CAPÍTULO 9

Kennep at halikaro, kennep at hargoro, ensi naudin ar san eret skarpa tharm senstar et sano lawali.

Un muchacho puede tener pies ligeros y brazo fuerte…, pero no es un cazador hasta que tenga los intestinos de una bestia colgando de la punta de su lanza.

—Primero mataron a mi madre, luego a mi padre, inmediatamente delante de mí —dijo Ysel. Había dejado de llorar y de gemir, pero las lágrimas aún llenaban sus ojos y resbalaban por sus mejillas. Las secó con el dorso de su mano, luego se frotó de nuevo la afeitada cabeza.

—Mataron a todos —dijo Kerrick.

Él no había llorado, ni una sola vez desde que había sido traído a aquel lugar. Quizá era a causa de la forma en que se había comportado la muchacha gimiendo y chillando todo el tiempo. Era mayor que él, cinco o incluso quizá seis años, pero gritaba como una niña. Kerrick lo comprendía, sabía que era algo muy fácil de hacer. Todo lo que bastaba era dejarte llevar por los sentimientos. Pero él no estaba dispuesto a permitirlo. Un cazador no llora…, y él había sido un cazador. Con su padre. Amahast, el más grande de los cazadores. Ahora muerto, como todo el resto del sammad. Se formó un nudo en su garganta ante el pensamiento, pero luchó por engullirlo. Un cazador nunca llora.

—¿Nos matarán, Kerrick? No nos matarán, ¿verdad? —preguntó la muchacha.

—Sí.

Ysel empezó a gemir de nuevo y le abrazó, apretando fuertemente su cuerpo contra el de ella. Aquello no era correcto; sólo los niños pequeños se abrazaban. Pero aunque sabía que aquello no estaba permitido, agradeció el contacto de la carne de ella contra la suya. Sus pechos eran pequeños y duros, y le gustó tocarlos. Pero cuando lo hizo, ella lo apartó bruscamente y lloró aún más fuerte. Él se puso en pie y se alejó, disgustado. Era estúpida, y no le gustaba. Nunca había hablado con él antes de ser traídos a aquel lugar. Pero ahora que estaban solos los dos era diferente para ella. No para él. Hubiera sido mejor que en vez de ella estuviera allí alguno de sus amigos. Pero todos estaban muertos; el dolor del miedo atravesó sus recuerdos. No quedaba nadie más del sammad vivo. Ellos serían los próximos. Ysel no parecía comprenderlo, no podía llegar a creer que no había nada que pudieran hacer para salvarse. Había buscado cuidadosamente, una y otra y otra vez, pero no había absolutamente nada en la estancia de madera que pudiera ser usado como arma. Como tampoco había ninguna vía de escape. Las calabazas eran demasiado ligeras para dañar siquiera a un niño. Mucho menos a uno de los murgu que los había traído allí. Tomó la calabaza de agua y dio un sorbo; su vacío estómago gruñó. Tenía hambre…, pero no el hambre suficiente como para comer la carne que les habían traído. Sólo mirarla le hacía desear vomitar. No estaba cocida…, ni tampoco estaba cruda. Le habían hecho algo que hacía que colgara del hueso como jalea fría. La palpó con un dedo y se estremeció. La puerta crujió, luego se abrió.

Ysel apretó su rostro contra la base de la pared y gritó, con los ojos cerrados, sin querer ver qué era lo que entraba. Kerrick permaneció de pie, de frente a la abertura, los puños apretados y vacíos. Pensando en su lanza. En lo que podría hacerles si tan sólo tuviera su lanza.

Esta vez las criaturas murgu eran dos. Tal vez las había visto antes, tal vez no. No representaba ninguna diferencia, todas parecían iguales. Llenas de protuberancias y escamas, gruesa cola manchadas con distintos colores, y con aquellas horribles cosas colgando de la parte de atrás de sus cabezas. Murgu que caminaban como hombres y aferraban cosas con sus deformadas manos con dos pulgares. Kerrick retrocedió lentamente cuando entraron, hasta que sus hombros se apretaron contra la pared y no pudo retroceder más. Le miraron con ojos inexpresivos, y deseó de nuevo su lanza. Uno de ellos retorció y movió sus miembros, emitiendo al mismo tiempo sonidos maullantes. La madera era dura contra sus omóplatos.

—¿Todavía no han comido nada? —preguntó Enge. Stallan hizo un signo negativo, luego señaló al suelo.

—Es buena comida, tratada con enzimas y lista para comer. Ellos utilizan fuego para quemar su carne antes de comerla, de modo que sabía que no iban a comerla cruda.

—¿Has puesto algo de fruta para ellos?

—No. Son carnívoros.

—Pueden ser omnívoros. Sabemos muy poco acerca de sus hábitos. Trae algo de fruta.

—No puedo dejarte sola aquí. La propia Vaintè ordenó que me convirtiera en tu guardiana. —Hubo un temblor de desánimo en las palabras de la cazadora, causado por el conflicto de órdenes.

—Puedo defenderme contra estas pequeñas criaturas si es necesario hacerlo. ¿Han atacado a alguien antes de ahora?

—Sólo cuando los trajimos. El macho es violento. Tuvimos que pegarle hasta que dejó de atacar. No ha vuelto a hacerlo desde entonces. —Estaré segura. Tú has seguido tus instrucciones. Ahora obedece las mías.

Stallan no tenía elección. Se fue, con desgana pero rápida, y Enge aguardó en silencio, buscando una forma de abrir la comunicación con las criaturas. La hembra seguía tendida de cara a la pared, emitiendo una vez más aquel sonido agudo. El pequeño macho guardaba silencio, indudablemente tan estúpido como todos los machos. Se inclinó y apoyó una mano en el hombro de la hembra y tiró para hacer que se volviera. La piel de la criatura era cálida y no resultaba desagradable al tacto. El sonido gimiente se hizo más fuerte…, y un repentino dolor atravesó su brazo.

Enge gruñó de dolor y lanzó un fuerte golpe, derribando al macho contra el suelo. Los dientes de la cosa habían rasgado su piel, haciendo aflorar la sangre. Arqueó sus garrudos dedos y, siseó furiosa. La criatura se apartó a rastras de ella y ella la siguió. Luego se detuvo. Y se sintió culpable. —Es culpa nuestra —dijo, sintiendo que su furia se desvanecía—. Matamos al resto de vuestro grupo. No puedo culparte por hacer lo que has hecho —se frotó el dolorido brazo, luego contempló la brillante mancha de sangre en su palma. La puerta se abrió y entró Stallan, llevando una calabaza llena de naranjas.

—El macho me mordió —dijo Enge calmadamente—. ¿Son venenosos?

Stallan se apresuró a echar a un lado la calabaza y corrió a su lado, miró la herida…, luego alzó un apretado puño para golpear al macho que intentaba protegerse. Enge la contuvo con un ligero contacto.

—No. La culpa fue mía. ¿Qué hay del mordisco?

—No es peligroso si se limpia bien. Debes venir conmigo para que pueda tratarlo.

—No me quedaré aquí. No quiero mostrar miedo ante estos animales. Todo irá bien.

Stallan expresó su desaprobación, pero no podía hacer nada. Salió apresuradamente, estuvo fuera sólo un breve instante antes de regresar con un baulito de madera. Sacó de él un frasco de agua que utilizó para limpiar el mordisco, luego arrancó la cubierta de un nefmakel y lo colocó sobre la herida. La húmeda piel de Enge despertó a la vida a la dormida criatura, que se adhirió a su piel, empezando inmediatamente a segregar un fluido bactericida. Tan pronto como hubo hecho esto, Stallan tomó dos anudados bultos negros de la caja.

—Voy a asegurar las piernas y los brazos del macho. No será la primera vez. La criatura es violenta.

El pequeño macho luchó por escapar, pero Stallan lo sujetó y lo lanzó contra el suelo, luego se arrodilló sobre su espalda, manteniéndolo inmovilizado con una mano. Con la otra tomó una de las ligaduras y la paso en torno a los tobillos de la bestia, luego insertó la cola de la ligadura en su boca. La ligadura tragó por reflejo, tensando su cuerpo. Sólo cuando tuvo bien segura su presa apartó Stallan a un lado la criatura.

—Me quedaré para protegerte —dijo—. Debo hacerlo. Vaintè ordenó tu protección. Me he ido una vez y has resultado herida. No puedo permitir que vuelva a ocurrir eso.

Enge señaló su forzada aceptación, luego miró la calabaza echada a un lado y los frutos que habían rodado por el suelo. Señaló a la postrada hembra.

—Le daré una de esas cosas comestibles redondas y dulces. Dale la vuelta de modo que pueda verme.

Ysel gritó salvajemente cuando las frías manos la sujetaron, la alzaron bruscamente y la empujaron de espaldas contra la pared. Se mordió los nudillos y sollozó mientras el otro marag avanzaba hacía ella, se detenía, luego le tendía una naranja. Su boca se abrió lentamente para revelar hileras de puntiagudos y blancos dientes. Emitió un chillido bestial mientras agitaba la naranja, rascando el suelo con las garras de sus pies al hacerlo. Ysel sólo pudo gemir de terror, sin darse cuenta de que se había mordido profundamente los dedos y ahora la sangre resbalaba hacía abajo por su barbilla.

—Fruta —dijo Enge—. Cosa redonda y dulce para comer. Llena tu estómago, te hace feliz. Comer la hace a una fuerte. Haz como te mando. —Habló primero tentativamente, luego perentoriamente—. Toma esta fruta.

—¡Cómela ahora mismo! Entonces vio la sangre allá donde la criatura se había herido a sí misma, y se volvió, disgustada. Depositó la calabaza de fruta en el suelo y señaló a Stallan que se acercara a ella junto a la puerta.

—Disponen de burdas herramientas —dijo Enge—. ¿Dijiste que construyen refugios de algún tipo, y que tienen grandes animales que les sirven? —Stallan asintió—. Entonces han de poseer algún grado de inteligencia.

—Eso no significa que puedan hablar.

—Bien dicho, cazadora. Pero por el momento debemos suponer que poseen un lenguaje que utilizan para comunicarse entre sí. No debo permitir que un simple fracaso me detenga… ¡Mira, el macho se está moviendo! Debe haber olido la fruta. Las reacciones masculinas son más básicas, le preocupa más su hambre que nuestra posible amenaza. Pero sigue observándonos, como un animal salvaje. ¡Mira! —exclamó triunfante—. Está comiendo la fruta. Un primer éxito. Al menos ahora podemos alimentarles. Y observa, le lleva fruta a la hembra. Altruismo… eso denota inteligencia.

Stallan no estaba convencida.

—Los animales salvajes alimentan a sus crías. Los he visto trabajar juntos en la caza. Los he visto. Esto no constituye ninguna prueba.

—Quizá no…, pero no permitiré ser disuadida tan rápidamente. Si los botes pueden comprender órdenes sencillas, entonces criaturas como estas tienen que ser capaces de hacer al menos lo mismo.

—Entonces, ¿les enseñarás de la misma manera en que son enseñados los botes?

—No. Al principio tomé eso en consideración, pero deseo conseguir un nivel mejor de comunicación. Enseñar a los botes implica el refuerzo positivo y negativo de unas pocas órdenes. Un shock eléctrico indica una acción equivocada, mientras que un poco de comida recompensa un éxito. Eso es bueno para entrenar botes, pero no intento entrenar a estos animales. Quiero hablar con ellos, comunicarme con ellos.

—Hablar es algo difícil de hacer. Muchos de los que emergen del mar nunca consiguen aprender.

—Tienes razón, cazadora, pero eso es un asunto de grado. Puede que los jóvenes tengan dificultades para hablar cuando adultos, pero tienes que recordar que todos los jóvenes hablan entre sí cuando están en el mar.

—Entonces enseña a estas bestias el lenguaje de los niños. Puede que consigan dominarlo.

Enge sonrió.

—Han pasado muchos años desde que tú hablabas como un niño. ¿Recuerdas lo que eso significa?

Alzó su mano, y la palma cambió de verde a rojo, luego de nuevo a verde mientras hacía una señal con los dedos. Stallan sonrió.

—Calamares…, muchos.

—Recuerdas. Pero ¿observas lo importante que es el color de mi mano? Lo que he dicho hubiera resultado incomprensible sin ello. ¿Pueden esas criaturas peludas cambiar el color de sus palmas?

—No lo creo. Nunca les he visto hacerlo. Aunque sus cuerpos tienen colores rojos y blancos.

—Puede que eso sea una parte importante de su habla…

—Si la tienen.

—De acuerdo, si la tienen. Tengo que observarles desde más cerca cuando emitan de nuevo sus sonidos. Pero la mayor urgencia es conseguir que hablen como los yilanè. Empezando con las expresiones más simples. Tienen que aprender la totalidad de la comunicación.

Stallan hizo un gesto de incomprensión.

—No se lo que eso significa.

—Entonces te lo demostraré para hacer más claro mi significado. Escucha atentamente lo que digo. ¿Preparada? Bien… Tengo calor. ¿Has comprendido?

—Sí.

—Estupendo. Tengo calor, eso es una afirmación. Su totalidad queda clara por la unión de las partes de la afirmación. Ahora lo diré de nuevo, más lentamente. Tengo… calor… Muevo mi pulgar de este modo, mirando un poco hacía arriba al mismo tiempo, digo calor mientras alzo ligeramente la cola. Todo esto, los sonidos emitidos y los movimientos correctos, se combinan entre sí para formar la expresión completa.

—Nunca he tomado en consideración tales asuntos… y me doy cuenta de que me duele la cabeza si lo hago.

Enge se echó a reír e indicó aprecio ante el intento de humor.

—Yo me las apañaría tan mal en la jungla de fuera de la ciudad como tú le las apañas en la jungla del lenguaje. Muy pocas lo han estudiado, quizá debido a que es tan complejo y difícil. Creo que el primer paso en comprenderlo es considerar que nuestro lenguaje recapitula la filogenia.

—Cómo me duele la cabeza. ¿Y tú crees que unas bestias como esas pueden comprender esto…, cuando ni siquiera yo tengo la menor idea de lo que estás hablando? —Stallan señaló a las criaturas, ahora inmóviles contra la pared, la calabaza vacía de frutas, trozos de piel sembrando el suelo a su alrededor.

—No pienso intentar nada tan complejo como eso. Lo que te quería hacer ver es que la historia de nuestro lenguaje se halla condicionada por nuestro desarrollo en la vida. Cuando somos jóvenes y entramos en el mar todavía no hablamos, pero buscamos la protección y el confort de los demás de nuestro efenburu que entran en el agua con nosotras al mismo tiempo. A medida que se desarrolla nuestra inteligencia vemos a las más viejas hablar entre si. Simples movimientos de la mano o la pierna, un cambio de color de la palma. Aprendemos más y más a medida que crecemos, y cuando emergemos del mar añadimos sonidos hablados a las otras cosas que hemos aprendido hasta que nos convertimos en yilanè en la totalidad de nuestras comunicaciones. Eso me conduce a mi problema aquí. ¿Cómo enseñar nuestro lenguaje a esas criaturas que no comparten nuestro ciclo de vida? ¿O lo comparten? ¿Pasan por un período acuático tras su nacimiento?

—Mi conocimiento de estos asuntos dista mucho de ser completo…, y tienes que recordar que esta especie de ustuzou es nueva para nosotras. Pero dudo intensamente de que sean siquiera acuáticos. He capturado y criado algunas de las especies salvajes más comunes y pequeñas que abundan en la jungla. Todas ellas parecen tener ciertas cosas en común. Su cuerpo es muy cálido durante todo el tiempo.

—He observado eso. Parece muy extraño.

—Otras cosas son igualmente extrañas. Observa a este macho. Verás que sólo tiene un pene, que ni siquiera se retrae decentemente. Ninguna de las especies de ustuzou que he capturado posee un normal pene doble. No sólo eso, sino que he estudiado sus hábitos de apareamiento, y son de lo más desagradable.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que después de la impregnación del huevo las hembras llevan los pequeños. Y cuando han nacido siguen manteniéndolos muy unidos a sus cuerpos y los alimentan con unos órganos blandos que crecen en sus torsos. Puedes verlos, aquí, en la joven hembra.

—Es muy sorprendente. Entonces, ¿crees que los pequeños permanecen en tierra firme? ¿Que no se sumergen como corresponde en el mar?

—Correcto. Es un rasgo común en todas las distintas especies de ustuzou que he observado. Sus ciclos vitales parecen ser diferentes en todos los aspectos de los nuestros.

—Entonces, ¿te das cuenta de la importancia de tus observaciones? Si poseen un lenguaje propio, no será posible que lo aprendan de la misma forma en que nosotros aprendemos el nuestro.

Stallan hizo signo de asentimiento.

—Ahora me doy cuenta de eso, y gracias por la explicación. Pero eso, ¿no suscita una pregunta mucho más importante aún? Si realmente poseen un lenguaje… ¿Cómo aprenden a hablarlo?

—Esta es por supuesto la cuestión más importante, y debo intentar hallarle una respuesta. Pero en estos momentos debo decirte que no tengo ni la más remota idea.

Enge contempló las criaturas salvajes, con los rostros pegajosos por el zumo de las frutas que habían comido le devolvieron sus miradas. ¿Cómo podría hallar una forma de comunicarse con ellas?

—Ahora déjame, Stallan. El macho está bien atado, la hembra no muestra signos de violencia. Si estoy sola únicamente me tendrán a mí para mirar, y su atención no se verá distraída.

Stallan meditó aquello durante un largo momento, antes de hacer signo de reacio asentimiento.

—Será como pides. Admito que el peligro no es grande ahora. Pero permaneceré al otro lado de la puerta, que mantendré ligeramente entreabierta y sin asegurar. Puedes llamarme si te amenazan de alguna forma.

—Lo haré. Tienes mi promesa. Ahora tengo que empezar con mi trabajo.