CAPÍTULO 6

Alaktenkèalaktèkan olkeset esetakolesnta* tsuntesnalak tsuntensilak satasat.

Lo que ocurre ahora, y a continuación de ahora, no es importante siempre y cuando el mañana-mañana sea lo mismo que el ayer-ayer.

La tormenta había pasado y la lluvia había cesado; el suelo humeaba ahora ligeramente al calor de la intensa luz del sol. Vaintè se detuvo a la sombra del árbol muerto y observó a las trabajadoras mientras plantaban cuidadosamente las semillas en perfectas hileras. La propia Vanalpè había señalado en el suelo las hileras que las otras debían seguir. Ahora se dirigió a Vaintè, avanzando lentamente, con la boca muy abierta por el calor, para situarse a su lado a la sombra.

—¿Son peligrosas de manejar las semillas? —preguntó Vaintè. Vanalpè respirando aún afanosamente, señaló una negativa.

—Sólo cuando los espinos empiezan a crecer, y eso no ocurre hasta después de ochenta días. Algunos animales seguirán devorándolos entonces, pero no después de que los espinos empiecen a exudar las toxinas. El sabor es amargo para los rumiantes, mortal para cualquier otra cosa más pequeña.

—¿Es esta una de tus nuevas modificaciones? —preguntó Vaintè, saliendo al sol.

—Si. Fue desarrollada en Inegban‹ para que pudiéramos llevarnos las semillas con nosotras. Estamos tan familiarizadas con los setos de espinos en torno a los campos de las ciudades, siempre mucho más altos que nuestras cabezas, que llegamos a olvidar que no han estado ahí desde el huevo del tiempo. Primero fueron plantados, luego fueron pequeños antes de que crecieran y se desarrollaran. Ahora las ramas jóvenes crecen por encima de las viejas para hacer de ellos una barrera impenetrable. Pero un nuevo seto en una nueva ciudad exige una nueva respuesta. —Ahora hablaba con más facilidad, sin que su boca jadeara tanto. Su temperatura había descendido lo suficiente como para desear volver a exponer parte de su cuerpo al sol—. Este nuevo seto que he desarrollado crece muy rápido, vive poco tiempo…, y es tóxico. Pero antes de que muera ya habremos permitido que el seto de espino habitual haya crecido lo suficiente para que finalmente ocupe su lugar.

—¿Y los árboles? —preguntó Vaintè mirando en dirección a los muertos árboles sin hojas que se alzaban desmañadamente en torno al nuevo campo.

—Ya están siendo destruidos…, observa cómo han caído las ramas de aquel más grande. Se han visto acribillados por escarabajos de la madera, una de las especies más voraces. Cuando la provisión de madera se termine, los escarabajos entrarán en un estado larval. Entonces guardaremos las crisálidas que se hayan formado en cutícula endurecida para conservarlas, y las almacenaremos hasta que las necesitemos de nuevo.

Vaintè había vuelto a la sombra, y observó que la mayor parte de las trabajadoras había hecho lo mismo. La tarde era cálida y agradable, pero no era el tiempo más ideal para trabajar.

—Cuando hayan sido plantadas todas las semillas envía a las trabajadoras de vuelta a la ciudad —dijo Vaintè.

Enge estaba trabajando junto a las demás, Vaintè aguardó hasta que la otra la miró, entonces le hizo seña de que se acercara. Enge expresó gratitud antes de hablar.

—Has hecho quitar los grilletes a tus prisioneras. Te damos las gracias.

—No tienes que hacerlo. La razón de que las mantuviera bajo grilletes en el uruketo fue para que no intentaran apoderarse de la nave y escapar.

—Tú no comprendes a las Hijas de la Vida, ¿verdad? La violencia no es nuestra forma de actuar…

—Me alegra oír eso —dijo secamente Vaintè—. Mi forma de actuar es no correr riesgos. Ahora que el uruketo se ha ido, sólo quedan bosques y junglas donde escapar, que no creo que os gustaran demasiado. Pero no es sólo eso; tus compañeros trabajarán mucho mejor sin los grilletes.

—Sí, todavía somos prisioneras.

—No —dijo firmemente Vaintè—, no lo sois. Sois ciudadanas libres de Alpèasak, con todos los derechos y deberes de las demás ciudadanas. No confundáis lo que ocurrió con lo que ha de ocurrir. El consejo de Inegban‹ os consideró indignas de la ciudadanía en aquella ciudad y os envió aquí. Para llevar una nueva vida en una nueva ciudad. Espero que no repitáis aquí los mismos errores que cometisteis allí.

—¿Es eso una amenaza, Vaintè? ¿Cree la eistaa de Alpèasak que somos distintas de las demás ciudadanas… que debemos ser tratadas de forma distinta?

—No es una amenaza sino una advertencia, mi efensale. Aprende de lo que sucedió. Creed lo que queráis entre vosotras…, pero mantened para vosotras vuestros secretos. Tenéis prohibido hablar de esos asuntos con las demás. El resto de nosotras no quiere saber.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó firmemente Enge—. ¿Tan sabia eres?

—Lo suficientemente sabia como para saber que sois buscadoras de problemas —restalló Vaintè—. Lo bastante segura de este hecho como para tomar la precaución de que todas vosotras estéis estrechamente vigiladas. No causaréis aquí los problemas que causasteis en Inegban‹. Yo no seré tan paciente como el consejo de allí.

El cuerpo de Enge apenas se movió cuando habló, con palabras neutras y no ofensivas:

—Nosotras no causamos problemas, no pretendemos causar problemas. Simplemente creemos…

—Estupendo. Siempre que expreséis vuestras creencias en lugares oscuros donde las otras no puedan oír. No toleraré subversión en mi ciudad.

Vaintè sabía que estaba empezando a perder la calma, como le ocurría siempre cuando se enfrentaba con la pétrea inmovilidad de las extrañas creencias de Enge. En consecuencia, agradeció la visión de la fargi que se apresuraba hacía ella con un mensaje. Aunque la joven no hablaba muy bien, su memoria era buena.

—Llega una… a la ciudad… llamada Stallan. Debe decir cosas importantes… presencia solicitada.

Vaintè la despidió con un gesto de la mano, luego se volvió rudamente de espaldas a Enge y se dirigió a la ciudad. Stallan estaba allí, aguardando su llegada, con el éxito aparente en cada actitud de su firme cuerpo.

—¿Has hecho lo que te pedí que hicieras? —preguntó Vaintè.

—Lo he hecho, eistaa. Seguí a las bestias asesinas hasta que llegué a ellas. Luego maté yo misma a una, y he regresado con el cuerpo. Está ahí al lado. Dejé a la inútil Heksei para que la vigilara. Hay cosas extrañas en este ustuzou que encuentro inquietantes.

—¿Extrañas? ¿Qué? Dímelo.

—Debo mostrároslas para que podáis comprender.

Stallan abrió camino en silencio hacía la parte de la ciudad más cercana al rio. Heksei aguardaba allí, montando guardia sobre un fardo apretadamente liado. Su piel estaba sucia y arañada, y empezó a gimotear una protesta tan pronto como aparecieron. Antes de llegar a pronunciar las primeras palabras, Stallan la golpeó en la cabeza y la arrojó al suelo.

—Peor que inútil —siseó Stallan—. Perezosa, ruidosa en la caza, llena de miedo. Me retrasó, y casi consiguió que nos mataran a las dos. No quiero volver a tener nada que ver con ella.

—Alpèasak tampoco —dijo Vaintè en rápido juicio—. Déjanos. Deja la ciudad. Únete a los ambenin.

Heksei empezó a protestar, pero Stallan le lanzó una cruel patada a la boca. Héksei huyó y sus chillidos de agonía rebotaron entre las raíces aéreas y las hojas encima de sus cabezas. Vaintè apartó instantáneamente a la inútil criatura de su mente y señaló el bulto.

—¿Es esto el animal asesino?

—Lo es.

Stallan tiró de la envoltura, y el cadáver de Hastila rodó sobre la húmeda tierra.

Ante su visión, Vaintè pronunció silenciosas palabras de horror y asombro. Controlando sus sentimientos de revulsión, se adelantó lentamente, luego lo tocó con un pie.

—Había cuatro de estas criaturas —dijo Stallan—. Todas más pequeñas que esta. Las encontré y las seguí. No caminaban por la orilla sino que estaban en el océano. Tampoco tenían un bote. En su lugar se sentaban en un árbol en el agua y lo impulsaban hacía delante con trozos de madera. Les observé matar a otros animales de pelo, exactamente del mismo modo que debieron matar al macho y sus guardianas en la playa. No utilizan dientes ni garras ni cuernos porque no tienen cuernos, como podéis ver, y sus dientes y garras son pequeños y débiles. En lugar de ello, matan con una cosa como un diente afilado sujeta al extremo de un trozo largo de madera.

—Esos animales de pelo realizan muchos trucos. Tienen cerebro.

—Todas las criaturas tienen cerebro, incluso un primitivo hesotsan como este. —Stallan dio unas palmadas al arma que colgaba de su hombro. Pero este hésotsan no es peligroso en sí mismo si es manejado correctamente. Esas cosas sí lo son. Ahora, por favor, examinad más de cerca a la bestia. Como puedes ver, tienen mucho pelo aquí, en la parte superior de su cuerpo, en torno a su cabeza. Pero este otro pelo, más abajo, no pertenece a la criatura, sino que es un trozo de piel atado en torno a ella. Lleva una bolsa, y en la bolsa encontré esto. Que parece ser un trozo de piedra con un borde afilado. Observad, esta piel con pelo puede retirarse, y la criatura tiene su propio pelo debajo.

—¡Es un macho! —exclamó Vaintè—. Una criatura peluda, macho, con un cerebro escaso y bestial, y que sin embargo es lo bastante osada como para desafiarnos a nosotros, los yilanè. ¿Es esto lo que estás intentando decirme? ¿Que estas horribles bestias son un peligro para nosotros?

—Eso creo, Vaintè. Pero vos sois la eistaa, y vos sois quien decide qué cosa es cada cosa. Yo simplemente os he contado lo que he visto, os he mostrado lo que he hallado.

Vaintè sujetó el duro filo de la piedra entre sus pulgares, y contempló el cadáver durante largo rato antes de hablar de nuevo

—Creo que es posible que incluso un ustuzou pueda desarrollarse hasta el punto de conseguir un cierto grado bajo de inteligencia y astucia. Nuestros botes comprenden algunas instrucciones. Todos los animales poseen cerebros de algún tipo. Los enteesenat pueden ser entrenados para que busquen y extraigan alimento del mar. En esta parte salvaje del mundo tan alejada de la nuestra, ¿quién puede decir qué cosas extrañas han sucedido desde el huevo del tiempo? Ahora empezamos a descubrirlas. No hay yilanè aquí para ordenar y controlar las cosas. En consecuencia es posible, y resulta difícil negarlo puesto que la prueba está aquí delante de nuestros ojos, que una especie de asqueroso mamífero ha alcanzado alguna especie de pervertida inteligencia. La suficiente para buscar trozos de piedra y aprender a matar con ellos. Sí, es posible. Pero deberían haber permanecido en su jungla, matándose y devorándose entre sí. Equivocadamente, se han aventurado más allá. Son una amenaza, una amenaza macho, y han matado a nuestros machos. Así pues, entiende lo que debemos hacer. Debemos buscarlos y eliminarlos a todos. No tenemos otra elección si nuestra ciudad tiene que vivir en estas playas. ¿Podemos hacer esto?

—Debemos hacerlo. Pero debemos hacerlo enérgicamente, llevando con nosotras a todas aquellas de las que la ciudad pueda prescindir. Todas armadas con hesotsan.

—Pero has dicho que solamente había cuatro de estas bestias. Y sólo tres de ellas permanecen con vida ahora…

Entonces se le ocurrió la idea, del mismo modo que se le había ocurrido a Stallan cuando había descubierto al pequeño grupo dirigiéndose al norte.

—¿Pueden haber otros? ¿Más de ellos?

—Tiene que haberlos. Esos pocos debieron alejarse del grupo principal por alguna razón. Ahora regresan a él. Estoy segura de ello. Debemos actuar enérgicamente y encontrarlos a todos.

—Y matarlos a todos. Por supuesto. Daré las órdenes para que podamos partir de inmediato.

—Eso no seria prudente, puesto que el día ya está muy avanzado y seremos muchas. Si partimos al amanecer, tomando sólo los botes más alimentados y más rápidos, los atraparemos fácilmente porque se mueven con lentitud. Les seguiremos y encontraremos a los demás.

—Y los masacraremos del mismo modo que ellos masacraron a los machos. Es un buen plan. Haz que lleven esta criatura al ambesed y colócala allí para que todas puedan verla. Necesitaremos provisiones, agua fresca, lo suficiente al menos para unos cuantos días, a fin de no tener que detenernos.

Fueron enviadas rápidamente fargi a todas partes de la ciudad, difundiendo la noticia, ordenando a las ciudadanas que se reunieran en el ambesed, hasta que estuvo tan atestado como nunca antes se había visto. Un furioso murmullo brotó de la masa de yilanè mientras se empujaban entre sí para ver el cuerpo. La propia Vaintè entraba en el ambesed cuando su mirada captó a Ikemend haciéndole señales para llamar su atención; se detuvo al instante.

—Unas pocas palabras, por favor, eistaa.

—¿Tienes algún tipo de problema? —preguntó Vaintè, súbitamente alarmada. Ikemend, su efensale, había sido encargada de la vital posición de guardar y proteger a los machos. Tras una breve sesión de interrogatorio, la anterior guardiana había revelado que había sido su falta de control la que había dado como resultado todas las muertes en la playa. Enfermó y murió cuando Vaintè la despojó de su nombre.

—Todo está bien. Pero los machos han sabido de la muerte del ustuzou, y quieren verlo. ¿Debe serles permitido?

—Por supuesto…, no son niños. Dejemos que piensen en sus responsabilidades. Pero no hasta que el ambesed esté despejado. No queremos escenas de histerismo.

Ikemend no era la única que buscaba su atención. Enge bloqueó su camino, y no se movió cuando le ordenó que se apartara a un lado.

—He oído lo que planeas hacer, seguir y matar a las bestias peludas.

—Lo que has oído es correcto. Voy a hacer el anuncio público ahora.

—Antes de que lo hagas…, hay algo que debo decirte. No puedo darte mi apoyo. Ninguna de las Hijas de la Vida puede. Va en contra de todo lo que creemos. No podemos participar en esta matanza. Los animales base son como son porque carecen del conocimiento de la muerte. Destruirlos a causa de ello no es posible. Matamos cuando debemos comer. Cualquier otra muerte está prohibida. En consecuencia, debes comprender que no podemos…

—¡Silencio! Hareís lo que yo ordene. Cualquier otra cosa será traición.

Enge respondió a su rabia con la fría razón.

—Lo que llamas traición nosotras lo llamamos el don de la vida. No tenemos excusa.

—Yo sí. Puedo hacer que te maten en este mismo momento.

—Puedes. Pero entonces tú serás la asesina y por tanto la culpable.

—No siento culpabilidad…, sólo ira. Y odio y desprecio de que una efensale mía pueda traicionar de este modo a su raza. No te mataré porque necesito vuestros cuerpos para el trabajo pesado. Todas vosotras seréis encadenadas juntas hasta nuestro regreso. Tú con ellas. Ya no tienes más privilegios especiales. Te repudio como efensale. Trabajarás con ellas y morirás con ellas. Te repudio y te desprecio por tu traición. Ese es tu destino.