Había silencio y paz.
Había sido un día caluroso, porque los días siempre eran calurosos aquí. Pero el aire del atardecer era un poco más fresco con la ligera brisa que soplaba por encima del agua. Kerrick frunció los ojos hacia el sol y se secó ligeramente el sudor de su rostro. Era fácil olvidar el lento cambio de las estaciones del año tan al sur. El sol, como siempre, se posaba detrás del lago, y sus últimos rayos brillaban en las quietas aguas, que reflejaban también el rojizo cielo. Un pez agitó la superficie, y pequeñas olas de color avanzaron en todas direcciones. Así era siempre, sin cambios importantes. A veces había nubes, o llovía, pero el tiempo nunca era realmente frío a través del lento ciclo de las estaciones. La lluvia y la niebla eran una indicación del invierno. Y el aire era más frío por las noches también. Pero nunca destacaba el fresco verdor de la hierba de la primavera, ni el crujir de las hojas secas en el otoño.
Y nunca las profundas nieves del invierno; había algunas cosas que Kerrick no echaba en absoluto en falta. Con la humedad, todavía le dolían los dedos allá donde se le habían congelado. Era mucho mejor el calor que la nieve. Contempló el sol poniente con ojos entrecerrados, un hombre alto y erguido. Su largo y claro pelo le llegaba a los hombros, y Lo sujetaba en su frente con una estrecha cinta de cuero. En los últimos años se habían formado algunas arrugas en las comisuras de sus ojos; también había cicatrices pálidas de viejas heridas en su bronceada piel. Se volvió para mirar cuando el agua se agitó en ondas más grandes y algo oscuro rompió la superficie junto a la orilla. Hubo un familiar bufido retumbante que Kerrick reconoció de inmediato. Los bancos de hardalts se acercaban a la superficie al atardecer, e Imehei se había aficionado a pescarlos con red cuando se iba la luz. Ahora avanzó hacia la orilla, jadeando y resoplando, con su red llena de animales. Los rojizos reflejos brillaban en sus caparazones, sus tentáculos se arrastraban fláccidos. Los dejó caer delante del refugio donde los dos yilanè machos dormían y llamó atención al habla, con firme autoridad en su voz. Nadaske salió y expresó sonidos de aprobación mientras abrían la red. Había paz en el sammad de Kerrick…, pero era una paz a distancia. Los yilanè permanecían en su lado de la herbosa llanura, los tanu en el suyo. Sólo Kerrick y Arnhweet estaban como en su casa en ambos.
Kerrick frunció el ceño ante el pensamiento y se pasó los dedos por la barba, acarició el anillo de metal que rodeaba su cuello. Sabía que a Armun no le gustaba que Arnhweet visitara a los yilanè. Para ella los machos eran simplemente murgu, criaturas que estarían mejor muertas y olvidadas que mezclándose con ellos, compañeros repulsivos para su hijo. Pero era lo bastante prudente como para no hablar de ello. Superficialmente al menos, había paz en el sammad.
Ahora salió de la tienda protegida bajo los árboles, vio a Kerrick sentado allí, y se reunió con él a la orilla del agua.
—Deberías permanecer bajo las hojas, no aquí al abierto —dijo—. ¿No eres tú quien siempre nos recuerda al pájaro que vigila durante el día, el búho durante la noche?
—Yo dije eso. Pero creo que ahora estamos a salvo de ellos. Han transcurrido dos años desde que llegué por primera vez aquí con Ortnar y esos dos que están ahora en la orilla. No hemos sido molestados en todo este tiempo. Lanèfenuu acabó con la guerra, tal como le dije que hiciera. Dijo que lo haría, y lo hizo. Los murgu no pueden mentir. Las atacantes regresaron a la ciudad y no han vuelto a abandonarla desde entonces.
—Pero sus partidas de caza aún salen.
—Estamos lejos de ellas, y permanecemos vigilantes.
—Todavía hay miedo.
Él se puso en pie y la rodeó con sus brazos, olió el suave aroma de su largo pelo, la retuvo apretada contra si, pero no demasiado fuertemente debido a la redondez de su vientre.
—No resultaría fácil para ti viajar ahora —dijo—. Una vez haya nacido el niño, exploraré hacia el norte con Harl. Ya es lo bastante mayor como para ser un cazador, y Ortnar lo ha entrenado bien. Ya no es un niño, este será su decimosexto verano. Tiene una buena lanza. Exploraremos el norte. Sé que hay más lagos allí, eso es lo que dice Ortnar.
—No quiero quedarme aquí sin ti. Allá donde vayas, yo iré contigo.
—Hablaremos de ello cuando llegue el momento.
—Ya está decidido. Me gustaría ir a otro lago. Y, cuando nos marchemos, ¿los dos murgu se quedarán aquí?
Kerrick no respondió, sino que se volvió y, rodeándola aún con su brazo, se encaminó de vuelta hacia la tienda. El niño estaba a punto de nacer, quizás incluso se retrasaba, y él sabía que ella sufría aunque no se lo decía. Aquel no era el momento más adecuado de discutir sobre los machos yilanè. Los lados de la tienda estaban enrollados hacia arriba, había sido un día muy caluroso, y pudo ver a Arnhweet dormido ya sobre sus pieles. Había cumplido los seis años y crecía rápido, un chico fuerte y feliz. La muchacha Darras aún estaba despierta, porque era mucho mayor, tendida allí y mirando en silencio. Seguía tan silenciosa como siempre, sólo hablaba cuando se le preguntaba. Si pensaba en sus padres muertos, nunca lo mencionaba. Ahora era casi como otra hija para ellos.
La noche era tan tranquila que el murmullo de las voces de la tienda de los cazadores podía ser oído claramente.
Uno de ellos reía, y eso complació a Kerrick. Ortnar, impedido como estaba, aún tenía un lugar allí. Mientras pudiera seguir enseñando sus habilidades a los dos muchachos, no era cuestión de hablar de echar a andar hacia el bosque y no regresar nunca.
Un pájaro nocturno dejó oír su llamada en la distancia, un solitario sonido que reforzó el silencio. Allí había paz, comida para todos, la familia y el sammad. Kerrick no deseaba más. Sonrió en la oscuridad hasta que las susurradas palabras de Armun lo distrajeron.
—Me gustaría que viniera ya el niño. Ha sido mucho tiempo.
—Pronto. No te preocupes. Todo irá bien.
—¡No! No debes decir eso…, trae mala suerte hablar bien de cosas que todavía no han sucedido. Eso es lo que decía mi madre. No importa lo clara que sea el agua del río, siempre hay alguna oscuridad corriente arriba que baja hacia ti.
—Descansa ahora —dijo él, tendiendo la mano para hallar su boca en la oscuridad, apoyando suavemente su dedo sobre la hendidura en su labio. Ella murmuró algo, pero estaba medio dormida y él no pudo entender qué era.
Cuando despertó, lo hizo al gris de un brumoso amanecer. La bruma pronto se disolvería bajo el ardiente contacto del sol del verano. Armun suspiró en su sueño cuando él retiró suavemente su brazo de debajo de su cabeza. Se puso en pie y bostezó y salió de la tienda tan en silencio como pudo. Arnhweet debía haber salido con la primera luz, porque ahora regresaba del lago, masticando un trozo de pescado crudo.
—Nadaske e Imehei van lejos en el lago hoy —dijo—. A un lugar donde los peces viven/crecen/nadan muchos.
Agitó las caderas para acompañar sus palabras, porque no tenía cola para expresar el modificador de expansividad. Como siempre que había estado con los machos, hablaba yilanè con Kerrick. Durante el tiempo que su madre y su padre habían estado lejos, casi todo un año, había perfeccionado mucho su habla. Kerrick volvió la vista hacia la silenciosa tienda antes de responder. Ambos tenían mucho cuidado de hablar sólo en marbak cuando Armun estaba presente.
—Un buen ejercicio/movimiento para machos/gordos/yilanè. Pero un joven ustuzou cazará conmigo en el bosque hoy.
—¡Sí, sí! —dijo Arnhweet, palmoteando y cambiando a marbak—. ¿Harl también?
—Y Ortnar. Han encontrado un árbol donde hay una madriguera de bansemnillas, y necesitaremos ayuda para sacarlos. Así que ve a buscar tu lanza. Ortnar quiere partir mientras aún hace fresco.
Armun les oyó hablar y salió de la tienda.
—¿Será una caza larga? —preguntó, preocupada, con las manos apoyadas sin darse cuenta en su redondeado vientre.
Kerrick negó con la cabeza.
—La madriguera está muy cerca. Hasta después de que haya nacido el niño no te dejaré sola, no durante más tiempo que la más pequeña parte de un día. No tengas miedo.
Ella sacudió la cabeza y se sentó pesadamente.
—Regresa rápido. Darras se quedará conmigo —añadió cuando la silenciosa niña se reunió con ellos—. Puede que ocurra hoy.
—Entonces no iré…
—No ocurrirá tan pronto. Aún no hay signos.
—Esta noche comeremos bansemnilla. Cocido en barro entre las ascuas.
—Me encantará.
Antes de partir, Kerrick se dirigió a lo largo de la orilla del lago hasta el refugio cubierto con enredaderas que los machos habían hecho crecer junto al agua. Uno de ellos salió, y Kerrick pronunció su nombre como saludo.
—Imehei.
Kerrick sonrió para sí mismo mientras pensaba que el nombre significaba suave-al-tacto. Nada podía ser menos apropiado para aquel rechoncho y hosco yilanè que ahora modelaba sus brazos en un respetuoso reconocimiento de bienvenida. Sus redondos ojos, que miraban ambos hacia Kerrick, estaban vacíos de emoción. Pero su gran mandíbula se abrió ligeramente en una expresión de placer, revelando una blanca hilera de cónicos dientes.
—Come con nosotros/únete a nosotros —dijo Imehei.
—Ya he comido, lo lamento gracias. ¿Arnhweet me dice que exploras el mundo hoy?
—El pequeño mojado-del-mar ve nuestro pequeño viaje como una gran aventura/exploración. A lo largo de la orilla del lago hay agua de alguna profundidad/corrientes de agua dulce. Abundan peces de gran tamaño. Deseo de capturar/comer. ¿Quiere el pequeño/blando venir con nosotros?
—No esta vez. Hemos encontrado bansemnillas en el bosque, y queremos cazarlos.
—Falta de conocimiento de criatura/nombre desconocido.
—Son animales pequeños y peludos, de larga cola, con bolsa para las crías; buenos para comer.
—¡Placer de contemplar una porción! Traeremos espléndido pez a cambio.
—Que vuestras redes se llenen, vuestros arpones se hundan profundo.
Nadaske salió a tiempo para oír aquello e hizo signo de complacida gratitud. Kerrick observó mientras cargaban sobre sus hombros sus redes enrolladas, aseguraban sus hesotsan para que no se mojaran, luego se metían en el agua para nadar con suave facilidad a lo largo de la orilla cubierta de cañas. Habían recorrido un largo camino desde su protegida existencia en el hanale de la ciudad. Ahora eran individuos fuertes y seguros de sí mismos. Un agudo ulular sonó tras él, y se volvió para ver a Arnhweet llamándole y agitando los brazos.
—Estamos aquí, atta —dijo.
Kerrick se dirigió hacia allá y vio a Ortnar de pie en las sombras. Como siempre, llevaba la muleta de madera encajada bajo su brazo izquierdo, soportando su peso. La enfermedad no le había matado, pero las fuerzas nunca habían vuelto por completo al lado izquierdo de su cuerpo. Arrastraba la pierna, y su brazo apenas tenía la fuerza suficiente para sostener el apoyo de madera. Con su ayuda podía cojear de un lado para otro, lenta pero firmemente. Debía de sentir dolor, aunque nunca lo mencionaba, porque la piel debajo de sus ojos estaba surcada de profundas arrugas; nunca sonreía. Pero la fuerza de su brazo derecho no se había visto afectada, y la lanza que sostenía con él era tan mortífera como siempre. Ahora apuntó con ella a Kerrick en un silencioso saludo.
—¿Tendremos buena caza? —preguntó Kerrick.
—Eso…, y buena comida. Hay muchos de ellos por aquí, pero hay uno gordo que vive en el árbol, ese es el que debemos intentar agarrar. Lo he observado.
—Entonces, muéstranos el camino.
Los dos muchachos llevaban arcos además de lanzas, pero Kerrick sólo llevaba su hesotsan. La fría longitud del arma viviente se agitó en sus manos cuando se situó a la cola de la columna. Los dardos que escupía significaban la muerte instantánea para cualquier criatura, no importaba su tamaño. Sin aquella arma yilanè, los palos de muerte la llamaban los tanu, la vida en el bosque hubiera sido imposible. Sus lanzas y flechas no podían matar a los grandes murgu que merodeaban por allí. Sólo el veneno yilanè podía hacer eso. Ahora sólo disponían de tres de esas armas, una de ellas había muerto, ahogada por accidente. Era irreemplazable. Cuando las otras tres murieran…, entonces, ¿qué? Pero todavía no habían muerto, era demasiado pronto para preocuparse. Kerrick se encogió de hombros ante el lúgubre pensamiento. Mejor pensar en la caza y en la dulce carne cocinada sobre el fuego.
Caminaron en silencio a lo largo del sendero del bosque…, más silenciosamente aún cuando Ortnar se llevó el mango de su lanza a los labios. El inmóvil aire era caliente bajo los árboles, y pronto estuvieron empapados de sudor. Ortnar apuntó hacia un árbol de grueso tronco y señaló las gruesas ramas altas.
—Ahí —susurró— podéis ver la entrada de la madriguera. —Una forma oscura y achaparrada se escurrió por la rama, y Arnhweet dejó escapar una risita de excitación que fue inmediatamente acallada por un seco gesto de Ortnar.
Pero matar aquellos animales no resultaba tan fácil. Se movían a toda velocidad por las ramas y desaparecían por entre las hojas, ayudados por sus afiladas uñas y ágiles colas. Dispararon unas cuantas flechas, fallaron y las recuperaron. Ortnar tuvo algunas secas palabras que decir sobre su puntería. Kerrick permaneció a un lado, observando la caza mientras podía, pero pendiente más del bosque que les rodeaba y de cualquier peligro que pudiera estar escondido allí. Al final, los dos muchachos tuvieron que trepar al árbol y empezar a martillear su tronco con sus arcos. Cuando una forma oscura se deslizó a lo largo de una rama, la mortífera lanza de Ortnar se ocupó rápidamente de ella. El empalado bansemnilla dejó escapar un único chillido mientras caía a los matorrales de abajo, para ser recuperado entre gritos de alegría por los muchachos. Kerrick admiró la gordura de la inmóvil forma mientras Ortnar murmuraba algo acerca del exceso de ruido. En fila india, con los muchachos llevando al animal entre ellos atado a un palo, regresaron al campamento junto al lago.
Cuando salieron de los árboles, Ortnar dirigió un lanzazo hacia el cielo en una seca advertencia. Se detuvieron inmediatamente. El aire agitaba con suavidad las hojas encima de sus cabezas, y a través de ese sonido oyeron un grito ahogado.
—¡Armun! —exclamó Kerrick, y echó a correr, pasando junto a Ortnar. Armun emergió de la tienda, con la lanza en una mano, su brazo libre sujetando protectora— mente a la sollozante Darras.
—¿Qué ocurrió?
—Esa cosa, el marag; vino aquí, gritando y retorciéndose; nos atacó; utilicé mi lanza. Le hice huir.
—¿Un marag? ¿Adónde fue?
—¡Con lo tuyos! —gritó Armun, con la furia convirtiendo su rostro en una lívida máscara—. Aquí, junto a la orilla. Esas cosas que permites que vivan junto a nosotros terminarán matándonos a todos…
—Cállate. Los machos no son ninguna amenaza. Algo no está bien aquí. No te muevas.
Cuando Kerrick echó a correr por la hierba en dirección a la orilla, Nadaske salió de su escondite, aferrándose el cuerpo con los brazos, oscilando y tambaleándose. Había espuma en sus labios, y la punta de su lengua asomaba por entre sus dientes.
—¿Qué ocurre? —llamó Kerrick, luego lo sujetó por la gruesa y dura carne de sus brazos y lo sacudió al no obtener ninguna respuesta—. ¿Dónde está Imehei? Imehei. Dime.
Kerrick notó el estremecimiento que recorrió el cuerpo de Nadaske cuando oyó el nombre. Su membrana nictitante se replegó al girar un enrojecido ojo hacia Kerrick.
—Muerto, peor, no sé/fin de la vida…
Sus palabras eran murmuradas, el movimiento de sus miembros lento y vacilante. Su cresta llameaba roja y se retorcía agónicamente. Transcurrió un largo rato antes de que Kerrick pudiera comprender lo que había ocurrido. Sólo entonces dejó que el alterado yilanè se deslizara fláccidamente sobre la hierba, se dio la vuelta y retrocedió para enfrentarse a los otros.
—Puede que Imehei esté muerto, no lo sabe seguro.
—¡Se mataron el uno al otro, luego me atacó! —gritó Armun—. Mata ahora a esta cosa, termina con ella.
Kerrick luchó por controlarse; sabía que Armun tenía razones para sentir como sentía. Le tendió su arma a Harl y la rodeó con sus brazos.
—No es nada de lo que piensas. Él intentaba decirte algo, eso es todo; intentaba hablar contigo, encontrarme a mí. Estaban al otro lado del lago, pescando, cuando fueron atacados.
—¿Murgu? —preguntó Ortnar.
—Sí, murgu. —La voz de Kerrick era tan fría como la muerte—. Su clase de murgu. Yilanè, hembras. Cazadoras.
—Entonces, ¿nos han encontrado?
—No lo sé. —Apartó con suavidad a Armun, vio el miedo aún en sus ojos—. Él simplemente intentaba hablar contigo. Su amigo ha sido capturado, quizá muerto. Él huyó, consiguió escapar, no vio lo que ocurrió después de eso.
—Entonces debemos descubrir qué estaban haciendo esos otros murgu en el lago, lo que saben de nosotros —dijo Ortnar, agitando su lanza con impotente rabia—. Matarlos. —Arrastró su pie hacia el lago, tropezó y estuvo a punto de caer.
—Quédate aquí y vigila —dijo Kerrick—. Dejo el sammad en tus manos. Yo volveré con Nadaske y descubriré lo que ha ocurrido. Tendremos mucho cuidado. Recuerda, las cazadoras sólo vieron a los de su propia especie, no pueden saber nada de nuestra existencia.
A menos que Imehei esté aún vivo y les hable de nosotros, pensó para sí mismo, manteniendo en silencio sus temores.
—Iremos ahora. —Dudó un momento, luego tomó un segundo hesotsan. Ortnar le miró hoscamente.
—Los palos de muerte son nuestros, los necesitamos para sobrevivir.
—Te lo devolveré.
Nadaske permanecía sentado, abrumado, apoyado sobre su cola en exhausto silencio, y apenas se agitó cuando Kerrick llegó a su lado.
—He perdido todo control —dijo, con secos movimientos de autodesprecio—. Estúpido como una fargi en la orilla. Incluso dejé caer el hesotsan, lo abandoné allí. Toda mi inteligencia huyó. Yo también huí. Hubiera debido quedarme.
—Hiciste lo correcto. Viniste a mí. Ahora tienes un arma. Esta vez no la dejarás caer. —Le tendió el hesotsan, y Nadaske lo cogió sin pensar. Lo cogió incorrectamente, con un pulgar cerca de la boca de la criatura. Apenas se dio cuenta cuando esta le clavó sus agudos dientecillos en la carne. Luego retiró lentamente su pulgar y contempló las gotas de sangre.
—Ahora tengo un arma —dijo. Se puso en pie—. Tenemos armas, podemos ir.
—Yo no sé nadar como tú.
—No es necesario. Hay un sendero a lo largo de la orilla. Volví por él. —Echó a andar decididamente, y Kerrick le siguió a poca distancia.
Fue un largo camino al sol del mediodía. Tuvieron que detenerse a menudo mientras Nadaske se metía en el lago para refrescarse y Kerrick buscaba la sombra bajo un árbol en tanto aguardaba. El sol estaba a medio camino hacia el horizonte antes de que Nadaske hiciera signo de alerta/silencio, luego señalara.
—Más allá de estas altas cañas, ese es el lugar. Avance/agua/silencio/invisibles.
Abrió camino, hundido en el agua hasta las rodillas, apartando las cañas mientras avanzaban, lenta y cuidadosamente a fin de no ser vistos. Kerrick caminaba cerca detrás de él, vadeando tan silenciosamente como el otro en la lodosa agua. Las cañas se hicieron menos abundantes, y redujeron su marcha, miraron por entre la escasa protección. Pese a la necesidad de silencio, un tenso gemido brotó de las profundidades de la garganta de Nadaske.
Kerrick necesitó un largo momento para comprender lo que estaba ocurriendo. Una yilanè estaba sentada sobre su cola, vuelta de espaldas a ellos y muy cerca, con un hesotsan sujeto entre sus manos. Había varios bultos de carga apilados en el suelo a su lado, así como otras dos armas. Más allá de ellos había un grupo inmóvil de otras yilanè, al que estaba mirando intensamente. Eran dos, no, tres de ellas, aferradas entre sí en un extraño abrazo. Entonces Kerrick se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.
Era Imehei quien se hallaba tendido de espaldas en el suelo. Había una hembra sentada sobre él, reteniéndolo en el suelo con sus inmóviles brazos tendidos. La otra hembra estaba sentada también encima de Imehei, sumida en la misma inmovilidad. Mientras observaban, Imehei se agitó ligeramente y gimió. Las dos hembras permanecían tan inmóviles como si hubieran sido talladas en piedra.
El recuerdo ardió de pronto en los ojos de Kerrick, oscureciendo la escena ante él. Baintha sujetándole de aquella forma cuando él era un muchacho, apretándolo contra el suelo, forzando su cuerpo sobre el de él. Dolor y placer, algo nuevo entonces, terrible, extraño.
Ya no nuevo ahora. En los brazos de Armun había descubierto que podía haber calor en este tipo de abrazo, felicidad. Olvido.
Pero ahora esta visión le recordó claramente lo que le había ocurrido, y el odio abrumó todo pensamiento. Se abrió camino por entre las cañas, chapoteando ruidosamente en la somera agua. Nadaske gritó una advertencia cuando la cazadora de vigilancia le oyó, se puso en pie y se volvió, alzó su hesotsan.
Cayó de bruces cuando el arma de Kerrick chasqueó y lanzó un dardo mortal. Pasó por encima del cuerpo, oyó a Nadaske correr tras él, se dirigió hacia la feroz y silenciosa pareja.
Las hembras no se movieron, no parecieron darse cuenta de nada. No así Imehei. Jadeó bajo su peso conjunto, se agitó, hizo rodar unos ojos llenos de dolor hacia Kerrick. Intentó hablar, pero no pudo.
Fue Nadaske quien las mató. Disparó y disparó de nuevo, luego corrió hacia delante para empujar los cuerpos que se derrumbaban. Cayeron, golpeando pesadamente el suelo, ya muertas.
Mientras calan, sus músculos se relajaron en la muerte, liberando a Imehei. Uno, luego el otro de los órganos de él se retiraron, y su saco se cerró. Pero estaba demasiado exhausto para moverse. Kerrick no tenía ni idea de qué hacer a continuación.
Nadaske se ocupó de ello. La muerte por medio de un silencioso dardo era un destino demasiado simple para aquellas dos. No podían sentir su ataque ahora, pero él sí podía, podía liberar su odio contra ellas. Cayó sobre la primera, trabajó su garganta con los dientes hasta desgarrarla, hizo lo mismo con la otra. La sangre borboteó.
Sólo cuando hubo hecho esto se dejó caer Nadaske al lago y hundió la cabeza bajo el agua para lavarse.
Cuando regresó, Imehei estaba sentado temblorosamente, sin hablar. Nadaske se dejó caer en silencio a su lado y sostuvo su peso, también en silencio.
Algo terrible había ocurrido.
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