimiento de sonido y movimiento y se volvió hacia su ayudante.
—Cinco huevos, no treinta, esa es la diferencia. Números, números.
—Comunicación recibida, captación/comprensión no.
—Supervivencia de la especie, de eso se trata. Puede que nuestros machos no lo aprecien, pero una vez a las playas es suficiente en lo que a la especie se refiere. ¿Qué importa si mueren…, si eclosionan treinta huevos? No importa en absoluto. Pero estos sorogetso incuban sólo cuatro o cinco huevos. Tienen que ir a las playas seis o siete veces para igualar una de las nuestras. ¡No es de extrañar que estén conscientes y no aletargados! Tienen que vivir para regresar una y otra vez. Lo cual les proporciona igualdad social, quizás incluso superioridad. Esto necesitará mucha más consideración y pensamiento —su atención regresó al presente, y se dio cuenta de que Setessei estaba de pie pacientemente a su lado—. ¿Has buscado bien? ¿No queda ninguno escondido?
—Ninguno. Miraré de nuevo, recorreré el mismo terreno, pero estoy segura de que los he enviado a todos a la inconsciencia.
—Excelente. Regresa de inmediato al bote. Yo seguiré a un paso más relajado. Tú y las tripulantas empezaréis a llevar a los sorogetso a la playa. Yo iré al uruketo y enviaré a otras para que os ayuden. Después le diré a la comandanta lo que debe hacerse. Se sentirá complacida de cooperar en importante trabajo una vez le haya explicado el asunto.
Elem se mostró no sólo menos que complacida, sino impresionada hasta la inmovilidad.
—Falta de comprensión —dijo, con su significado ahogado por su rigidez—. ¿Los sorogetso trasladados de este lugar? ¿Por qué desean hacer eso?
—No es su deseo, sino el mío. En estos momentos todos están inconscientes, así que su permiso para el traslado no es necesario.
—Inconscientes…
—¡Elem! Tu confusión de pensamiento e incapacidad de comprender me está irritando. Explicación en detalle. Todos los sorogetso aguardan ahora ser retirados de aquí. Da instrucciones a tu tripulación para que vayan a la playa, los coloquen en el bote, los traigan a este uruketo y luego los coloquen con toda seguridad dentro. ¿Comprendido? Bien. Cuando todos estén a bordo los llevaremos río arriba a un lugar que he elegido y donde podrán vivir sin alteración de cultura ni interferencia con el sistema natural.
—Pero, gran Ambalasi, mayor clarificación deseada. ¿No es su extirpación de su hábitat natural una alteración de gran importancia?
—No. En primer lugar, no creo que este sea su hábitat natural. Lo que se hizo una vez puede volver a hacerse de nuevo. Más importante…, estarán seguros fuera de alcance de la interferencia de las Hijas de la Disrupción. Tus compañeras no han traído más que males a los sorogetso. No debe ocurrir de nuevo. ¿Alguna otra pregunta?
—Muchas…
—Entonces elabóralas en tu mente mientras los sorogetso son traídos a bordo. Esa es mi orden. ¿La obedecerás?
Elem dudó sólo un instante antes de unir sus pulgares en signo de obediencia a la autoridad, luego se volvió a dictar órdenes a sus tripulantas sobre la aleta.
Las tripulantas, disciplinadas por su largo servicio en el uruketo, reforzado ahora por la obediencia al séptimo principio de Ugunenapsa, hicieron lo que se les ordenaba. Mientras se realizaba la carga, Ambalasi y Setessei recorrieron una vez más la isla y la zona circundante frecuentada por los sorogetso, pero no hallaron ninguno. Su batida había sido completa. Cuando el último de los fláccidos cuerpos fue cargado a bordo, Ambalasi ordenó que la zona fuera registrada cuidadosamente, y que todos los artefactos y objetos de cualquier naturaleza que pertenecieran a los sorogetso fueran tomados también. Había calabazas para el agua, jaulas conteniendo mortíferas arañas, brillantes piedras en sacos tejidos, así como otros objetos de incierto uso. Todo fue llevado al uruketo. Sólo los nidos de hierba seca donde dormían fueron dejados; podían ser reemplazados con suma facilidad. A última hora de la tarde el uruketo había salido con esfuerzo de los bajíos y seguía a los saltarines enteesenat corriente arriba. Ambalasi permanecía de pie en la parte superior de la aleta, relajándose tras los trabajos del día. Había sido un duro esfuerzo, pero había valido la pena. Se volvió al sonido de atención al habla para ver a la comandanta a su lado.
—Bien hecho, Elem —dijo—. Una notable contribución al futuro bienestar de esas simples criaturas.
—¿Cuánto tiempo permanecerán así?
—Hasta que sean inyectados y despertados. No necesitas temer violencia o agresión. Ahora…, información requerida. ¿Harás como siempre esta noche? ¿Es tu voluntad dejar al uruketo derivar en los bajíos hasta e amanecer?
—Como siempre en el río.
—Excelente. Entonces seré despertada al amanecer, con la ayuda de Setessei dirigiré yo personalmente avance de esta criatura. Nadie se reunirá conmigo, nadie subirá a la aleta.
—No entiendo.
Ambalasi hizo signo de debilidad de inteligencia.
—Creí que mi significado era obvio. Bajo mis instrucciones, Setessei dirigirá a esta criatura a la playa donde desembarcaremos. Puesto que un tramo del río se parece mucho a cualquier otro, en particular a las poco atentas Hijas de tu tripulación, nadie excepto mi ayudante y yo sabremos dónde fueron llevados a la orilla los sorogetso ¿Serás capaz de reconocer el lugar del desembarco?
—Seguro que podré, pero…
—Entonces tú permanecerás abajo. Sé que eres de resistente fortaleza, comandanta, y una buena científica. Pero algún día yo me iré de esta parte del mundo, y me veo obligada a recordar que eres una firme seguidora de Ugunenapsa. Si se te pidiera información en su nombre, estoy segura de que la darías. No puedo correr ese riesgo. Por su propio bien, los sorogetso deben permanecer sin ser molestados por futuras incursiones. Ahora dime, ¿serán seguidas mis instrucciones?
Elem hizo signo de confusión de deseos.
—Soy una seguidora de la ciencia, como tú, gran Ambalasi. Pensando como tú haces, admito que el asunto debe ser arreglado tal como has ordenado. Sin embargo, también soy una creyente en la sabiduría de Ugunenapsa, y debo reconciliar ambas cosas.
—Eso es fácil hacerlo. Piensa sólo en el tercer principio de Ugunenapsa, y tus pensamientos serán claros, tus órdenes obvias. ¿No dijo Ugunenapsa que el espíritu de la vida, Efeneleiaa, es la gran eistaa de la ciudad de la vida, que todas nosotras somos ciudadanas y seres en esta ciudad? Esto tiene que incluir a los sorogetso. Así que, aunque vayan a una nueva ciudad física en su río, estarán aún residiendo en la gran ciudad de la vida. Como dijo Ugunenapsa. ¿Es eso o no cierto?
Elem siguió dudando.
—Creo que suena cierto, evidentemente eso es lo que dijo Ugunenapsa, y te doy las gracias por recordármelo. Y debo decir humildemente que, aunque tú no eres una Hija de la Vida, sabes tanto sobre los pensamientos de Ugunenapsa que me corriges en mis juicios erróneos. Tienes razón, por supuesto, y tus órdenes serán obedecidas.
No era que Vaintè deseara dar órdenes a las fargi; simplemente, eso parecía haber pasado a formar parte del orden natural. Si Velikrei sentía algún resentimiento por el hecho de que su lugar le había sido arrebatado por Vaintè, no dio ninguna indicación de ello. De hecho, antes al contrarío. Permanecía al lado de Vaintè, tensando su limitada comprensión para entender las instrucciones que recibía de ella. Le traía los peces más sabrosos recién pescados, la contemplaba con placer mientras comía, no comía ella hasta que Vaintè había terminado. Era el orden natural de las cosas. Algunas están destinadas a dar órdenes, otras a obedecer.
No era que se necesitara ningún pensamiento real para dar órdenes a aquel efenburu adulto. Pescar era la única cosa que hacían en común; evidentemente, todas eran hábiles en ello. Cuando entraban en el mar se separaban, nadando lentamente. Si era avistado un banco de peces, este hecho era señalado con los signos más simples, pasado de unas a otras y finalmente a Vaintè. Esta nadaba en la dirección indicada, decidía si el banco era lo bastante grande, los peces de interés comestible. Si así era, hacía signo de atacar, y todas avanzaban de una forma familiar y tranquilizadora.
Cuando no pescaban, no se comunicaban. Cuando tenían sed, bebían. Cuando tenían frío, buscaban el sol. Se tendían por la playa como lagartos soleándose, y Vaintè hallaba aquella visión tranquilizadora, en absoluto una alteración a su paz sin mente.
Existe un placer en la compañía, no importa lo inarticulada que sea. Los días seguían a los días en un esquema repetido que no requería ni inteligencia ni atención. Aquí, cerca del ecuador, cualquier día era muy parecido a cualquier otro. A veces llovía, normalmente no. El mar estaba lleno de peces, el arroyo de agua dulce siempre corría. Era la existencia, la simple existencia sin pensamiento.
Esto era todo lo que las fargi eran capaces de hacer. Si realmente pensaban, lo cual era dudoso, seguramente hubieran preferido esto a las presiones y confusiones de la ciudad.
Si Vaintè pensaba, y se retorcía para alejarse de ello cuando las cogitaciones la asaltaban, simplemente gozaba con su entorno y sus compañeras.
El amanecer seguía al anochecer, el anochecer seguí al amanecer, en una firme e interminable progresión.
Alitha hammar ensi igo vezllin gedda. Samraad geddar o sammadar oapri.
Dicho tanu
Un ciervo no puede tener dos cabezas. Un sammad sólo tiene un sammadar.