Vaintè estaba conferenciando con Malsas‹ sobre los detalles del planeado trumal cuando oyeron los crecientes sonidos de alarma procedentes del otro lado del ambesed. Algunas yilanè, que se habían vuelto para mirar, fueron empujadas bruscamente a un lado por Stallan mientras se abría camino hacía la eistaa. Cuando estuvo más cerca se hizo evidente la razón de su trastorno. Su piel estaba arañada y sucia de lodo; de algunos de los cortes aún manaba sangre. Siguió avanzando hasta que se detuvo frente a Malsas‹…, entonces se desmoronó, derrotada. Esto en sí era impresionante para alguien que siempre había sido vista erguida y orgullosa. Escucharon en silencio mientras hablaba.
—Desastre, eistaa. Todas muertas. Sólo yo he conseguido regresar.
—No comprendo. ¿Muertas, cómo?
Stallan alzó la cabeza, y su espalda se envaró con ira.
—Preparé una trampa. Teníamos que matar a los ustuzou cuando pasaran cerca. Pero son animales, hubiera tenido que saberlo mejor. Aparecieron detrás nuestro, y ni siquiera fuimos conscientes de su presencia. Todas las cazadoras y fargi, muertas. Yo huí. Si me hubiera quedado para luchar también hubiera muerto. No hubierais sabido lo ocurrido. Ya os lo he dicho. Ahora muero porque siento mi vergüenza. Sólo tienes que pronunciar las palabras, eistaa…
—¡No! —exclamó Vaintè tan fuerte como pudo, furiosa y exigente, la negativa ruda en su intensidad. Stallan abrió mucho la boca, alarmada, olvidada por el momento su petición de muerte. Incluso Malsas‹ reaccionó sólo con shock ante aquella interrupción. Vaintè habló entonces rápidamente, antes de que la sorpresa se convirtiera en furia—. No pretendo insultarte, eistaa. He hablado como lo he hecho sólo para salvar la vida de Stallan. No le ordenes que muera. Es demasiado leal a la ciudad, la ciudad tiene que ser leal con ella. Yo le ordené que tomara a sus cazadoras y tendiera una trampa a los ustuzou. Si hay que culpar a alguien, entonces la culpa es mía. Necesitamos a esta valiente luchadora. Las muertes no fueron culpa suya. Luchamos contra los ustuzou. No dejes que muera para que pueda seguir esa guerra contra ellos. Sé que he hablado apresuradamente. Ahora aguardo tu juicio.
Vaintè se mantuvo de pie con la cabeza baja. Había corrido un terrible riesgo hablando de aquel modo, y podía muy bien morir por su temeridad. Pero Stallan era demasiado valiosa para perderla ahora. Stallan, la única yilanè que la había saludado cuando ella era una desterrada dentro de su ciudad.
Malsas‹ contempló las dos figuras inclinadas ante ella, y consideró lo que ambas habían dicho. En el silencio reinante, el único sonido era el sonido raspante de los pies de las yilanè que se empujaban hacía delante en el ambesed para escuchar. Había que tomar una decisión.
—Has hablado con cruda precipitación, Vaintè. En cualquier otro momento eso hubiera sido imperdonable y hubiera tenido como continuación tu muerte. Pero huelo demasiadas otras muertes en el viento y te quiero viva para defender Alpèasak, del mismo modo que tú quieres a Stallan viva por idéntico motivo. Sois necesarias las dos. Ahora cuéntame el significado de este cruel suceso.
—Primero mi agradecimiento, eistaa. Como Stallan, vivo sólo para servir a Alpèasak. El significado es claro, y el significado de otros sucesos pasados es claro también. Una fuerza armada y peligrosa de ustuzou avanza sobre Alpèasak. Deben ser detenidos. El significado de la visita de las criaturas a la costa es ahora muy claro. Fue un ardid para distraernos. Cuando regresaron a las montañas se separaron, y este grupo de animales salvajes vino hacía el sur, en secreto, decididos. Tan pronto como descubrí su presencia fueron enviadas cazadoras para atacarles. Fuimos derrotadas. Tiene que ser nuestra última derrota, o temo por nuestra ciudad.
Malsas‹ se sintió impresionada por sus palabras.
—¿Qué daño pueden causar esas bestias a Alpèasak?
—No lo sé…, pero temo. La determinación de su avance, la fuerza de su ataque, es lo que causa ese temor. ¿Se atreverían a arriesgar tanto si no planearan algún daño de alguna clase? Debemos cuidar nuestras defensas.
—Eso es lo que debemos hacer. —Malsas‹ se volvió a Stallan—. Ahora comprendo mucho más por qué Vaintè arriesgó su propia vida para salvar la tuya. Tú fuiste la que diseñó las defensas de esta ciudad, Stallan, ¿no es así?
—Así es, eistaa.
—Entonces fortalécelas, refuérzalas. Habla por la eistaa. Pide todo lo que necesites. La seguridad de nuestra ciudad está entre tus pulgares.
—No dejaré que se infiltren, eistaa. Con tu permiso, me ocuparé de ello ahora mismo.
Malsas‹ contempló su espalda mientras se retiraba, con confusión e incredulidad.
—Es difícil comprender los asuntos en esta nueva tierra de Gendasi. Nada es como era en Entoban‹. El orden natural ha sido violado con ustuzou matando yilanè. ¿Dónde terminará todo esto, Vaintè? ¿Lo sabes tú?
—Sólo sé que debemos luchar contra esas criaturas. Y debemos vencer.
Pese a intentarlo con todas sus fuerzas, Vaintè no pudo ocultar los movimientos de duda con lo que decía. Todas las allí presentes pudieron ver claramente el miedo en sus palabras.
Herilak alzó su brazo cuando oyó el agudo grito en el bosque ante ellos. Los cazadores se detuvieron inmediatamente…, luego miraron temerosos a su alrededor cuando el grito resonó de nuevo: un pesado y rítmico resonar agitó el suelo bajo sus pies.
—¿Sabes qué es esto? —preguntó Herilak.
—Creo que sí —dijo Kerrick—. Sigue adelante lentamente ahora, porque los primeros campos tienen que estar delante mismo de nosotros.
Los árboles estaban muy juntos allí, y el sendero de caza que estaban siguiendo serpenteaba entre ellos. Kerrick abrió la marcha con Herilak muy cerca a sus talones. El resonar y la vibración en el suelo se produjeron de nuevo, y hubo más gritos…, entonces Kerrick hizo una seña.
—¡Alto aquí! ¿Veis esas lianas ahí delante, al otro lado del sendero? Se pegan a la piel y no pueden ser arrancadas. Yo fui atrapado por ellas una vez. Avisad a los demás. Estamos en los límites de la ciudad.
Avanzaron cautelosamente, aunque cualquier sonido que pudieran hacer quedaría seguramente ahogado por el tumulto en el prado que tenían delante. Se detuvieron al borde del bosque y contemplaron con asombro el campo abierto que se extendía más allá. Dos inmensos animales, cada uno de ellos más grande que el más grande de los mastodontes, daban vueltas el uno en torno al otro en medio de la alta hierba, mientras un tercero los contemplaba. Su arrugada piel era de un marrón amarillento, sus enormes cabezas estaban fuertemente acorazadas, mientras unas placas óseas, color rojo sangre, cubrían sus lomos. Uno de ellos se lanzó contra el otro, haciendo restallar un córneo y desdentado pico y gritando fuertemente. El otro se volvió de lado, agitando su cola de modo que la ósea maza que la remataba silbó como un látigo. Golpeó el suelo con una tremenda y sonora vibración mientras el primer animal se echaba a un lado para eludirla.
—Ruutsa —dijo Kerrick—. Hacen esto cuando compiten por una hembra. La hembra es la que está ahí, paciendo. Conozco este campo…, ¡sé dónde estamos!
Allanó un poco de tierra con el pie, luego se inclinó y trazó líneas en ella con la punta de su cuchillo de piedra.
—Herilak, mira…, así es la ciudad. Tienen un modelo allí que estudié durante tanto tiempo que lo recuerdo de memoria, incluso ahora. Este es su aspecto. El mar está aquí, esas son las playas, luego el muro. Aquí está el ambesed, un enorme espacio vacío donde todas se reúnen.
Herilak observó intensamente mientras Kerrick dibujaba la ciudad, luego los campos a su alrededor.
—Los campos rodean la ciudad formando círculos, cada vez más amplios, y la ruta está exactamente aquí —Herilak contempló atentamente las líneas dibujadas, tirando pensativamente de su barba.
—¿Estás seguro que es aquí donde estamos? Ha pasado mucho tiempo desde que abandonaste este lugar, pueden haber cambiado los campos, cambiado los animales.
—Nunca, no los yilanè. Lo que es, es, y nunca cambia. Las cosas pequeñas pueden ser diferentes de día en día, pero una vez es establecido algo, sigue así siempre.
—Entonces te creo, puesto que tú eres el único que conoce tan bien a los murgu…
El grito de dolor le interrumpió, y todos se volvieron para ver a uno de los cazadores sasku retroceder, luego caer pesadamente al suelo. Corrieron en su ayuda, y Herilak adelantó una mano para arrancar la liana rematada con una púa de su brazo: Kerrick lo detuvo.
—No toques eso…, o tú también morirás. Es demasiado tarde para ayudarle. El veneno ya está en su cuerpo —el sasku arqueó dolorosamente la espalda y de sus labios brotó espuma, rosada de sangre allí donde se había mordido la lengua. Estaba paralizado e inconsciente…, pero le tomó largo tiempo morir—. A menos que deseéis este tipo de muerte, no dejéis que nada os toque hasta que estemos muy adentro en los campos —dijo Kerrick—. Vigilad donde pisáis, no rocéis ningún tipo de planta. Algunas de las lianas se pegarán a vosotros o, como acabáis de ver…, otras os matarán.
—¿Toda la ciudad es así? —preguntó Herilak.
—No, sólo el borde exterior. Para mantener alejados a los animales…, y a los tanu. Una vez consigamos pasar esta barrera, el único peligro vendrá de las guardianas armadas. Se hallan protegidas y ocultas detrás de muros vegetales, y pueden ser difíciles de ver.
—Pero tienen que dormir por la noche —dijo Herilak.
—Deben hacerlo, pero puede que ahora haya alarmas nocturnas. Tenemos que descubrir sus posiciones y permanecer alejados de ellas.
—¿Cuál es el plan, entonces?
Kerrick regresó al diagrama en el suelo y señaló el círculo exterior.
—Debemos conseguir pasar más allá de estos campos. La mayor parte de esos animales, herbívoros como los ruutsa de este campo, no nos atacarán a menos que los molestemos.
Alzó la cabeza y olisqueó el aire.
—El viento viene del oeste, así que debemos rodear el campo hasta este lugar, para tener el viento a nuestras espaldas. Una vez pasados los campos empieza la ciudad de árboles. Allí están muy juntos. Una vez el fuego empiece y se extienda, no habrá nada que pueda detenerlo.
—¿Puede encontrarse allí algo de madera seca? —preguntó Herilak.
—No, creo que no.
—Entonces debemos buscarla ahora, y llevarla con nosotros.
—Espera hasta que hayamos alcanzado los campos al oeste de la ciudad. Podemos recoger la madera entonces y prepararlo todo. Podemos cruzar la barrera exterior al anochecer. Por entonces todas las yilanè, excepto las guardianas en sus puestos de vigilancia, habrán regresado a la ciudad, de modo que no seremos vistos. Evitaremos a las guardianas y alcanzaremos el lugar donde empiezan los árboles cuando ya será oscuro. Entonces empezaremos nuestros fuegos.
Los tres ruutsa estaban paciendo tranquilamente cuando se marcharon, olvidada ya su batalla.
Era última hora de la tarde antes de que se hubieran abierto camino en torno a los campos exteriores. Ninguno de los senderos de caza parecía ir en la dirección correcta, de modo que tuvieron que abrirse camino a través de los árboles y la densa y enmarañada maleza. Cuando llegaron a un perezoso riachuelo Kerrick ordenó un alto, luego paso la voz de que se reunieran allí. El agua era clara en el centro de la corriente, de modo que vadearon hasta allí para beber. Cuando hubieron bebido lo suficiente Kerrick les dijo lo que había que hacer, deteniéndose a menudo para traducir sus órdenes a los sasku. Todos escucharon con hosca atención, porque aquel era el final del viaje. La victoria o la muerte segura.
Escucharon atentamente, sin darse cuenta mientras Kerrick estaba hablando que el cielo se estaba cubriendo de nubes sobre su cabeza. Kerrick se interrumpió cuando unas gotas de lluvia golpearon contra su piel.
Herilak alzó la vista al cielo y frunció el ceño.
—Si llueve no podremos atacar…, porque la ciudad no arderá.
—Todavía es la estación seca —dijo Kerrick, con más seguridad de la que sentía—. Esto no puede durar —no se atrevió a pensar en lo que harían si llovía. Se dispersaron en busca de madera seca, mirando aprensivamente al cielo mientras lo hacían. Oscureció y el viento aumentó; en el horizonte retumbaron truenos.
—No podemos aguardar hasta que se haga de noche —dijo Herilak—. Debemos iniciar los fuegos antes de que llueva.
—Habrá murgu por todas partes, podemos ser vistos.
—Es un riesgo que tendremos que correr. Ayúdame a abrir un camino a través de la barrera de espinos mientras los demás buscan la madera.
Arrancaron gruesas ramas de los árboles y empujó hacía abajo por encima de las enmarañadas y venenosas lianas. En el campo abierto al otro lado grandes animales con pico de pato les contemplaron con ojos muy abiertos antes de alejarse a grandes saltos. Herilak pisoteó las ramas hasta clavarlas en el suelo y cruzó primero, haciendo señas a los otros de que le siguieran a medida que llegaban con la madera seca.
Se reunieron dentro de la barrera y aguardaron hasta que todos hubieron pasado. Sólo entonces siguieron avanzando cautelosamente con Kerrick abriendo la marcha. Después de todo aquel tiempo, había regresado a Alpèasak. Sobre sus cabezas los truenos retumbaban más cerca, y echó a correr cuando las primeras gotas de la tormenta que se aproximaba golpearon contra sus hombros.